VII

Las relaciones de las actividades mentales y fisiológicas.- La influencia de las glándulas sobre el espíritu.- El hombre piensa con su cerebro y con todos sus órganos.

Las actividades mentales dependen evidentemente, de las actividades fisiológicas. Observamos modificaciones orgánicas que corresponden a la sucesión de nuestros estados de conciencia. A la inversa, existen fenómenos psicológicos que se determinan por ciertos estados funcionales de los órganos. En suma, el conjunto formado por el cuerpo y la conciencia es susceptible de ser modificado lo mismo por factores orgánicos que por factores mentales. El espíritu se confunde con el cuerpo como la forma con el mármol de la estatua. No se podría cambiar la forma sin romper el mármol. Nosotros suponemos que el cerebro es el asiento de las actividades psicológicas, porque una lesión de este órgano produce desórdenes inmediatos y profundos en la conciencia. Probablemente al nivel de la sustancia gris, el espíritu, según la expresión de Bergson, se inserta en la materia. En el niño, la inteligencia y el cerebro se desarrollan de un modo simultáneo. En los momentos de la atrofia senil de los centros nerviosos, la inteligencia disminuye. La presencia, de las espiroquetas de la sífilis, en torno de las células piramidales, trae consigo el delirio de grandeza. Cuando el virus de la encefalitis letárgica ataca, los núcleos centrales, determina profundos trastornos en la personalidad. Bajo la influencia del alcohol, que penetra por la sangre hasta las células cerebrales, se manifiestan modificaciones temporales de la actividad mental. El descenso de la presión arterial, producido por una hemorragia, suprime las actividades de la conciencia. En suma, las manifestaciones de la vida mental son solidarias del estado del encéfalo.

Estas observaciones no bastan para demostrar que el cerebro constituya, por él solo, el órgano de la conciencia. En efecto, no se compone exclusivamente de materia nerviosa. Consiste también en un medio en el cual se encuentran sumergidas las células, y cuya composición se halla reglamentada por la del suero sanguíneo. Y el suero sanguíneo depende de las secreciones glandulares, extendidas por el cuerpo entero. Todos los órganos están, pues, presentes en la corteza cerebral, por intermedio de la sangre y de la linfa. Nuestros estados de conciencia se encuentran ligados a la constitución química de los humores del cerebro, tanto como a la estructura de las células. Cuando el medio interior está privado de la secreción de las glándulas suprarrenales, el enfermo cae en una depresión profunda. Parece un animal de sangre fría. Los desórdenes funcionales de la glándula tiroides traen consigo, ya excitación nerviosa y mental o ya apatía. En las familias en que las lesiones de esta glándula son hereditarias, existen idiotas morales, débiles de espíritu y criminales. Todos saben hasta qué punto las enfermedades del hígado, del estómago y del intestino modifican la personalidad de las gentes. Es verdad que las células de los órganos liberan en el medio interior sustancias que obran sobre nuestra actividad mental y espiritual.

De todas las glándulas, el testículo posee la influencia mayor sobre la fuerza y la calidad del espíritu. Los grandes poetas, los artistas de genio, los santos, lo mismo que los conquistadores, son por lo general fuertemente sexuales. La supresión de las glándulas sexuales, aún en el individuo adulto, produce modificaciones en su estado mental. Después de la extirpación de los ovarios, las mujeres se hacen apáticas y pierden parte de su actividad intelectual o de su sentido moral. La personalidad de los hombres que han sufrido la castración, se altera de manera más o menos notable. La perversidad histórica de Abelardo ante el amor y el sacrificio apasionado de Eloísa, fue producida, sin duda, por la salvaje mutilación que los padres de esta última le hicieron sufrir. Los grandes artistas han sido, casi siempre, grandes amantes. Se diría que cierto estado de las glándulas sexuales es indispensable en la inspiración. El amor estimula el espíritu cuando no alcanza su objeto. Si Beatriz hubiese llegado a ser la querida del Dante posiblemente la Divina Comedia no existiría. Los místicos emplean a menudo las expresiones del Cantar de los cantares. Parece que sus apetitos sexuales insatisfechos les impulsan con más ardor por el camino del renunciamiento y del dar de sí mismos. La mujer de un obrero puede exigir cada día a su marido el cumplimiento de sus obligaciones conyugales, pero la de un artista o la de un filósofo no lo logra a menudo. Es un hecho conocido que los excesos sexuales perturban, en cierto modo, la actividad intelectual. Se diría que la inteligencia exige para manifestarse en toda su potencia, a la vez la presencia de glándulas sexuales bien desarrolladas y la represión temporal del apetito sexual. Freud ha hablado con justa razón de la importancia capital de los impulsos sexuales en las actividades de la conciencia. Sin embargo estas observaciones se refieren a los enfermos. Es preciso no generalizar respecto de estas conclusiones cuando se trata de gentes normales y, sobre todo, si hemos de referirnos a los que poseen un sistema nervioso resistente y son perfectamente dueños de sí. En tanto que los débiles, los nerviosos, los desequilibrados, se tornan más y más anormales tras la represión forzosa de sus apetitos sexuales, los seres bien constituidos se tornan más fuertes aún si practican esta clase de ascetismo.

La estrecha, dependencia de las actividades de la conciencia y de las actividades fisiológicas, concuerda mal con la concepción clásica que sitúa el alma en el cerebro. En realidad, el cuerpo entero parece ser el substratum de las energías mentales y espirituales. El pensamiento es tan hijo de las glándulas de secreción interna como lo es de la corteza cerebral. La integridad del organismo es indispensable a las manifestaciones de la conciencia...El hombre piensa, ama, sufre, admira y ora, a la vez, con su cerebro y con todos sus órganos.

La incognita del hombre
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