VIII
La utilización del concepto del tiempo interior.- La duración del hombre y la de la civilización.- La edad fisiológica y la del individuo.
La duración forma parte del hombre. Está ligada a él como lo está el mármol a la forma de la estatua. Como constituimos la medida de todas las cosas, relacionamos con nuestra duración la de los acontecimientos de nuestro mundo. Nos servimos de ella como de unidad en el evalúo de la ancianidad de nuestro planeta, de la raza humana, de la civilización. Es la extensión de nuestra propia vida la que nos hace juzgar cortas o largas nuestras especulaciones. Erradamente nos servimos de la misma escala temporal, para apreciar la duración de la vida de un individuo y la de una nación. Hemos tomado la costumbre de apreciar los problemas sociales del mismo modo que los individuales; así, pues, nuestras observaciones y experiencias son demasiado cortas. Tienen, por este motivo, escasa significación. Hace falta a menudo un siglo para que un cambio en las condiciones materiales y morales de la existencia humana dé caracteres nuevos a una nación.
Hoy día el estudio de los grandes problemas económicos, sociales y raciales reposa sobre los individuos y se interrumpe cuando los individuos mueren. Del mismo modo, las instituciones científicas y políticas son concebidas en términos de la duración individual. Sólo la Iglesia Romana ha comprendido que la marcha de la humanidad es muy lenta, y que el paso de una generación no es en el mundo civilizado sino un acontecimiento insignificante. Cuando se toman en cuenta las cuestiones que interesan el porvenir de las grandes razas, la duración de un individuo es una unidad defectuosa de medida temporal. El advenimiento de la civilización científica hace indispensable poner en su exacto sitio todas las cuestiones fundamentales. Asistimos a nuestra falla moral, intelectual y social. Sólo nos damos cuenta de las causas de un modo incompleto. Hemos alimentado la ilusión de que las democracias podían únicamente sobrevivir gracias a los esfuerzos cortos y ciegos de los ignorantes. Ahora sabemos que estábamos equivocados. La dirección de las naciones por hombres que evalúan el tiempo en función de su propia duración, conduce, como lo sabemos, a un desarrollo inmenso y a la bancarrota. Es indispensable preparar los acontecimientos futuros, formar las generaciones jóvenes para la vida de mañana, extender nuestro horizonte temporal más allá de nosotros mismos.
Por el contrario, en la organización de los grupos sociales transitorios, tales como una clase especial de niños o un equipo de obreros, es preciso tener en cuenta el tiempo fisiológico. Los miembros de cada grupo deben funcionar necesariamente al mismo ritmo. Los niños de una misma clase están obligados a tener una actividad intelectual más o menos semejante. Los hombres que trabajan en las fábricas, en los bancos, en los almacenes, en las universidades, etc., deben cumplir cierta tarea, en un tiempo determinado. Aquellos que por causa de la edad, o por la enfermedad, ven declinar sus fuerzas, traban la marcha del conjunto. Hasta el presente, es la edad cronológica la que determina la clasificación de niños, adultos y ancianos. Se coloca en la misma clase a los niños de la misma edad. También se fija por la edad el momento del retiro de un trabajador cualquiera. Sin embargo sabemos que el estado real de un individuo no corresponde exactamente a su edad cronológica. Existen ciertos trabajos donde habría que agrupar a los seres humanos por la edad fisiológica... En algunas escuelas, se ha elegido la pubertad como medio de clasificar a los niños, pero no existe aún el procedimiento que permita medir la tasa del declive fisiológico y mental y saber en qué momento un hombre que envejece debe retirarse. Sin embargo, el estado de un aviador puede determinarse exactamente por ciertos “tests”. Es su edad fisiológica y no su edad cronológica la que indica la fecha del retiro de los pilotos aviadores.
La noción del tiempo fisiológico nos explica de qué manera estamos aislados los unos de los otros en mundos diferentes. Para los niños es imposible comprender a sus padres, y más imposible aún comprender a sus abuelos. Si se les considera en un mismo momento, los individuos pertenecientes a cuatro generaciones sucesivas son profundamente heterocrónicos. Un anciano y su bisnieto son seres totalmente diferentes, absolutamente extraños el uno al otro. La influencia moral de una generación sobre la que le sigue parece ser tanto mayor cuanto su distancia temporal es más pequeña. Sería preciso que las mujeres fuesen madres en la época de su primera juventud. De este modo no estarían separadas de sus hijos por un intervalo temporal tan grande que el amor mismo no es capaz de llenar.