8
Llegaría el momento en que Pérez exigiría a un abogado por lo que había ocurrido a bordo de su nave, exactamente quién era el jodido responsable, pero era un comandante lo suficientemente bueno, como para saber que ahora no era el momento. Si Padre determinaba que el peligro al personal era suficiente como para abandonar la nave, entonces eso era lo que harían. No todo se perdería. Podrían controlar al Auriga desde las cápsulas de escape en el espacio, y hacer aterrizar la estación espacial en algún lugar, mientras las criaturas estaban atrapadas en ella. Atrapadas sin una presa. Entonces, tendrían tiempo de encontrar la forma de forzarlas a entrar en nuevas unidades de confinamiento.
Pero estos planes deberían esperar. En estos momentos él estaba obligado a poner a resguardo a sus tropas.
Sus soldados, bien entrenados y confiables, estaban respondiendo a la perfección, como se les había enseñado. La cápsula más cercana se hallaba ya encendida y llena de soldados. Pérez los dirigió eficientemente, rápidamente, sin pérdida de tiempo, sin esfuerzo alguno. Uno por uno, los soldados se deslizaban por un tubo al interior de la cápsula donde se debían poner el equipo de seguridad. Padre seguía el progreso del personal, contando a cada soldado cuando él o ella estaba sentado en su sitio y con el equipo puesto. Faltaba uno...
Olsen se apresuró, tarde como siempre. Si no fuera porque es un técnico tan competente-
—¡Mueve el culo, muchacho, entra en la cápsula!— ladró Pérez al soldado.
Olsen llegó corriendo hasta el tubo, justo cuando la escotilla de la cápsula comenzaba a cerrarse.
El movimiento que percibió Pérez, hizo que levantara la vista.
Súbitamente, una sombra negra, arácnida, enorme, se escurrió hasta el puerto de aterrizaje con increíble rapidez, luego hacia el tubo, deslizándose finalmente por éste al interior de la cápsula.
—¡Señor!— El soldado detrás de él, que operaba los controles de la plataforma de aterrizaje, gritó, señalando.
¡Dios Santo! El general quedó paralizado en la plataforma, observando horrorizado al enorme Alien entrar en la cápsula. —¡Abra la escotilla! ¡Déjelos salir!-
El soldado obedeció, estampando su mano en los controles.
Al abrirse la escotilla, pudieron oír gritos, chillidos, humanos e inhumanos, procedentes del interior de la cápsula.
Esos hombres están ahí atrapados. ¡Sin Armas!
Pérez pudo ver sangre —sangre humana— salpicar los limpios puertos del vehículo de escape. Los gritos se intensificaron.
Pérez se volvió, sacó una granada del cinturón del soldado apostado a sus espaldas, quien observaba con mudo horror, y quitó el seguro.
Justo entonces, Olson intentaba salir por la escotilla como impulsado por un resorte, su cara era una mueca de auténtico terror. Tomó los tubos de la escalerilla de salida/entrada, intentando subir, intentando salir. Unas inmensas y oscuras manos lo tomaron de las piernas, jalándolo al interior, de vuelta al infierno.
—¡Cierra la escotilla!— ordenó Pérez.
—¡Pero, señor...!— protestó el soldado.
—¡Ciérrala ahora!— ordenó el general.
El soldado dudó por un solo segundo, luego obedeció. Cuando la compuerta de la cápsula se cerraba, el general deslizó la granada por el suelo.
—Selle la escotilla— dijo Pérez.
Esta vez no hubo protesta. La granada apenas logró pasar a través de la compuerta, que se cerraba con rapidez. Justo antes de que las compuertas se cerraran, Pérez vio la granada caer dentro de la cápsula. Cuando la compuerta estuvo cerrada, hubo un silencio absoluto —pero Pérez aún podía oír los gritos de los hombres de la cápsula. En su mente, los oiría gritar por siempre.
Empujando a un costado al soldado, tomó los controles del mecanismo y lanzó la cápsula. Pudo sentir la vibración de la nave al ser expulsada del puerto hacia el espacio. Se volvió hacia la pantalla más cercana, observando su descenso.
Después, se encontró fuera del puerto, fuera del Auriga. Sus claros cristales estaban totalmente teñidos de rojo, pero todavía se podían ver siluetas moviéndose en su interior, tras la cortina de sangre.
Con una mueca, Pérez activó el control remoto de la granada que sostenía en la mano. Él y el soldado a su lado observaron la explosión del vehículo, en el silencio del espacio.
Cerró los ojos para dar un momento de tributo a sus soldados caídos, luego, solemnemente, ofreció un saludo a los restos de la nave —que rápidamente se dispersaban— y que representaban a toda una tropa. Se volvió hacia el soldado que estaba a su lado.
Su joven rostro estaba atónito y pasmado. La fuerza de la voz del general lo hizo enfocar la vista en su superior. —Reúna la siguiente tropa en la cápsula número dos y adviértales. ¡Permanezca atento! ¡Andando!-
El soldado se enderezó, y saludó. —¡Sí, señor!— Obedeció inmediatamente, alejándose a trote, dejando solo a Pérez para considerar el vacío donde había habido un salvavidas lleno de soldados.
Solo con sus pensamientos, y con abrumadores remordimientos, Pérez tocó ligeramente la pantalla con la punta de los dedos.
Repentinamente, un escalofrío recorrió su espina y se engarrotó. Lo sintió al momento de aparecer, de algún modo sabiendo el momento exacto en que dejó de estar solo. Una parte de él quería repeler la sensación como algo imaginario, pero la parte de él que durante todos estos años lo había mantenido vivo y acaudalado, decía lo contrario. Continuó observando la pantalla, inmóvil, y finalmente, opacamente, una horrible silueta se reflejó en su superficie, justo detrás de él.
Uno de ellos. Se alzaba, más y más; más alto que el más alto de los hombres, tan raudo como un misil, tan silencioso como la misma Muerte.
Pérez se quedó como una roca, rehusándose a mostrar temor, rehusándose a admitir la derrota. También se lo debía al recuerdo de su tropa muerta. Miró el detestable reflejo mientras el guerrero Alien retraía sus delgados labios en una mueca escalofriante, exponiendo el primer conjunto de dientes plateados. Una espesa saliva goteaba de su boca y levantó sus arácnidas garras para atacar.
La mano de Pérez se movió cautelosamente a su costado. Si tan solo pudiera ser lo suficientemente rápido — aferró la culata de su revólver firmemente y— observó la lengua rígida, dentada, al ser proyectada de la boca del monstruo y se percató, más que sentirlo, que la estrelló en su nuca. El golpe fue tan limpio, tan repentino, tan preciso, que no tuvo oportunidad de sentir dolor, sintió el mortal efecto. No tuvo siquiera tiempo de reaccionar.
La mano que sostenía la culata de su pistola se relajó, inútil, y ya no había sensación en ese lado. Abrumado por la catarata de sucesos tan repentinos, que no los podía comprender, Pérez tocó su nuca con la otra mano, la que todavía podía usar. La trajo hacia delante y abrió una palma llena de sangre y tejido, que vagamente reconoció como su propia materia cerebral.
Luego, su cuerpo reaccionó firmemente, apagando todo al unísono como una máquina, cuya fuente de poder ha sido abruptamente exterminada.
Pérez se desplomó en el suelo y su asesino lo siguió en su caída, agachándose sobre la presa para sus propios propósitos. No quedaba nadie en el lugar para saludar al general, o incluso para reconocer que acababa de hacer el sacrificio supremo por su país, y por el mortal proyecto en el que había creído tan firmemente.
—La cápsula salvavidas número uno ha sido destruida.— dijo Padre. Su voz sonaba incoherentemente tranquila. —La cápsula salvavidas número dos ha sido desactivada por fuerzas desconocidas. La emergencia es absoluta. Todo el personal debe evacuar inmediatamente.
—¡No!— gritó Wren muy contrariado. Pudieron oír y sentir la destrucción de la primer cápsula salvavidas incluso ahí, en el comedor. Pudieron escuchar las detonaciones de las armas, cosas explotando, gente —y otras criaturas — gritando.
¡Y esto sigue empeorando! ¿Cómo es posible?
Cuanto más anunciaba Padre sobre la pesadilla que estaba ocurriendo, más iracundo se ponía Wren.
Se giró hacia Call, la mujer que lo había iniciado todo. —¿Qué es lo que ha hecho?-
—¿Yo?— le respondió.
—Muy bien,— dijo Elgyn sorprendentemente calmado —ya tuve suficiente. Es hora de salir de aquí. Vayamos hacia el Betty.-
La otra mujer, Hillard, lo miró preocupada. —¡El Betty está justo al otro lado de la estación! Sabrá Dios lo que hay en el medio.-
Distephano, el soldado, se adelantó para dirigirse a Wren. Él también estaba sorprendentemente tranquilo. —Señor, debemos irnos.-
¿Irnos? Pensó Wren, incrédulo. ¡Todo mi trabajo está aquí! ¡No voy a ir a ninguna parte!
Pero antes que pudiera decir algo, Distephano se dirigió a Elgyn. —Dejádle ir. Sin altercados.-
¿Qué rayos está urdiendo este soldado con los terroristas? ¡Le repotaré!
Elgyn negó firmemente con la cabeza. —Le soltaremos cuando nos hayamos ido. No antes.-
El enorme hombre negro empujó a Wren, casi haciéndole caer. Se percató que los tripulantes del Betty todavía tenían apuntadas sus armas contra él y el soldado. ¡Esto es ridículo! ¡Ultrajante! Él debía ir al laboratorio...
Elgyn se inclinó sobre el cuerpo de uno de los soldados muertos y tomó su arma.
Hillard dijo preocupada, —¿Qué hay de Vriess?-
El horrible hombre llamado Johner gruñó, —¡Al carajo con Vriess!-
Luego, súbitamente, Wren comprendió lo que le ocurría. Comprendió que estas gentes nunca se preocuparían por él, o por su trabajo, o lo que este representaba. ¿Cómo podían, si no eran siquiera capaces de preocuparse por uno de los suyos? Y comprendió que su vida estaba en sus manos.
Miró a Distephano, percatándose de que el soldado era el único aliado potencial, y decidió cooperar hasta que pudiera retomar el control de la situación. Quizá, en el momento adecuado —
Los otros lo empujaron fuera del comedor hacia el corredor, para iniciar su avance.
John Vriess acababa de terminar de empacar todas las partes que quiso, en los diversos compartimentos y ranuras que eran parte de su silla, y que servían en los tiempos de austeridad.
Escuchó sonidos extraños, como detonaciones amortiguadas. Luego hubo gritos. Después la computadora ordenó una evacuación, mientras Vriess intentaba dilucidar qué coño estaba pasando. En silencio, cautelosamente, comenzó a desplazarse hacia el Betty. No creía que Elgyn pudiera irse sin él, pero sabía que a Johner no le apetecería esperar. Incluso si tenía todas aquellas partes y refacciones.
Rodó firmemente por el corredor, extrañamente vacío, manteniendo los ojos muy abiertos. ¿Qué coño habría podido pasar dentro de este gigantesco complejo espacial, que causara un daño suficiente para que la computadora ordenara la evacuación? ¿Cuál era el meollo del asunto?
Estaba a medio camino hacia el final del corredor cuando escuchó algo. Algo por encima de él. Vriess alzó la vista hacia el techo de rejilla. Por entre las rendijas, pudo ver algo moviéndose allá arriba. Las rendijas se estremecían, por el peso. Y pudo oír algo arrastrándose. ¿Ratas? ¿A bordo de una lancha como esta, una nave militar? Imposible. Desde luego, tuvo que palmear para ahuyentar a un mosquito que encontró en el almacén, lo que lo sorprendió un poco, pero...
Lo escuchó de nuevo. Lo que quiera que fuese, se movía. Se movía hacia él. Vriess tuvo la sensación, de que fuera lo que fuese, era grande. Se movía, acercándose, avanzando rápidamente. Justo arriba ...
Vriess se inclinó sobre un costado de su silla, moviéndose lenta pero cuidadosamente, sin mayor esfuerzo. Bajo los apoya-brazos de la silla extrajo algo que parecía ser un tubo decorativo, pero que en realidad era parte de un arma. Se inclinó sobre el otro lado de la silla y encontró su complemento. Detrás de él estaba el mecanismo del gatillo. Todo ello estaba astutamente camuflado en el propio diseño de la silla. En tres movimientos, tuvo el arma ensamblada y lista. Todavía muy despacio, con movimientos lentos, apuntó el arma al techo...
Y disparó.
El disparo sonó enorme en el espacio cerrado.
Algo en el techo gritó, un sonido increíblemente agudo e inhumano. Vriess lo podía escuchar alejándose con ondeante movimiento, permitiéndole saber que apenas lo había adelantado. Lo que quiera que fuese. Los ojos de Vriess intentaron seguir la pista del avance de la criatura apresurándose sobre el techo.
Su atención estaba fija, no vio la gota de sangre alienígena suspendida del techo justo por sobre su pierna. La gota cayó casi en el mismo lugar donde Johner le había clavado el cuchillo apenas ayer. Luego, una segunda gota. Y una tercera.
No se percató de ella, hasta que olió su humeante piel y ropas, y bajó la vista para ver que parte de su pierna se derretía. Confundido, horrorizado, Vriess le dio una palmada. Algo de la sustancia que devoraba su pierna se embadurnó en sus dedos y comenzaban a arder como el infierno. Agitó su mano, entonces, casi la puso en su boca antes de darse cuenta de lo que ocurriría. Durante todo ese tiempo, luchó contra el dolor. Se forzó a sí mismo a permanecer callado. No quería que el sonido de sus lamentos atrajera a lo que fuera que había sobre el techo.
Repentinamente, una espesa gota de ácido quemó su oído, y el dolor era tan inmenso que se tuvo que morder los labios para no gritar.
Entonces volvió; lo podía oír — ¿o sería uno diferente? Éste era más agresivo, no sólo revolviéndose por el techo, sino intentando atravesarlo. Súbitamente, pudo romper un borde del entarimado y asomó su cabeza.
Y era todo cabeza, una enorme, alargada, escalofriante cabeza sin ojos, sin orejas, sin pelo, sólo cráneo y —
¡DIENTES!
¡Gigantescos colmillos acerados, millones de ellos en una boca inmensa, siseando justo sobre él! Luego su boca se abrió del todo, y algo salió de ella y — y —
¡TENÍA MAS DIENTES!
Vriess perdió finalmente y gritó, histérico.
Su dedo apretó el gatillo. Disparó, y disparó, y disparó.
La cosa con dientes gritó también y explotó en un millón de fragmentos, todos lloviendo sobre el enloquecido Vriess.
La puerta de su celda se abollaba a medida que las criaturas golpeaban y golpeaban. No resistiría mucho más.
Ripley miró alrededor, intentando encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera servirle. Miró hacia arriba, percatándose de que no había visto al guardia desde hacía bastante tiempo. Vagamente, pudo escuchar la voz de la computadora, urgiendo la evacuación. Parecía buena idea, pero ¿cómo?
Recordó algo —
¡Intenta romper el cristal! ¡Deprisa!
No había cristal que romper.
¡Cortaron la corriente! ¿Cómo pudieron cortar la corriente? ¡Son animales!
Sus ojos sondearon la celda, hallando los cables protegidos en un compartimento metálico, que estaban sellados dentro del muro.
¡Corta la corriente!
Golpeó la tapa metálica con el puño tan fuerte como pudo, abollándola del mismo modo en que los Aliens abollaban su puerta, intentando llegar a ella. Golpeó otra vez, y otra, y otra. La cubierta se hundió, se abolló y comenzó a torcerse.
Golpeó más y más fuerte, echando múltiples vistazos a la puerta.
Finalmente, pudo meter las puntas de los dedos en una pequeña hendidura en el metal. Tiró de ella, retorciendo, jalando, hasta que el metal cedió y descubrió los circuitos eléctricos en su interior.
Ya casi estaban dentro-
Metiendo la mano por entre los agudos bordes metálicos, se cortó profundamente. Sosteniendo su mano herida, la apretó, forzando la salida de la sangre, vertiéndola sobre los cables y circuitos. Casi instantáneamente, se comenzaron a derretir. Hubo un repentino chisporroteo, y retrocedió. La celda se sumió en la oscuridad al apagarse las luces, pero Ripley podía ver muy bien.
Luego, hubo un siseo y una puerta de salida de emergencia se abrió en uno de los muros. Con un vistazo final a la dañada puerta, Ripley salió de la celda.
Christie iba al frente, y Elgyn cubría la retaguardia. Como en los viejos tiempos, pensó el capitán del Betty, pero los recuerdos no eran muy agradables. Formaban una fila, con el soldado y el doctor avanzando en el medio, y llevaban muy buen tiempo, desplazándose por los vacíos corredores del Auriga. La desolación del inmenso complejo estremeció a Elgyn. ¿Dónde coño estaban todos los soldados, los oficiales, los investigadores? Este lugar era una maldita colmena, entonces, ¿dónde estaban las abejas?
La voz de computadora que urgía la evacuación, era una constante distracción, y si supiera dónde estaban, Elgyn dispararía contra todos los malditos altoparlantes. Y eso lo hizo pensar, nuevamente, en que habían cometido un error al no llevarse las armas de los soldados muertos. Uno nunca estaba demasiado bien armado, y nunca tenía suficientes balas ¿cierto?
Los tripulantes del frente iban trotando, pasaron otro corredor adjunto semi oscurecido. Al llegar ahí, Frank divisó algo que llamó su atención. Miró de nuevo.
Un arma militar, un bebé de alto calibre, abandonado ahí, en el suelo. ¿Qué demonios...?
¿Qué podría hacer que un soldado dejara su arma de ese modo? A Elgyn realmente no le importaba, esta era su oportunidad de corregir su error en el comedor.
Lo encontrado, es propio.
Mirando cuidadosamente alrededor, levantó el arma, solo para descubrir que había otra a unos nueve metros más allá, en el corredor. Eso era muy extraño. Llevándose al hombro la primer arma, se aproximó cuidadosamente, y la levantó del suelo.
Esta estaba casi adherida al suelo por una sustancia horrible y pegajosa. Al levantar el rifle, los filamentos gelatinosos se alargaron, como la baba de un caracol. Espesos.
Pero no deberían afectar su funcionamiento. ¿Qué rayos pasó con las luces aquí abajo?
Tras él, pudo oír la voz de Hillard.
—¿Elgyn?-
—¡Ya voy!— gritó en respuesta, y comenzó a volverse.
Después espió una tercer arma, a un par de metros más allá de él, justo en el borde de un agujero en el suelo que al parecer, se había derretido. ¿Podía haber sido una granada? Pisando cuidadosamente cerca del agujero, se inclinó para tomar el arma.
Algo, algún sexto sentido lo hizo paralizarse. De pronto, recordó un día de su infancia con su abuelo, cuando montaban trampas con cajas para atrapar ardillas, dejando un rastro de cacahuetes que conducían directamente a la caja.
—¡Elgyn!— volvió a gritar Hillard.
—Déjala. Ya tienes dos. Déjala ahí y lárgate de--
Dos enormes y oscuras manos se deslizaron entre el enrejado del suelo con inhumana velocidad, aferrándolo por los tobillos, y dando un súbito y fuerte tirón. El revestimiento del suelo se colapsó a su alrededor, cuando Elgyn era jalado hacia abajo. Abriendo los brazos para detener la caída, sus palmas se aferraron al suelo enrejado, bloqueando su descenso. Se aferró a las rejas e intentó sostenerse lo suficiente para liberarse, pero aquellas manos todavía atenazaban sus piernas. Sus pulcros rifles cayeron estrepitosamente, demasiado lejos como para alcanzarlos. Uno de ellos cayó justo en el agujero derretido que tenía a un metro de distancia.
Elgyn comenzó a patear ferozmente, intentando zafarse de las manos que lo atenazaban, que lo jalaban hacia el fondo. Las podía sentir a en las pantorrillas, en sus rodillas, en sus caderas, y fuera lo que fuese aquello que lo había atrapado, comenzó a trepar por su cuerpo. Gritó, pateo, intentó empujarse, intentando liberarse, luchando por su vida.
La parte baja completa de su cuerpo estaba atenazada, unos grandes y poderosos brazos le rodearon la cintura, sosteniéndolo firmemente.
¿Qué es esto? ¿Qué demonios es esto?
Algo increíblemente poderoso y agudo, como una enorme lanza, perforó el pecho de Elgyn con pasmosa rapidez. El capitán pirata sintió cada centímetro de su paso al romper sus costillas, pulmones, corazón, hasta atravesar por su espalda, dejando un enorme agujero. Sin poder respirar, con el corazón perforado, Elgyn sintió que comenzaba a desvanecerse, y continuaba débilmente intentando liberarse de su asesino.
¿Qué es esto¿ Qué coño es lo que me está matando? ¿Y por qué?
La última visión consciente de Elgyn, fue que algo enorme, negro y horrible salía del agujero en su pecho, aferrando entre sus acerados dientes, su corazón sangrante.