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Gediman pendía lentamente de su prisión, a un lado y al otro, a un lado y al otro. Se veía escalofriante, todavía goteando esporádicos fluidos en el fango que había bajo él. Su coronilla y cerebro faltantes lo hacían parecer inhumano por entre los regueros de sangre. Los ojos del doctor estaban totalmente abiertos, pero lo único que quizá estuviesen viendo sería la otra vida, si es que había una para bastardos como él. Después de todo, ya había muerto en el mismo infierno.

Mientras el Recién Nacido devoraba su tejido cerebral, sin mucha prisa, un pequeño embrión había brotado de su caja torácica —con la total indiferencia del Recién Nacido— y se dejó caer hacia la piscina de sangre mientras Gediman estaba en sus últimos momentos de conciencia.

Había sido una escena que Ripley sabía que no olvidaría jamás. Ni en esta encarnación, —luchó intensamente por contener una histérica carcajada — ni en la siguiente.

Ripley todavía se encontraba curvada en sí misma, intentando verse pequeña e irrelevante. Se arrodilló en silencio, perfectamente quieta, tan quieta como estaba el resto de los humanos en sus capullos, quienes, por suerte para ellos, se hallaban aún inconscientes. Ripley los envidió.

Ella no movió ni un solo músculo, temía parpadear, temía respirar. Permaneció inmóvil, esperando que el Recién Nacido fijara su atención en cualquier otra parte, ahora que estaba terminando con el cuerpo de Gediman.

La criatura miró en derredor del tanque, a los desconcertados Aliens, al cuerpo relajado de su madre, a Gediman que todavía pendía lentamente. Y entonces, la enorme cabeza se volvió lentamente y ofreció una suerte de sonrisa escalofriante —a Ripley.

Lentamente, el Recién Nacido se aproximó, con una agilidad de arácnido, trepando a lo largo del tanque, utilizando las fibras resinosas como asideros de manos y pies.

Ripley se esforzó para controlar su respiración, su miedo. Mientras más se acercaba el monstruo, le era posible ver más claramente sus facciones —lo que no era una ventaja.

La cara del ser estaba salpicada de sangre y de tejido cerebral de color rosa, algo de éste se incrustaba entre sus enormes dientes. Al respirar cerca del rostro de Ripley, la mujer pudo oler claramente la sangre fresca.

El monstruo estaba a un palmo de su cara. Ripley temblaba, luchando por contener su miedo, su instintiva urgencia de entrar en pánico y correr.

Una parte de ella no podía creer que todo hubiese llegado a esto. Toda su lucha. Todo su esfuerzo. ¿Tendría entonces que pasar por lo mismo en alguna otra encarnación? ¿Sería posible que el malvado Dios que gobernaba sus diferentes vidas insistiera en que debía vivir la misma pesadilla una y otra vez? ¿Acaso no se había ganado una segunda oportunidad de reencarnar en otra forma de vida después de todo esto?

La boca del Recién Nacido se abrió, y de ella salió una larga, sinuosa lengua. Ripley se puso tensa, intentando no pensar en que arrancara su cabeza y se comiera su cerebro.

La lengua serpenteó, entonces, muy gentilmente, tocó el rostro de Ripley, limpiando algo de la resina líquida que le había caído ahí. La mujer parpadeó, esperando lo inevitable. La criatura lamió nuevamente, como un monstruoso gato, una y otra vez, limpiando su rostro, su cuello y sus hombros retirando algo de los desperdicios y trozos de tejido con que estaba salpicada. Tiernamente, el Recién Nacido la limpió. Se movía lentamente, con sumo cuidado para no lastimar la delicada piel, o tirar siquiera de uno de sus cabellos. Incluso sus enormes manos con afiladas uñas eran gentiles al tocarla, como si verificaran que no tuviese heridas, como asegurándose que estaba a salvo. Los gestos eran la reminiscencia de una fiel mascota, un perro que saluda a su amo al final del día, o un gato que quiere ser mimado.

Mientras el monstruo limpiaba su rostro, y tocaba su cuerpo, negándole la muerte que había imaginado, Ripley miró a los ojos, de un color oscuro similar al suyo propio, y pudo ver algo dentro de ellos.

Fue entonces cuando la conexión telepática se estableció, tocando su mente, murmurándole la fusión genética que no podía negar. Y entonces todo le llegó, justo en ese momento. Su anhelo por la humeante calidez del nido, la fuerza y seguridad de su propia especie. Hacía solo un momento ella había sufrido la soledad de su propia individualidad. Pero ahora se le daba la oportunidad, nuevamente, de unirse a ellos, de regocijarse con ellos. Estaba en el nido. Se podía reunir con los guerreros y servir como la Reina, el nutriente de la Nueva Generación. Eso era por lo que había vivido.

Porque esta concha que era humana, esta Ripley, era la madre de todos ellos. La primera matriz. El primer guerrero. Y ella había vivido lo suficiente para saberlo todo, para compartir la gloria con ellos. Ripley era el cimiento de la colmena. El nutriente del nido. El pilar de la Nueva Generación.

Esta era la respuesta a la pregunta que había estado haciendo. ¿Por qué? Este era el por qué.

Miró profundamente esos ojos castaños que podían ser los suyos, y levantó una mano, tocando el cráneo del Recién Nacido. Su mano se deslizó sobre la alargada cabeza del Alien, acariciándola como alguna vez lo hiciera con Amy, sintiéndola como alguna vez lo hiciera con Newt. Este era su hijo, igual que lo fueron ellas.

El Recién Nacido profirió un suave gemido meloso, y la miró, y Ripley sintió cómo la conexión telepática entre ellos se hacía más fuerte. Este era tan diferente a los otros, y sin embargo igual. Pero había algo más en este contacto, algo innegablemente humano. Era como conectarse con una parte de si misma, una escondida y malévola parte que estaba unida a su fuerte instinto de supervivencia, a toda su intensa determinación.

El organismo perfecto.

¿Perfecto para...-?

Entonces una voz llegó a ella de entre sus recuerdos, los recuerdos que los propios Aliens le habían transmitido inadvertidamente. Y escuchó la voz de Newt, igual que la había escuchado en la incubadora.

Mi mami siempre decía que no existen los monstruos — los monstruos verdaderos. Pero sí existen.

Ripley se estremeció, todavía bombardeada por la intensidad del contacto telepático con el Recién Nacido, por la terrible sensación Alienígena del ser que reclamaba su atención.

El Recién Nacido la miró directo a los ojos y abrió sus enormes mandíbulas para repetir las palabras de Newt. Sabía que vendrías.

El escuchar esa adorable frase en esta parodia de ser viviente la enfermó.

Entonces escuchó la voz, distorsionada y mecánica de Call.

— ¿Por qué sigues viviendo? ¿Cómo puedes soportarlo? ¿Cómo puedes... soportarte?-

— No tengo opción,- había respondido, creyéndolo así.

Nunca había tenido verdaderamente una opción; ni siquiera cuando había despertado del sueño criogénico en el Nostromo en la parte equivocada del espacio.

Pero ahora tenía una opción. Por primera vez, tenía una verdadera opción.

Ella le había preguntado a Call —¿Por qué te preocupa lo que les suceda a ellos?- Refiriéndose a los humanos. Pero ahora Ripley se preguntaba ¿por qué le preocupaba a ella? ¿Qué habían hecho ellos para que se preocupara tanto por ellos?

Quizá Ripley era el nuevo modelo de imbécil...

Buscó la conexión con su propia especie, intentando saber quién y qué era ella para hacer la elección correcta. Buscó la fuerza y seguridad del nido, pero ésta no estaba ahí. Y en su lugar no había más que dolor, y una terrible pérdida. Se sentía hueca. Vacía. Igual que se había sentido desde su nacimiento.

Buscó más allá de la conexión telepática, y escuchó, muy dentro de ella, la voz de dos niñas, de dos niñas humanas, llamándola a través de los años, ¡Mami! ¡Mami!

Ripley miró en los ojos extrañamente humanos del Recién Nacido y retiró la mano. Con un gemido de pérdida irreparable, tomó su decisión.

Ya tenía sus respuestas. Estaban incrustadas en sus propios genes. A pesar de la adoración de los Aliens, a pesar de su poder y su fuerza, de la pureza de su propósito, sabía que tenía que revelarse. Salvar a la humanidad. Esa era la pureza de su propio propósito, que la hacía más fuerte por la fusión de sus genes con de los Aliens.

Ella era Ripley. Era quien había sido siempre, y lo único que sería. Ripley. Ella los destruiría. Los destruiría a la fuerza.

Tomando una profunda bocanada de aire para calmar sus nervios, Ripley se incorporó cuidadosamente. Mantenía su mente despejada, observando al Recién Nacido, transmitiéndole pensamientos agradables a este y a los confundido guerreros, que intentaban discernir qué hacer ahora que su Reina estaba muerta.

El Recién Nacido se apartó de ella cuando se puso de pie. Ripley se estiró, aferrando tiras de resina que colgaban de las paredes del tanque.

Mientras ascendía por las tiras más gruesas, usándolas como asidero de pies y manos, mantenía contacto visual constante con el Recién Nacido, mientras la criatura mitad humana inclinaba su cabeza, intentando comprender las acciones de Ripley.

La mujer miró hacia abajo, a la piscina de sangre y deshechos. Se humedeció los labios y surgió otro recuerdo — un tanque inmenso con plomo fundido. De acuerdo... había caído en cosas peores que eso — pero no lo haría esta vez.

Envolviendo tiras de resina alrededor de sus muñecas, Ripley trepaba como un acróbata, impulsándose hacia arriba, encontrando asidero en uno y otro lugar, buscando el techo. Todo ese tiempo, el Recién Nacido la observó con curiosidad, mientras que Ripley intentaba mantener su mente en calma, y sus pensamientos neutrales.

Al llegar a la parte más alta del tanque, el Recién Nacido se movió de modo que podía ver más claramente a Ripley. Dos guerreros se aproximaron al Recién Nacido, moviéndose a través del líquido como cocodrilos, sus colas ondulando, como si ellos, también, tuvieran curiosidad.

Lentamente, para no agitar a los Aliens, Ripley trepó más y más alto, buscando algún resquicio de luz. Sudó profusamente al momento de encontrarlo, luchando siempre por permanecer tranquila. Comenzó a tararear una canción que recordó de pronto para mantener su mente, y la del Recién Nacido, ajenos a su traición.

—Tú... eres... mi estrella de la suerte...-

Finalmente, encontró lo que estaba buscando. Trepó más todavía, tocando el techo del tanque y encontró la manija que abría la escotilla del tanque. Al levantar la puerta que salía al corredor superior del Auriga, Ripley se volvió a encarar al Recién Nacido.

Dentro de su cabeza, pudo sentir la angustiada sorpresa de su traición en la mente de la criatura. El monstruo se estiró tanto como pudo, y alargó los brazos, amenazadoramente, gritando su decepción a la traidora