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El doctor Mason Wren avanzaba vigorosamente por los corredores de color neutro hacia su laboratorio central. El General Pérez lo había requerido para una inesperada sesión informativa mientras se encontraba en mitad del desayuno, y los veintitrés minutos que había perdido en esa reunión ahora hacían estragos el horario del científico. Afortunadamente, Wren podía confiar en que su personal estuviese a tiempo para comenzar todos los programas matutinos, verificar todos los resultados del trabajo del turno nocturno, y estar listo para informarle sobre el estátus actual del experimento. Siguió avanzando a grandes zancadas, verificando su localizador de solapa que estaba fuera de lo normal. Ningún mensaje. Padre —o mejor dicho, la voz masculina artificial de aquel sistema de cómputo de avanzada tecnología, que mantenía el estátus de vida, la investigación de funciones, y todos los otros sistemas críticos del gigantesco Auriga — le diría si había algún mensaje.
Sin novedad son buenas noticias.
Al principio, cuando Pérez lo había llamado, él había anticipado problemas, algún problema en la nueva construcción, pero no.
Solo se trataba de algunos detalles laborales que el Viejo quería que tomara en cuenta, a fin de asegurarse que su científico en jefe tenía información actualizada. Habían pasado dos semanas sin ningún requerimiento en mitad de la noche, y Wren agradecía la súbita explosión de progreso que habían obtenido. Quizá, al fin, habían dado la vuelta a la esquina.
El espigado, y calvo científico llegó a las puertas hasta su libreta de registro, apenas consciente de los dos soldados fuertemente armados que montaban guardia. Eran invisibles para él, parte del escenario, como mobiliario o como los ribetes de las puertas neumáticas. Estaba consciente, en algún nivel, que los soldados se cambiaban cada cuatro horas, pero para Wren todos parecían idénticos —de mandíbulas cuadradas, ojos fijos al frente, indumentaria color oliva, armamento masivo cargado y listo, siempre alertas. Negros, blancos, morenos, hombres, mujeres — todos parecían iguales a Wren. Eran soldados. Gilipollas y ególatras.
Él y su personal eran doctores. Ellos eran científicos. Desde el técnico menos experimentado hasta él mismo, su personal servía a un mayor propósito; la expansión del conocimiento, el desarrollo de la humanidad, la mejora de la condición humana. Los soldados tenían para Wren un solo propósito, asegurarse que él y su personal pudieran lograr sus metas. Todos eran —tanto soldados como científicos— militares, pero la demarcación del valor estaba muy clara en la mente de Wren.
Mientras continuaba su avance, las puertas se abrieron sin emitir sonido alguno, permitiéndole el acceso al laboratorio central. Al pasar por entre los dos guardias, notó de manera distante, con cierto asombro, que no sólo parecían idénticos, incluso mascaban sus chicles al mismo ritmo. Como robots. No, no como robots. Los robots de hecho, habían resultado ser muy individualistas ... cuando aún existían.
Tras él, las puertas se cerraron tan silenciosamente como se habían abierto, y ahora los soldados quedaban olvidados. Como lo había esperado, su personal estaba todo ahí, cada uno completamente concentrado, haciendo sus labores, el trabajo de la ciencia. Y este laboratorio era el sitio perfecto para ese trabajo. Cada pieza de equipo, cada programa, cada persona en este lugar era la mejor. Y sus resultados probaban su valía.
Wren llegó hasta la primera estación de trabajo, mirando las numerosas pantallas que había ahí. Notó el rápido cambio en los patrones de los datos, grabando en su mente el progreso que indicaban. Miró de costado a la Doctora Carlyn Williamson, y ella le ofreció una breve sonrisa.
—Aún vamos tras el dinero, Dr. Wren,— le dijo, complacida.
Él le devolvió la sonrisa. —Bonita manera de empezar el día, Carlyn.
Avanzó hacia la siguiente estación, inclinando la cabeza a los doctores Mat Kinloch, Yoshi Watanabe, Brian Clauss, Dan Sprague, y su estudiante graduada, Trish Fontaine. Kinloch le hizo un gesto con los pulgares arriba, que Wren sabía que significaban una referencia positiva en relación con la serie de pruebas que habían comenzado la noche anterior. Wren le devolvió el gesto y siguió avanzando. Una parte de su mente notó la similitud en el garbo de sí mismo y su personal —novatos o militares monótonos cubiertos por ubicuas batas de laboratorio — y se preguntó si Pérez tendría el mismo problema en identificar a su gente como lo tenía él con los soldados del general.
Tras haber recorrido el área una vez, y satisfecho de que todo iba exactamente como él quería —una situación que casi parecía demasiado bella para ser cierta— el Dr. Wren finalmente se permitió acercarse a la incubadora.
El Dr. Jonathan Gediman, su joven y vehemente socio de cabello oscuro, lo estaba esperando, su cuerpo estaba tan tenso por la premura, que Wren casi esperaba que comenzara a brincar de un pie al otro. Wren realmente no podía culpar a su protegido. Todo lo que había visto esta mañana le decía que las cosas estaban progresando maravillosamente. Pero tras los fracasos que habían enfrentado hasta entonces, Wren quería posponer cualquier sensación de satisfacción. Todavía había muchas cosas que podían salir mal.
—Me has esperado,— dijo Wren a su socio. —Te lo agradezco.
Gediman asintió. —Tuve suficiente trabajo para mantenerme ocupado. ¿Estás listo para verla ahora?
Wren reprimió un gruñido. No le gustaba la tendencia que mostraba Gediman a personalizar al espécimen. No se veía profesional. Pero Gediman era tan buen trabajador, tan comprometido con el experimento, y tan creativo, que Wren intentaba pasar por alto tales manías.
—Seguro,— dijo Wren a Gediman, —Echemos un vistazo al espécimen.
Gediman pulsó los controles en la secuencia apropiada, y ambos observaron la columna de datos a través de la pequeña pantalla en el extremo de la incubadora. El alto cilindro metálico ajustaba su propia temperatura, mientras los vapores fríos eran enviados al exterior. Lentamente, mecánicamente, el metal externo del contenedor giró, luego se elevó, izándose hasta tocar el techo, donde se detuvo. El contenedor metálico se abrió automáticamente, revelando un tubo criogénico algo más pequeño de aproximadamente un metro de largo y medio metro de diámetro.
Wren miró atentamente los datos. La altura y el progreso de la incubación, los componentes del medio químico del crecimiento, la estimulación eléctrica de las células y demás, se movían constantemente en un patrón de actualización constante.
—¡Ahí la tienes!— Murmuró suavemente Gediman.
Su tono hizo que Wren lo volteara a ver. Los ojos de Gediman estaban muy abiertos, su expresión era tan esperanzada como la de un padre viendo a su recién nacido por primera vez. Eso complacía a Wren. En muchos aspectos éste era el vástago de Gediman. Gediman, Wren, Kinloch, Clauss, Williamson — y cada persona en este laboratorio era pariente del espécimen, y Wren los alentaba a sentirlo de su propiedad. Esa clase de orgullo posesivo los animaba a hacer un mayor esfuerzo, a un pensamiento más creativo, a una devoción a la causa que ningún salario podía compensar. Wren tuvo que sonreír.
—¡Mira su rostro!— Dijo Gediman con el mismo ferviente orgullo.
Wren miró, mientras el espécimen flotaba a la vista en el opaco gel que lo rodeaba, lo nutría, lo urgía a desarrollarse. Al principio el espécimen parecía solo algo más que una vaga masa. Curvada en la clásica posición fetal —y solo eso marcaba el milagro del logro científico— flotó acercándose al cristal, permitiéndole a Wren ver lo que Gediman había notado.
Era la cara de un infante, una adorable niña humana, y Wren se llenó de la misma excitación que abrumaba a Gediman. Las facciones se habían desarrollado al punto de hacerse reconocibles, no solo humanas, sino individuales. Pequeños vestigios de fino cabello de bebé flotaban alrededor de la perfectamente formada cabeza, dando al espécimen una apariencia etérea, como de un niño puro. Wren parpadeó, sacando a su mente de esta fantasía. Su ojo entrenado examinó los diferentes tubos, cables y lecturas de los sensores adheridos al pequeño espécimen. Todo estaba justo como debía ser, cumpliendo su función, alimentando al espécimen, nutriéndole, estimulándole a crecer y desarrollarse mucho más rápidamente de lo que la naturaleza podía permitir.
Por entonces, Wren no le tenía paciencia a la naturaleza —no por su lentitud, ni por sus errores, y ciertamente no por sus furtivas sorpresas. No estaba interesado en lo más mínimo en las sorpresas de la naturaleza. Su trabajo era anticiparse a ella y moldearla de acuerdo a sus necesidades. Al parecer, estaba comenzando a lograrlo. Sonrió, sus dedos rozando los costados de la incubadora casi acariciándola.
—Es hermosa ¿verdad?— Dijo Gediman suavemente.
Wren abrió la boca y la volvió a cerrar, solamente asintiendo. Ciertamente se está desarrollando mucho mejor de lo que cabía esperar. Mientras el espécimen flotaba alejándose de él, pensó que había visto los ojos girar bajo sus párpados. Se preguntó si podría ya detectar las diferencias entre la luz y la oscuridad. Se preguntaba, si acaso, podría sentir algo.
Súbitamente, hubo luz y ella respingó. Podías ser visto en la luz. Era más difícil esconderse en la luz. Su cuerpo se curvó sobre sí mismo. La tibia humedad que la rodeaba le daba seguridad, pero el brillo de la luz la atemorizaba. Imágenes de caóticos sueños fluctuaron a través de su titubeante consciencia.
El frío confort del crio-sueño.
La creciente necesidad de proteger a sus pequeños.
La fuerza y el compañerismo de su propia especie.
El poder de su propia rabia.
La tibieza y seguridad del humeante nido.
Las imágenes eran absurdas y significativas a la vez. Las reconoció en un nivel más allá de la consciencia, más allá del entendimiento. Eran parte de ella, parte de quien había sido, parte de lo que había sido. Y ahora eran parte de aquello en que se estaba convirtiendo.
Flotó en la tibia humedad gelatinosa, reconfortante, intentando esconderse de la luz. Y de los sonidos. Sonidos distantes, murmurando, que se hallaban fuera de ella. Dentro de ella. Iban y venían, los sonidos, no significaban nada, significaban todo.
Escuchó los sonidos internos otra vez, uno mucho más fuerte que los demás. Aquel al que ella siempre prestaba atención. Aquel que intentaba intensamente recordar. Había oído murmurar—
Mi mami siempre decía que no existen los monstruos — los monstruos verdaderos. Pero sí existen.
Si tan solo supiera lo que significaba aquello. Quizá algún día ...
Sólo por un momento, Wren se permitió esperar, se permitió anticipar. Habría papeles. Libros. Publicaciones. Premios. Esto era sólo el principio.
El feto flotó, volteándose en la incubadora llena de gel, y Wren tuvo que admitir que Gediman tenía razón. Era hermosa. El espécimen perfecto ...
El feto le daba ahora la espalda y su curvada espina golpeó el cristal. Entonces lo vio, algo que no había estado ahí antes.
—¿Lo has notado?— Preguntó a Gediman manteniendo un tono neutral.
—¿Qué...?— Murmuró Gediman, espiando sobre la espalda del espécimen.
—Ahí.— Wren señaló a los cuatro brotes a cada lado de la espina. —Esos. Son cuatro. Justo donde deben estar los tubos dorsales.
Gediman frunció el entrecejo, mirándolos. —¿Crees que comenzará a desarrollar anormalidades?
Wren negó con la cabeza. —Los observaremos. Podrían significar el inicio de un fallo embrionario.
—¡No...!— suspiró Gediman.
—No anticipemos problemas. Si tenemos suerte, puede solo tratarse de vestigios residuales. En tal caso, podremos removerlos.
Gediman parecía preocupado, disipando algo de su anterior júbilo.
Wren palmeó su espalda. —Aún así, es muy superior a los especímenes que hemos desarrollado hasta la fecha. Estoy esperanzado. Tú también deberías estarlo.
Su socio sonrió de nuevo. —Hemos llegado tan lejos, y ella va tan bien. Espero que tengas razón Dr. Wren.
Yo también lo espero, pensó Wren, observando al espécimen. Esperaba que esta no fuera una broma más de la naturaleza gastada a sus expensas.
Un mes después, Wren y Gediman volvieron a pararse ante la incubadora. Esta unidad era mucho más larga de lo que había sido la primera, casi de tres metros de altura y un metro de ancho. El espécimen de tamaño infantil que había flotado como un pequeño corcho en aquella otra incubadora, había crecido y florecido hasta casi llenar su actual contenedor.
La atmósfera en el laboratorio era una de las anticipaciones primordiales. Wren no podía evitar notar cuán a menudo los miembros de su personal se aventuraban cerca de la incubadora sólo para mirarla, maravillados ante lo que habían logrado.
Tanto de tan poco. Antiguas muestras de sangre. Pequeñas partes de tejido de la médula espinal, del bazo, del fluido espinal. ADN esparcido y fragmentado. Células infectadas. De todo aquello, esto.
El espécimen se volvió, su cabello castaño ondulado hasta el hombro, flotaba libremente alrededor de su cara, oscureciendo ocasionalmente los atractivos y reconocibles rasgos humanos. Su mano se curvó en un puño, luego se relajó. Los ojos bajo los párpados cerrados se movían de un lado al otro.
¿Soñando? ¿Qué clase de sueños tendría? ¿De quién serían esos sueños?
Wren miró a la lectura de la incubadora. La primer pantalla mostraba los signos vitales del espécimen —su ritmo cardíaco estable, constante, su respiración agitada completamente normal. Bien. Muy bien.
Se volvió hacia la siguiente pantalla. Donde la primera estaba marcada para identificar al espécimen hembra de talla adulta — la connotación —HUESPED— aparecía en prominentes letras — la segunda pantalla estaba marcada como —SUJETO.— A través de ella se registraba un segundo registro de signos vitales. Este latido era mucho más rápido que el del huésped, con un patrón ondeante que era taquicardia. Estable, era justo tan fuerte como el huésped. Era sonido.
Wren sonrió. Miró nuevamente al rostro del espécimen huésped. Estaba ceñudo. Si hubiese sido algo más romántico, como Gediman, hubiera pensado que parecía infeliz.
¿A quién pertenecen tus sueños? ¿A ti misma? ¿O son aquellos de tu simbionte? Me encantaría saberlo ...
El Dr. Johnathan Gediman no podía creer su suerte. El Dr. Wren realmente le iba a permitir practicar la operación. De pie en el frío salón esterilizado, con ropa esterilizada, con su cuerpo completamente tallado y listo, tanteó con el visor quirúrgico mientras lo manipulaba hacia su posición. A su lado, el Dr. Wren estaba listo, vestido, expectante, ansioso. El Dr. Dan Sprague estaba ahí también. Dan lo había felicitado cuando Wren había hecho el anuncio, sus sinceros buenos deseos ayudaban a Gediman a calmar sus nervios. Un poco, en cualquier caso.
El visor enfocó ampliamente, y tocó los controles. El aparato le permitiría disfrutar de cualquier rango de visión que desease, desde la visión bifocal de unos binoculares, a la habilidad microscópica que necesitaba para poder examinar el tejido justo por debajo del nivel celular. Respirando profundamente, intentó estabilizar sus nervios. Casi brincó cuando Sgrague le frotó la frente con una gasa esterilizada.
Tranquilo Gediman, se dijo a sí mismo. ¡Esta no es tu primera cirugía! Es un procedimiento sencillo. Has hecho procedimientos similares un millón de veces.
Sí, pero no aquí. No en éste espécimen.
Espécimen era la palabra de Wren, pero Gediman había dejado de verla de ese modo cuando ella apenas era una microscópica partícula de ocho células perfectamente formadas.
Volvió su cabeza y se permitió mirarla, realmente mirarla. Tras la gruesa transparencia de la cámara quirúrgica que la separaba a ella del personal médico, estaba respirando normalmente, lentamente, en un sueño anestesiado. Se la veía relajada sobre el quirófano, sus ojos inmóviles, su fuerte mandíbula relajada por el sueño, sus labios ligeramente abiertos. A excepción de los múltiples catéteres y sensores que decoraban su cuerpo bajo las diáfanas mantas de cirugía, se veía tan atractiva como la Bella Durmiente esperando el beso de su príncipe. Gediman se humedeció los labios.
Se ve normal. Una mujer alta joven y atractiva.
Incluso el líquido amniótico que se pegaba y daba a su piel un tinte azulado no cambiaba eso.
Estaba tan orgulloso de ella.
Había pasado por tanto, logrado tanto. Y este sería su momento de mayor orgullo —si él no metía la pata.
Se dirigió hacia el panel de instrumentos, deslizando sus manos enguantadas dentro de los controles quirúrgicos hasta los codos. Wren y Sprague lo flanqueaban, observando.
Alrededor del encapsulado teatro quirúrgico, detrás de la transparente protección, estaba el resto del equipo. Cada uno de ellos tenía una inversión aquí.
Deslizó los dedos dentro de los sensibles controles en forma de guante, los sintió amoldarse a sus manos y brazos, y suavemente se adhirieron a él. Cuidadosamente, manipuló los controles, observando los diversos brazos robóticos volver a la vida en respuesta.
—Estoy listo,— dijo a la habitación, mirando sus lecturas. Todo se veía bien. Actividad cerebral. Respiración. Ritmo cardíaco.
Movió el láser a su posición sobre el esternón.
—Recuerda,— dijo suavemente Wren, cerca de su oído, —con calma. Un paso a la vez. Estoy a tu lado.— Con aquello pretendía darle confianza a Gediman pero surtió justo el efecto contrario.
Inició el contacto con el láser, dibujando una brillante y recta línea a fin de proceder con la incisión desde el exterior de mitad del esternón hasta justo arriba del ombligo. Miró las lecturas de Ripley. No estaba demasiado dormida y él quería asegurarse que no podía sentir aquello.
—Lo tienes,— dijo Sprague quedamente a su lado, enjugando su frente una vez más. Era labor de Dan el verificar la anestesia. Gediman confiaba en él, pero...
La incisión inicial estaba hecha. Manipuló las abrazaderas mecánicas, las fijó en la piel, las retraía sólo lo necesario. Entonces usaba el láser nuevamente, para cortar cuidadosamente entre los músculos de la aponeurosis, justo sobre la Linia alba. Una vez hecho esto, el peritoneo. En unos momentos, había atravesado. El sangrado se minimizaba cuando el láser cauterizaba mientras cortaba. La incisión se veía bien.
—Excelente,— suspiró Wren. —Bien, ahora, pongan el tanque en posición. Con cuidado ... Listos con ese amnio...
Gediman le adelantaba. Ya había señalado que se entregara la pequeña incubadora llena de líquido amniótico. Observó mientras ésta se colocaba en posición a un costado del cuerpo supino de Ripley, colocándose cerca de sus costillas y cadera. El cirujano podía sentir la ansiedad crecer en la habitación mientras el pequeño receptáculo viajaba silenciosamente a su destino, se detenía, y finalmente abría su cubierta.
—Bien,— dijo Wren. —Bien, estamos listos.
Gediman se mordió el labio. Su mano derecha flexionada dentro del guante de control.
Una prensa mecánica especialmente acolchada se colocó en posición a su disposición, y cuidadosamente se insertó en la zona de la incisión, desapareciendo en el interior de Ripley. Gediman volteó hacia la pantalla de lectura, siguiendo el progreso de la prensa en el interior de su paciente. Manipuló la prensa cuidadosamente, hábilmente.
Una banda de sudor se escurrió por su frente, deslizándose hacia el visor, pero Sprague estaba ahí, enjugándole, intentando controlar el profuso sudor inducido por los nervios que acometía al cirujano, a pesar de la fría habitación.
Miró la prensa y las imágenes de incrementado color del interior del paciente que proveían los biosensores. Sonrió.
—Ahí está,— murmuró deleitado.
El premio. El fruto de todo su trabajo.
Presionó cuidadosamente la prensa, incluso cuando Wren le murmuraba innecesariamente, —¡Con cuidado! ¡Con cuidado!
—La tengo,— ronroneó Gediman, mientras extraía lentamente la prensa del cuerpo de Ripley.
Todos los ojos estaban fijos en la incisión mientras la prensa salía del abdomen de Ripley.
Curvada en el acolchado, se acurrucaba una pequeña criatura de apariencia embrionaria manchada de rojo, sus facciones se confundían por la sangre y el tejido que la conectaba a su madre.
—Las lecturas están bien,— le dijo Wren, estudiando el bio rastreo del parásito.
—Lo mismo aquí,— concordó Dan, reportando las de Ripley.
Vagamente, Gediman tomó consciencia de que el resto del grupo se acercaba al cristal, mirando fijamente para verlo por sí mismos. Nadie hablaba. Todos los ojos se centraban en aquel pequeño bulto...
—Voy a cortar las conexiones,— anunció Gediman.
—Adelante,— concordó Wren.
Movió otro aparato alrededor de la criatura, uno que cortaría y cauterizaría cada uno de los seis delgados cordones aparentemente umbilicales que adherían al pequeño Alien a su huésped. Movió la prensa cortante rápidamente, experimentadamente, decisivamente ... Cuatro, cinco, ¡seis! Estaba libre.
Súbitamente, la criatura se retorció y se desenrollo, como si el ser separada de su madre le anunciara que era tiempo de iniciar su vida independiente. Tiempo de respirar. Tiempo de crecer. Tiempo de moverse.
Se retorció y giró en la prensa acolchada, agitando su cola, y finalmente abrió su pequeña mandíbula en un grito silencioso.
—¡Diablos!— Maldijo Sprague ante la protesta iracunda del pequeño bulto.
—¡Con cuidado!— ordenó Wren a todos. —No la suelte. Métala en el tanque.
Gediman asintió mansamente. Sabía que la cosa aquella estaba bien sujeta incluso si batallaba y se retorcía impotente ante el apretón de la prensa. La deslizó hacia el tanque de amnio, sin soltarla hasta que la cubierta estuvo casi asegurada. Soltó a la criatura y extrajo la prensa en un movimiento que dejó al pequeño Alien encapsulado a salvo en la protectora incubadora.
—¡Hermoso!— exclamó Wren —Un trabajo hermoso, Gediman.— Tomó a Gediman por el hombro, felicitándole.
El cirujano dejó escapar el aliento que había estado conteniendo, cuando Sprague lo enjugaba nuevamente. Sintió que se relajaba todo su cuerpo y sólo entonces, se dio cuenta de lo tenso que había estado.
—Gracias, Dr. Wren.
Todos observaron el pequeño tanque incubadora —ahora con la diminuta criatura que nadaba fieramente buscando una salida — que desaparecía de la sala de operaciones de la misma forma en que había llegado. Kinloch y Fontaine lo llevarían a su sitio en la sala de crecimiento, y lo vigilarían hasta que estuviera fuera de peligro.
Gediman miró a través de la sala de observación, vio al resto del equipo sonreírle poniendo los pulgares arriba. Él devolvió la sonrisa. Entonces, se volvió finalmente hacia Ripley.
Quitándose el visor, miró dubitativamente a Wren.
—¿Y bien...?— Se refería a Ripley, aún dormida en la sala.
—¿El huésped?— preguntó Wren sin mirarla.
Gediman echó un vistazo a la lectura. —Sus signos vitales son normales ... está muy bien.— Se obligó a callarse al darse cuenta que estaba clamando por ella. Wren ya suponía que su interés en este espécimen era poco profesional. Tenía que cuidar lo que decía; Wren aún no se había decidido en cuanto a su suerte. Gediman aguardó, tenso.
Wren miró las pantallas, luego echó un vistazo final a Ripley. Finalmente, dijo —Suturen esa herida.
Gediman tuvo que reprimirse de barbullar, ¡Gracias! Sabía que Wren tenía el derecho, como Científico en Jefe, de exterminarla. Por alguna razón, Gediman no podía aceptar eso. ¡Era un completo desperdicio! Especialmente después de tanto trabajo.
—Dan,— dijo Wren a su asociado, —sutura esa herida ¿quieres? Creo que Gediman ha tenido suficiente excitación por este día.
Gediman sonrió, y asintió a Dan.
—Seguro,— acordó Sprague. —Será un placer.
Gediman echó un último vistazo a las lecturas de Ripley de manera automática. Anestesia, respiración, ritmo cardíaco, todo se veía bien. Permitió que Wren lo alejara de ahí.
—Bien,— dijo Gediman, permitiendo que se reflejara la excitación en su voz, —esto salió tan bien como cabía esperar.
—Oh, mucho mejor que eso, Doctor,— dijo Wren respetuosamente. —Mucho mejor que eso.
Algo le pedía que despertara. Ella lo ignoró. Si despertaba, los sueños se volverían todos realidad. Si despertaba, existiría otra vez, y había habido paz, finalmente, en la no-existencia. Lamentaba que se hubiera terminado.
Algo le pedía despertar. Ella se resistió.
Lentamente, registró una sensación extraña. Algo fuera de ella. Algo ocurriéndole. Algo retirado de ella.
¿Algo que quería que se retirara?
No podía recordarlo.
A pesar del frío, a pesar del brillo, abrió los ojos.
Podía ver cuanto ocurría a su alrededor, lo veía perfectamente. Pero no comprendía nada de ello. Había armaduras metálicas y plastificadas moviéndose velozmente a su alrededor, cerrando una herida en su pecho, incluso sentía moverse una armadura diferente para sellar la herida. Ella registraba la sensación, con un ligero dolor que era fácil ignorar. Sus ojos se movían alrededor mientras reunían información.
Entonces, se dio cuenta. Ya no estaba. Se la habían sacado. Su pequeña. Una parte de ella sintió un enorme alivio. Otra parte sintió una tremenda rabia. Vaciló entre estos sentimientos, sin comprender ninguno, solamente experimentando los cambios emocionales mientras yacía perfectamente quieta, observando los brazos quirúrgicos.
Dos de ellos, como se dio cuenta, estaban de alguna manera conectados físicamente a una de las criaturas que miraban hacia aquel extraño y claro cascarón en que estaba atrapada. Estaba rodeada de aquellas criaturas, todos ellos mirándola y asumiendo que se hallaba indefensa. Los brazos se deslizaban y movían, haciendo su trabajo, complementando las funciones que ella no había pedido, ni querido, ni entendido.
Observó a la criatura que manipulaba los brazos, la observó mirándola atentamente. Sin asomo de rabia o alivio, levantó un brazo rápidamente, atrapando el antebrazo de la criatura que se escudaba tras el cristal de aquella cápsula. Con creciente curiosidad, apretó el brazo con módica fuerza y lo torció, sólo para ver lo que ocurriría.
Era interesante. La criatura dejó instantáneamente de lastimarla. Eso era bueno. Torció un poco más, y hubo una extraña sensación de crujido y moledura de la parte del ser que estaba en el interior del brazo artificial. Fue incluso más interesante la reacción de todas las otras criaturas que estaban fuera de la clara cápsula. El que estaba pegado al brazo se azotaba salvajemente, golpeando el contenedor con su brazo libre, su boca abierta enormemente, como si quisiera morderla. Qué gracioso. Se preguntaba si estarían haciendo algún sonido. La extraña cápsula como cascarón en que yacía parecía obstruir el paso de los sonidos, porque todo lo que podía oír era su propia respiración.
Parpadeó y torció nuevamente el brazo. Más azotes, más golpes. Y ahora, más y más criaturas se agolpaban alrededor del ser que ella había capturado, aferrándolo, moviendo sus pequeñas y deficientes bocas, abriéndolas y cerrándolas, ondeando sus brazos. Cuánta excitación.
Una de las criaturas empujó a un lado a las otras, mirándola sobre el contenedor. La miró salvajemente, sus pequeños ojos tan abiertos como podían estar. Manoteó los instrumentos en su lado de la cápsula, manipulando cosas que ella no podía ver, y de pronto, sintió que los ojos le pesaban.
Lo lamentaba. No quería dormirse. Quería observar a las criaturas. Aprender de ellas si es que podía. Y más que eso, quería salir de ahí...
Pero el sueño se apoderó de ella antes que pudiera preocuparse más.
En segundos el brillante e inmaculado salón quirúrgico había pasado de un éxito rebosante al caos total. Wren pudo oír el horrible chasquido y el crujido de los huesos de Dan Sprague a dos metros y medio de donde él y Gediman hablaban sobre el embrión Alien. Los gritos de Dan se pudieron oír a través de toda la estación.
La sala esterilizada se había llenado instantáneamente con todos los miembros del equipo, soldados, y otros observadores, todos ellos violaban cada protocolo que se les había entrenado a seguir. Y ninguno de ellos podía liberar a Sprague del apretón del huésped del espécimen.
Aquello no tenía precedentes. Era inesperado. ¡Era excitante!
Wren se abrió paso al frente donde pudo ver al huésped y a su víctima, y se hizo cargo de la situación. Todos daban órdenes conflictivas, y Dan seguía gritando ...
... y ella sólo yacía ahí bajo sus ropas, su herida solo parcialmente sellada, su cara tan impasible como una esfinge mientras torcía deliberadamente.
Wren pulsó rápidamente los controles de anestesia, incrementando radicalmente la dosis.
Gediman estaba a su lado, frenético por su mascota. —¡No la mate, Doctor Wren, por favor no la mate!
No supliques, Gediman. Pensó Wren con disgusto. No es profesional.
El huésped parpadeó perezosamente, aún sin considerar al Dr. Sprague. Sus ojos se movieron, parecieron perforar a los de Wren. Los miró fijamente, dentro de ellos, atravesándolo. Él sintió un escalofrío. Entonces sus párpados se cerraron lentamente, y en segundos el apretón se relajó.
Clauss y Watanabe pusieron a Dan en la camilla en segundos, Watanabe examinaba rápida y efectivamente el brazo terriblemente roto. Los huesos sobresalían por la piel y las ropas estériles en varios lugares. El brazo estaba tan retorcido que la mano se hallaba en una posición completamente antinatural. La sangre brotaba del brazo de Dan, salpicando el área inmaculadamente estéril, salpicando el suelo. En la habitación estéril pintada de brillante blanco y de tonos neutros, el rojo intenso de la sangre era lo más estremecedor.
Al menos estaba esterilizado, pensó Wren clínicamente. Debemos ser capaces de evitar infecciones, a pesar de que toda esta gente ha violado la esterilidad de la habitación. Le complacía que Watanabe se hubiese hecho cargo. Se había especializado en ortopedia antes de venir aquí.
El joven médico levantó la vista del sollozante paciente. —Dr. Wren, quisiera llevar a Dan a la sala de operación C y prepararlo inmediatamente.
—Proceda con ello, Yoshi,— aprobó Wren. —Brian y Carlyn pueden asistirlo. ¿Necesita a alguien más?
—No, con ellos será suficiente,— le aseguró Watanabe, luego señaló a los soldados que sacaran la camilla de Sprague de la habitación. Todos ellos, salvo Gediman enfrascados en la tarea.
Gediman había regresado a los controles cibernéticos, cerrando eficientemente la herida del huésped, a pesar del desorden a su alrededor. Wren lo aprobó.
Pero Gediman parecía consternado. Wren se preguntaba si el súbito ataque de violencia del huésped sería más de lo que podrían manejar.
—¿Estas bien?— preguntó Wren. El lugar se hallaba nuevamente tranquilo, su medio ambiente de esterilidad restaurado.
Sólo un patrón abstracto de salpicaduras de sangre marcaba el incidente.
Gediman asintió abruptamente. Terminó de cerrar, retiró los instrumentos. El huésped siguió durmiendo cuando su cápsula quirúrgica fue removida a una celda de recuperación asegurada.
—Estoy bien,— insistió Gediman, a pesar de su temblorosa voz. —Y agradezco Dr. que no le practicaras la eutanasia. Creo que esto fue solo un desafortunado incidente...
Wren llevó su atención del huésped de nuevo a su protegido. —No hubo nada de desafortunado al respecto, Gediman. Dan se recuperará. Y ahora hemos descubierto algo del huésped que no sabíamos antes. Algo que no podíamos haber anticipado. Un ... beneficio inesperado.
Sonrió a Gediman, a sabiendas que su excitación sobre este desarrollo inesperado era obvio, y observó a su socio darse cuenta lentamente de que la actitud de Wren con respecto al huésped había cambiado radicalmente. De pronto, Gediman supo que Wren ya no veía al huésped como una carga, sino como una ventaja. Gediman había discutido mucho en contra de exterminar al espécimen, pero Wren solamente se interesaba en el beneficio que pudiera sacar de la información que aportara el cadáver. Pero ahora, Wren era su aliado, no su oponente, para determinar la suerte del huésped.
Gediman se relajó con un suspiro y sonrió a Wren.
—Sabremos más en los próximos días,— dijo Wren, —tanto del huésped como del sujeto. Serán días muy interesantes para nosotros, ¿no lo crees, Gediman?
El socio sonrió ampliamente. —Oh sí, doctor, ya lo creo.