15

El dedo medio del Alien llegó a tocar la cara de Call. Ella no podía ni respirar por el pánico, ni podía alejarse del alcance de la criatura, y no sabía cuánto más podría resistir. La cosa le estaba gruñendo, aterrándola con sonidos amenazantes. Y lo peor de todo es que podía olerlo, un fétido olor entre humano y animal.

¿Cuánto podría resistir? ¿Cuánto más podría evitar el contacto de la criatura? ¿Y cuánto tiempo pasaría antes que alguien en la cabina se diera cuenta de lo que ocurría?

Repentinamente, el único propósito de Call —la cercanía de la garra— se había convertido en algo secundario, al distinguir un par de botas que aparecieron en la puerta que conducía a la cabina. Parpadeó. Botas militares. ¡Distephano!

Desde el sitio en que había entrado al puerto de carga, la estructura del estabilizador no le permitiría distinguir al Alien. ¿Acaso sabría que estaba aquí? ¿Lo habría visto en el monitor? A decir verdad, no parecía que la jodida cosa quisiera ocultarse.

De pronto, el Alien se percató de la presencia de Distephano. Call lo adivinó porque las garras que querían alcanzarla se detuvieron, y el cuerpo entero de la bestia quedó inmóvil.

Distephano entró cuidadosamente en la habitación, buscando, sin asumir nada. La luz era escasa aquí. Espeluznante. La maquinaria ocupaba la mayor parte del perímetro y las cadenas que colgaban del techo, producían un ligero tintineo que causaba escalofríos. Pero en cualquier caso, ¿dónde estaba su robot favorito?

—¿Call?— Llamó suavemente. El extraño ambiente del puerto de carga parecía requerir silencio. Precaución. —¿Call, estás aquí?-

¿Y dónde más podría estar? Se preguntó a sí mismo. No era precisamente que la hubiera pasado sin verla.

Distephano avanzó, barriendo cuidadosamente el área, metódicamente, como un buen soldado.

Al avanzar Distephano, el Alien lentamente, silenciosamente, comenzó a apartar la mano de debajo del estabilizador.

Una parte de Call sintió un tremendo alivio, pero éste fue inmediatamente sustituido por su propia programación imperativa.

Iría a por Distephano. Era cien veces más veloz, y mil veces más mortífero.

Bajo los pies de Distephano, el Betty se sacudió fuertemente, y él pudo imaginar que Vriess y Ripley luchaban con los controles, intentando forzar manualmente a la nave, para seguir una trayectoria, porque Call no estaba ahí, porque no estaba conectada.

Finalmente, Distephano detuvo su avance. Sintió un escalofrío que le recorrió la espina y se preguntó —¿Podría haber una de esas cosas aquí? ¿Podría haber atrapado a Call? ¿Qué otra cosa podría impedir que volviese a la cabina? Observó el área con desconfianza. Había ahí cientos de sitios para esconderse. Sintió un terror casi animal ante el pensamiento, pero entonces se obligó a calmarse. Él era un soldado. Un miembro de la tripulación personalmente seleccionada por el General Pérez.

Tranquilamente, casi con indiferencia, Distephano preparó su rifle.

Avanzó un paso más, deteniéndose cerca de una gran pieza de maquinaria que dominaba el área. Con la misma indiferencia, Distephano levantó el arma, listo para cualquier posible sorpresa.

Si una de esas cosas, si una de ellas está aquí en este puerto... consideró por un momento. Esas criaturas mataron a todos los hombres en mi nave. Si una de ellas está aquí, la haré volar hasta el infierno y de regreso. Tanto así les debo.

Entonces echó un vistazo a la gran máquina que se había junto a él. Ese equipo prácticamente bloqueaba su vista del resto del puerto de carga. ¡Este debe ser el estabilizador! Se percató. Esto no es el Auriga— es solo una nave pequeña. Debe haber una tonelada de piezas importantes para nuestra supervivencia. ¡Y esas cosas tienen sangre ácida!

Al concebir la idea, Distephano se detuvo. No podría dispararle. No ahí dentro. Pero podría...

Mientras Distephano calculaba todas sus opciones, cuidadosamente avanzó alrededor del estabilizador.

Call había llegado a la misma conclusión. Sangre ácida. Si Distephano le dispara a esa cosa-

Ella miró la visión de pesadilla que era la cara de la criatura. Estaba sonriendo nuevamente. La sonriente quijada del Alien goteaba una mucosa clara. Y entonces, antes que ella pudiera advertir a Distephano, atacó. Desesperada por hacer algo para ayudar, Call se apresuró a salir de su escondite.

La criatura estiró uno de sus increíblemente largos brazos, aferrando la cara de Distephano cuando éste se volvía para colocar su arma a un costado. Su grito fue un corto y gutural —¡NO!— mientras intentaba tirarse de espaldas. El rifle se le escapó de las manos, cayendo fuera de su alcance.

La enorme palma del Alien cubría la cara del soldado, pero no le impedía dejar de gritar de rabia, de sorpresa, de terror absoluto.

Cuando la enorme criatura se incorporó, aferrando a Distephano como un imán, Call pudo oír claramente el sonido del cráneo al romperse, así como sus agudos chillidos de dolor. La criatura mordió su cuero cabelludo, levantando la bóveda craneal como una almeja para devorar su cerebro y beber su sangre.

¡Eso fue deliberado! Pensó Call estupefacta. ¡Deliberado —y humano!

El Alien se volvió hacia ella, los enormes colmillos expuestos lo hacían parecerse aún más a la sonriente cara de la Muerte. Entonces, la criatura rió —una velada y espeluznante risa, mientras Call se quedaba petrificada, inmóvil.

Ripley estaba vagamente consciente que a sus espaldas, Johner intentaba reparar la manguera rota.

No puso mucha atención cuando Vriess se volvió a gritarle. —¡Pega un parche hasta el servomecanismo!

—Hey,— gritó Johner en respuesta, —se supone que ese es tu trabajo. ¡Yo solo lastimo gente!-

Ripley puso mucha más atención cuando Vriess activó el inter comunicador y gritó, —¡Call! ¡Vuelve aquí!— Sin obtener respuesta.

Aquello la estaba distrayendo. Call debía haber vuelto hacía mucho. Tenía que sentir las sacudidas que daba la nave, incluso desde el puerto de carga. La mujer sabía que era necesaria en la cabina. Y Distephano ya se había demorado mucho, también.

Entonces Ripley lo sintió. El contacto. El toque telepático de su último hijo viviente.

Se estremeció, y después se desabrochó el cinturón y se levantó de su asiento.

Tras ella, pudo oír que Vriess y Johner gritaban su nombre y que Vriess de nuevo intentaba maniobrar los controles de la nave.

Había una parte de Ripley que se daba cuenta que estaban dirigiéndose a tierra en una nave que estaba casi sin control, pero ella acalló esa parte. Eso no era importante en este momento.

En teoría, aquello era imposible, pero en ese momento en particular, el cerebro de Call no podía procesar. Ella se encontraba de pie a la sombra del Alien mutado, como un tembloroso testigo de su festín con el cerebro de Distephano, y no podía moverse, no podía pensar, no podía hacer cosa alguna para ponerse a salvo.

La enorme bestia pareció crecer ante sus ojos, pero todo lo que ella podía hacer era mirar aquella terrible cara, la materia cerebral que se atascaba entre sus dientes, y el olor metálico de la sangre en su aliento.

La criatura llegó a su lado antes que pudiera reaccionar, antes que pudiera moverse, aferrándola por los hombros y levantándola en el aire, hacia su cara. La enorme boca se abrió, los dientes se acercaron.

¿Podría hacerlo? Se preguntó horrorizada. ¿Podría devorar procesadores y micro chips? Quizá no, pero si destruía esas unidades, acabaría con ella tan eficientemente como lo haría con un cerebro orgánico.

Call cerró los ojos, e intentó evocar una plegaria final.

Casi a modo de respuesta, se escuchó un fuerte golpe cuando la puerta de la cabina se abrió súbitamente, produciendo eco en el pequeño espacio del puerto de carga.

Call escuchó una voz que decía, —¡Hey!-

La criatura se quedó inmóvil, y luego se volvió, gruñendo con sorpresa.

Ripley estaba en el quicio de la puerta, entro y cerró la puerta. Estaba muy quieta, pero firme, con las piernas ligeramente separadas, la misma pose de auto confianza que Call recordaba. Pero los ojos del robot estaban muy atentos, y pudo ver el abatimiento en la expresión de la mujer. Había pasado por tantas cosas. Era obvio que estaba en el límite de su resistencia.

Los gruñidos del Alien se suavizaron al mirar a Ripley.

Tranquilamente, la mujer le dijo a la criatura, —No puedo permitir que hagas eso.-

La gran cola de la criatura se agitó con impaciencia, y súbitamente aferró a Call contra su pecho. La pequeña mujer se halló como una suerte de escudo entre Ripley y el monstruo. Call parpadeó, intentando recobrar su instinto de conservación. Esto era algo demasiado humano para una bestia.

Ripley permanecía firme, con los ojos clavados en Call.

Debe haber algo que puedas hacer para ayudarla, pensó Call atontada, incluso en el fuerte abrazo de la criatura. De reojo, pudo ver el arma abandonada de Distephano. ¿Podría Ripley llegar hasta ella?

Estamos a una distancia prudente del estabilizador, pensó Call, pero todavía hay muchas mierdas importantes aquí... ¿Qué pasaría si Ripley despedazaba a la Criatura, regándo su sangre por todas partes? La vibración de la nave le decía que estaban entrando en la atmósfera, aproximándose a tierra. ¿Podrían lograrlo sin sufrir un daño muy severo? En ese momento no lo sabía. No sabía nada.

La cola del Alien se agitaba violentamente, y la criatura siseó, enojada. Su aliento pasaba cerca de las orejas de Call.

Los ojos de Ripley registraron rápidamente el área, distinguieron un arma militar, y luego volvieron a posarse en Call.

Ella lo sabe, se percató el robot. Por supuesto, ella ha volado naves anteriormente. Está recordando. Quizá incluso reconozca algo del equipo.

Pero entonces, la mujer alta pareció dudar.

Aquello fue como una bofetada para Call. Estaban camino a la Tierra con este monstruo en el puerto de carga. ¿Qué importaba si todos morían con tal de que el Alien fuese destruído? Pero Call sabía, instintivamente, que a Ripley no le sería fácil disparar a través de Call para matar a la bestia.

Desesperada, Call se debatió entre los brazos de la criatura, necesitando convencer a Ripley, hacerla entender.

—¡Dispara!— Gritó frenética. —¡Vamos, dispara! ¡Ya estoy acostumbrada!— No le importaba si las balas la hacían pedazos, siempre que destruyeran a la pesadilla que la aferraba. Esta había sido, después de todo, su misión ¿cierto? Salvar a la humanidad de la bestia. El recordar eso le ayudaba.

Pero Ripley parecía angustiada, y para sorpresa de Call, no parecía tener intenciones de coger el arma de Distephano.

La nave se inclinó y el trío, encerrado en aquel bizarro escenario, luchaba por mantenerse en pie.

En la cabina, Vriess manipulaba frenéticamente los controles, luchando para evitar que el Betty se hicera pedazos. Sus ojos intentaban abarcar todas las pantallas, intentaban llevar control de todo al mismo tiempo. No se atrevió siquiera a echar un vistazo al monitor, que mostraba a una de esas cosas reteniéndo a Call como rehen. No se podía permitir siquiera pensar en eso.

A su lado, Johner trabajaba tan frenéticamente como él, aferrando los controles, intentando estabilizar manualmente la desbocada nave.

Pasaron del cielo nocturno a la luz del día, con la luz del sol penetrando por las ventanas de la cabina.

—Casi tocamos tierra...— advirtió Vriess a su copiloto.

—Lo sé,— respondió Johner.

—Diez minutos para el impacto,— anunció tranquilamente la voz de la computadora del Betty. Por primera vez, Vriess se percató que era la voz de Call.

Mientras el Recién Nacido siseaba y chillaba, aferrando fuertemente el cuerpo de Call contra el suyo, Ripley se percató que la única forma en que podía matarlo era como había mencionado la pequeña mujer, tomar el arma de Distephano y disparar repetidamente a la bestia, atravesando el cuerpo del robot. Pero Ripley era tan incapaz de hacerle eso a ella, como lo fue de abandonar a Newt. No, disparar a la bestia no era la respuesta.

¿Entonces cuál era?

Ripley miró fijamente a la criatura, y luchó contra su creciente necesidad de ella. Le dolía. Todo eso dolía. Estaba tan cansada, tan exhausta, que solo quería tumbarse y morir. Oh, Dios, ¿Por qué no podía solamente tumbarse y morir?

Quizá soy un robot en realidad, pensó locamente. Un robot con una sola programación —seguir adelante, sin importar cómo. Dios, detesto esto.

El Recién Nacido gritaba su furia, sus dientes muy cerca del cabello de Call —pero no atacó. ¿Habría descubierto que Call no era humana, que no tenía un cerebro orgánico, ni hemoglobina en su sangre? ¿Habría percibido el extraño olor del cuerpo del robot Call?

Ripley tuvo un súbito recuerdo de Bishop, partido en dos por la enfurecida Reina, y supo que el Recién Nacido podía fácilmente hacer lo mismo con Call. Ripley no había podido salvar a Bishop en aquel entonces, y —puesto que Call era la única de su especie en ese preciso momento— ella sería igualmente incapaz de salvar a Call.

Tenía que hacer algo —¿No era ese su destino, una y otra vez? Con un suspiro de desánimo, Ripley mostró las manos en un gesto de rendición. Se forzó a sí misma a buscar nuevamente la conexión telepática que luchaba por disolver.

Hay algo... tenue... guardado... pero hay algo... puedo sentirlo-

Era inhumano, repelente, pero familiar de algún modo. Era todo lo que Ripley había intentado evadir. Se forzó a hacer contacto visual con la criatura, a ver directamente a los ojos que eran de su mismo color.

El contacto era frío, pero ávido. Enfurecido, y sin embargo solitario y dolorosamente triste.

El nido estaba destruido. Los otros habían muerto. El Recién Nacido estaba verdaderamente solo ahora. La única conexión que tenía con alguno de su especie era la humana que se hallaba frente a él.

Ripley comprendió eso repentinamente, y se percató que era la única carta que le quedaba por jugar.

Bien, pequeño, pensó irónicamente, yo soy la única madre que te queda.

Mantuvo sus manos en alto, como suplicando, y llenó su mente con pensamientos reconfortantes, transmitiéndolo por la conexión que existía entre ellos. Mentalmente, vio la imagen de sí misma abrazando a Newt, pequeña, rubia, dulce Newt. Vio los brazos y piernas de la niña rodeando su cuerpo, feliz, totalmente segura de que Ripley vendría a por ella. Mantuvo esta imagen en su mente, mientras murmuraba, —ven aquí, sí... ven.-

Lentamente, el Recién Nacido se tranquilizó, dejó de agitar su cola y comenzó a aflojar la presión con que aferraba a Call.

Ripley veía que Call la observaba atentamente. Pudo ver claramente la confusión en el rostro de la pequeña mujer. Call no se movió. No podía moverse. Cuando el Recién Nacido finalmente la soltó, estaba tan sorprendida, que cayó al suelo. Ripley no podía permitirse mirar a Call, intentar responder los cuestionamientos que veía en sus ojos. Solamente podía mirar al Recién Nacido, reconfortándole, pidiéndole que dejara al robot y que viniera hasta ella.

Mientras la enorme criatura se acercaba a Ripley, ella vio, de reojo, que Call se alejaba silenciosamente, a gatas

, pensó Ripley ¡Sí! Casi se distrajo por una súbita memoria en que gritaba a Newt, ¡Corre! ¡Escóndete! De haber podido, habría gritado lo mismo a Call, pero todavía estaba muy cerca al Recién Nacido.

Sin mirar a Call, Ripley le dijo suavemente, —Sal de aquí.— Entonces avanzó hacia el Recién Nacido.

—Vamos,— animó al monstruo, manteniendo los brazos abiertos.

Dos pasos, tres. El Recién Nacido ahora estaba inclinado sobre ella, casi a punto de tocarla, y Call se había alejado aún más. Ripley continuaba de pie, con los brazos abiertos, mostrando a la criatura la imagen más maternal posible. Recordó a la Reina Alien, intentando tocar a su pequeño hijo justo antes que éste le arrancara la cabeza.

¿Podría esta criatura entender un concepto como el confort? ¿La confianza?

Forzándose a mantener una imagen maternal en su mente, Ripley se mantuvo firme, ofreciendo un gesto de sumisión en su actitud, en su expresión. Contuvo el aliento cuando la criatura se acercó.

Entonces, el Recién Nacido hizo un suave sonido, como si estuviera sufriendo, como si tuviera necesidad. El sonido casi infantil dejó perpleja a Ripley, y la hizo mirar hacia arriba. La grotesca forma de calavera de su cara apenas parecía dar lugar a la emoción, pero ella pudo sentir la soledad de la criatura. Recordando sus propios gestos hacia el Recién Nacido en el nido, y la ternura que Ripley había mostrado hacia Call —el robot que había venido a matarla — se estiró, y lentamente, gentilmente, acarició la alargada cabeza del Recién Nacido.

Tras ella, todavía avanzando a gatas hacia la cabina, Call echó un vistazo atrás, horrorizada y fascinada por la interacción entre dos seres que eran mitad Alien el uno para el otro, y sin embargo, genéticamente unidos. Mientras Ripley acariciaba gentilmente la cabeza de la criatura, su larga y serpenteante lengua lamió el sudor de su frente, limpiando el rostro de Ripley.

Durante esos momentos, los ojos de Ripley miraron más allá de la criatura, incluso mientras mantenía en su mente la imagen de una amorosa madre. Directamente detrás del Recién Nacido, Ripley pudo distinguir una ventanilla de tamaño moderado, que mostraba el cielo nocturno Australiano, tornándose en amanecer mientras la nave se alejaba del punto de colisión y se acercaba a tierra.

Ripley continuaba acariciando la cabeza del Recién Nacido, deslizando su mano tiernamente sobre los bordes oculares, hacia la mandíbula, hacia la barbilla. Los labios de la criatura se retrajeron automáticamente, en aquel rictus mortal que le era tan familiar. Sus dedos tocaron los múltiples dientes, con cuidado. Todavía mirando su rostro, el Recién Nacido abrió la boca, permitiendo a Ripley aquella curiosa auscultación de sus dientes mitad humanos, mitad Alien.

Lentamente, Ripley deslizó la palma sobre el borde de los dientes del monstruo, presionando firmemente, sin siquiera permitirse parpadear.

Cuando retiró la mano y la miró, su palma estaba llena de su espesa y roja sangre. Su sangre. Sangre humana. Principalmente.

Sus ojos se clavaron en el rostro del Recién Nacido, todavía en calma, su mente aún controlada. Con un súbito gesto, agitó el brazo, dirigiendo la palma llena de sangre directamente a la ventana.

La salpicadura de sangre golpeó directamente el centro de la ventana, dejando una mancha. Al principio no hubo reacción alguna, pero entonces, segundos después, la ventana comenzó a sisear donde la sangre había caído. Luego comenzó a humear. Comenzó a derretirse.

En su mente, a través del frágil vínculo, Ripley pudo sentir el cambio en la actitud del Recién Nacido. La sensación de una confianza infantil, la terrible soledad, se había esfumado. En su lugar había solo una sensación: ¡Traición!

Inmediatamente, la criatura se enderezó, siseando, advirtiendo.

El Recién Nacido observó el gesto desafiante de Ripley con sorpresa. Lo único en que tenía interés en aquel preciso instante, era en la lenta y dolorosa muerte de este ser traidor que se hallaba de pie ante él. Aunque el lugar en que se hallaban temblaba y vibraba, aunque el Recién Nacido sospechara que estaban en grave peligro, aquello no importaba. El Recién Nacido no se distraería.

Llegó hasta su víctima y contemplo el regocijo que sentiría cuando sus dientes rompieran su débil cráneo. El Recién Nacido devoraría lentamente su cerebro, saboreándolo, y se preguntaba si podría absorber los recuerdos de Ripley al hacerlo. Sería maravilloso que la sangre de Ripley saciara esta ardiente y eterna avidez.

Pero entonces el contacto se inició, y el Recién Nacido sintió la rendición de Ripley, sintió su amor, sintió la soledad de la humana, y su actitud cambió.

¿Sería posible que la humana lo estuviera aceptando?

¿Sería posible que Ripley reconociera de una vez que su vínculo era más profundo? ¿Podría la humana saber cuánto necesitaba el Recién Nacido que lo reconfortaran? ¿Podría saber cuánto necesitaba que confiaran en él?

El Recién Nacido permitió el contacto. Dejando fluir sus emociones, regocijándose ante el contacto maternal. Era definitivo, su madre lo aceptaba.

Ripley acarició su rostro, sus bordes oculares, bajando hasta su mandíbula. El Recién Nacido permitió aquella curiosa auscultación. Su necesidad de su madre era mayor que su rabia. No significaba nada. Significaba todo.

Súbitamente Ripley presionó su mano contra los dientes del Recién Nacido, para después agitar la mano y salpicar una ventana con su sangre.

El Recién Nacido lo supo entonces. ¡Traición!

Ripley se quedó petrificada, intentando disfrazar el miedo en su rostro.

El Recién Nacido abrió su enorme boca, y su suave y humana lengua —la misma lengua con que había limpiado tan tiernamente a Ripley, la lengua que hacía a esta criatura tan diferente a todas las demás que había procreado la Reina— se deslizó obscenamente al exterior. Ripley observó, con enfermiza angustia, que la lengua se endurecía, se ponía rígida, justo como la de sus congéneres. Mientras la lengua cambiaba de forma, unos pequeños y afilados dientes aparecieron en su punta, abriéndose y cerrándose como para probar sus nuevas habilidades.

Ripley gimió. El Recién Nacido se inclinó sobre ella, listo para proyectar su lengua rígida contra su cráneo. La mujer no podía permitirse siquiera cerrar los ojos al mirar, con hórrida fascinación, la metamorfosis de la criatura.

¡Oh, Dios ayúdame! Pensó Ripley, notando que aquella había sido la primera plegaria que hacía en esta vida.

Los pequeños dientes rechinaron, y una clara mucosa goteaba de ellos. La lengua se movió, se acercó a su cara-

La mujer temblaba incontrolablemente, pero no podía reaccionar, pues sabía que aquello provocaría el ataque de la criatura.

De una forma distante, más allá del hombro del Recién Nacido, Ripley pudo ver que Call gateaba por el suelo, llegando finalmente hasta donde yacía el arma de Distephano. Entonces levantó la vista-

Para ver la ventana que estaba justo detrás del Recién Nacido. En su centro, la sangre que había arrojado burbujeaba y derretía el material, llenando el aire con esa esencia singular de plástico quemado. Supuso que estaban en la estratosfera. Casi habían llegado a casa.

Ripley miraba fascinada la ventana, consciente que el mantener su vista fija en ella, la distraería de percibir los rechinantes dientes que se dirigían hacia su cara.

Entonces, en su mente, la imagen de sí misma abrazando a Newt cambió-

Había recuerdos. De caos inesperado. Los guerreros gritaban y morían. Y había fuego. Y ella misma, Ripley, se apostaba firmemente, cargando a su pequeña en brazos.

Causando muerte y destrucción en el nido.

El Recién Nacido se acercó, listo para el beso final —y se sorprendió enormemente por el cambio en el contacto mental. No había sumisión en Ripley ahora, ni miedo, ni remordimiento. ¡Solo desafío! El recuerdo de su destrucción del nido fue transmitido a través del vínculo telepático, enfureciendo al Recién Nacido. Sintiéndose burlado.

El Recién Nacido rugió antes de atacar, entonces-

Hubo un fuerte sonido y un fuerte tirón que lo hizo trastabillar, como si el Recién Nacido fuese jalado por una fuerza invisible. El tirón se hizo más fuerte, hasta que el Recién Nacido fue jalado hacia atrás, hacia atrás, lejos de la traidora. ¡La criatura no comprendía! ¿Cómo podía ocurrir aquello?

El Recién Nacido gritó enfurecido, mientras Ripley se alejaba de su alcance. La bestia retrocedía más y más rápidamente, y entonces se estrelló contra algo duro, algo que lo retenía, que lo mantenía adherido. Rugiendo de furia, se estiró ferozmente para avanzar hacia Ripley con sus garras. El Recién Nacido no podía creer que estuviera atrapado, especialmente ahora que estaba tan cerca de la traidora.

Hubo una súbita explosión cuando la estructura de la ventana cedió al ácido que la derretía, y los pequeños objetos del lugar se precipitaron hacia el agujero que se había formado, atraídos por la succión del vacío exterior.

Ripley vio que Call reaccionaba inmediatamente, sosteniéndose de algunas de las cadenas y poleas que colgaban del techo, enredándose en ellas y asegurando su posición.

Docenas de pequeños objetos eran absorbidos por el agujero, donde la sangre ácida de Ripley continuaba derritiendo los bordes. El agujero se hizo más grande, y la fuerza de descompresión se incrementó enormemente. Incluso mientras el Recién Nacido era jalado hacia atrás, sus brazos se estiraban, intentando alcanzar a Ripley, hasta que llegó y cubrió el agujero de la ventana con su cuerpo, al mismo tiempo que Call intentaba alcanzar a Ripley para asegurarla con más poleas para evitar que saliera disparada.

El Recién Nacido golpeó la ventana fuertemente, y gritó con furia y dolor mientras su cuerpo era retenido por la fuerza de la rugiente atmósfera.

El repentino cese de la descompresión, hizo que Ripley cayera al suelo, lejos del alcance de Call. El robot tendió la mano y gritó, —¡VAMOS!— Mientras Ripley gateaba para llegar a ella.

El Recién Nacido luchaba por separarse de aquella terrible sensación, su tremenda fuerza le permitió, de hecho, alejarse un paso del agujero en la ventana, y el efecto de esa nueva descompresión jaló ahora a Ripley hacia él.

La feroz lucha de la criatura se incrementó mientras intentaba alcanzar a su progenitora. Pero toda su rabia era inútil contra el poder de la rugiente atmósfera. Ripley pudo sentir la creciente fatiga de la bestia, su confusión, y se percató que por primera vez en su corta existencia, el Recién Nacido estaba realmente asustado.

¿Temeroso de morir? Pensó Ripley. ¡Bueno, acostúmbrate a la idea!

Ella comenzó a reír y se preguntó por qué hallaba graciosas las cosas más extrañas.

Entonces, finalmente, el Recién Nacido perdió en su ferviente lucha contra la fuerza de descompresión, y fue jalado nuevamente al, ahora más grande agujero, con un fuerte golpe. El impacto rompió la piel de la criatura, y Ripley pudo ver que su sangre ácida se precipitaba hacia fuera.

El grito insectil del monstruo le hizo temblar hasta los huesos, y Ripley profirió un agudo lamento de dolor propio, mientras intentaba alcanzar a Call, como si el llegar hasta ella fuera la única forma en que podía aferrarse a su propia humanidad.

Era verdad; Call era solo un robot. Pero el propósito original del programa de todo robot era el de utilizar a los androides para los sitios que eran más peligrosos para los seres humanos. La única razón de su existencia era salvar las vidas de la gente real.

A través de los años, le llegó el susurro de un recuerdo...

Prefiero el término ‘persona artificial.’

No puedo mentirles sobre sus posibilidades... pero tenéis mis condolencias.

Bishop y Ash— solo robots. Uno de ellos casi sacrificó su propia vida para salvarla a ella y a la niña. El otro, felizmente la habría matado por interferir con sus planes...

Ripley cerró los ojos ante los confusos recuerdos que se intercalaban en su mente, con tanta fuerza, que no podía pensar.

Al principio, el Recién nacido fue consciente del inexorable, terrible vacío, que lo jalaba lejos de Ripley, la traidora criatura que él estaba determinado a destruir. Pero entonces, golpeó la ventana y sintió el ardiente y congelante frió de la succión. La piel de su espalda y riñones comenzó a solidificarse, entonces, súbitamente explotó y fue succionada en una terrible explosión de tejidos y sangre. La criatura gritó agónicamente, —una inexplicable humedad goteaba de sus ojos— en agonía, mientras su sangre mitad ácida, sus órganos y entrañas volaban al espacio, congelándose casi inmediatamente, pero estando aún en dentro del cuerpo de la criatura.

En realidad estaba muerto, pero su cerebro no aceptaría eso. En una lucha desesperada de supervivencia, el Recién Nacido estampó su palma contra el cristal, luchando por zafarse de la succión. Pero el agujero ya se había agrandado por efecto de la sangre ácida de Ripley —la misma que corría por sus venas— que lo había consumido. Pero la lucha del Recién Nacido fue inútil, su brazo fue inmediatamente succionado, congelándose y rompiéndose hasta el hombro, al mismo tiempo.

El Recién Nacido tenía los ojos muy abiertos de terror y anegados por la extraña humedad, e indefenso, se volvió hacia Ripley. No podía hablar — y aunque pudiera, ya sabía que su madre no lo escucharía— solo podía gritar, pero seguramente aquel ser comprendería lo que quería. ¿Cómo podía la propia madre del Recién Nacido verlo morir y no ayudarle?

Así que, clavó su mirada en Ripley, y le imploró... le suplicó.

¡MÁTAME!¡MADRE, MÁTAME POR EL AMOR DE DIOS! ¡MÁTAME MADRE!

En la cabina, Vriess observó que se acercaban más y más a tierra y luchaba con los controles de la nave. La cuenta regresiva continuaba anunciándose con la voz de Call, recordándole en cada segundo, que ella todavía no estaba ahí, que Ripley no había vuelto, que él estaba solo en esta terrible lucha por controlar los sistemas de la vieja nave. Solo. Inadecuado. Tullido. No podía controlar al Betty, que ahora se precipitaba velozmente a tierra.

Súbitamente, Johner se arrojó a la silla que Ripley había dejado vacía, y envolvió con su manazas, las propias manos de Vriess, añadiendo su propia fuerza a la del mecánico con un esfuerzo brutal. Juntos, pudieron accionar la palanca que estabilizaba la nave.

Cuando la terrible succión se detuvo al golpear la ventana el Recién Nacido, Ripley jadeó, exhausta. Podía oír a Call llamándole, pero apenas si podía pensar, o reaccionar, o intentar salvarse. Call intentaba alcanzarla con un brazo, mientras colgaba de las poleas. Lentamente, Ripley se forzó a sí misma a gatear hacia la pequeña mujer.

Los gritos del Recién Nacido se hicieron más fuertes, más agudos —subiendo en la escala hacia la histeria. La criatura manoteaba desesperadamente el aire, y su cara, sus ojos estaban anegados de llanto por el profundo dolor. Ripley intentó apartar la vista, pero le era imposible hacer oídos sordos sin sentir dolor por la destrucción de la criatura.

El Recién Nacido la miró directo a los ojos, gritando como un chiquillo, dolorosamente.

Ella sacudió la cabeza. Su último y terrible hijo. Necesitaba asegurarse. Necesitaba verlo.

Sintió que los dedos de Call se entrelazaban en los suyos, aferrándola lo más fuertemente posible, y entonces el robot la amarró con una suerte de correa, rodeando su cintura, su pecho, pero ella era incapaz de apartar los ojos de la gimiente y desesperada criatura que estaba genéticamente conectada a ella. Ripley sollozó, mientras el Recién Nacido intentaba alcanzarla con un brazo, con sus ojos suplicando que lo ayudara.

Todo terminará aquí, le dijo Ripley a la criatura. Todo el dolor. Para siempre. No habrá más reencarnaciones.

El Recién Nacido gemía atormentado. Sus lágrimas hicieron un agujero en el corazón de Ripley.

Bien, pensó ella, como si intentara aliviar el dolor de la criatura, no tomará mucho, tranquilízate.

Con un súbito tirón, el brazo extendido de la criatura fue succionado al interior del cuerpo de la criatura, los huesos, volaron a través del agujero hacia el vacío. El Recién Nacido suplicaba, agonizante. Entonces su abdomen explotó, y sus entrañas se proyectaron y se contrajeron, escapando por el agujero de la ventana.

Su penetrante grito lastimó el cerebro de Ripley, golpeándolo como una corriente eléctrica. Ella sollozaba, intentando taparse las orejas, intentando bloquear el agudo llanto que la torturaba. Gritó a la par del Recién Nacido y el sonido la apuñaló como cien cuchillos. Ripley podía sentir la cálida y espesa humedad de su propia sangre en las manos, chorreando por sus orejas. Se puso de rodillas, llorando a lágrima viva, mientras Call intentaba aferrarla, usando toda la fuerza que tenía el robot, como para salvar a Ripley de este último ataque.

Mientras las dos mujeres observaban con enfermizo terror, una de las piernas del Recién Nacido se retrajo al interior de su cuerpo, desapareciendo por su espalda y proyectándose al espacio.

Entonces, la otra pierna de la criatura se contrajo tan rápidamente, que Ripley temió que el ventanal no resistiría mucho más, pero simplemente no podía apartar los ojos del desmembrado Recién Nacido. La criatura volvió a mirarla cuando su otro brazo se fracturó en múltiples partes y fue absorbido. La cabeza se hundió en su distorsionado cuerpo.

¡Oh Dios dime que estás muerto! ¡Tienes que estar muerto, por favor! Ripley suplicaba que aquello fuera verdad, pero los vívidos ojos de la criatura decían lo contrario. Sus pulmones ya habían desaparecido, y finalmente había cesado el terrible llanto y los gritos, pero su boca continuaba moviéndose, los dientes se abrían y cerraban. Ripley sabía que el Recién Nacido estaba aún conectada con ella.

Y que en silencio, suplicaba, Ayúdame. Ayúdame.

Entonces, súbitamente, con un tirón final, la piel de la criatura se partió, desvelando los restos de su cuerpo mutilado, y la piel se contrajo como una lona, hacia dentro para salir disparada al espacio. Ripley pudo ver los dedos de una mano todavía tanteando, intentando convencerla para ayudarle con un gesto de suplica que fue absolutamente humano.

Debo salir de aquí, pensó temiendo que perdería la cordura si no lo hacía. Tengo que salir de aquí —pero esos ojos, esos malditos ojos que eran idénticos a los suyos, que estaban aún vivos... Ripley se sentía atrapada por ellos.

Y entonces comprendió. El Recién Nacido no había sido obra de la Reina. Había sido su hijo. Un hijo creado por los codiciosos humanos, y él no era responsable de su existencia. La única responsable era ella. Ripley. Y su agonía fue infinita. Su dolor fue total. Y comprendió que ese dolor la seguiría hasta el final, en todas sus encarnaciones. Y lloró por su pequeño.

Aún cuando la nave daba tumbos y vibraba, la destrucción de la criatura, pedazo a pedazo, continuaba. Todo sucedía con mayor rapidez ahora, mientras los restos de piel se pelaban del cráneo de la criatura y se proyectaban al vacío. Ripley se asombró de percatarse que intentaba tapar los ojos de Call, como si quisiera evitar que una niña mirara una escena tan horrible. Pero ambas observaban, incapaces de apartar los ojos.

Ripley sintió que el débil vínculo telepático intentaba una última suplica para llamar su atención. Estremecida por el dolor de la criatura, Ripley le suplicó. ¡Perdóname! ¡Por el amor de Dios, hijo...PERDONAME! Y sintió que una parte de sí misma moría también.

La cabeza del Recién Nacido se contrajo con un fuerte tirón, y finalmente, piadosamente, el cráneo fue succionado y desapareció en el espacio.

¡Dios santo! ¡Gracias! ¡Gracias a Dios ha dejado de sufrir! Pensó Ripley, con el único deseo de caer al suelo y llorar para toda la vida. Pero no había tiempo para eso. La descompresión volvió, succionando todo hacia los restos de la ventana. Súbitamente, las mujeres se hallaron de nuevo entre un túnel de viento, mientras el vacío luchaba por jalarlas para correr la misma suerte del Recién Nacido.

Las dos mujeres se aferraron una a la otra, luchando contra la terrible succión.

—¡No lo lograremos!— Gritó Johner, todavía batallando con los controles. El suelo estaba ya muy cerca. La descompresión en el puerto de carga los proyectaba como un avión de papel.

—¡Oh, sí que lo lograremos!— bufó Vriess, luchando por su parte.

La voz de Call mantenía una entonación asquerosamente calma, contando los segundos restantes para el impacto.

Mientras la nave temblaba, vibraba y se precipitaba a tierra, en el puerto de carga la maquinaria se desplazaba lenta pero peligrosamente hacia la ventana. Ripley y Call se abrazaban fuertemente. Al mismo tiempo, Call continuaba atando correas alrededor de ambas para mayor seguridad. Ripley apenas se percataba de ello.

Dentro de ella, a pesar de su pena, a pesar del hecho de que probablemente iban a morir, Ripley se sorprendió por calma que sintió de pronto. Recordó el aterrizaje del Sulaco y el violento de descenso hacia Hadley’s Hope. Recordó a Hicks, que dormía como si aquello fuera un crucero de placer, y aquello la hizo sonreír. Se aferró a Call, intentando poder compartir la imagen, comprartir su tranquilidad.

Nada importaba ahora. La Tierra estaba a salvo. Todos ellos estaban muertos. Todos. Y ella los había vencido, aunque fuese por un tiempo solamente.

—¡Ahora sí! ¡Llegó el momento!— Gritó Johner.

—He dicho que vamos a lograrlo,— protestó Vriess, mientras ambos estaban aferrados a los controles.

Sin advertencia, la nave dio una sacudida final, y luego se estabilizó. Ripley sintió la ráfaga de aire fresco soplar al interior del puerto, haciendo volar papeles, solo que ahora la ráfaga soplaba al interior, y no succionando todo al vacío.

Parpadeó al sentir el frío y fuerte viento, y miró hacia la ventana. El agujero derretido no mostraba evidencia alguna de su trágica víctima. Todo lo que se podía ver era un cielo azul, y algunas nubes dispersas.

Hubo una quietud sobrenatural, y Ripley sintió como si se disolviera. La muerte del Recién Nacido había consumido los restos de su flaqueante fuerza. Ya no quedaba nada. Estaba en el límite del colapso.

Pero Call la animó, —Lo lograste,— susurró. —Lo mataste.-

—¿Lo hice?— se preguntaba Ripley, más para sí misma.

—Sí. Lo hiciste. Es historia.-

—Bien.— Dijo Ripley sin mirarla. —Eso está muy bien.-

Call añadió. —Quizá ahora podamos tener sueños agradables ¿eh?-

Ripley intentó sonreír. —Estaremos bien.-

—Sí,— respondió Call, —¡Sí que lo estaremos!-

Ripley escuchó las voces provenientes de la cabina. Los gritos eran los jubilosos festejos de triunfo de Vriess, obviamente riendo, con un tremendo alivio, y llamando, —¿Call? ¿Ripley? ¿Estáis bien? Podemos veros pero...-

Ripley asintió y, cansadamente, posó su mejilla contra la cabeza de Call.

En la cabina, ambos hombres suspiraban aliviados y felices. Johner se levantó de su asiento, aferrando y volviendo la cabeza de Vriess, le dio un sonoro beso en la boca.

—¡Sí!— Festejó Johner. —¡Hemos domado a este cachorro! Aterricemos ahora.-

Vriess asintió rápidamente, sonriendo como un tonto.

Entonces se detuvo, miró en derredor de la cabina, y suspiró. Echando una nerviosa mirada a Johner, le preguntó en voz baja, —¿Y, cómo la aterrizamos?-