I
Necesidad de elección en la masa de datos heterogéneos que poseemos acerca de nosotros mismos.- El concepto operacional de Bridgman.- Su aplicación en el estudio de los seres vivos.- Conceptos biológicos.- La mezcla, de conceptos de las diferentes ciencias.- Eliminación de los sistemas filosóficos y científicos, de las ilusiones y de los errores - El papel de las conjeturas.
Nuestra ignorancia de nosotros mismos es de una naturaleza particular. No proviene ni de la dificultad de procurarnos las informaciones necesarias, ni de su inexactitud ni de su rareza. Es debida, al contrario, a la extrema abundancia y a la confusión de las nociones que la humanidad ha acumulado a su propio respecto, durante el curso de las edades. Y también a la división de nosotros mismos en un número casi infinito de fragmentos por las ciencias que se han dividido el estudio de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Este conocimiento ha permanecido en gran parte inutilizado. De hecho, es difícilmente utilizable. Su esterilidad se traduce por la pobreza de los esquemas clásicos que son la base de la medicina, de la higiene, de la pedagogía y de la vida social, política y económica. Sin embargo, existe una realidad viviente y rica en el gigantesco conjunto de definiciones, observaciones, doctrinas, deseos y sueños que representa el esfuerzo de los hombres hacia el conocimiento de ellos mismos. Al lado de los sistemas y de las conjeturas de los sabios y de los filósofos, se encuentran los sistemas positivos de la experiencia, de las generaciones pasadas y una multitud de observaciones conducidas con el espíritu y a veces con la técnica de la ciencia. Se trata únicamente de hacer, en estas cosas disparatadas, una elección juiciosa.
Entre los numerosos conceptos que se refieren al ser humano los unos son construcciones lógicas de nuestro espíritu. No se aplican a ningún ser observable por nosotros en el mundo. Los otros son la expresión pura y simple de la experiencia. A tales conceptos, Bridgman ha dado el nombre de conceptos operacionales. Un concepto operacional equivale a la operación o a una serie de operaciones, que deben hacerse para adquirirlos. En efecto, todo conocimiento positivo depende del empleo de cierta técnica. Cuando se dice que un objeto tiene la longitud de un metro, ello significa que el objeto tiene la misma longitud que una varilla de madera, o de metal cuya extensión fuera igual a la medida del metro conservada en París en la Oficina Internacional de pesos y medidas. Es evidente que sólo sabemos lo que podernos observar. En el caso precedente, el concepto de longitud es sinónimo de la medida de esta longitud, los conceptos que se relacionan con objetos colocados fuera del campo de la experiencia están, según Bridgman, desprovistos de sentido. Igualmente una pregunta carece absolutamente de significación, si es imposible encontrar las operaciones como acontece una, pregunta no posee significación alguna, si es imposible encontrar las operaciones que permiten darle una respuesta.
La precisión de un concepto cualquiera, depende la exactitud de las operaciones que sirven para adquirirlo. Si se define al hombre como compuesto de materia y de conciencia, se emite una proposición vacía de sentido. Porque las relaciones de la materia corporal y de la conciencia no han sido, hasta el presente, conducidas al campo de la experiencia. Pero se puede dar del hombre una definición operacional considerándolo como un todo indivisible que manifiesta actividades físico-químicas, fisiológicas y psicológicas. En biología como en física, los conceptos sobre los cuales es preciso edificar la, ciencia, aquellos que permanecerán siempre verdaderos, están ligados a ciertos procesos de observación. Por ejemplo el concepto que tenemos hoy día respecto de las células de la corteza cerebral, con sus cuerpos piramidales, sus prolongamientos dentríticos y su lisa enjundia, es el resultado de las técnicas de Ramón y Cajal. Es, pues, un concepto operacional y no cambiará sino con el progreso futuro de la técnica. Pero decir que las células cerebrales son el asiento de los procesos mentales, es una afirmación sin valor, porque no existe medio de observar la presencia de un proceso mental en el interior de las células cerebrales. Únicamente el empleo de los conceptos operacionales nos permite construir sobre terreno sólido. En el cúmulo inmenso de observaciones que poseemos sobre nosotros mismos debemos elegir los hechos positivos que corresponden a lo que existe, no sólo en nuestro espíritu, sino también en la naturaleza.
Sabemos que los conceptos operacionales que se relacionan con el hombre, los unos le son propios, los otros pertenecen a todos los seres vivientes; los otros, en fin, son aquellos de la química, de la física y de la mecánica. Hay tantos sistemas diferentes como capas diferentes en la organización de la materia viva. Al nivel de los edificios electrónicos, atómicos y moleculares, que existen en los tejidos del hombre como en los árboles o en las nubes, es preciso emplear los conceptos de «continuum» espacio-tiempo, de energía, de fuerza, de masa, y también aquellos de tensión osmótica, de carga eléctrica, de iones, de capilaridad, de permeabilidad, de difusión. Al nivel de los agregados más grandes que las moléculas, aparecen los conceptos de “micelle", de dispersión, de absorción, de floculación. Cuando las moléculas y sus combinaciones han edificado las células, y las células se han asociado en órganos y en organismos, es preciso agregar a los conceptos precedentes, los de cromosoma, de génesis, de herencia, de adaptación, de tiempos fisiológicos, de reflejos, de instintos, etc. Se trata de los conceptos fisiológicos propiamente dichos. Estos coexisten con los conceptos físico-químicos, pero no le son reductibles. En el estado más alto de su organización, existen, aparte de las moléculas, las células y los tejidos, un conjunto compuesto de órganos, de humores y de conciencia., Los conceptos físico-químicos y fisiológicos se hacen insuficientes. Hay que agregar los conceptos psicológicos, que son específicos del ser humano. Tales son la inteligencia, el sentido moral, el sentido estético, el sentido social. A las leyes de la termo-dinámica, y a las de la adaptación, por ejemplo, nos vemos obligados a sustituir los principios del mínimo de esfuerzo, por el máximo de goce o de rendimiento, la persecución de la libertad, de la igualdad, etc.
Cada sistema de conceptos no puede emplearse de manera legítima sino en el dominio de la ciencia a la cual pertenece. Los conceptos de la física, de la química, de la fisiología, son aplicables a las capas superpuestas de la organización corporal. Pero no es permitido confundir los conceptos propios de una capa determinada, con los que son específicos de otra. Por ejemplo, la segunda ley de la termo-dinámica indispensable al nivel molecular es inútil al nivel psicológico donde se aplica el principio del menor esfuerzo para el máximo de goce. El concepto de la capilaridad y el de la tensión osmótica, no alumbran lo suficiente los problemas de la conciencia. La aplicación de un fenómeno psicológico en términos de fisiología celular, o de mecánica electrónica, no es más que un juego verbal. Sin embargo, los fisiólogos, del siglo XIX y sus sucesores, que se perpetúan entre nosotros, han cometido ese error, procurando reducir al hombre entero a la físico-química. Esta generalización injustificada de nociones exactas, ha sido la obra de sabios excesivamente especializados. Es indispensable que cada sistema de conceptos conserve su rango propio en la jerarquía de las ciencias.
La confusión de los conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos, proviene sobre todo de la presencia, entre los hechos positivos, de residuos de sistemas científicos, filosóficos y religiosos. La adhesión de nuestro espíritu a un sistema cualquiera, cambia el aspecto y la significación de los fenómenos observados por nosotros. En todos los tiempos, la humanidad ha sido contemplada a través de cristales teñidos por las doctrinas, las creencias y las ilusiones. Son estas nociones falsas e inexactas las que importa suprimir. Como lo escribiera antes Claude Bernard, es preciso desembarazarse de los sistemas filosóficos y científicos, como podría arrancarse las cadenas a una esclavitud intelectual. Esta liberación no se ha realizado aun. Los biólogos, y sobre todo los educadores, los economistas y los sociólogos, se encuentran frente a problemas de una complicación extrema, cediendo a menudo a la tentación de construir hipótesis, para elaborar en seguida artículos de fe. Los sabios se han mantenido inmovilizados en fórmulas tan rígidas como los dogmas de una religión. En todas las ciencias encontramos el recuerdo embarazoso de semejantes errores. Uno de los más célebres, ha dado lugar a la gran querella de bis vitalistas y los mecanicistas cuya futilidad nos sorprende hoy día. Los vitalistas pensaban que el organismo era una máquina cuyas partes se integraban gracias a un factor no físico-químico. Después de ellos, los procesos responsables de la unidad del ser viviente, se dirigieron por un principio independiente, una entelequia, una idea análoga a la del ingeniero que construye una máquina. Este agente autónomo, no era una forma de energía y no creaba energía. No se ocupaba sino de la dirección del organismo. Evidentemente, la entelequia no es un concepto operacional. Es una pura construcción del espíritu. En suma, los vitalistas consideraban el cuerpo como una máquina dirigida por un ingeniero a quien llamaban entelequia. Y no se daban cuenta de que este ingeniero, esta entelequia, no era otra cosa que su propia inteligencia. En cuanto a los mecanicistas, creían que todos los fenómenos fisiológicos y psicológicos son explicables por las leyes de la física, de la química y de la mecánica. Construían también, de esa manera, una máquina de la cual ellos venían a ser el ingeniero. En seguida, como lo hace notar Woogger, olvidaban la existencia de este ingeniero. Este concepto no es operacional. Es evidente que el mecanicismo y el vitalismo deben ser dejados de lado por las mismas razones que debe dejarse de lado otro sistema cualquiera. Hace falta al mismo tiempo liberarnos de la masa de ilusiones, errores, observaciones mal hechas, falsos problemas perseguidos por los débiles de espíritu de la ciencia, los pseudodescubrimientos de los charlatanes y los sabios celebrados por la prensa cotidiana. Y también, de aquellos trabajos tristemente inútiles, largos estudios de cosas sin significación, inextricable confusión que se levanta como una montaña, desde que la investigación científica se ha convertido en profesión, como la de los maestros de escuela, pastores y empleados de banco.
Hecha, ya esa eliminación, nos quedan los resultados de los pacientes esfuerzos de todas las ciencias que se ocupan del hombre, y el tesoro de observaciones y experiencias que ellas han acumulado. Basta con buscar en la historia de la humanidad, para encontrar la expresión más o menos neta de todas estas actividades fundamentales. Al lado de las observaciones positivas y de los hechos evidentes, hay una cantidad de cosas que no son ni positivas ni evidentes y que no deben ser, sin embargo, rechazadas. Ciertamente, los conceptos operacionales solos permiten colocar el conocimiento del hombre sobre una base sólida. Pero, únicamente también, la imaginación creadora puede inspirarnos las conjeturas y los ensueños de donde deberá nacer el plan de las construcciones futuras. Es preciso, pues, continuar haciéndonos preguntas que, desde el punto de vista de la sana crítica científica, no tienen sentido alguno. Por otra parte, aunque procuráramos prohibir a nuestro espíritu la investigación de lo imposible y de lo inconocible, no lo lograríamos. La curiosidad es una necesidad de nuestra naturaleza humana. Es un impulso ciego, que no obedece a regla alguna. Nuestro espíritu se infiltra en torno de las cosas del mundo exterior y en las profundidades de nosotros mismos, de manera tan irresistible y carente de razón, como explora un ratoncillo con ayuda, de sus patitas hábiles los menores detalles del sitio donde está encerrado. Es esta curiosidad quien nos fuerza a descubrir el universo. Nos arrastra irresistiblemente en su persecución por lo más desconocidos caminos. Y las montañas infranqueables se desvanecen ante ellas como el humo dispersado por el viento.