VII

La circulación de la sangre, los pulmones y los riñones.

En el curso de los procesos nutritivos, los tejidos y los órganos eliminan los desperdicios. Estos desperdicios manifiestan tendencia a acumularse en el medio local y a tornarlo, entonces, inhabitable para las células. Los fenómenos de la nutrición exigen, pues, la existencia de aparatos capaces de asegurar la circulación rápida del medio interior, el reemplazo de las materias alimenticias utilizadas por los tejidos y la eliminación de las sustancias tóxicas. El volumen de los líquidos circulantes comparado al de los órganos, es muy pequeño. Un hombre posee una cantidad de sangre inferior a la décima parte de su peso. Por lo demás, los tejidos vivos consumen mucho oxígeno y glucosa. Dejan libres también en su medio cantidades considerables de ácido carbónico, de ácido láctico, etc. Es preciso dar a un fragmento de tejido vivo cultivado en un frasco, un volumen de líquido igual a dos mil veces su propio volumen a fin de que no sea envenenado en algunos días por los desperdicios de su nutrición. Y aun más, debe tener a su disposición una atmósfera gaseosa por lo menos diez veces mayor que su medio líquido. En consecuencia, un cuerpo humano reducido a pulpa, exigiría alrededor de doscientos mil litros de líquido nutritivo. Gracias a la maravillosa perfección de los aparatos que hacen circular la sangre, la cargan de substancias alimenticias, y la desembarazan de sus desperdicios, pueden vivir nuestros tejidos en siete u ocho litros de líquido en lugar de necesitar para ello, doscientos mil.

La rapidez de la circulación es lo bastante grande para que la composición de la sangre no sea modificada por los productos de la nutrición. Sólo se aumenta la acidez del plasma tras un ejercicio violento. Cada órgano regula, por medio de los nervios dilatadores y constrictores de sus vasos, el volumen y la rapidez de la sangre circulante. Cuando la circulación se hace más lenta o se detiene, el medio interior se torna ácido. Según la naturaleza de sus células, los órganos resisten más o menos a esta intoxicación. Se puede sacar el riñón de un perro, colocarle sobre una mesa, durante una hora y replantarle en seguida en el animal. Este riñón soporta sin inconveniente la privación temporal de la sangre y funciona en forma indefinida de manera normal. De igual modo, la interrupción de la circulación en un miembro durante tres o cuatro horas, no tiene consecuencias desagradables. Pero el cerebro es muchísimo más sensible a la falta de oxígeno. Cuando la anemia es completa durante veinte minutos, más o menos, la muerte se produce de manera fatal. Una detención de la circulación en este sitio durante diez minutos basta para producir desórdenes tan graves que resultan irreparables. Es imposible resucitar a un individuo cuyo cerebro ha estado completamente desprovisto de oxígeno durante este lapso de tiempo. Para que nuestros órganos funcionen de manera normal, es indispensable que la sangre se encuentre bajo cierta presión. Nuestra conducta y la calidad de nuestros pensamientos dependen del valor de la tensión arterial, y es causa de las condiciones físicas y químicas del medio interior, que el corazón y los vasos sanguíneos influyen en las actividades humanas.

La sangre conserva la constancia de su composición, porque atraviesa continuamente aparatos que la purifican y donde recupera las sustancias nutritivas utilizadas por los tejidos. Cuándo la sangre venosa vuelve de los músculos y dé los órganos, se encuentra cargada de ácido carbónico y de todos los desechos de la nutrición. Las contracciones del corazón la arrojan entonces en la redecilla inmensa de los capilares de los pulmones, donde cada glóbulo rojo se encuentra en contacto con el oxígeno atmosférico. Siguiendo las sencillas leyes físico-químicas, el oxígeno penetra en la sangre donde se fija en la hemoglobina de los glóbulos rojos. Al mismo tiempo el ácido carbónico se escapa de los bronquios de donde los movimientos respiratorios la expulsan hacia la atmósfera exterior. Mientras más rápida es la respiración, más activos son los cambios químicos entre el aire y la sangre. Pero en la travesía, pulmonar, la sangre no se desembaraza sino del ácido carbónico. Quedan aun en ella ácidos no volátiles y todos los desperdicios del metabolismo. Sólo acaba de purificarse cuando pasa por los riñones. Los riñones separan de la sangre los productos qué deben ser eliminados y reglamentan la cantidad de sales que son indispensables al plasma para que su tensión osmótica permanezca constante. El trabajo de los riñones y de los pulmones es de una prodigiosa eficacia. Gracias a él, es considerablemente reducido el volumen del medio necesario a la vida de los tejidos y el cuerpo humano posee una densidad tan grande y una tan prodigiosa agilidad.

La incognita del hombre
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