13

Call se desconectó del Betty y observó a Vriess preparándose para separarse del Auriga. Se sentía muy mal por Ripley, pero aún así debían de salir de ahí. Vriess le sonrió una vez que tuvo su plan de vuelo en su sitio, y ella se permitió devolverle la sonrisa, tentativamente.

Todavía había cosas que hacer. Se alejó de la consola de comando para reunirse con Johner y Purvis. Mirando al hombre de la cicatriz, le murmuró, —Johner, lleva a Purvis al congelador.-

Johner estaba claramente aliviado de estar a salvo a bordo del Betty. Cooperando, palmeó la espalda de Purvis y le dijo. —Bien, es hora de la siesta, amigo.-

Purvis parecía increíblemente cansado y agotado, pero asintió y siguió al hombre.

Call se adelantó para ayudar a Johner con la mezcla criogénica. Sería más rápido si ella lo hacía, y Purvis ya tenía el tiempo prácticamente en contra. Comenzó a andar por el corredor, esperando que las luces se encendieran delante de ella, pero no lo hicieron. Frunció el ceño. No había detectado ningún problema mecánico cuando se había conectado a la nave, pero no se iba a preocupar ahora por problemas menores. Sin embargo, esas luces debieron encenderse cuando entraron en la nave. Se volvió hacia Johner, preocupada.

Antes que pudiera hablar, apareció una mano por entre la oscuridad a sus espaldas, con un vago reflejo del cañón del arma que sostenía. Una ensordecedora explosión del disparo en aquel pequeño espació asustó a Call. Purvis recibió el impacto en el hombro. Gritó y cayó al suelo.

Cuando Johner buscó su arma, el brazo al que pertenecía la mano se enredó alrededor del cuello de Call, y el duro cañón metálico, que todavía humeaba, le apuntaba a la mejilla. Se quedó inmóvil.

¿Quién...? ¿Qué...? ¿Cómo...?

Cuando el hombre que se escondía entre las sombras se adelantó hacia la luz, Call escuchó una voz conocida.

—Te mueves,— dijo el hombre a Johner —¡Y volaré los sesos de este trozo de hojalata!-

¡Wren!

Call vió que Vriess giraba en la silla del piloto para verlos, su expresión era de rabia y frustración por estar ahí atrapado, incapaz de ayudarles.

Johner se puso tenso. Este era un conflicto que él comprendía, un enemigo con quien podía lidiar. El hombre de la cicatriz separó las piernas, abriendo los brazos a los costados, intentando no ofrecer resistencia. Pero Call había visto a Johner en acción. Si Wren tenía algún remoto conocimiento de hombres como él, el doctor ya lo hubiera matado sin argumento alguno. Call sospechó que el conocimiento de Wren no se enfocaba a esos campos.

—¡Distephano!— Ladró Wren al soldado. —Toma sus armas.-

Call clavó la vista en el soldado. ¿Lo haría? Ella había salvado su vida en el episodio del comedor. ¿Se volvería contra ellos ahora?

Distephano se quedó de pie, como si fuera a ofrecer un saludo militar. —Disculpe, señor, pero JÓDASE, señor.— No hizo otro movimiento para alcanzar su propia arma o desarmar a Johner.

Wren atrajo a la chica violentamente hacia sí, estrangulándola. Ella podía sentir la terrible tensión en su cuerpo, el temblor del cuerpo del hombre al desesperarse más y más. Hundió más fuertemente el cañón del arma en la mejilla de Call. —¡Arrójala!— gritó de nuevo. —¡Arrójala o todos moriremos aquí!-

Un repentino y agudo grito les hizo volverse. Purvis se quedó paralizado, con los ojos enormemente abiertos, aferrándose el pecho.

Nadie se movió, ni siquiera Wren.

Frenéticamente, Ripley intentó buscar una forma de escapar del tanque de desperdicios, pero desde donde se hallaba, no veía puertas, ni salidas de ninguna clase. Ellos la habían llevado ahí dentro, ¡debía haber una salida!

La Reina manoteaba más frenéticamente, gritando ferozmente. Los otros Aliens estaban más y más agitados, zumbando, retorciéndose, precipitándose al fétido lago.

Un grito en particular de la Reina fue especialmente desgarrador, y Ripley se quedó paralizada. El vientre de la Reina se elevaba, vivo, con algo que claramente empujaba desde el interior.

Ripley se tensó al surgir un recuerdo.

Esto me ocurrió a mí. Yo dí a luz. Yo fui madre una vez, una madre verdaderamente. Yacía en mi propia cama, y mi esposo estaba ahí. Y había una enfermera, y un doctor. Yo chillaba cuando mi vientre se movía.

Podía sentirlo ahora, el recuerdo era así de fuerte. Instintivamente, sus manos se posaron en su propio vientre.

Estaba sudando mucho, pero no quería ningún medicamento, incluso cuando mi esposo me rogaba que los tomara. Estaba preocupada por todos esos años con drogas criogénicas, y no quería nada similar mientras daba a luz. En mi propia cama. En mi propia casa.

Observó a la Reina retorcerse y gritar en aquel fango, en aquella grotesca parodia de su propia experiencia. Eso la enfermó.

Tuve una niña, una hermosa y pequeña niña. Se parecía a sus dos padres. La llamamos Amy.

Ellen Ripley parpadeaba ante la inundación de recuerdos humanos que le llegaban, mientras permanecía atrapada ahí, en el infierno Alien.

Le dijiste a Amy que volverías para su onceavo cumpleaños. Lo prometiste. Aquella fue la primera vez que los derrotaste. Pero tu cápsula de escape no fue encontrada sino hasta cincuenta y siete años después. Amy murió sin saber por qué no habías vuelto a casa para su cumpleaños.

Ripley cerró los ojos por un momento, ante la clara imagen de su hija. Surgieron otros recuerdos.

Newt.

Hicks.

Incluso Jonesy...,

Todos ellos muertos, perdidos con los años.

Junto a ella, Gediman observaba, sorprendido, con ojos enormes, riendo como un lunático, emitiendo un bajo —je-je-je— que era casi tan molesto como los sonidos de los Aliens.

La Reina gritó nuevamente, y se volvió hacia Ripley, como si el clon, su propia —madre— pudiera, de algún modo, ayudarla a pasar esta experiencia, como si pudiera, en alguna forma, suavizar aquel dolor. La fémina Alien bramaba, intentando zafarse de su fétida cama.

Recordando su propio dolor, Ripley gimió junto con la Reina, y sus entrañas se contrajeron como un reflejo.

Y dentro de ella, dentro de sus genes, sintió el dolor de la Reina en un nivel visceral. El vínculo telepático la forzaba, la forzaba a ser la Reina atravesando por una experiencia terrible. El distendido y desgarrado vientre, las lágrimas, el ardiente dolor, la inexorable presión. La completa rebelión de su cuerpo forzándola a desempeñar una función que ella ya no quería desempeñar. Ripley gimió junto con la Reina, sufriendo junto con ella sin esfuerzo y en total empatía.

Al mismo tiempo, pudo sentir la preocupación de los guerreros al acercarse a la dolorida e indefensa Reina.

Ella podía sentir su ansiedad. Todos ellos —sus esposos, todos —anhelando ayudar a su Reina, pero sin saber cómo hacerlo.

De pronto, un chorro de sangre emergió como un géiser del enorme vientre de la Reina. La sangre surgía y resbalaba de esa primer erupción, dejando surcos de ácido sobre la enorme masa de piel. Ripley intentó apartar la vista, sin querer presenciar esto por más tiempo, esta horrible farsa de nacimiento humano.

La Reina volvió a gritar, levantando la cabeza, mirando a Ripley, como si ella fuera su matrona, Ripley se replegó, aferrándose el propio vientre, y gritó a dúo con la Reina.

La retorcida criatura se colapsó hacia atrás, hacia el cieno, y los guerreros que la rodeaban repentinamente se apartaron, como si presintiesen algo inminente.

Ripley parpadeó cansadamente, mareada, mirando el vientre que se contraía. Otro brote de sangre emergió, y entonces algo presionó hacia arriba contra el delgado tejido del vientre de la Reina. Aquello continuaba empujando, presionando, hasta que la piel del vientre tomó la forma de lo que había debajo.

Ripley parpadeó. Parecía como si un cráneo —un cráneo humano — pugnara por salir del vientre de la Reina.

El bebé... pensó Ripley distraídamente. El bebé está coronando. Veo su cabeza...

Hubo un grito final, un terrible y desgarrador lamento, y de pronto, El Recién Nacido emergió, desdoblándose de los pequeños confines de la matriz de su madre.

La criatura era pálida, no negra, su piel se parecía más a la piel humana que el duro exosqueleto de silicona de los Aliens. Su cabeza tenía la clásica y alargada forma del cráneo, pero la cara... La cara...

Junto a ella, Gediman farfulló, llorando de locura y regocijo. —¡Una bellísima, bellísima mariposa...!-

La cara del Recién Nacido tenía algo claramente humano, demasiado humano. Parecía una calavera, con enormes cuencas oculares, unos largos y brillantes dientes blancos, una mandíbula cuadrada, y los huecos de una nariz humana, coronados por el cartílago nasal y el séptum. El rostro del Recién Nacido era el vivo rostro de la Muerte.

—Es tan hermoso,— murmuró Gediman.

Ripley se volvió a mirarlo. Parecía beatificado, como si le hubiera otorgado al universo el regalo más fino que la ciencia podía generar.

Ripley sintió que estaba al borde de unirse a él en su locura. Le dio la espalda al científico e intentó calmar sus entrecruzadas emociones.

El Recién Nacido desenrrolló su enorme cuerpo del interior de su madre.

La Reina, que ya no estaba sufriendo un dolor tan intenso, gimió ahora suavemente, dejando también de manotear. Intentó acercarse a su hijo con una mano temblorosa. Ripley se recordó a sí misma haciendo aquel mismo gesto, recordó que su esposo cargaba a su hija y la depositaba suavemente en el estómago de su madre. Recordó haber roto a llorar, y después reír casi histéricamente, mientras todos ahí se regocijaban con el húmedo, sonrosado y sano bebé.

Al intentar alcanzar la Reina a su hijo, el Recién Nacido se volvió hacia ella.

Ni siquiera ha crecido del todo, se percató Ripley, sin saber cómo es que lo sabía. Duplicará, quizá triplicará su talla en un solo día. Y su apetito es insaciable. Como lo es su ferocidad y hostilidad. El organismo perfecto.

Cuando el Recién Nacido se deslizaba fuera del interior de su madre, Ripley pudo ver sus manos. Eran tan fuertes y enormes como las de los Aliens, pero tenía solo cinco dedos. Las largas uñas y pálida piel hacían que las manos se vieran...

¡Exáctamente como las mías! Pensó Ripley.

En una parodia de ternura humana, el Recién Nacido trepó por el cuerpo de su madre hasta llegar a su cabeza. La Reina emitía suaves y confortantes sonidos, sonidos maternales, examinando a su pequeño, visiblemente orgullosa de lo que había logrado. El Recién Nacido se acercó más, y por un momento, parecía como si el pequeño fuera a besar a su madre.

Entonces, con un intenso y súbito movimiento, el Recién Nacido soltó un golpe que, con una fuerza inmensa, desgarró la cara de la Reina, derramando sangre por todas partes.

Ripley, que todavía tenía el vínculo telepático con la Reina, sintió sus gritos de agonía y de dolor infinito.

El Recién Nacido no se detuvo ahí, sino que atacó el convulsionado cuerpo de su madre con sus enormes dientes, desgarrando a la Reina en trozos, devorando sus despojos. Al ser inmune a la sangre ácida, el Recién Nacido se atiborró con los restos de su progenitora.

Ripley sintió la muerte de la Reina cuando el vínculo telepático se hizo más débil, hasta desaparecer por completo. Fue un doloroso corte, tan agudo como un hueso roto cuyos bordes se clavaban en su cabeza, en su alma. Su cerebro intentaba revelarse, luchaba por comunicarse con los guerreros, necesitando su vínculo. Pero la conexión con ellos era de un terror y confusión totales, sintiendo su agitación en el limo, sin saber qué hacer al ser destruida su Reina, su objetivo entero.

Ripley sintió como si estuviera rodeada de almas en pena, mientras los Aliens chillaban y gritaban de dolor y mientras el Recién Nacido continuaba comiendo a su madre vorazmente. Ripley se percató entonces que no solo los Aliens estaban haciendo ruidos. Se volvió. Gediman todavía farfullaba, y sus parloteos se disolvieron en gritos aterrados.

Los ojos Gediman se abrieron al máximo y comenzó a agitarse, a retorcerse, más salvaje y frenéticamente a cada momento. Comenzó a gritar histéricamente, luchando con todas sus fuerzas contra la endurecida resina que lo mantenía prisionero.

Ripley se apretujó a las paredes del tanque, intentando, nuevamente, reunir fuerzas para escapar, pero estaba tan cansada. La pérdida del vínculo telepático con la Reina la hacía sentir vacía, desorientada.

El Recién Nacido, empapado con la sangre de su madre, de pronto se quedó quieto, después inclinó la cabeza, como si escuchara.

Lentamente, se volvió, y Ripley tuvo la primer oportunidad de ver de cerca el rostro de la criatura. Más allá de las profundas y enormes cuencas oculares, la mujer vio dos ojos, no demasiado diferentes a los suyos, brillando.

Miró fijamente. Amy también tenía mis ojos, pensó, sintiendo una risa histérica subía por su pecho.

Gediman también vio los ojos, brillando en la terrible profundidad de las cuencas del Recién Nacido, y gritó más fuerte, más histéricamente.

Como un muelle, el Recién Nacido se incorporó.

¡Ya es más grande! Notó Ripley.

De pie en dos largas, temblorosas piernas, el bebé de dos metros de altura dio sus primeros pasos, dirigiéndose hacia el científico.

Cuando llegó a su lado, su enorme y terrible apariencia hizo a Gediman quedarse muy quieto. Abrió la boca, y se quedó paralizado, sus ojos refulgían, conscientes del peligro que lo agobiaba más allá del terror. El Recién Nacido olfateó al hombre, y Ripley pudo ver la cara de éste temblando.

Entonces el Recién Nacido abrió su enorme mandíbula, más y más ampliamente. Como una serpiente que fuese a devorar a su presa; las poderosas mandíbulas parecía que fueran a dislocarse al abrirse frente al hombre atrapado. Ripley no pudo ver una lengua dentada en su interior, solo las enormes mandíbulas, y unos terriblemente largos y blancos dientes.

Con rapidez asombrosa, el Recién Nacido atacó, hundiendo sus enormes colmillos en la coronilla del cráneo de Gediman. El hombre recuperó entonces la voz, gritando más salvajemente que antes, mientras unos densos zurcos de sangre chorreaban su frente, sus ojos, sus orejas, su propia boca.

¡Oh Dios! Oh, no. ¡NO! Pensó Ripley, rogando que pudiera encontrar la conexión con el Recién Nacido y, de algún modo, detener lo que estaba por hacer. Pero la criatura la ignoró.

Con un enfermizo y crujiente sonido de huesos rotos, el Recién Nacido de hecho abrió el cráneo de Gediman con la misma facilidad con la que un humano abriría un huevo cocido. Su cerebro estaba expuesto, brillante, rosado, pulsante.

Ripley gimió de horror y apartó la vista. Podía oir el tejido suave al ser desgarrado, los húmedos sonidos de la masticación, de tragar, junto con los gemidos gorgoteantes del agonizante científico. Olió la esencia metálica de la sangre del hombre, finalmente muerto, que todavía estaba suspendido en su prisión de tendones resinosos. Las últimas gotas de sangre cayeron a la ciénaga que estaba más abajo.

Lo único que Ripley podía hacer era cerrar los ojos.

No vio al Recién Nacido volverse, mirarla significativamente, y después lamerse ávidamente sus sangrientos dientes con una larga, y serpenteante lengua...

Purvis estaba en agonía, en una agonía tan intensa, que apenas podía discernir qué era más doloroso. Su hombro ardía de dolor por el disparo recibido. Dolía tanto que apenas podía pensar. Pero el dolor en su abdomen-

Dios, el dolor en su abdomen era realmente horrible. Era como si algo estuviera caminando por ahí, moviéndose como una serpiente, como si estuviese buscando una salida. Se sintió enfermo, con náuseas, y en tan crudo dolor-

A pesar de su agonía, se las arregló para centrar su atención en la escena que tenía enfrente.

Wren, gritando como un loco, aferraba a Call tan firmemente que casi la había desmayado. La herida de su pecho brillaba y dejaba ver unos destellos intermitentes de los bizarros órganos internos que estaban expuestos.

Wren hundía el cañón de su arma firmemente en la mejilla de Call. Purvis sabía que la estaba lastimando. Call, quien había intentado tan intensamente salvarlos a todos. Especialmente a Larry Purvis.

Wren estaba gritando. —Ahora, esta ramera sintética se va a conectar nuevamente al Auriga y lo hará aterrizar de acuerdo con los procedimientos de emergencia normales.-

Call se obstinó en hablar, su voz sonaba entrecortada. —¡No, no lo hará!

Distephano confrontó a su oficial superior. —¡Usted está loco! ¿Todavía quiere llevar esas criaturas de vuelta a la Tierra?-

—¿Es que no has puesto atención el día de hoy?— Le espetó Johner, con un sarcástico reclamo.

Purvis sentía que algo se desenrollaba en su interior y gimió, con los dos brazos aferrados a su estómago.

Wren estaba perdiendo la cordura, era obvio. —Los Aliens serán capturados por las tropas de cuarentena de la base.— De pronto, desvió su arma, apuntando a los otros, apartándola del rostro de Call.

—Sí, los capturaran por un lapso de unos cinco segundos,— jadeó ella.

El doctor volvió a dirigir el arma a su rostro, apretando fuertemente el cañón contra su mejilla, lastimándola. —¡Cállate!— Gritó —¡He dicho que te calles!-

Justo entonces, Purvis sintió un espantoso estirón en el centro de su pecho, justo bajo su caja torácica. Bajó la vista hacia su propio torso. Una mancha de sangre emergió y manchó su camisa, él se quedó mirando la mancha, sin comprender.

Todos los demás se quedaron de piedra, incluso Wren.

Entonces, Purvis comprendió. Era la cosa que tenía dentro. Era tiempo de que naciera. No había sido puesto en el congelador a tiempo, y ahora era demasiado tarde ya. Este monstruo lo desgarraría por dentro y lo mataría. Y este hijo de puta de Wren, este mal nacido científico era el responsable. Los tripulantes del Betty pudieron haberlo secuestrado, pudieron también haberlo entregado ahí, pero el proyecto entero de desarrollar a esas infernales criaturas dentro de huéspedes humanos vivos, era obra de este hombre.

La rabia de Purvis estalló en su interior, más fuerte incluso que la del Alien que lo estaba matando. Purvis miró a Wren.

Wren debió percatarse de lo que sentía Purvis en su rostro, porque desvió de nuevo el arma del rostro de Call, apuntándole ahora a Purvis. No es que a Purvis le importara. Era solo una pistola. Todo lo que podía hacer era matarlo y eso sería una bendición.

Purvis se forzó a ponerse en pie, trastabillando como un zombi. Se dirigió hacia Wren, que estaba petrificado por el horror. A Purvis le complació ver la extraordinaria expresión de terror en la cara de aquel pequeño bastardo. Purvis avanzó dando traspiés, luchando contra su agonía — literalmente, como un poseso.

Aterrado, Wren disparó.

La bala alcanzó a Purvis en el otro hombro, haciéndolo retroceder un paso, pero sin detenerlo. La criatura en su interior se movía tan frenéticamente ahora, liberándose de su huésped a mordidas con tanta urgencia, que Purvis no podía sentir otra cosa, ni siquiera las balas que lo golpeaban a quemarropa. Estaba vagamente consciente de la sangre que escurría por su abdomen, por sus hombros, por la espalda. Pero estaba demasiado concentrado para preocuparse por eso. Su universo entero se había reducido, y ahora solo quedaba Wren...

Wren disparó otra vez, y otra, y otra, acertando a Purvis en cada ocasión. El apretón del doctor hacia Call se aflojó, y en un rápido y certero movimiento, ella estrelló un codo en su pecho al mismo tiempo que aferraba el meñique de la mano del doctor y lo torcía tan fuertemente, que se escuchó el sonido de los huesos al romperse.

Wren gritó y la soltó, y mientras ella se alejaba de él, su siguiente tiro falló, golpeando una silla vacía.

Entonces Purvis se abalanzó sobre él, atestándole un puñetazo con toda la fuerza de su furia. La nariz de Wren se rompió con un sonido desagradable. La pistola se le escapó de las manos, y vagamente, Purvis se percató que Johner se abalanzaba sobre ella para alejarla del alcance de Wren.

Purvis de algún modo encontró la fuerza necesaria para golpear aquel odiado rostro una vez, y otra, y otra, hasta que la sangre brotaba libremente de la nariz, la boca, los labios partidos, los dientes rotos.

Después le golpeo un poco más.

Intentando escapar de aquel furioso ataque, Wren cayó, y se curvó sobre su estómago, intentando arrastrarse para escapar de la furia absoluta de Purvis. Purvis se montó a horcajadas sobre su espalda, como un diabólico y obsceno amante, y aferró un mechón de cabellos de la cabeza de Wren, y la jaló hacia arriba.

—¡NO!— Gritó Wren. —¡No! ¡No! ¡NO!-

Purvis aprovechó que lo tenía por los cabellos y estrelló su cara contra el suelo una, dos, tres, cuatro veces hasta que Wren lloró, gimiendo, indefenso en sus manos.

Vriess de pronto gritó, —¡Call! ¡Johner! ¡Soldado! ¡Aquí!— Y les arrojó los rifles que había escondido bajo la consola de comando.

Al aferrar la cabeza de Wren por los cabellos y golpearla contra el suelo, Purvis sintió un tremendo dolor creciente en sus entrañas. Enterrándo ambas manos en el cabello de Wren, aferró al derrotado doctor mucho más fuertemente que como había hecho este con Call, atrayéndolo hacia su pecho.

El grito se inició en las profundas entrañas de Purvis, y él se preguntaba si era la criatura la que gritaba, el grito del nacimiento, mientras el sonido pugnaba subiendo por su cuerpo hasta salir por su garganta. Sintió a la cosa moviéndose, masticando, con pequeños y feroces dientes, comiéndolo desde el interior, atravesando sus órganos, hasta su diafragma, sus pulmones, rompiendo todas sus costillas.

El pecho se inflamó hacia fuera, la mancha en su pecho crecía, brotaba, en un chorro emergente de sangre, huesos y órganos. Con un titánico y final esfuerzo de venganza suprema, Purvis aferraba firmemente el cráneo de Wren sobre su sangrante pecho. Ahora, ambos estaban gritando.

Wren agitó los brazos, intentando zafarse de su captor, pero las últimas fuerzas de Purvis eran increíblemente resistentes.

Purvis sintío sus costillas partirse y separarse. Aferraba con furia la cabeza de Wren, sabiendo que casi había terminado. El final sería aquí. Pero a su manera. Por lo menos esto, terminaría a su manera.

Purvis sintió el nacimiento. Al destruirse sus pulmones, dejó de gritar, pero la voz de Wren era lo suficientemente fuerte para ambos. El embrión Alien emergió de él, golpeando fuertemente la nuca de Wren.

Con los últimos resquicios de conciencia, Purvis observó algo pequeño y parecido a una serpiente que emergía explotando la frente de Wren, una vez que atravesó su cerebro. Los gritos del científico se incrementaban en la escala acústica, resonando como el grito combinado de cada durmiente que había secuestrado, de cada soldado que había sido capturado por los Aliens. Para Purvis, los gritos de Wren eran el dulce himno de la venganza.

El nacimiento del Alien roció a todos los presentes con sangre y tejidos, y todos retrocedieron. La traslúcida criatura se contorsionaba en la cara de Wren, intentando liberarse de esa pequeña cavidad que era su cráneo. Gritaba desafiante a la tripulación armada, y el grito de Wren le hacía un eco espantoso.

Justo antes de desvanecerse por completo, Purvis observó que los tripulantes del Betty cargaban sus ármas. Deseó poder decirles, —gracias— cuando abrieron fuego.

Los cuatro supervivientes dispararon carga tras carga al hombre moribundo y al pequeño y furioso Alien, haciendo que los cuerpos rebotaran como si bailasen, salpicando el interior del Betty con sangre, tanto humana, como Alien.

Entonces, finalmente, las siluetas de Wren y Purvis se desplomaron, y el Alien emergente había quedado tan completamente desintegrado, que no quedó nada de él.

Call caminó hacia los cuerpos, llorando abiertamente. Pateó el cadáver de Wren de una forma salvaje, queriendo dispararle unas cuantas veces más, pero resistiéndose a hacerlo. Como diría Johner, sería un jodido desperdicio de municiones.

Se arrodilló a un lado de Purvis, y tocó su rostro amablemente. —él... casi parece agradecido...— sollozó.

La gran mano de Johner se posó en su hombro. —Lo estaba, Annalee. Sabía que intentábamos hacerle un favor. Confiaba en que lo hiciéramos.-

Ella volvió la vista hacia el hombre de la cicatriz. Se había enternecido solo por un momento. Ella le palmeó suavemente la mano y asintió.

—Vamos,— dijo Distephano suavemente. —Debemos salir de aquí. Podremos embalsamar los cuerpos cuando estemos fuera del Auriga.-

, pensó Call angustiada. Si es que podemos salir del Auriga.