II

Esta ignorancia es debida al modo de existencia de nuestros antepasados, a la complejidad del ser humano, a la estructura de nuestro espíritu

Parece que nuestra ignorancia es atribuible, a la vez, al modo de existencia de nuestros antepasados, a la complejidad de nuestra naturaleza y a la estructura de nuestro espíritu. Ante todo, era preciso vivir, y esta necesidad exigía la conquista del mundo exterior. Era imperativo alimentarse, preservarse del frío, combatir a los animales salvajes y a los otros hombres. Durante inmensos períodos, nuestros padres no tuvieron tiempo ni necesidad de estudiarse a sí mismos. Emplearon su inteligencia en fabricar armas y útiles, en descubrir el fuego, en domar a los bueyes y a los caballos, en inventar la rueda, la cultura de los cereales, etc. etc. Mucho tiempo antes de interesarse en la constitución de su cuerpo y de su espíritu, contemplaron el sol, la luna, las estrellas, las mareas, la sucesión de las estaciones. La astronomía estaba ya muy avanzada en una época en que la fisiología era totalmente desconocida. Galileo redujo la tierra, dentro del mundo, al rango de un humilde satélite del sol cuando no se poseía aún ninguna noción de la estructura de las funciones del cerebro, del hígado o de la glándula tiroides. Como en las condiciones de la vida natural el organismo funciona de manera satisfactoria sin tener necesidad de ningún cuidado, la ciencia se desarrolla en la dirección en que la impulsa la curiosidad del hombre, es decir hacia el mundo exterior.

De tiempo en tiempo, entre los millares de individuos que se suceden sobre la tierra, algunos nacieron dotados de raros y maravillosos poderes, la intuición de las cosas desconocidas, la imaginación creadora de los mundos nuevos y la facultad de descubrir las relaciones ocultas que existen entre los fenómenos. Estos hombres excavaron el mundo material, el de la constitución sencilla, que cedió rápidamente al ataque de los sabios y entregó algunas de sus leyes. Y el conocimiento de estas leyes nos dio el poder de explotar en nuestro provecho la materia. Las aplicaciones prácticas de los descubrimientos científicos son a la vez lucrativas para aquellos que las desarrollan y agradables al público para quien facilitan la existencia y aumentan el confort. Naturalmente cada cual se interesa mucho más en los inventos que hacen menos penoso el trabajo, aceleran la rapidez de las comunicaciones y disminuyen la dureza de la vida, que aquellos que aportan con sus descubrimientos alguna luz a los problemas tan difíciles de la constitución de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. La conquista del mundo material hacia la cual la voluntad y la atención de los hombres se han dirigido constantemente, hizo olvidar casi por completo la existencia del mundo orgánico y espiritual. El conocimiento del medio cósmico era indispensable, pero el de nuestra propia naturaleza se mostraba de una utilidad mucho menos inmediata. Sin embargo, la enfermedad, el dolor, la muerte, aspiraciones más o menos vagas hacia un poder oculto y dominante del universo visible, atrajeron en débil medida la atracción de los hombres sobre el mundo exterior de su cuerpo y de su espíritu. La medicina no se ocupa primero sino del problema práctico de dar alivio a los enfermos por medio de recetas empíricas. Recién viene percibiendo que, para prevenir o curar enfermedades, el medio más seguro es conocer el cuerpo sano y enfermo, es decir, de construir las ciencias que llamamos anatomía, química biológica, fisiológica y patológica. Sin embargo, el misterio de nuestra existencia, el sufrimiento moral, y los fenómenos metapsíquicos, les parecieron a nuestros antepasados más importantes que el dolor físico y las enfermedades. El estudio de la vida espiritual y el de la filosofía atrajeron un número mucho mayor de hombres que el de la medicina. Las leyes de la mística fueron conocidas antes que lo fueran las de la fisiología. Pero las unas y las otras no vieron la luz sino cuando la humanidad tuvo el tiempo necesario de dirigir un poco su atención a la conquista del mundo exterior.

Hay otra razón para la lentitud del conocimiento de nosotros mismos. Es la disposición misma de nuestra inteligencia que ama la estructura de las cosas sencillas. Sentimos una especie de repugnancia de abordar el estudio demasiado complejo de los seres vivientes y del hombre. La inteligencia, ha escrito Bergson, se caracteriza por una incomprensión natural de la vida [[1]]. Gustamos de encontrar en el cosmos las formas geométricas que existen en nuestra conciencia. La exactitud de las proporciones de los monumentos y la precisión de las máquinas, constituye la expresión de un carácter fundamental de nuestro espíritu. Es el hombre quien ha introducido la geometría en el mundo terrestre. Los procedimientos de la naturaleza no son jamás tan precisos como los nuestros. Buscamos instintivamente en el universo, la claridad y la exactitud de nuestro pensamiento. Procuramos abstraernos de la complejidad de los fenómenos de los sistemas sencillos cuyas partes están unidas por relaciones susceptibles de ser tratadas matemáticamente. Es esta propiedad de nuestra inteligencia la que ha causado los progresos tan sorprendentemente rápidos de la física y de la química. Un éxito análogo ha señalado el éxito psico-químico de los seres vivientes. Las leyes de la física y de la química son idénticas en el mundo de los vivos en los de la materia inerte como lo pensaba ya Claude Bernard. Por ello se ha descubierto, por ejemplo, que las mismas leyes expresan la constancia de la alcalinidad de la sangre y del agua del Océano, que la energía de la contracción del músculo está provista por la fermentación del azúcar, etc. Es también tan fácil de estudiar el aspecto psico-químico de los seres vivientes, como el de otros objetos de la superficie terrestre. Esta es la tarea que cumple con éxito la fisiología general.

Cuando se abordan los fenómenos fisiológicos propiamente dichos, es decir, aquellos que resultan de la organización de la materia viva, se encuentran obstáculos más serios. La extrema pequeñez de las cosas que es necesario estudiar, hace imposible la aplicación de las técnicas ordinarias de la física y de la química. ¿Por qué método descubrir la constitución química del núcleo de células sexuales, de los cromosomas que contienen y de los genes que componen estos cromosomas? Son, sin embargo, esos minúsculos conjuntos de sustancias cuyo conocimiento sería de un interés capital, porque contienen el porvenir del individuo y de la humanidad. La fragilidad de ciertos tejidos, tales como la sustancia nerviosa, es tan grande, que su estudio en estado vivo, es casi imposible. No poseemos técnicas capaces de introducirnos en los misterios del cerebro y en la armoniosa asociación de sus células. Nuestro espíritu, que ama la sobria belleza de las fórmulas matemáticas, se encuentra perdido en medio de la mezcla prodigiosamente compleja de las células, de los humores y de la conciencia que constituyen al individuo. Procura entonces aplicar a aquél los conceptos que pertenecen a la física, a la química y a la mecánica y a las disciplinas filosóficas y religiosas. Pero no ha logrado éxito, porque no somos reductibles ni a un sistema físico-químico, ni a un principio espiritual. Por cierto, la ciencia del hombre debe utilizar los conceptos de todas las otras ciencias. Sin embargo, resulta imperativo que desarrolle las suyas propias, porque éstas son tan fundamentales como las ciencias de las moléculas, de los átomos y de los electrones.

En resumen, la lentitud del progreso del conocimiento del ser humano con relación a la espléndida ascensión de la física, de la astronomía, de la química y de la mecánica, es debida a la falta de tiempo, a la complejidad del objeto, a la forma de nuestra inteligencia. Dificultades de tal magnitud son demasiado fundamentales para que se pueda esperar atenuarlas. Para dominarlas necesitamos un gran esfuerzo. Nunca el conocimiento de nosotros mismos alcanzará la elegante sencillez y la belleza de la física. Los factores que han retardado su desarrollo son permanentes. Es preciso establecer con claridad que la ciencia del ser humano es, entre todas las ciencias, la que presenta mayores dificultades.

La incognita del hombre
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