QUINTA PARTE

Todo este tiempo, se había preocupado por su falta de sentimientos, su falta de humanidad. Y de pronto, se hallaba inundada con sentimientos, ahogada en ellos.

Dolor. Horror. Disgusto. Remordimiento. Una pena desoladora.

Los otros se quedaron en la puerta, confundidos, pero claramente dispuestos a no seguir sin ella.

Ripley se hallaba en el interior de una habitación llena de incubadoras. No, no incubadoras, ya no.

Unidades de preservación. Contenedores de almacenaje de alta tecnología. Para mis hermanas.

La primer unidad contenía un organismo de la talla de un feto humano completamente desarrollado. Estaba totalmente deformado, apenas reconocible, flotando en su líquido preservativo. Estaba etiquetado con el Número 1.

No, no —eso,— se dijo Ripley, ella. Tocó el contenedor reverentemente, y siguió avanzando.

La siguiente unidad, etiquetada con el Número 2 contenía también un ser del tamaño de un pequeño niño. Éste también estaba severamente deformado, mitad Alien y mitad humano. Los ojos de Ellen Ripley se distinguían en esa terrible y alargada cabeza. Había tubos dorsales emergiendo de su espalda. Ripley se tocó los hombros, sintiéndo las cicatrices a los lados de su espina.

La Número 3 tenía cola y no tenía rostro. Tenía alrededor de dos años de edad.

La Número 4 tendría aproximadamente cuatro años de edad; tenía un exosqueleto, y la rígida y dentada lengua emergiendo de una cabeza, mitad humana, que no podía sostenerla.

Algo caía de los ojos de Ripley; se tocó la mejilla. Humedad. ¿Lágrimas? ¿De un monstruo? Casi rió.

La Número 5 había casi alcanzado la edad adulta. Tenía tubos dorsales, pero eran claramente residuales. La cabeza era completamente Alien, la cabeza de una Reina, grotescamente engarzada en una retorcida versión de cuerpo femenino.

Las lágrimas corrían ahora libremente.

Ocho de nosotras. Pero ¿cuántos cientos, cuántos miles de células fueron iniciadas y que nunca llegaron más allá de la etapa de división en ocho, o en dieciséis? Supongo que únicamente nos etiquetaban si habíamos alcanzado un cierto grado de desarrollo avanzado.

Pensó en todos los investigadores trabajando con sus células, manipulándolas, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Todos ellos ahora estaban muertos, abatidos por sus propias maquinaciones. Eso no la hizo sentir mejor.

Llegó hasta la Número 6. Su rostro, nuevamente estaba coronado con aquella bizarra y alargada cabeza, pero era casi adulta, y se parecía tanto a ella. Sus manos eran las mismas que las suyas, con las mismas extrañas y largas uñas. Los ojos estaban abiertos. Sus ojos. Viendo-

¿Qué? ¿Mi futuro? ¿A otro monstruo más de la colección?

Siguió avanzando, en un mundo de pesadilla que era todo suyo.

El Número 7 no estaba escrito en una unidad de preservación, sino al costado de una larga, cuadrada y opaca unidad. Ripley distinguió cables eléctricos que entraban en ella. Vio pautas registrando — algo.

Su sensación de angustia era abrasadora cuando caminó rodeando la unidad.

¡No es en absoluto un contenedor! Es una UCI, completa con su hidro-cama, y todo el equipo necesario para...

Comenzó a temblar violentamente, con la boca abierta, con los ojos muy abiertos por el terror.

Sobre la cama había un organismo viviente. Si es que se le podía llamar vida a lo que el organismo experimentaba.

El monstruo tenía la cara de Ripley en una abultada cabeza en la que crecían solo unos mechones de ondulado cabello castaño. Las torcidas extremidades estaban encadenadas, sosteniendo firmemente, incluso con las miríadas de tubos que alimentaban al ser de nutrientes saliendo de sus brazos, manteniendo viva la cosa. Unos inteligentes y brillantes ojos humanos miraron a Ripley, observándola. Reconociéndola

¡Mi hermana! Pensó Ripley estupefacta.

La boca de la criatura se abrió y mostró unos dientes acerados en su interior. Unas hebras de mucosa clara resbalaron de su boca cuando el monstruo siseó al reconocerla.

Entonces suplicó. Una palabra. ¡Mátame! Rogó a la única criatura en todo el universo que sabía que le podía conceder su deseo. Los ojos humanos en el rostro de Ripley de la criatura se humedecieron, unas enormes y pegajosas lágrimas corrieron por su rostro. El monstruo se revolvió en sus cadenas, como para suplicar, implorar.

Ripley retrocedió temblando, asqueada. Profirió un suave gemido, y sollozó incontrolablemente. Entonces, Call llegó a su lado. Sostenía algo grande, algo vagamente familiar.

—Es un lanzallamas,— dijo Call suavemente. —Distephano lo encontró en un compartimiento de armas que conocía.-

Ripley miró el arma, parpadeando para alejar las lágrimas. Le era familiar, se percató. Se volvió, echando una última mirada a su hermana. El monstruo en la cama le devolvió la mirada, abriendo su obscena boca, dejando escapar hilos de pegajosa saliva sobre su barbilla, las ropas de cama. Sus ojos decían todo lo que su torturado cerebro no podía.

Ripley cargó el arma de forma automática, y disparó sobre la torturada figura. Hizo oídos sordos a los horribles gritos mitad Alien mitad humanos que profería, mientras disparaba el arma una vez, y otra, y otra, derritiendo la unidad, los tubos, las cadenas, demoliéndolo todo.

Comenzó a alejarse, el arma en sus manos se sentía bien, se sentía perfecta. Disparó otra vez, dirigiendo su ráfaga de fuego sobre cada unidad de almacenaje en cada tiro. Las alarmas sonaron, y la nave intentó defenderse de la agresión, pero parecía que no había agua disponible en el sistema de rociadores, y la ráfaga destructiva de Ripley pasó inadvertida. Una por una, las unidades explotaron en una mezcla ardiente de líquido y cristal plastificado, mientras ella continuaba retrocediendo del lugar donde la habían desarrollado.

Se detuvo solamente cuando el laboratorio se convirtió en un ardiente y revuelto desastre y cuando el arma estuvo vacía. Ripley arrojó el lanzallamas al interior de la habitación, luego dio un portazo para cerrar la puerta y contener el fuego dentro.

Las lágrimas habían desaparecido, en su lugar había algo mucho más mortífero.

Se volvió hacia Wren.

Mirando desesperadamente en derredor, retrocedió, buscando protección. Pero los otros, al haber visto una pizca del infierno de ella, se apartaron de él, haciéndole saber que no habría ayuda para él. Solamente Call intercedió cuando Ripley avanzó hacia el doctor.

—Ripley... no lo hagas,— dijo Call suavemente.

Ella congeló su avance, entonces la envolvió un increíble hastío. Bajó la cabeza hacia el doctor. —¿Que no haga qué?— Murmuró desoladamente.

La tensión se disipó del callado grupo. Wren exhaló audiblemente, y tuvo de hecho el temple de sonreír ligeramente.

En ese instante, Call se puso en puntillas frente a él y le dio un fuerte puñetazo, justo bajo la mandíbula, con toda la fuerza acumulada en su pequeño cuerpo.

La cabeza de Wren se proyectó hacia atrás, y cayó de golpe a los pies de Ripley.

Ripley buscó y halló la mirada de la pequeña mujer y algo pasó entre ellas, alguna conexión. No podía decir exactamente lo que era.

—No hagas eso,— dijo Call, refiriéndose al derechazo que ahora le hacía doler la mano. Call comenzó a andar por el corredor sin echar un segundo vistazo al dolorido científico.

Ripley lo miró en el suelo. Su mano estaba sobre su mandíbula, estaba sacudiendo la cabeza. Christie se inclinó sobre él, como si temiera que una vez derribado, Ripley pudiera terminar el trabajo.

—Lo tenía merecido, Doc,— le dijo Christie en tono severo.

Aquello casi hizo reír a Ripley. Tomó de nuevo el arma que llevaba y se movió para seguir a Call.

Detrás de ella, pudo oír a Johner, quien se había quedado mirando el laboratorio en llamas, preguntando a Christie, —¿Cuál es el problema? Es un jodido desperdicio de municiones.-

Christie solo se encogió de hombros, mientras ayudaba a Wren a ponerse en pie.

Delante de ellos, Call los apuró —Prosigamos antes que algo venga a verificar la causa del ruido.-

Johner todavía hablaba con Christie. —No lo entiendo. Debe ser cosa de mujeres.-

Al haber dejado atrás el complejo de laboratorios, se hallaron en la oscuridad mientras Distephano abría una escotilla en el suelo. Había una luz de emergencia allá abajo, se percató Christie, pero no era lo suficientemente brillante para ver toda la extensión del conducto.

—Bajaremos a partir de aquí,— dijo Distephano innecesariamente.

Christie se volvió hacia el hombre de la silla de ruedas. —Vriess, debemos dejar la silla.-

—Lo sé,— dijo el hombre cansadamente, sacando tramos de cuerda de algunos escondrijos en la silla.

Al bajar Call, siguiendo a varios de los otros, Christie le dijo a Vriess, —maniobra Kawlang, ¿de acuerdo?-

Vriess soltó una corta y amarga risotada. —Justo como en los viejos tiempos...-

Christie sonrió a su vez. Habían pensado que era su fin entonces. Habían pensado que aquello había sido el peor horror que habrían de enfrentar...

Ahora, de pie en el corredor del Auriga, Christie pensaba que Kawlang parecía un día en el campo.

Al saltar del último peldaño de la escalera al fondo del conducto, Call se encontró en el interior de la torre de enfriamiento. Se encontraba mojada hasta las rodillas de agua y se preguntaba por qué. Distephano y Johner se habían adelantado y se hallaban espalda con espalda parados en agua, con las armas listas, verificando todo. Le indicaron silenciosamente a Call que se aproximara para que los otros bajaran de la escalera.

Call se aproximó hacia el fondo de aquella habitación, donde se hallaba de pie Ripley. La alta mujer miraba sus manos, que todavía temblaban mucho por el incidente en el laboratorio. Su rostro era la imagen del dolor. Sus ojos estaban rojos. Verla así enfadó a Call. Se había estado diciendo una y otra vez que Ripley no era humana, que en verdad no tenía sentimiento alguno. Y ahora estaba enfrentando la realidad. Ripley era tan humana como la misma Call. Podía sentir, de hecho, demasiado.

Call se detuvo a su lado, sintiéndose abochornada, no obstante, sintiendo deseos de decir algo. —Yo... yo no puedo imaginar como debes sentirte.-

Ripley la miró sombríamente. —No, no puedes.-

Call le dio la espalda, estudiando los alrededores. La oscura cámara de aire enfriador estaba inundada, el nivel del agua subía. El agua caía en cascada desde el techo, de los tubos enfriadores. El grupo ya estaba todo reunido de nuevo. A la señal de Christie, todos avanzaron, caminando, hasta las rodillas en agua.

Todos estaban aún en hiper alerta. Aquello los extenuaba: la necesidad de estar constantemente alerta, la falta de descanso. Call podía ver la tensión en Johner, Hillard, el crispado Purvis. El fuerte cuerpo de Christie avanzaba firmemente a través del agua a pesar de que llevaba a Vriess sobre su espalda. Estaban lomo a lomo, el hombre paralizado estaba de hecho atado a la espalda de Christie con las cuerdas que había encontrado en su silla. Vriess también inspeccionaba el techo.

—Deben ser los tanques enfriadores,— dijo Vriess. —Alguien debió haber abierto la válvula.-

—No pudieron hacerlo esos asquerosos,— dijo Johner, dudando después. —¿O sí?-

Hillard parecía confundida. —¿Para qué...?-

Continuaron avanzando, moviéndose lentamente.

Hicieron alto al llegar a un muro. Había una pequeña escotilla con una escalera que bajaba hacia un último nivel. La escotilla estaba aún abierta, pero estaba casi totalmente sumergida.

—Estamos en el fondo de la nave,— les dijo Wren. —Este sector ha sido violado. Debemos bajar por aquella escalerilla que llega a la cocina, después pasar por otra escotilla de servicio, quizá sean unos veinticinco metros.-

Call se percató que eso significaba veinticinco metros bajo el agua.

Christie echó un vistazo de costado y le dijo a Vriess, —¿Estás listo para mojarte, camarada?-

Vriess ladró algo que parecía una risotada. —Oh, sí.-

Johner miró en derredor. —Esto apesta.-

Hillard se volvió hacia Wren. —¿Está seguro de la distancia?-

El doctor asintió.

Christie se veía indeciso. —Debemos enviar un explorador. ¿Ripley?-

Call desaprobaba la idea de Christie. Pero Ripley se aproximó hacia la escotilla y miró hacia abajo.

—No me gusta,— dijo suavemente.

Christie concordó con ella. —No hay nada para gustarnos.-

Entonces, de forma fatalista, Ripley se encogió de hombros, con un gesto absorto. —¡De acuerdo!— anunció, tomando una bocanada de aire y sumergiéndose limpiamente bajo el agua.

Los tanques debieron secarse al fin, porque la cascada de agua remitió hacia un chorro, y después un goteo.

Nadie decía nada, ni se movían, solo observaron la escotilla por donde Ripley había desaparecido. ¿Cuánto tiempo podría una persona contener la respiración?

De pie cerca de Call, Distephano tomó una cubierta protectora de un compartimiento en su cinturón y la deslizó sobre el cilindro de su arma.

Christie lo observaba. —Deberíais hacer lo mismo— les dijo al enorme hombre y a su hermano siamés.

Christie le mostró sus armas. —Estas son desechables. Pueden soportarlo.-

Distephano parecía interesado. —Desechables. He oído sobre esas. ¿Cuántos tiros?-

—Veinte,— dijo Christie. De pronto el pirata y el soldado eran solo dos hombres hablando de un interés en común. —de puntas hendidas, que hacen un enorme agujero incluso con el calibre más pequeño.-

Distephano asentía admirado. —Genial.-

Christie continuó, como si la charla le ayudase a relajarse de la horrible tensión. Son muy buenas para quien las usa. Porque puedes deshacerte de ellas cuando has terminado. A nadie le gusta deshacerse de una arma a la que se está atado, ¿sabes?-

Fue entonces cuando el enorme hombre debió haberse percatado que no, Distephano no lo sabía, y había ido ya demasiado lejos. Este era un soldado de carrera. Seguramente con toda aquella cantinela sobre patriotismo.

Un embarazoso silencio los embargó. Los hombres no tenían nada más que decir. Vriess, desde su percha en la espalda de Christie, se ocupaba de inspeccionar el techo.

El único ruido que Call podía oír ahora eran los goteos del agua. Estaba nerviosa por la larga ausencia de Ripley y metió una mano en el agua fría para rociarse la frente.

De pronto, a sus espaldas, se elevo una erupción de burbujas a la superficie del agua. Todos se volvieron, tensos y apuntando las armas sobre las burbujas. Los segundos pasaban. La última burbuja reventó, pero no sucedió nada más. Todos se volvieron de nuevo hacia la escotilla.

Repentinamente, Ripley emergió del agua frente a ellos. Todos brincaron. Estaba aspirando aire frenéticamente.

Cuando recobró finalmente la voz, jadeó, —Había una puerta bloqueada a unos veinte metros adelante. Me llevó un tiempo abrirla. No seguí más allá, pero puedo decir que la superficie está realmente cerca.-

Call miró en derredor hacia los otros. —¿Debo decir que toméis una buena bocanada de aire?— Algunos de ellos le sonrieron.

—Christie,— dijo Vriess para fastidiar, —hazme un favor. Cuando lleguemos a la superficie del otro lado — nada de nadar de espaldas, ¿vale?-

El enorme hombre rió, y todo el grupo aspiró grandes bocanadas de aire mientras, uno por uno, seguían a Ripley que se volvía a sumergir para indicar el camino.

Hillard y Johner fueron los últimos dos en sumergirse. La visibilidad bajo el agua era mala. El agua estaba clara, pero había algunas luces todavía funcionando en la cocina, y todo estaba opaco. A Hillard no le gustaba eso, pero no sabía si hubiera preferido una luz más brillante. La cocina era amplia, lo que limitaba la visibilidad aún más. Miró a Wren, que estaba delante de ella, nadando hacia el otro salón. Ella no confiaba en él, y tenía una ventaja sobre ellos, puesto que era evidente que conocía las áreas de la nave.

Rodearon una esquina. Todavía faltaba mucho para salir. Hillard comenzaba a sentir la presión en sus pulmones. Se resistió. A su lado, Johner nadaba como un perro. Entonces él volvió la vista atrás, y miró de nuevo. Alentó la marcha, posándose sobre los pies, y Hillard se volvió para ver lo que él estaba viendo.

Y casi jadeó. Dos Aliens nadaban furiosamente tras ellos, tan ágiles como anguilas, sus colas ondulaban sin esfuerzo alguno bajo el agua.

Los ojos de Johner se abrieron al máximo por el pánico. Rápidamente, cargó su arma y disparó, la fuerza del disparo lo hizo recular en el agua.

El proyectil disparado a través del agua se dirigió a las bestias y golpeó a una de ellas justo en la frente, haciéndola estallar.

El sonido se escuchó amortiguado bajo el agua, sonando como un fuerte porrazo. El segundo Alien continuó aproximándose.

Johner experimentaba un terror incontenible, y se lanzó nadando por el agua como un cohete, pasando a Hillard, pasando a Ripley. Aquello hizo que la mujer clonada se volviera y divisara al monstruo. Algunos de los otros también se volvieron, y de pronto cundió el pánico en el grupo entero. A excepción de Ripley. Gesticulaba directamente a Hillard, urgiéndola a apresurarse, como si la piloto necesitara que la urgieran.

Ella no tiene problema alguno aquí abajo. ¡Es como si ni siquiera necesitara respirar! Pensó Hillard, pataleando frenéticamente, sintiendo el retumbar de la fuerte presión en su cabeza que le gritaba, ¡Aire! ¡Aire! ¡Dadme Aire!

Hillard se percató que Purvis y Distephano pataleaban furiosamente, totalmente en pánico mientras la criatura ganaba terreno.

Ripley todavía gesticulaba a todos los nadadores, urgiéndoles. Hillard se dio cuenta que todos se alejaban de ella — que se estaba quedando atrás.

¡Lo estoy perdiendo! Necesito respirar. ¡Esa cosa me va a atrapar!

Se forzó a no pensar en ello, poniendo todas sus energías en patalear, nadar, apresurarse. Pero cometió el error de mirar atrás.

¡Estaba tan cerca! A dos brazadas la habría alcanzado. El monstruo le mostró sus dientes y para Hillard, la opaca luz en este mundo pesadilla submarina se reflejó en aquellos brillantes colmillos. Vio cómo agitaba más rápidamente su cola.

El pánico se apoderó de ella y de pronto abrió la boca para gritar. ¡NO! Pataleó más fuerte, más frenéticamente.

Unos poderosos e inhumanos dedos súbitamente se aferraron a su tobillo.

Gritó involuntariamente, soltando todo el aire de sus pulmones, intentando luego absorber fuertemente, desesperadamente buscando llenar de aire sus pulmones para hacer oír sus gritos de desesperación. Pero nada entró en ellos más que agua. Unas enormes y fuertes manos apresaron sus piernas, su cintura, su torso, hasta que quedó atrapada en un abrazo mortal. Ella se revolvía y pataleaba inútilmente, observando a los otros alejarse de ella en las agitadas aguas mientras se volvía para encarar el terror de su amante submarino.

¡Hillard se ha ido! ¡Se ha ido! Pensó Call tras pasar la puerta y ver la luz del cubo del ascensor atrayéndola. ¿Cuántos más se perderían a manos de aquellos bastardos? ¿Los atraparían de uno en uno hasta que no quedara ninguno? Y con la nave aún dirigiéndose hacia la Tierra, ¿Había algo —cualquier cosa— que en verdad pudieran hacer?

No podía permitirse abandonar la esperanza ahora.

Tómalo de un paso por vez. Llega al aire. Debemos tener aire.

Pataleó fuerte, proyectándose hacia arriba hacia la amenazante lejanía de la superficie. Pero justo antes de que su cabeza emergiera hacia el aire y la luz, golpeó algo con fuerza, algo flexible y transparente.

¿Qué-?

Empujó contra esa sustancia, la sintió ceder un poco, pero no lo suficiente. El aire todavía se encontraba a unos 15 tentadores centímetros de distancia. Debía tratarse de algo que los Aliens habían esparcido, una suerte de fibra transparente. Pero ¿Para qué? Sin demasiado aliento, Call luchó contra la sustancia transparente, pataleando fuertemente.

Los otros ya estaban a su lado, combatiendo la fibra, luchando por romperla. Algunos de ellos se quedaban algo adheridos a ella, usando sus últimas fuerzas.

Call levantó la vista hacia el tentador aire que estaba fuera de su alcance. Había un ascensor a unos veinte metros hacia arriba, su parte inferior era tan brillante como un espejo. Y entonces, Call los vio, reflejados en el brillante fondo del ascensor. Al borde de la piscina, una serie de huevos se alineaba a las orillas del agua.

Call no podía pensar en lo que yacía allá afuera, únicamente sabía que todos ellos morirían si no llegaban pronto al aire. Sacó su retorcida navaja, todavía oculta en su manga. La cuchilla derretida aún tenía un borde agudo, aunque redondeado. Apuñaló la fibra con la cuchilla haciendo un pequeño agujero en ella, aserrándola salvajemente, ampliando la abertura centímetro a centímetro. Johner y Christie metieron sus enormes manos en el agujero, jalando, rasgándolo, intentando forzarlo a ceder del todo, pero éste apenas se abría un poco.

Por el rabillo del ojo, Call pudo ver que el soldado, Distephano, lo estaba perdiendo, dejándose caer al agua. Y en algún lugar detrás de ellos estaba esa cosa...

De pronto, Ripley se abrió camino hasta el grupo. Aferrando la fibra con ambas manos, jaló y la desgarró. El grupo se precipitó a la superficie, sus bocas abiertas al máximo, jadeando e inhalando y tosiendo en grandes bocanadas de maravilloso aire. Junto a ella, Ripley también jadeaba por aire, y Call se sintió agradecida que al fin Ripley daba alguna muestra de necesidad humana.

Parpadeando para quitarse el agua de los ojos, Call alzó la vista hacia el fondo del ascensor. Sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando uno de los huevos se abrió lenta y húmedamente. En un rápido y explosivo movimiento, algo grotesco y con muchas patas se catapultó del huevo. Antes que cualquiera de ellos pudiera siquiera reaccionar o intentar apartarse de su camino, la cosa aterrizó con un sonido absorbente justo en el rostro de Ripley.

Purvis profirió un agudo chillido cuando Ripley desapareció bajo el agua. Call intentaba seguir su descenso, pero solo pudo verla durante algunos minutos antes de que desapareciera en la espesura. Su última imagen de Ripley fue de la lucha de ésta con la cosa envuelta en su rostro.

—Puta madre,— siseó Johner, alzando la vista hacia el ascensor. En su fondo brillante como espejo, observaron cómo los otros huevos se abrían con el mismo sonido absorbente, y se podían ver unas patas arácnidas emergiendo del interior.

—¡Es una trampa!— gritó Johner. —¡Nos han tendido otra maldita emboscada! ¡Todos abajo! ¡Abajo! ¡Abajo!— y desapareció bajo el agua.

Todos le siguieron sin detenerse a pensarlo.

¿Qué clase de trampa te ahoga? Pensó Call, y después se percató. Ya sea que irrumpiéramos por la fibra jadeando por aire, con nuestras bocas totalmente abiertas, o que nos lanzáramos hacia afuera pasando la fibra, ellos nos deshojarían como flores. De cualquier manera, somos suyos.

Una vez sumergidos, el grupo miró desesperadamente en derredor, sin saber hacia dónde ir. Call no podía ver ya a Ripley, pero podía distinguir, a la distancia, al Alien que había matado a Hillard nadando de nuevo hacia ellos. Al verlos sumergidos, la criatura se apresuró.

Christie también la divisó. Luego alzó la vista hacia el ascensor de carga y la imagen de los huevos apostados al borde del agua, esperándoles.

Christie tomó su lanza granadas. Todo ocurría en silencio, con un único sonido amortiguado y burbujeante para acompañar sus acciones. Christie ajustó el rango de su arma, apuntó esta hacia arriba, hacia el reflejo de los huevos. Disparó.

La granada se proyectó desde el agua, rebotó sobre un tubo cerca del techo y cayó en el interior de un huevo con un sonido chapoteante. Hubo un golpe, luego una explosión que resonó incluso bajo el agua.

Christie ya había disparado otra granada, y otra, y otra. Una tras otra, las mortíferas granadas destruían los huevos, desparramando monstruos arácnidos y tejidos por todas partes. Después, Christie les hizo un gesto cuando hubo terminado, haciéndoles saber que era seguro emerger.

Call todavía podía ver al Alien aproximándose. Parecía que estaba observando algo, pero ¿Qué? ¿Y dónde estaba Ripley?

Call se percató que el pensar en perder a Ripley, especialmente perderla a uno de esos horribles constrictores de rostro, era más de lo que podía tolerar. Al tocar la superficie y ayudar a Christie y Johner a jalar al inconsciente Distephano fuera del agua, no pudo evitar gritar el nombre de Ripley, hasta que Vriess le pidió que se calmara, antes de que atrajera a un infierno de monstruos hacia ellos.

Ella se mordió el labio y obedeció, volviendo su atención para ayudar a sacar el agua de los pulmones de Distephano, los ojos le escocían.

—Hey Todos,— les advirtió Christie, —daos prisa. Esa cosa viene justo detrás de nosotros. Debemos subir por aquella escalera.-

Call alzó la vista sobre el conducto del ascensor, vio la escalera subir justo a un costado, pasar el ascensor hasta llegar al centro de la nave. Miró más allá de Distephano mientras éste tosía y jadeaba, de nuevo consciente, y observó el agua.

Vriess, todavía colgando de la espalda de Christie, le tocó el hombro. Ella lo miró, mostrando todo lo que sentía por la mujer clonada en su rostro.

—Bien, Call,— dijo él suavemente. —Es suficiente por ahora. El soldado está bien. Debemos irnos.-

Ella solo pudo asentir y seguirlos echando una última mirada atrás.

* * * * * *

Ripley desgarraba a la criatura que constreñía su rostro, incluso mientras ésta luchaba para insertar su tubo de implantación dentro de su boca. No podía superar la barrera que formaban sus dientes apretados, pero aquello no detenía a la criatura de su único propósito y de sus esfuerzos. Solamente tenía un objetivo en la vida, un propósito, e incluso cuando ella le arrancaba las patas, la cosa luchaba por lograr su objetivo.

Luchando con toda su fuerza, se sintió jalada hacia el fondo de la piscina, rompiendo y rasgando al monstruo. Destruyó sus patas, pero su cola todavía se aferraba fuertemente alrededor de su cuello.

Afianzando sus dientes alrededor de la fibrosa y anillada cola, mordió con fuerza y desgarró, tragando algo de la piel de la criatura en el proceso. Una vez que liberó su rostro, despedazó a la criatura con absoluta furia. Pero al asegurarse que la cosa finalmente estaba muerta, alzó la vista y distinguió al Alien, que los había estado siguiendo bajo el agua, yendo tras ella con una rabia tan pura y absoluta como la suya.

Sin titubear, se impulsó del fondo de la piscina con un fuerte empujón, proyectándose hacia la superficie tan rápido como pudo.

Justo al llegar a la superficie, unas fuertes manos la aferraron, elevándola de la piscina. Ripley jadeaba fuertemente por aire y miró, sorprendida, el rostro retorcido de Johner.

—¡Está justo detrás de mí!— espetó.

Él la dirigió hacia la escalera. —¡Entonces debemos apresurarnos!-

Ella se volvió, viendo emerger a la criatura al llegar a los peldaños de la escalera. Los peldaños de acero transcurrían por tres costados de un tubo, y ella y Johner treparon para alcanzar a los otros.

Al mirar atrás, se sorprendió de ver que el Alien se sumergía de nuevo bajo el agua, como un submarino, hasta que desapareció. Sin embargo, dadas las circunstancias, aquello no era demasiado reconfortante. Ripley aceleró el paso para alcanzar al resto del grupo. Se preguntaba el motivo de su propia urgencia, y se dio entonces cuenta, que quería hacer saber a Call que estaba bien.

A Call no le sorprendió que Wren fuera el primero en llegar a la cornisa superior. Distephano les había dicho a qué piso necesitaban llegar, y Wren se aseguró de ser el primero en conseguirlo. En este momento, aquello apenas si le importaba a Call. Lo que necesitaban hacer todos ellos era alejarse del Alien tanto como pudieran, y tan rápido como pudieran. Si acaso él sabía como abrir la puerta, tanto mejor.

Wren se balanceaba en el angosto borde, junto a la puerta de acceso a mantenimiento mientras Call llegaba a su lado. Él continuaba mirando hacia abajo a los demás, que todavía subían, y tecleó una serie de códigos en un pequeño teclado que había junto a la puerta.

—¡De prisa!— le apresuró Call, incapaz de ver si el Alien todavía iba tras ellos.

—¡Está atascada!— Gritó Wren. Estrelló el puño sobre el teclado, en frustración. —¡Mierda! ¡Un arma!— dijo tendiéndole una mano, sin siquiera mirarla, del modo en que cualquier cirujano haría para solicitar el instrumental que su asistente debiera proporcionar.

Call miró de nuevo hacia abajo, deseando poder ver más, y automáticamente le entregó la pequeña arma que Vriess le había dado. Ni siquiera pensó en lo que había hecho hasta que alzó la vista y vio el cañón apuntando directamente hacia ella.

¿Cómo pude ser tan estúpida? Pensó enfadada. Se había distraído tanto por la desaparición de Ripley, por el Alien que los perseguía...

La expresión de Wren era de presuntuosa satisfacción cuando apuntó y disparó a quemarropa. Call recibió el proyectil justo en el pecho, e instantáneamente se aferró la herida, mirando consternada a Wren. Sus extremidades se adormecieron, su cerebro dejó de procesar y cada órgano de su cuerpo luchaba por su vida. Al acrecentarse la inconsciencia cayó, en picado, por el costado del largo cubo del ascensor.

Vagamente, pudo oír a Vriess gritar, —¡NOOOOOO!— mientras caía pasándole a él y a Christie, pasando a Johner, pasando a Ripley-

¿Ripley? ¿Ripley? ¿Lo lograste...? Después golpeó fuertemente el agua y se hundió, cayendo y pasando al Alien sumergido que la observó caer sin hacer más movimientos-

El último pensamiento consciente de Call fue, Ripley lo logró. Ripley lo logró.

Ripley vio caer a Call y quedó atónita por la impresión, entonces le sorprendió sentirse así. Vio el cuerpo de Call golpear el agua y hundirse, vio cómo la mujer se hundía hasta el fondo, vio cómo Call pasaba a un costado de la silueta del Alien bajo la superficie de la piscina. Algo pugnaba por salir en los resquicios de su mente. Algo-

Una pequeña niña rubia, caminando en agua hasta la cintura, gritando su nombre. —¡Ripley! ¡Ripley!- Apresurándose para salvar a la niña, apresurándose contra el tiempo y los monstruos. —¡Ya voy! ¡Aguanta, ya voy!- Pero cuando llegó ahí, hasta el agua, no había nada. Nada salvo la cabeza de una muñeca de plástico hundiéndose entre olas, justo como Call se estaba hundiendo ahora. Y ella estaba sollozando, gritando, —¡Tengo que salvarla! Ellos no la matarán. Debes entenderlo, ellos no la matarán...-

Ripley levantó la vista. Miró a Wren. Wren, quien la había creado para sus propios fines. Wren, quien había matado a Call a sangre fría. Más fría aún que la de los Aliens. La sangre más fría de todas. El doctor estaba trabajando de nuevo en el código sobre el tablero que abría la puerta. Ripley dejó de analizar sus sentimientos y comenzó a moverse, apresurándose por la escalera, pasando a Johner, pasando a Purvis y a Distephano, pasando a Christie y a Vriess.

Vriess comenzó a gritar histéricamente. —¡WREN! ¡BASTARDO! ¡HIJO DE PUTA!— Enloquecido, el hombre paralizado cargó su arma y comenzó a disparar hacia el doctor, pero su posición en la espalda de Christie alteraba su puntería. Las balas rebotaban alrededor del científico, y entonces la puerta se abrió, y él desapareció en su interior, justo cuando Ripley llegaba a la cornisa.

Se estiró hasta la puerta, pero esta se deslizó hasta casi cerrarse en su cara. Ella interpuso las manos entre los paneles, justo antes de que se cerraran e intentó abrirlos, intentando forzarlos a deslizarse nuevamente, pero finalmente tuvo que sacar los dedos. Las puertas se sellaron firmemente. Ripley gritó, con el mismo grito de furia que había lanzado sobre el Alien muerto. Golpeo la puerta, frustrada.

Una parte distante de su mente se preguntaba si acaso no se había sentido mejor antes de descubrir esos sentimientos.

—¡Vriess!— Gritó Christie al enfurecido hombre a su espalda, —¡VRIESS! ¡Deja de disparar hombre! ¡Lastimarás a alguno de nosotros! ¡Déjalo ya!-

De algún modo las palabras le llegaron al hombre paralizado y Vriess se detuvo. Christie sentía el peso combado de Vriess contra su espalda, totalmente agotado. —Oh mierda, Christie,— se quejó, —ese bastardo ha matado a Analee. La pequeña Analee...-

—Sí, hombre,— dijo Christrie, sintiendo que su garganta se cerraba. —Era una luchadora. Una estupenda mujer. Lo lamento hombre.— Vriess temblaba contra su espalda, y Christie esperaba que no estuviese llorando. Si Vriess lo perdía ahora, Christie temía que, después de todo lo que habían pasado, él también podría perderlo, y no podía darse ese lujo. No mientras aún cargaba con Vriess.

De pronto, Vriess se tensó. —Oh, mierda, Christie. Muévete, muévete. ¡MUEVETE!-

El enorme hombre echó un vistazo hacia abajo para ver que el Alien que se había sumergido en la piscina súbitamente se proyectaba hacia arriba, alcanzando la escalera y comenzando a treparla como un mono. ¡Un mono acróbata! ¡Demonios, cómo se movía esa cosa!

Christie se puso en sobre marcha, jalándose a sí mismo y a Vriess por la escalera, peldaño a peldaño. —¡Haz algo! ¿Quieres?— le ladró a Vriess.

Podía sentir que Vriess tironeaba de su revólver, luchando con él. —Está atascada. ¡Demonios!-

Sosteniéndose con una mano, Christie intentó disparar hacia abajo hacia el persistente monstruo, pero no podía disparar lo suficientemente bajo con Vriess a su espalda. Las balas pasaban inofensivamente sobre la cabeza del Alien, y rebotaban en el muro opuesto.

El Alien continuó subiendo más y más, pero luego se detuvo. Christie le echó un vistazo, solo para ver que la criatura abría sus aceradas mandíbulas y escupía un chorro de veneno hacia ellos, como una cobra monstruosa.

La puntería del Alien fue perfecta; la corrosiva sustancia golpeó directamente a Christie en el ojo derecho. La conmoción y sorpresa fueron abrumadoras, y el súbito y ardiente dolor fue tan repentino, tan inesperado, que Christie gritó y perdió asidero. Los dos hombres se precipitaron hacia la criatura que los esperaba, y todo lo que Christie podía hacer era gritar y aullar por el dolor que disolvía su cara.

La caída se detuvo con un tirón abrupto, forzando a Christie a centrar su atención en algo más que su propia agonía. De algún modo, Vriess se las había arreglado para asir uno de los peldaños mientras caían. El torso del hombre paralítico era increíblemente fuerte, mucho más fuerte que lo que su pequeña talla podía implicar, pero, ¿sería lo suficientemente fuerte para sostenerlos a ambos? Intentando forzar su mente para concentrarse en su supervivencia, en vez del ácido que aún corroía su piel y rostro y su ojo deshecho, Christie se percató del obstáculo en que ahora se había vuelto él para Vriess. Aquello era lamentable, realmente. Absolutamente lamentable.

Vriess consiguió aferrarse al peldaño con la otra mano, pero Christie podía ver con su ojo sano que sus pies colgaban inútilmente justo por sobre la cabeza del monstruo. Con un gruñido por el esfuerzo, Vriess comenzó a impulsarlos a ambos hacia arriba, pero súbitamente la mano del Alien se aferró a la pierna de Christie como una prensa. El enorme hombre gimió, asqueado por el contacto inhumano y por lo que ello implicaba. Pensó en Elgyn. Y en Hillard.

El Alien jaló, su fuerza era igual a la de cinco hombres, quizá diez. Christie escucho gemir a Vriess, lo sintió aferrarse al peldaño con toda la fuerza que le quedaba.

Christie tuvo un súbito recuerdo de Kawlang.

— De él inclinado sobre Vriess en un horrible lugar pantanoso, viendo la metralla clavada en la espina de Vriess. Recordó que Vriess sollozaba, gritaba —¡Largáos de Aquí! ¡Dejádme! ¡Todos moriréis si no me dejáis aquí!— Recordó que Elgyn le gruñía, —Vriess ¿quieres cerrar el pico?— y asentía hacia Christie. Recordó que Hillard ató al hombre lastimado a sus espaldas, y que Johner no paraba de refunfuñar todo el tiempo. —Si nos matan a todos, maldito bastardo,— perjuró Johner, —te voy a maldecir, hijoputa.— Casi habían salido limpios de ahí cuando les tendieron aquella emboscda, y Johner quedó con aquella cicatriz en su rostro. Culpaba a Vriess por —¡haber perdido mi maldita galanura!— y las cosas nunca volvieron a ser iguales entre ellos.

Pero todo lo que Christie podía recordar ahora era haber llevado entonces a Vriess sobre su espalda, sintiendo la sólida presencia contra él, repitiéndole una y otra vez, —Hombre, no te me mueras. Debes cuidarme las espaldas, camarada. Solo continúa cuidándome las espaldas.-

Era gracioso como la mente podía trabajar tan rápido cuando no había tiempo que perder.

El Alien dio un leve tirón casual, y Christie podía jurar que la bestia les sonreía, que jugaba con ellos. Vriess jadeó, todavía sujeto a la escalera con todas sus fuerzas.

Ahora es mi turno de ir a la espalda, pensó Christie, cuidándote las espaldas. Pero, amigo, creo que se nos han acabado las opciones. Y Dios, nunca antes algo me había dolido así, no de esta manera, jamás.

El Alien tironeó de nuevo, y Vriess gimió. Christie sintió que las manos de su camarada comenzaban a resbalarse casi como si fueran sus propias manos asiendo los peldaños.

Johner no podía creerlo cuando vio que Vriess se aferraba a la escalera para detener su caída. Fue un movimiento asombroso, pero parecía como si al tullido y a Christie se les acabara la suerte. Podía ver que el Alien los había apresado, jugando con ellos. Y Johner pudo ver la torturada expresión de Vriess mientras se aferraba luchando por su vida y la de su viejo amigo.

Sin pensarlo dos veces, Johner separó los brazos, sujetando un arma en cada mano. Colgando sus rodillas sobre un peldaño, se desdobló como un acróbata, colgando boca abajo con la escalera a sus espaldas, dejando libres sus manos y manteniendo las piernas en una posición firme. Apuntando al enorme y negro cráneo por entre sus compañeros, le disparó al monstruo.

Las balas se precipitaron, pasando a los dos derrotados hombres, e impactando sólidamente sobre la enorme cabeza del Alien. Hubo una pausa momentánea-

Y entonces la cabeza de la bestia explotó de golpe, derramando una gran cantidad de sangre y tejido. Algo de ello aterrizó en la escalera, que comenzó a sisear, pero Vriess y Christie parecieron salir sin mayor daño.

—¡Te atrapé, bastardo!— gritó Jonher y después se enderezó para continuar subiendo.

En cualquier caso, tan pronto como estuvo enderezado, se enfrentó cara a cara con algo que había en la escalera, algo horrible. Su cara se contrajo por el horror, y casi cae de espaldas, cuando descubrió las dos hebras de una gran tela de araña con una horrible...cosa... que pendía en su centro.

Con un agudo grito, Johner elevó su arma y disparó al maldito insecto. Después, al darse cuenta de lo que había hecho, de cómo había reaccionado, trepó al escalón y comenzó a temblar.

—¿Está muerto?— jadeó Vriess, todavía colgando de la escalera.

—Oh, Sí,— susurró Christie, apenas capaz de poder hablar dado el dolor. —Muerto y bien muerto.— Su agonía era casi total, pero aún estaba consciente de que la inmóvil criatura colgaba de su tobillo. No podía agitarla lo suficiente para que se aflojara. Colgaba, con un peso muerto, permanentemente unido a él. Vriess estaba perdiendo asidero. Definitivamente se les habían acabado las opciones.

Vriess debió haber mirado hacia abajo, percatándose de lo que había ocurrido. Todavía murmuraba la misma letanía de —Oh, mierda, oh mierda, oh mierda...-

Estás en lo cierto, viejo amigo, pensó Christie, delirando de dolor. Sintió que Vriess se desasía un poco más.

Sin opciones.

Desde más arriba, los otros debieron percatarse de lo que sucedía. Escuchó, vagamente, que Distephano maldecía, escuchó que Ripley súbitamente gritaba. Quizá estuviesen bajando a por ellos —pero no lo lograrían a tiempo. Christie sabía lo que debía hacer.

Rebuscando en su bolsillo lateral, Christie sacó su cuchillo.

La voz de Ripley le llegó, fuerte, aguda, demandante.

—¡CHRISTIE NO! ¡DEMONIOS, NO LO HAGAS!-

¿Qué hay de eso eh? Pensó el hombre herido, mientras deslizaba su cuchillo bajo las correas que lo ataban a Vriess. Ni siquiera pensé que sabía mi nombre.

Detrás de él, Vriess notó lo que su amigo pretendía hacer. —Hombre... ¿Qué?... ¿Qué demonios estás...? ¡Christie! ¡No! ¡Noooo!-

¡Deja de gritar, hombre, y guarda tus energías! Pensó Christie, atontado. Estaba tán débil por el dolor y por el peso muerto que colgaba de su pie, que apenas tenía la fuerza suficiente para cortar las correas que lo ataban a su amigo. Pero tenía que hacerlo. O de lo contrario, ambos morirían. Cerró los ojos y se forzó a hacer un esfuerzo final.

Escuchó su nombre a labios de sus amigos, hombres y mujeres por igual, cuando las cuerdas cedieron al fin. Christie y el Alien se precipitaron hacia abajo, golpeándose con los bordes metálicos antes de golpear finalmente el agua y desaparecer.

Cuando quedó liberado del terrible peso de su amigo y el monstruo, Vriess se aferró a la escalera con más ahínco. Christie había muerto para salvarle; no podía deshonrar a su amigo rindiéndose ahora. Pero aún así, ¿cómo podría continuar la marcha? Elgyn, Hillard, Call. Ahora Christie.

Pero Christie había muerto para salvarle. Él debía vivir. Vivir como un tributo a ese sacrificio.

Con las manos acalambradas, Vriess trepó peldaño a peldaño casi por fuerza de voluntad, llorando en todo el trayecto.