12

Caminaban apresuradamente, pero con precaución a través de las estancias, con Johner a la cabeza, Distephano, Call y Purvis cargaban a Vriess, y Ripley iba en la retaguardia.

Frente a ella, Ripley escuchó a Distephano decir, —No falta mucho.-

Purvis suspiró. —Dios, estoy tan cansado...-

—Sí, bueno,— espetó Johner con los nervios de punta, —descansaremos cuando estemos muertos.-

Fue entonces cuando Ripley sintió algo pegajoso bajo sus pies. Se detuvo a mirar hacia abajo. Había una sustancia líquida y gelatinosa bajo sus botas. Los demás también la habían descubierto, al pisarla.

Luchó contra la urgencia, luego se inclinó para tocar la sustancia con los dedos, para asegurarse. La mucosa se resbalaba pegajosamente de su mano. Sí. Ellos.

Purvis los miraba a todos. —Eh, esto es malo, ¿verdad?-

Ripley volvió la vista al corredor por el que venían avanzando, y luego miró hacia delante. —Seguramente estamos cerca del nido.— Instintivamente, supo que los Aliens estaban congregados ahí, no sabía por qué o cómo es que lo sabía.

—Bueno,— dijo Vriess impaciente, —vayamos por otro camino.-

Distephano refutó. —No hay otro camino. Es por aquí.-

Johner casi tenía tics por el miedo. —¡No! De acuerdo, ahora, ¡jódete porque yo no voy a ir por ahí!-

—El soldado tiene razón,— dijo Call subyugada. —Yo hice un diagnóstico de la nave. Este es el camino... a menos que desandemos todo lo que hemos avanzado.-

—Podré vivir con eso,— anunció Vriess. —Podríamos regresar...-

—No hay tiempo suficiente,— dijo Call simplemente, en aquel mismo tono abatido. Miró a Ripley.

—¡Tenemos casi noventa minutos!— Insistió Johner.

Call negó con la cabeza, —ya no.-

—¿Qué estás diciendo?— Preguntó Distephano.

Johner se percató que las dos mujeres intercambiaban miradas y explotó. —¿Qué es lo que hiciste, robot?-

—¡Olvídalo!— le dijo Ripley a Johner.

Pero Johner no la estaba escuchando. Se adelantó, amenazadoramente, señalando a Ripley. —Hey, si tú quieres morir aquí con tus hermanos y hermanas está bien. Pero yo pienso estar vivo mañana, y si este montón de chatarra ha urdido alguna mierda— —señaló a Call— —voy a matarla.-

Se giró para encarar a Call. —¡Te mataré! ¿Eso computa o tendré que dibujarte un esq..?-

Ripley se abalanzó sobre él antes que pudiera siquiera terminar de hablar, antes de tomar un segundo aliento. Su mano aferró su parloteante lengua, mientras sostenía firmemente la mandíbula con la otra. Él se quedó paralizado, incapaz de moverse, incapaz de hablar. Ripley se acercó a la nariz del horrible hombre.

—Ésta haría un estupendo collar,— le siseó, jalándo su lengua amenazadoramente. Después la soltó.

Johner cerró de golpe la boca, y se quedó callado.

Ripley se volvió hacia Distephano. —¿Cuál es la distancia hasta las plataformas de aterrizaje?-

—Cien metros,— estimó el soldado.

Como si fueran uno, todos miraron hacia el prohibido corredor. Parecía vacío, pero...

—Entonces, ¿cuál es el plan?— preguntó Vriess cansadamente.

Todos se miraron entre sí. La sensación en el ambiente era igual que antes. No hay opción.

Sin discutir más, Call y Distephano levantaron a Vriess, y cada uno de ellos se puso en movimiento como una flecha, corriendo por el corredor tan rápido como podían. Era lo único que podían hacer.

Ripley volvió a la retaguardia. Iba corriendo como los otros, vigilando sus espaldas. Entonces, de súbito, lo sintió de golpe. Ellos. Detrás de sus ojos. En su cerebro. En su alma. Ellos. Viniendo a por ella. Se estremeció, intentando seguir, pero no pudo. Cayó sobre una rodilla.

Call debió pedirle a Purvis que le ayudara, porque de pronto, estuvo junto a Ripley, sacudiéndola. —¿Ripley? ¿Ripley? ¿Qué ocurre?-

El terrible e insectil zumbido dentro de la mente de Ripley casi la hacía sorda a las palabras de Call. Sacudió la cabeza, tapando sus orejas con ambas manos, gimiendo de dolor.

Intentó articular una advertencia. —¡Error...! Error...-

—¡RIPLEY!— Gritó Call.

—Puedo oírlos,— jadeó el clon, casi sollozando. El dolor, el horror ante eso, era abrumador. Se estaba perdiendo a sí misma, su identidad, su humanidad. Ellos la estaban avasallando. —La colmena... está cerca. Estamos justo sobre la colmena...-

Ambas estaban tan concentradas en la situación de Ripley, que no se percataron del dedo que sobresalía por la rejilla del suelo, justo bajo los pies de Ripley.

—Puedo oírlos— se quejó Ripley, cada palabra era como una navaja en su garganta. —Tan cerca... tan cerca.-

—¡Jesús!— dijo Call, intentando tirar de ella. —¡Vamos!-

Pero Ripley parecía estar pegada en su sitio, con demasiado dolor y terror como para moverse. —Puedo oírlos... ¡La Reina!-

Un segundo dedo emergió del suelo, todavía sin ser notado.

—¿La qué...?— Preguntó Call.

Vagamente, Ripley se percató que Call no sabía nada de la estructura familiar de los Aliens. Y ella no estaba en condiciones de explicarle los detalles. —¡Está sufriendo!-

Consciente ahora del peligro, Ripley sintió movimiento bajo ella. Bajó la vista y vio la mano del Alien aferrarse al suelo y tirar de la rejilla.

Al colapsarse el suelo bajo sus pies, Ripley se tambaleó y cayó, levantando las manos para buscar asidero en los bordes del suelo que tenía enfrente. Pudo ver a Call inclinándose para aferrarla con desesperación, pero ya era tarde. Con un enfermizo sonido, se desplomó.

Call casi se metía en el agujero que se había abierto súbitamente a sus pies, intentando alcanzar a Ripley.

—¡Ripley!— Gritó a la oscuridad bajo el suelo. —¡RIPLEY!-

—¿Qué coño esta ocurriendo?— Ladró Johner, corriendo hacia ella.

—¡No lo sé! ¡No lo sé!— Call estaba desesperada.

—¡Oh, Cristo!— Gimió Johner.

Vriess se arrastró hasta donde estaba el agujero, aferrando el hombro de Call, que luchaba por entrar. —Annalee, vas a caer. ¡Retrocede!-

Ella ni siquiera notó la preocupación en su voz. Estaba concentrada en una sola cosa, el agujero negro por el que Ripley había desaparecido.

—¡Toma!— Dijo Distephano, ofreciéndole una lamparilla portátil a Call.

Se inclinó de nuevo sobre el agujero, pero todo lo que vio fue un opaco y distante brillo. Podía oír algo chillando en la lejanía, pero no era Ripley.

Call introdujo la pequña lámpara.

Lo que esta iluminó fue una visión del mismísimo infierno.

Al principio, Call pensó que estaba mirando en un nido de serpientes sin fin, pero entonces se dio cuenta que todo lo que veía, todo las negras, brillantes y móviles partes eran ellos. Los Aliens. Incontables, trabajando juntos, codo con codo, espalda con espalda. Parecía una inmensa maraña de colas, cráneos, brazos, todos moviéndose y brillando como serpientes que se enroscaran al ser iluminadas por la lámpara.

Y en el centro de aquella espeluznante y pegajosa masa viviente estaba Ripley, atrapada, sostenida, en su espalda, con los brazos extendidos. Call tuvo una fugaz imagen de la cruz en la capilla y tuvo que parpadear. Casi gritó a Ripley, viendo que los ojos de la mujer estaban muy abiertos y miraban hacia arriba, pero entonces se percató que Ripley no la estaba mirando a ella. Estaba viendo solamente una cosa —su futuro.

Cuando Call y los otros se arremolinaron para ver con horrorizada fascinación, Ripley comenzó a hundirse entre la masa de los móviles cuerpos de los Aliens, lentamente, como en arenas movedizas...

... Hasta que desapareció completamente, succionada bajo el manto de las criaturas que la reclamaban al fin.

Al principio Ripley sintió consternación, después terror, después repulsión cuando aterrizaba entre la ondeante y móvil masa de Aliens. Entonces había sentido un terrible e infinito pánico cuando todos se movieron bajo ella, sosteniéndola, abrazándola, aceptándola, reconociéndola como uno de ellos. Pero eso se disipó pronto, cuando emergió la parte de ella que no era realmente Ripley. Y cuando la rodeó el calor de sus cuerpos, mientras se hundía en aquella masa colectiva, sintió que un gran letargo la embargaba.

En la quietud de ese momento, sus ojos se cerraron, su cuerpo se relajó, y se deslizó hacia la inconsciencia del sueño. Y entonces ahí estaba, esperándola.

Su anhelo por la humeante calidez del nido, la fuerza y seguridad de su propia especie. Todo este tiempo, ella había sufrido la soledad de su individualidad. Solamente en sueños se podía reunir con ellos, regocijarse con ellos. El tiempo había llegado. Ellos habían construido el nido. Era tiempo de unirse con otros guerreros y servir a la Reina. Era por lo que vivía.

En su sueño, la guerrera, Ripley, agitó su cola, transmitiendo todo lo que pensaba y planeaba y sentía a su Reina. Y su Reina le envió su amor y aprobación a su guerrera. Y su necesidad. Ocurriría pronto.

Call sintió humedad en las mejillas, y se percato, en una remota y lógica parte de su cerebro, que su mecanismo lacrimal aún funcionaba. Se sentía destrozada, vencida. Dolía mas que un disparo.

Todo había sido para nada, todo el coraje de Ripley, toda su lucha por reobtener su humanidad, su propio yo. En todo caso, ¿qué podía hacer un robot dañado para cambiar eso?

El guerrero avanzó hacia la humeante calidez del nido. La fuerza y seguridad de su propia especie. Ya no se encontraba agobiado por la soledad de su individualidad especial. Él había sido honrado por la Reina, seleccionado debido a su inteligencia. Él había sido el primero en escapar, en liberar a los otros, en capturar las primeras matrices, el primer alimento. Y por lo tanto, había sido elegido para servir a su Reina una vez más. Había alejado a la guerrera Ripley de las presas y la llevaba ahora hacia el centro del nido.

Ahí había suficientes guerreros para protegerla, ahí donde habían construido el nido perfecto. Había humanos, esos lastimeros, suaves humanos, que esperaban a ser alimento para los pequeños de la Reina, y huéspedes de la nueva prole. Eso ocurriría. Y ocurriría pronto.

Pero el guerrero estaba agobiado con recuerdos. De caos inesperado. Los guerreros gritaban y morían. Y había fuego. Y la Ripley, se mantenía firme, sosteniéndo a su pequeña en sus brazos. Causando muerte y destrucción en el nido.

El arrollador dolor de la pérdida —enfermiza e irreparable pérdida— llenó su mente, su cuerpo entero. No significaba nada, significaba todo. Buscó la conexión con su propia especie, y encontró la fuerza y seguridad del nido.

Aquel había sido un nido distinto, un tiempo distinto. Él no pensaría en eso ahora, cuando su Reina requería nuevamente de su servicio.

A pesar de sus armas, a pesar de sus cadenas, los humanos habían sucumbido de nuevo ante ellos. Los alimentaban, albergaban a los pequeños de la Reina. Ellos los habían tomado a la fuerza. Como lo hacían siempre. Como lo harían siempre. Con la pureza de su instinto y su ferocidad.

Nuestra perfección estructural solo se compara con nuestra hostilidad.

El gran guerrero agitó su cola, transmitiendo todo lo que pensaba y planeaba y sentía a sus hermanos y a su Reina. Su Reina, su Madre, le envió su amor y aprobación —y su necesidad. Su necesidad por la guerrera Ripley a quien él cargaba con tanto cuidado en sus brazos. Su Reina envió su amor y aprobación a su guerrero.

Y esta concha que era humana, esta Ripley, era la madre de todos ellos. La primera matriz. El primer guerrero. Y ella viviría para saberlo todo, para compartir la gloria con ellos. La Reina lo había previsto, y el guerrero lo haría suceder —pues Ripley era el cimiento de la colmena. El nutriente del nido. El pilar de la Nueva Generación.

La Ripley se retorcía indefensa en sueños, haciendo sonidos suaves de protesta y dolor. El guerrero respiró en su rostro, proporcionándole aire y calidez. Nutriendo a aquella que los había nutrido a todos ellos. La Reina aprobó.

Call se hallaba de pie, petrificada ante el agujero en el suelo, incapaz de aceptar lo que acababa de ocurrir. Estaba consciente que los otros se miraban entre sí, y se percató que lo que había ocurrido los había cambiado. De algún modo, la fuerza de Ripley, su coraje, había afianzado al grupo —pero ahora Ripley se había ido y ellos estaban en medio del embrollo.

Incluso Johner estaba muy quieto, su garganta parecía intentar tragar algo demasiado grande.

Vriess la miraba con tanto pesar en los ojos, tanto afecto hacia Call, que sabía que si ella le miraba a los ojos, Call se derrumbaría.

Distephano echó un vistazo, con las mandíbulas muy apretadas. Aferraba su arma, sus nudillos se veían blancos.

Pero fue Purvis quien, una vez más, dijo las palabras necesarias para romper su parálisis. Vagamente, Call se percato que aquella no era la primera vez que él hacía eso. Había sido una buena idea traerlo con ellos, para bien de todos.

—Debemos seguir, señorita,— dijo Purvis quedamente. —Lo mejor que puede hacer por ella es desearle una muerte rápida.-

Eso sería precisamente lo que habría para Ripley cuando el Auriga se estrellara contra la Tierra. Finalmente, Ripley regresaría a casa.

Call todavía no podía moverse, no podía abandonar el último lugar donde la había visto. —No está bien...— Las palabras se quebraron en su garganta, pero ya no había fallos en su mecanismo vocal.

Purvis deslizó una mano bajo su brazo, urgiéndola a moverse. Los otros se habían adelantado, y él los seguía hacia el Betty.

—No está bien— insistía Call, sacudiendo la cabeza.

Purvis suspiró. —Llevo diciendo lo mismo todo el día.-

Despierta. Guarda silencio. Estamos en problemas.

Se detuvo, escuchando, sintiendo. Algo estaba ocurriendo. No era un sueño. Era algo real.

Ripley yacía quieta entre los brazos de la bestia. La luz era mínima, pero eso ya no la asustaba. Respiraba suavemente, absorbiendo el aliento de la criatura.

La tibia humedad que la rodeaba le daba seguridad, pero ante su conciencia, fluctuaban caóticas imágenes como en un sueño.

El frío confort del crio-sueño.

La creciente necesidad de proteger a su pequeña.

La fuerza y compañerismo de su propia especie.

El poder de su propia rabia.

La calidez y seguridad del humeante nido.

Las imágenes eran absurdas y significativas a la vez. Ella las reconoció en un nivel más allá de la conciencia, más allá del entendimiento. Eran parte de ella, parte de quien había sido. Y ahora eran parte de aquello en que se estaba convirtiendo.

Flotó en la tibia humedad gelatinosa, reconfortante, intentando esconderse de la luz. Y de los sonidos. Sonidos distantes, murmurando, que se hallaban fuera de ella. Dentro de ella. Iban y venían, los sonidos, no significaban nada, significaban todo. De forma distante, pudo sentir a la Reina, y su terrible necesidad.

Después escuchó los sonidos internos nuevamente, uno más fuerte que el resto, aquel al que ella siempre prestaba atención. Aquel que había intentado recordar tan intensamente. Le susurraba-

Mi mami dice que no existen los monstruos — los monstruos verdaderos. Pero sí existen.

Aquel sonido era insistente, se despertó. Pero una vez despierta los sueños se volverían todos reales. Estaba cansada, tan cansada — pero cuando se dormía...

No quiero dormir, dijo la pequeña voz. Tengo sueños que dan miedo.

La tocaron en sus sueños. Todos los monstruos. Los monstruos verdaderos. Moviéndose, respirando, bullendo —soñando, planeando...

Ella se estremeció.

Ellos eran el organismo perfecto, con una sola función verdadera.

Su perfección estructural solo se compara con su hostilidad.

Gimió suavemente, desalentadoramente.

Una joven mujer idealista le había mostrado una sombra de lo que ella misma había sido una vez. Lo que el destino le había hecho. ¿Pero qué era ella ahora? ¿Acaso era Ellen Ripley, o un fraude, algo tan grotesco como... como...

Al menos hay una parte de ti que es humana. Yo solo soy... solo soy...

Prefiero el término ‘persona artificial.’

Lentamente, ella registró una vaga sensación. Algo fuera de ella. Algo ocurriéndole. Sus ojos se movieron en derredor, mientras reunía información.

Sus terribles hijos habían venido finalmente por ella. Estaban en todas partes, cargándola, dándole la bienvenida.

Pero los otros se habían ido. Los humanos. Aquellos por quienes ella había luchado tanto por proteger y salvar. Había sido apartada de ellos, separada de ellos. Una parte de ella sintió un enorme alivio. Una parte de ella sintió una tremenda rabia. Vaciló entre estos sentimientos mientras yacía entre los brazos de la bestia.

El dibujo en caricatura de una niña rubia se arremolinó en su mente, y fue gradualmente reemplazado por la niña real. ¿Su niña? No, no suya...

¡Sí, mía!

Su mente vagaba entre caóticos recuerdos.

La humeante calidez del nido. La fuerza y seguridad de su propia especie. La soledad de su individualidad. Y la creciente necesidad de encontrar —

Unos pequeños y fuertes brazos le rodearon el cuello, unas pequeñas y fuertes piernas le rodearon la cintura. Había caos. Los guerreros gritaban y morían. Y había fuego.

Sabía que vendrías.

Parpadeó, confundida, su mente era una confusa serie de fragmentos, de recuerdos, de instintos que no podía ordenar.

El arrollador dolor de la pérdida —enfermiza e irreparable pérdida— llenó su mente, su cuerpo entero. No significaba nada. Significaba todo.

Mi nombre es Newt. Nadie me dice Rebecca.

¡Ya voy, Newt! ¡Ya voy!

¡Mami! ¡Mami!

Ripley buscó la conexión con su propia especie, buscó para encontrar la fuerza y seguridad del nido, pero ésta no estaba ahí. Y en su lugar no había más que este dolor, esta terrible pérdida. Se encontraba hueca, vacía.

Vagamente, miró al gran enorme guerrero que la sostenía y anheló preguntarle lo que había preguntado a los otros, a los humanos. La pregunta que sabía que no responderían.

¿Por qué? ¿Por qué?

Mientras los recuerdos sobre la voz de Newt rebotaban en su cerebro, ella decidió que obtendría la respuesta. La obtendría de ellos. A pesar de su tamaño, de su fuerza, a pesar de su ferocidad y hostilidad. La obtendría a la fuerza.

Con nerviosismo, los supervivientes de la tripulación recorrían el resto del camino hacia el Betty lo más rápidamente posible, pero sin correr.

No habían visto más señas de los Aliens, ni sustancias, ni daños hechos por ácido, nada. Todo estaba en sorprendente calma.

Cuando Vriess fue llevado hasta la nave, sintió un horrible golpe de nostalgia, luego una pena tan profunda, que se sorprendió. Al llevarlo Johner y Distephano al asiento del piloto, la presencia de Hillard se hallaba por doquier, tanto como la de Elgyn en el asiento del copiloto. Sacudió la cabeza para ahuyentar esos recuerdos, prometiéndose a sí mismo que se ocuparía de ellos más tarde, cuando resultara conveniente, y una vez que se hubieran largado de ahí. Asumiendo que pudiera sacarlos de ahí.

Cuando Johner se aseguró los cinturones del asiento, Johner preguntó, —¿En cuanto tiempo podremos salir de aquí?-

Vriess mentalizó un esquema y un rápido plan de vuelo, vio la imagen de la Tierra que estaba llenando la pantalla, agrandándose más a cada momento. —Necesitaré que Call haga los reajustes a la nave, que abra la escotilla, que libere a la nave de los magnetos, cuanto antes.-

—Golpearemos la atmósfera en unos cuantos minutos,— dijo Johner apresuradamente. —Eso lo hace más difícil.-

Vriess asintió, sus manos volaban sobre el tablero. No quería pensar en cuán poco tiempo había pasado piloteando esta nave. No quería pensar en su falta de experiencia. Siempre habían tenido a Hillard o a Elgyn para volar al Betty, con Christie como respaldo. Vriess era mecánico, por Dios Santo, y Johner era sólo músculos. Estaban tan acostumbrados a sus respectivos roles, que apenas habían tenido ocasión de hacer algo más. Él no pensaría en eso ahora. Hoy, él era el piloto. Tenía que serlo.

Call llegó hasta él, distrayéndole de sus preocupaciones. Él se detuvo, la miró a los ojos. Desde la primera vez que ella lo había visto, nunca lo había visto como un inválido. Nunca se quedaba mirando sus piernas. Nunca veía la silla. Solo lo veía a él, a Vriess, el hombre. Él miró ese fino y delicado rostro y se dijo que lo menos que podía hacer, era lo mismo que ella hizo siempre. Ver a Call. No el agujero lleno de cables de su pecho. Ni el puerto mecánico de su brazo.

Ella le ofreció una débil sonrisa. —¿Necesitas mi ayuda?-

Él asintió, inmensamente aliviado, —Sí... si no te importa ... Annalee.-

Ella respingó al oír su nombre de pila, después asintió brevemente. —Seguro. No hay problema.— Y procedió a conectarse al cerebro de la computadora como si siempre lo hubiese hecho frente a él.

Él no puso ninguna atención a la forma en que se conectaba. Sólo observaba su rostro. Su pequeño, hermoso y humano rostro.

Ripley se deslizó de nuevo a la conciencia, lentamente. Estaba plagada de un sentimiento de vértigo, de un mareo que no superaba. Mantuvo los ojos cerrados por un momento. Escuchó los húmedos sonidos, de goteo, chapoteo.

Escuchó gemidos, gemidos humanos. Escuchó un zumbido, como de insectos. Y el olor-

Sangre. Vísceras. Muerte. Todo ello era húmedo y caliente; tan húmedo y caliente como un pantano tropical.

Lentamente, intentó moverse, pero su cuerpo estaba demasiado lánguido como para responder. ¿Estaría drogada? ¿Hipnotizada? Yacía sobre algo firme, rígido, sólido. Súbitamente, algo pegajoso le cayo en el rostro desde arriba. Ella frunció el ceño, sin abatir el mareo. Finalmente, la desagradable sensación de goteo fue demasiada, y abrió los ojos.

La sustancia que había caído en su rostro se resbalaba por su mejilla hasta el suelo, y comenzaba a endurecerse inmediatamente, asegurando su cabeza firmemente. Se llevó las manos al rostro y la apartó y se frotó la mano contra el suelo sin pensarlo.

Incluso al hacer esta tarea de forma inconsciente, parpadeó, mirando en derredor, intentando pensar, intentando comprender dónde se hallaba, lo que ocurría. Sabía que debía estar ansiosa o alarmada, que debía preocuparle su propio bienestar, pero su mente no estaba lo suficientemente clara.

Miró alrededor en la opaca oscuridad. No estaba sola. Había otros humanos, ocho cuado menos, de pie sobre ella en alguna clase de plataforma superior. Entornó los ojos, intentando ver mejor. Finalmente, su vista se aguzó y se percató que los otros no se hallaban de pie sobre ninguna plataforma. Sus brazos y manos y piernas estaban ajustados, pegados a sus cuerpos con tiras de resina que los adhería a los muros de una enorme habitación cilíndrica. Vagamente recordó la voz mecánica de Call diciendo algo acerca de actividad en el tanque de desperdicios, y deseó haber puesto más atención.

Las ocho personas que pudo ver estaban atrapadas contra los muros del tanque circular. Soldados, científicos, todos pegados como moscas gigantes, medio envueltos en capullos.

Recordó una escena similar...

Todos los colonos de Hadley’s Hope, envueltos en capullos y pegados a los muros, desarrollando constrictores en su interior. La mayoría ya habían emergido. Pero todos estos estaban aún intactos.

Se toco su propio pecho, pero no había sido reinfectada. Lo sabría si lo hubiese sido. Podría sentirlo. ¿Estarían estas personas aquí para ser infectadas? El pensamiento la aterró, pero al mirar alrededor se dio cuenta que no había huevos en el tanque. No obstante, la imagen de esas ocho personas atrapadas como insectos en una enorme telaraña no la abandonaría.

Ripley apartó los ojos de los humanos atrapados y miró en derredor, viéndoles finalmente. Los Aliens. Se arremolinaban en el lodoso suelo del tanque de desperdicios, como cocodrilos en un pantano, solo que su pantano era un mar de sangre humana, de tejidos, y de sus propias secreciones. Ripley se hallaba en la unión del suelo y la pared, en la parte más elevada del suelo, a las orillas del fétido lago. Yaciendo ahí, temerosa de moverse, observaba a los guerreros, preguntándose si estaban ahí para vigilar a los humanos en los capullos. ¿Estarían trayendo huevos para infectar a esta gente?

Ripley hizo una mueca, y miró nuevamente en derredor. Entonces la vio. La Reina.

La inmensa criatura estaba directamente al otro lado de Ripley, pero la imagen que presentaba era tan confusa, que le tomó a Ripley unos cuantos momentos para discernirla.

Ripley recordó claramente haber visto antes a la Reina y su enorme ovipositor. En aquella ocasión, el inmenso órgano reproductivo había sido fijado en su sitio para soportar su tremendo peso y talla, mientras la Reina depositaba huevo tras huevo en el suelo de la refinería de atmósfera en Hadley’s Hope. Pero aquello no era lo que Ripley estaba viendo ahora.

Esta Reina también estaba asegurada en su posición, pero no era por su ovipositor. No tenía uno. Aparentemente, esa parte de ella había sido sustituida.

La Reina en sí misma estaba envuelta parcialmente en un capullo contra el suelo del tanque, o era posible que los Aliens la hubieran afianzado con una tira invisible del mismo material que la tela elástica que había visto bajo el agua. Ripley ahora se percataba que los Aliens que estaban medio sumergidos en aquella sopa química de abajo estaban ocupándose de la Reina, vigilándola. Ignoraban totalmente las presas humanas que habían asegurado dentro del tanque.

Ripley continuó mirando, todavía intentando comprender lo que estaba viendo.

La Reina estaba atrapada por su dorso, sus piernas, cola y brazos estaban sumergidos a medias. Su cabeza se hacía atrás y adelante, sus extremidades ondeaban débilmente. ¿Estaría sufriendo? ¿Y qué era eso en su abdomen...?

Entonces, Ripley comprendió el verdadero horror de lo que estaba viendo. La Reina tenía un enorme y distendido abdomen, de apariencia elástica, con venillas negras que lo surcaban. El abdomen se movía, como con vida propia. La inmensa boca de la Reina se abrió, y siseó furiosamente.

Ripley miró atónita, murmurando, —No hay huevos. Solo...-

Una voz extrañamente conocida habló con excitación. —¡Nuestro mayor logro!-

Ripley temía volverse, temía ver al dueño de la voz, pero precisaba hacerlo. Al levantar la vista, vio al Dr. Gediman, envuelto en un capullo pulcramente, entre los otros investigadores y soldados. Sus ojos estaban muy abiertos, brillantes. Era obvio que estaba a un paso de la locura total —con sus tobillos colgando.

—Un segundo ciclo reproductivo,— balbuceó alegremente. —Asexual. Mamífero. ¡No hay huésped!-

Ripley casi gimió. —Eso no es posible.-

Gediman rió histéricamente. —Pensamos que podíamos alterar su sistema reproductivo. Obstaculizar sus ciclos para poner huevos. Pero la bestia no es cooperativa.— Rió. —Sólamente añadió un segundo ciclo. ¡Es maravilloso!-

Un agudo grito de la Reina alteró a Ripley, haciéndola volverse a mirarla. Atestaba golpes, obviamente presa de un dolor indescriptible. Los Aliens cuidaban de ella pero se apartaban un poco, vibrando violentamente, su zumbido insectil sonaba casi musical a Ripley.

—¿Pero, cómo...?— Musitó Ripley confundida.

—Cruce genético,— añadió Gediman. Bajó la vista hacia ella, con enormes ojos, y sonriendo como un maniático —del ADN del huésped.-

—¡No...!— Ripley no podía, no aceptaría eso.

—¡Mírala!— Le animó él, orgulloso. —¡Eres tú! ¡Eres tú!-

Apenas podía soportarlo, pero, luchó por contener las lágrimas de horror y frustración, se forzó a mirar a la Reina. Con abatimiento, tuvo que comprender que este era su terrible hijo.

El bulto en el abdomen de la Reina se agrandó notablemente, después comenzó a moverse, a empujar.

Ripley encontró su motivación. Buscaba una forma de trepar para subir más allá del suelo del tanque, y descubrió que su cuerpo estaba demasiado aletargado, demasiado lento. No le importó, se levantó del suelo, maldiciendo, —voy a salir de aquí. Maldición, ¡debo salir de aquí!-

Gediman todavía la observaba, sonriente. Cuando Ripley lo vio, el último resquicio de su cordura se esfumó. —¿Es que no quieres saber lo que va a ocurrir?— Le preguntó jovialmente.