5
Pérez observó a sus soldados, preparándose para el desembarque de la tripulación del Betty desde una elevada plataforma sobre ellos. Su ojo crítico escrutaba a cada soldado, alerta, buscando signos de desorden u holganza. Las tropas se veían bien. El corredor fuera del desembarcadero era tan prístino y brillaba tanto como el resto de la nave. Justo como él quería que fuera. Y así seguiría. Él mismo había escogido a cada uno de los soldados a bordo del Auriga. Cada uno buscaba misiones más importantes, mejores y más interesantes. El permanecer bajo el mando de Pérez les garantizaba consideraciones especiales una vez terminada su misión ahí. Así que prácticamente ninguno le había decepcionado. Y él sabía que no iban a hacerlo ahora. No con él de pie observándoles.
Los conductos de aire llevaron la voz átona de Padre al desembarcadero. —Ciclo completo. Se abrirán las puertas.
Cuando las puertas neumáticas sisearon al abrirse, la tripulación del pequeño carguero pirata apareció paulatinamente ante los soldados. Pérez no pudo evitar pensar lo mismo que algunos de sus soldados. Todo a bordo del Auriga estaba esculpido y pulido, como Pérez exigía que estuviera. Cada soldado ahí abajo estaba idénticamente vestido, igualmente armado. Hombre o mujer, grande o pequeño, de origen étnico —eso no importaba. Eran una unidad que respondía a un solo líder.
No como este atajo de andrajosos, pensó decididamente. Lo único que los asemejaba era su total discrepancia. Sus ropas, sus cabellos, la forma de pararse, el modo de andar ... o rodar, pensó Pérez con cierto asombro al ver que uno de los miembros de la tripulación, desembarcaba en una silla de ruedas mecanizada. Sacudió la cabeza. Era un grupo tan bizarro, tan ecléctico, que Pérez no podía siquiera imaginar si Elgyn los podía hacer cumplir la más mínima orden. Se preguntaba cómo habían sobrevivido en el espacio con aquella chatarra que tenían por nave, en el espacio el orden y la disciplina eran las únicas cosas que te podían mantener vivo.
La tripulación del Betty bajó por la rampa, aproximándose a los soldados. Al hacerlo, Pérez evaluó sus posiciones. Observó sus ojos atentos y postura rígida, notó sus brillantes pieles, la grasa mecánica tan curtida en su carne que parecía casi un tatuaje. Había algo que tenían en común, se dio cuenta finalmente. Cada uno tenía una visible marca de rudeza que no era solamente valentía. Justo como sus soldados, esta tripulación mataría si tuviera que hacerlo. Incluso, sospechó, esa muchachita del medio. ¿De dónde habrá venido? Elgyn no mencionó haber reclutado más personal. Pérez intentó no preguntarse si ya habían matado antes. Ahuyentó este pensamiento. Estos eran piratas, en todo el sentido de la palabra, pero Pérez no veía nada de maravilloso en ello.
Contrabandistas, pensó quisquillosamente. Admítelo, Martin. Son solo ladrones y asesinos. Y tú los contrataste. ¿Por qué invitarlos a venir? No era que tuvieras otra opción.
El ecléctico grupo llegó lentamente al sitio donde los soldados se hallaban, listos para registrarlos. Cooperativamente, varios de ellos levantaron los brazos para ser rastreados. El inmenso negro al frente levantó muy alto sus brazos; su camisa abierta revelaba un prominente y fornido pecho. Cuando el soldado le dijo que estaba limpio, el hombre sacudió su cabeza, incrédulo. Los miembros de la tripulación del Betty murmuraron entre ellos.
Súbitamente, la luz del sensor en el guante de otro soldado comenzó a parpadear. La mujer cuya señal se encontraba activa alzó la vista hacia un feo hombre con una espantosa cicatriz y le dijo firmemente, —No se permiten armas a bordo, Señor.
Al reírse de ella el tipo de la cicatriz, Pérez pensó para sí mismo. Sé amable con ella, amigo. Es una especialista y campeona en combate mano a mano. Probablemente podría derribar a ti y a todos tus colegas si la pones nerviosa. Y tu horrible marca no la disuadiría ni por un segundo.
El hombre de la cicatriz abrió su chaqueta, cooperativamente, mostrando al soldado aquello que había activado el sensor. Un gran termo de plata.
—¡Luz de Luna!— Explicó. —Mi propia creación. Mucho más peligrosa.
Toda la tripulación del Betty rió.
La soldado no mostró la más mínima reacción. —Lo lamento señor, puede entrar.
Justo en ese momento, Elgyn vio a Pérez en su plataforma y caminó hacia él. —¿Acaso crees que nosotros seis vamos a secuestrar tu nave?— La tripulación rió de nuevo.
Pérez esperó a que se callaran. —No — pero creo que tu estúpida tripulación puede emborracharse y disparar una bala en el casco. Estamos en el espacio, Elgyn.— Esperó a que sus soldados comenzaran a reír, pero ellos eran demasiado profesionales para eso y mantuvieron su seriedad.
Los rastreos terminaron, y Pérez ondeó la mano a la tripulación del Betty para que entrasen al Auriga.
El tripulante de la silla de ruedas fue el último en avanzar. Finalmente, manejó su silla automatizada hasta donde estaba la soldado que había encontrado el termo.
—¿Quiere revisar la silla?— Preguntó dulcemente a la soldado.
El rostro de la mujer no se inmutó. Pérez sabía que ella era lo suficientemente experimentada, como para saber que el hombre esperaba que revisase algo más que su silla. La mujer solamente levantó el brazo, apuntando hacia el grupo que avanzaba lentamente más adelante. Con una leve sonrisa, él los siguió.
Pérez también lo hizo.
Quince minutos después, en su cuartel, la puerta del general sonó. Él sabía quien era, y pidió a Padre que abriera la puerta. Elgyn estaba ahí, recargado sobre el marco. Entró, saludando con la cabeza al general, y se dirigió a la mesa que Pérez ya tenía dispuesta.
Ahí, sobre su superficie plana, había pulcros, previamente contados, y ordenados fajos de billetes de mil dólares. Había muchos fajos. Más de los que Pérez quería pensar. Los billetes eran originales, sin secuencia en su numeración. Eran perfectamente cuadrados, de un brillante color verde, y cada uno de ellos tenía impresa la insípida cara de algún obscuro líder del congreso del siglo pasado. Pérez no podía evitar pensar que debían ser de un brillante color rojo. Dinero sangriento.
Elgyn se sentó lentamente en la silla que Pérez le tenía dispuesta, y él se sentó en el lado opuesto. La expresión en el rostro de Elgyn solo podía definirse como satisfacción. Sonreía ligeramente al mirar fijamente los fajos, separando los billetes con el pulgar, contándolos.
—Estos fueron muy difíciles de conseguir— comentó Pérez secamente.
Elgyn enarcó las cejas. —Igual que nuestra carga. No alegará pobreza ¿verdad?
Al darse cuenta que lo había malinterpretado, Pérez rectificó.
—Me refiero a los billetes. Casi nadie maneja efectivo en estos días.— Mucho menos una cantidad así.
Elgyn sonrió, comprendiéndolo. —Solo aquellos que no quieren registrar todas sus transacciones. El elemento sorpresa. Como usted, por ejemplo.
La analogía laceraba. Repítetelo de nuevo, Martin, recuerda que estas sirviendo a tu país. Pérez levantó un pequeño paquete rectangular de la mesa, y tomó un vaso.
—¿Bebe?-
—Constantemente,— asintió Elgyn con gesto gracioso.
Pérez retiró la cubierta protectora del pequeño cartucho plástico y vació un sólido cubo de gel ambarino en el vaso. Pasó el vaso bajo un láser manual y le tendió a Elgyn la bebida, ahora licuada. Luego se preparó una para él. Era escocés del bueno, quizá del mejor.
—Estoy suponiendo, sea lo que sea que hagan aquí, que no está exactamente aprobado por el Congreso,— dijo Elgyn, tomando un sorbo. Levantó el vaso, como para brindar después de haberlo probado.
Me alegra tanto que apruebe nuestra cava, pensó Martin, disgustado.
No, este proyecto no fue aprobado por el Congreso, ni por ninguna otra agencia gubernamental o panel militar. Pero a Pérez nunca le faltaron recursos ni fondos. Incluso, cuando tenía que lidiar con los cuestionamientos como los de este pirata, no podía evitar cuestionarse sobre la operación completa. Y no es que soportara las preguntas. Él tenía un trabajo que hacer, una misión que completar, y obtener luz verde a cualquier precio. Tuvo que obligarse a creer que cualquier ventaja futura que resultara de este trabajo, debería superar todos los sacrificios que había hecho hasta ahora.
Pérez tenía poca paciencia con los apabullantes escenarios de Wren sobre los avances médicos y los milagros bioquímicos. Él solo podía pensar en criaturas que, siendo injertadas con implantes electrónicos de control de comportamiento, transformarían las tropas armadas hasta la quintaesencia. De hecho, Wren y Gediman habían reportado recientemente que la inteligencia de los Aliens parecía ser mucho mayor que de lo que sus registros históricos indicaban. Para Pérez, eso era un valor agregado —los animales inteligentes serían mucho más fáciles de entrenar.
Tenía que creerlo así, que durante su vida, la subestimada valía de los hombres bien entrenados, terminaría para siempre. En vez de eso, los soldados serían usados únicamente para operaciones de ‘limpieza’ una vez que los conflictos terminaran— un trabajo apropiado para hombres que podían pensar, valorar, usar el juicio.
Eventualmente, se crearían otras formas de Aliens más provechosas para condiciones de combate específicas, y después podrían ser entrenados para funciones especializadas. Podrían ejercer la milicia para tomar ciudades dirigidas por criminales, preparar seguramente nuevos planetas para su colonización al eliminar a las especies peligrosas, comenzar una nueva era de paz y productividad.
Dejó sus esperanzados pensamientos al mirar a Elgyn. Este pirata no entendería nada de ellos. Cuando habían negociado sobre esta misión, Elgyn no había preguntado para qué se usaría su cargamento ‘especial’. Su único interés había sido la pila de dinero que ahora tenía enfrente.
Pérez y Elgyn eran humanos, pero era evidente que eran dos especies totalmente diferentes.
Pérez cambió de tema. —¿De donde sacaron a su nuevo pececillo?
Elgyn bromeó. —¿Call? En trabajos manuales. Estaba buscando un trabajo de mantenimiento.
—Da buena impresión,— comentó Pérez secamente.
—Está severamente follable, ¿cierto?— Concordó Elgyn. —Y es el mismo diablo cuando se cabrea. Algo así es lo que opina Vriess.— Tomó uno de los paquetes de billetes que tenía enfrente y lo acercó a él abanicándolo, luego se lo llevó hasta la nariz e inhaló. Su expresión era la de un hombre percibiendo el más fino buqué del vino, o la alargada y fina silueta de un habano recién liado. —Tiene curiosidad en esta, pequeña transacción. Y no la culpo. Es algo demasiado encubierto y escabroso...— Pérez lamentó mencionar lo de la expedición de pesca. —Esta es una operación militar.
Elgyn vio más que eso. —La mayoría de los laboratorios de investigación militares no tienen que operar fuera del espacio regulado. Y no tienen que emplear contratistas particulares ... Y no piden la clase de carga que nosotros trajimos.
Pérez se dio cuenta que Elgyn quería algo. ¿Un bono? Debería poner las cartas sobre la mesa. —¿Quiere algo Elgyn?
El espigado hombre se recargó en su respaldo, completamente relajado y tranquilo. —Solo cama y techo por un par de días. A Vriess le gustaría echar un vistazo para obtener algunas refacciones. Si no es molestia, claro.
Pérez se preguntó nuevamente si no estaría cometiendo errores. Al comprometerse con Elgyn para este proyecto, había considerado seriamente matar a la tripulación y destruir la nave tras la entrega, luego decidió que eso podría ser contraproducente, que podría traer más problemas de los que resolvería. Quizá necesitara repasarlo una vez más. Sería bueno tener a la tripulación y la nave a bordo mientras reconsideraba. —Desde luego que no es molestia. Solo manteneos fuera de las áreas restringidas. No inicien peleas... mi casa es su casa.
Elgyn levantó su vaso, agradecido, y terminó de beber.
—Confío, por supuesto, en que os mantendréis al márgen.
El hombre era todo sonrisas. —Soy famoso por ello
Sí, pensó Pérez. Es cierto, sí lo eres. Por eso fue que te contraté desde un principio
De vuelta a bordo del Betty, en la cubierta de carga, Call se puso sus guantes y caminó hacia Christie. El enorme hombre la miró naturalmente, luego preguntó, —¿Dónde está Johner?
Se encogió de hombros. —Ya conoces a Johner, ya quiere fiesta.
Christie sacudió la cabeza. —Debí imaginarlo. En tal caso, gracias por la ayuda.
Ella asintió, como diciendo, no hay problema.
Escuchó el sonido estentóreo de la esclusa de aire al abrirse y oyó la femenina e inflexible voz del Betty diciendo. —Ciclo completo. Las puertas se abrirán. La rampa está descendiendo.
Call y Christie caminaron hasta los montacargas manuales que alojaban los primeros contenedores de ‘carga’.
Cuando las puertas se abrieron completamente, pulsaron los controles en los montacargas manuales y movieron las grandes cajas hacia la rampa que descendía del Betty al Auriga. Las cajas metálicas y de cristal plastificado que estaban llevando, tenían casi tres metros de alto por un metro de ancho. Había veinte de ellas a bordo del Betty para descargar. La ‘carga’ especial del general.
Y dentro de cada tubo criogénico, dormía un hombre o mujer adultos.
Call no quería pensar en eso. No era su trabajo pensar en eso. Ésta era la carga. Su trabajo era entregarla. Eso era todo. Obtendría una tajada, además del salario. Aquello fue por lo que se había alistado, después de todo.
Sin embargo, preguntó quedamente a Christie, —Tú... eh, ¿tú crees que Elgyn sabe para qué los quiere Pérez?— Señaló hacia la carga con la cabeza.
Christie la miró con curiosidad, como si de pronto recordase que Call era nueva. —Puedo asegurarte con total certeza, que Elgyn no ha pensado ni por un momento en los planes del general. Solo le importa el efectivo contante y sonante de Pérez.
Ella asintió, luego se volvió, pero Christie la tomó del brazo con sorprendente amabilidad. Su tono de voz reflejaba el mismo comportamiento. —Call, Elgyn no se preocupa por eso, y nos paga para que tampoco lo hagamos nosotros, ¿de acuerdo?
Sorprendida por su fraternal preocupación, Call esbozó una sonrisa. —Estoy bien, terminemos con esto.
Ella llevó el montacargas manual, hacia la rampa, al interior del Auriga.
Sólo haz la entrega. No pienses en ello. No pienses en ellos. Gente dormida ...
Caminaba junto al silencioso Christie, se movieron hacia el Auriga, pasando los tubos por entre los soldados quietos que se hallaban de pie, hasta llegar ante una gran puerta que decía AREA RESTRINGIDA. Ahí había más soldados frente a la puerta. Al ver aproximarse a Call y a Christie, uno de ellos tocó la puerta.
Inmediatamente, esta se abrió con un sonido silbante. Call pudo ver a un hombre alto y de complexión media parado al otro lado; llevaba una bata de laboratorio en vez de un uniforme de soldado. Tampoco parecía un soldado. El nombre bordado en su bata decía, —Wren.
Los dos tripulantes del Betty se aproximaron a la puerta, pero al intentar atravesarla, uno de los soldados los detuvo. Otros soldados se adelantaron para tomar las unidades criogénicas. Christie la miró y asintió, así que ella entregó los contenedores que llevaba y Christie hizo lo mismo. Los guardias llevaron las cajas dentro del área restringida, y Call y Christie regresaron al Betty por las próximas. A los soldados se les negaba el acceso al Betty del mismo modo que a ella y a Christie se les negaba el acceso al área restringida.
Pero al regresar Call y Christie por más cargamento, ella no pudo evitar mirar por sobre su hombro para ver a los soldados llevar aquellas unidades al interior del área.
¿Dónde los llevarán? ¿Les despertarán o les dejarán dormidos? ¿Cuánto espacio podrá haber en el área restringida?
Las puertas se cerraron detrás de los soldados, antes que Call pudiera hallar respuesta alguna a sus preguntas. Se volvió hacia el Betty y hacia la tarea que debía terminar.
Entregar veinte hombres y mujeres dormidos a una instalación militar fuera de curso. Sí. Una tarea en verdad muy simple