XIII

Modo de organización del cuerpo.- La analogía mecánica. - La antítesis.- La necesidad de atenerse, sin más, a la observación inmediata.- Las regiones desconocidas.

La organización de nuestro cuerpo no se parece al montaje de una máquina. Una máquina se compone de piezas múltiples, separadas en su origen. Una vez reunidas las piezas, la máquina se convierte en un objeto simple. Se encuentra organizada, como el ser viviente, para una función determinada. Y como él misino, es a la vez, sencilla y compleja. Pero es primariamente compleja y secundariamente sencilla. Por el contrario, el ser humano, es primariamente sencillo y secundariamente complejo. Se compone, desde luego, de una sola célula. Esta célula se divide en otras dos, que se dividen a su turno, y la división continúa indefinidamente. En el curso de este proceso de complicación estructural, el embrión retiene la sencillez también estructural del huevo. Se diría que las células, aunque han llegado a ser los elementos de una muchedumbre innumerable, conservan el recuerdo de su unidad original. Conocen de antemano las funciones que les son atribuidas en el conjunto del organismo. Si se cultivan las células epiteliales durante muchos meses fuera del animal del cual provienen, siempre se disponen en mosaico, como para recubrir una superficie. Los leucocitos que viven en frascos fagocitan microbios y glóbulos rojos, aunque no tengan que defender el cuerpo contra las incursiones de estos extranjeros. El conocimiento innato del papel que deben representar en el todo, es un modo de ser de los elementos del cuerpo.

Las células aisladas tienen el singular poder de reproducir sin finalidad ni dirección, los edificios que caracterizan los órganos. Si de una gota de sangre colocada en el plasma líquido, se deslizan en forma de pequeño arroyuelo, algunos glóbulos rojos arrastrados por la pesantez, se forman en torno suyo y en seguida, ligeras orillas. Estas orillas se recubren en el acto con filamento de fibrina. Y el arroyuelo se convierte en un tubo por donde pasan los glóbulos rojos como por un vaso sanguíneo. Después, los leucocitos vienen a situarse en la superficie de este tubo, le rodean con sus extremidades y le dan el aspecto de un capilar provisto de células contráctiles. Así, pues, los glóbulos sanguíneos componen un segmento del aparato circulatorio, aunque no exista ni corazón, ni circulación, ni tejidos que regar. Las células parecen abejas, que construyen sus alvéolos geométricos, fabrican su miel, nutren sus embriones, como si cada una de ellas conociese las matemáticas, la química, la biología, y obrase en interés de toda la comunidad. Esta tendencia a la formación de órganos por sus elementos constitutivos es, como las aptitudes sociales de los insectos, una consecuencia inmediata de la observación. Resulta inexplicable, con ayuda de nuestros conceptos actuales, pero nos facilita la comprensión del modo cómo se organiza el cuerpo vivo.

Un órgano se edifica por medio de procedimientos que parecen extrañísimos a nuestro espíritu. No exige un aporte de células, como exige la construcción de una casa un aporte de materiales. No es una construcción celular. Sin duda, se compone de células, como una casa de ladrillos. Pero es el producto de esas células, como si una casa fuese el producto de un ladrillo; un ladrillo que se pusiese a fabricar otros ladrillos utilizando el agua del arroyo, las sales minerales que contiene y el aire atmosférico. En seguida estos ladrillos formarían automáticamente murallas sin atender el plan del arquitecto, ni aguardar la llegada de los albañiles. Se trasformarían asimismo en vidrios para las ventanas, en tejas para la construcción del techo, en carbón para la calefacción, en agua para la cocina. En suma, un órgano se desarrolla por los mismos procedimientos atribuidos a las hadas en los cuentos que se contaba antaño a los niños, y es producido por las células que parecen conocer el edificio futuro, y que sintetizan, a expensas del medio interior, el plan de construcción, los materiales y los obreros. Los métodos del organismo son, pues, totalmente diferentes de aquellos de que nos servimos para la construcción de nuestras máquinas y de nuestras casas. No encontramos en ellos la sencillez de los nuestros. Los procedimientos empleados por nuestro cuerpo son enteramente originales. No encontramos en este mundo intraorgánico, las formas típicas de nuestra inteligencia. Ésta se encuentra amoldada sobre la sencillez del mundo cósmico y no sobre la complejidad de los mecanismos internos de los animales. Por el momento, no es posible comprender la forma de organización de nuestro cuerpo y sus actividades nutritivas y nerviosas. Las leyes de la mecánica, de la física y de la química, se aplican completamente al Universo material. Parcialmente, al ser humano. Es preciso abandonar en definitiva las ilusiones de los mecánicos del siglo XIX, los dogmas de Jacques Leeb, las pueriles concepciones físico-químicas del hombre en las que se complacen aun tantos fisiólogos y médicos. Es preciso dejar también de lado las fantasías filosóficas y humanísticas de los físicos y de los astrónomos. Tras otros muchos, Jeans cree y enseña que Dios, creador del Universo sideral, es un matemático. Si así fuese, el mundo material, los seres vivientes y el hombre, no habrían sido creados por el mismo Dios. ¡Qué ingenuas son nuestras especulaciones! A la verdad, no tenemos de la constitución de nuestro cuerpo sino un conocimiento rudimentario. Debemos contentarnos por el momento con la observación positiva de nuestras actividades orgánicas y mentales, y avanzar sin otra guía que ella, hacia lo desconocido.

La incognita del hombre
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