CUARTA PARTE

Despertó súbitamente de la pesadilla.

Despierta. Guarda silencio. Estamos en problemas.

No, aquello era sólo un recuerdo.

Se quedó quieta, escuchando, observando en la oscuridad. Percibiendo. No, no era solo un recuerdo, no era solo una pesadilla. Algo estaba ocurriendo. Algo real.

Gediman observó abrirse las puertas de la jaula. Era imposible. No podía haber pasado. Han escapado. ¡Escapado! Su único pensamiento coherente fue, Wren va a matarme. Mi beca, mis estudios, todo perdido.

Bordeó en el interior del territorio prohibido, la jaula, intentando aún aceptar la realidad del vacío que tenía enfrente. Caminó cuidadosamente, pisando con precaución a los costados de las salpicaduras que continuaban derritiendo, suavizando el suelo. La sensación del material quemado lo sorprendía.

En el centro de la habitación, el suelo entero había desaparecido, disuelto, convertido en argamasa. Aquello no era posible. ¿Dónde podrían haber ido? ¿Qué podrían hacer?. Se inclinó sobre el agujero, cuidadoso de no pisar nada de la derretida masa. Estaba muy oscuro. No podía ver nada. Quizá estuvieran ahí abajo, atrapados en la rejilla inferior, y los podrían contener... si tan solo pudiera ver.

Se arrodilló, mirando fijamente en la penumbra.

Detrás de él, Carlyn jadeaba, —Oh Dios, Doctor Gediman, ¡tenga cuidado!-

Era peor de lo que había pensado. Podía ver alguna luz ahora. La sangre ya había devorado dos niveles.

—Cristo, Carlyn,— dijo él, —podrían estar en cualquier parte.-

Repentinamente, algo oscuro y arácnido apareció bajo el borde del suelo derretido. Gediman, que ya observaba más allá del segundo nivel, no lo notó por medio segundo. Medio segundo demasiado tarde.

En un instante, su cerebro registró, seis dedos, uñas largas, una mano inhumana-

Echó la cabeza hacia atrás, pero no lo suficientemente rápido. La inmensa mano envolvió su cara, la aferro, la sostuvo fuertemente. Él gritó, pero el sonido era sofocado por la palma de piel de silicona del Alien. Su terror creció hasta el límite, sobrepasándole, abrazándole, volviéndose un todo. No le preocupaba si lo podían oír. Tenía que gritar. Y lo hizo, una vez. Y otra. Y otra.

Con una fuerza que él jamás hubiese imaginado, el enorme guerrero Alien lo arrastró hacia la oscuridad de la rejilla inferior con un movimiento casi agraciado. El Alien lo abrazó ahí en el suelo, sus brazos rodeaban a Gediman como un amante, manteniéndole apretado, sosteniéndole firmemente, para que no cayera. Después, de modo gentil, el guerrero quitó su mano de su boca y los gritos de Gediman se intensificaron en alaridos de total y puro terror.

La criatura parecía sonreír ahí en la oscuridad, pero como al gato Cheshire, lo único que Gediman podía ver eran esos terribles dientes plateados, riendo. Sonriéndole. Gediman gritó aún más.

Carlyn observó atónita cómo el Dr. Gediman desaparecía súbita e inexplicablemente, bajo el agujero del suelo. No, no inexplicablemente. Ella sabía exactamente lo que había ocurrido. Dios Bendito, lo sabía.

Con los ojos como platos, la boca muy abierta y la barbilla temblando de miedo, Carlyn se aproximó a la puerta de la jaula, y estrelló la mano en los controles que cerraban la puerta.

Estaban ahí afuera. ¡Afuera!

Padre continuaba balbuceando sobre el daño estructural y la violación de seguridad. Los terroristas habían tomado el comedor, y ahora ...

Corrió, en pánico, para encontrar a alguien, para buscar ayuda. Pero aquí, en los linderos de Plutón, sabía que no encontraría ayuda. Todos se encontraban encerrados en una terrible lámpara, con el genio más iracundo de todos.

Call nunca había conocido semejante frustración. Observó a Elgyn. Tenía que convencerlo, tenía que hacerlo. Ella podía ver que Elgyn agitaba la mano, creyéndole a medias, casi a punto de perder el control y azotarla.

—Están haciendo experimentos ilegales,— casi le gritó al capitán del Betty. —Están criando--

Johner, todavía medio borracho, la hizo callar. —¡Es una maldita traidora! ¡Cárgate a la perra!

Ella gritó más fuerte, señalando a Wren. —¡Escuchadme! Él está criando una especie Alien aquí. Muy peligrosa. ¡Si esas cosas se liberan, eso hará que la plaga de gusanos de Lacerta parezca un jodido carnaval!-

Elgyn evidentemente consideraba lo que Call estaba diciendo, sus ojos se desviaban de Call a Wren.

De pronto, Christie musitó, —¡Escuchad!— El amortiguado sonido les hizo a todos prestar atención, incluso a Wren y a Distephano.

Era distante, pero podían oírlo. Gritos. Gritos terribles. Todos se quedaron paralizados al percatarse. Muchas voces. Disparos. La secuela de que algo terrible estaba ocurriendo...

Wren se volvió lentamente en dirección al ruido.

Repentinamente, la voz masculina de la computadora prorrumpió: —Emergencia. Las jaulas número cero, cero uno al cero, cero, cero muestran severos daños estructurales que han destruido su integridad estructural. Los especimenes alojados en estas jaulas, ya no están contenidos. Todo el personal debe evacuar el Auriga inmediatamente. Repito. Todo el personal debe evacuar inmediatamente.-

Wren gritó, —¡NO!-

En su habitación Martin Pérez despertó sobresaltado, las llamadas de la alarma anunciaban algo inesperado. Por sobre la alarma, la calmada voz de Padre, continuaba indicando los procedimientos de emergencia, ordenando una evacuación inmediata.

¿Evacuación? Pensó Pérez todavía atontado. Eso es imposible. La única razón posible para evacuar el Auriga sería si-

Con un rugido de frustración, Pérez cogió su gorra militar, encasquetándosela en la cabeza y levantándose para alcanzar su uniforme. Si la maldita clon era responsable de esto, él personalmente terminaría de destruir, hasta su última y jodida célula.

El equipo de investigaciones recelaba para ayudar, en el momento de oír el anuncio de Padre. Ninguno de ellos podía creer que los Aliens hubieran escapado. Eso no era posible, ¿o sí? ¿cómo?

El Dr. Brian Clauss era quien más cerca estaba del área de las jaulas cuando comenzó el griterío y los disparos. Corrió hacia el área sin pensar, bajo el influjo de la adrenalina pura. En su carrera, se despojó de su bata de laboratorio. Bajo esta, usaba las mismas ropas que llevaban los soldados.

Al entrar en el complejo, se desplazó cuidadosamente sobre la pista que llevaba al puerto de observación hasta las jaulas. Se detuvo, mirando sorprendido a los cinco soldados muertos que yacían ante él. ¿Estarían realmente muertos? Cuidadosamente se agachó, permaneciendo alerta, consciente de todo a su alrededor. Estaba más cerca de una joven mujer sargento y se puso en cuclillas para tocar su cuello. Bajo la cálida piel, pudo sentir la sangre pulsando, el pulso era fuerte, seguro. ¿Estarían paralizados? No importaba. Ella no podía ayudarlo, no podía decirle lo que había ocurrido.

Brian se puso de pie, avanzó cuidadosamente, observando todo. En un impulso, se agachó, tomó la pistola de la sargento, verificó la carga. Más vale prevenir...

Las ordenes de Wren prohibían matar — él hubiera intentado llegar hasta las criaturas, paralizarlas y recapturarlas. Había trabajado durante suficiente tiempo con el científico en jefe como para saber eso. Pero, al moverse por entre los soldados derribados y las jaulas vacías, Clauss halló más seguridad en el arma que sostenía en la mano.

¡A la mierda con Wren! Decidió Brian. El objetivo de la investigación era aprender de los errores pasados. Revisó a cada soldado derribado, y pensó, uh-uh, yo no. No voy a terminar como ellos. Si uno de esos bastardos me coge por sorpresa, y ya veremos quién termina en el suelo. Quitó el seguro del arma y se encontró listo para la acción, muy agradecido, de pronto, por el entrenamiento en armas que recibió para alistarse en esta misión.

Veamos qué tanto les gusta a esos feos cabrones comerse una de estas balas que tengo para ellos. Siguió avanzando por entre la hilera de jaulas destruidas, cuidadosamente, en silencio, evitando respetuosamente, pisar a alguno de los soldados caídos.

Todas las jaulas estaban destruidas, cada una completamente destruida, ¡incluso las que aún estaban vacías! Y con una violencia que era difícil imaginar. Como si esos animales detestaran el concepto mismo de su cautiverio. Pero aquello era ridículo. Eran solamente animales... ¿o no?

Se hallaba de pie ante la primera jaula. Aquí seguramente había comenzado todo. Escudriñó el interior y vio un enorme y derretido agujero en el suelo. ¿Cómo había ocurrido eso? La luz era escasa, pero creyó ver movimiento en el cavernoso agujero. ¿Estaría uno de ellos aún escondido ahí?

Claus apuntó su arma, pero no podía ver muy bien. Escuchó. Nada. Cuidadosa, muy cuidadosamente, dio un paso a través del destrozado puerto al interior de la propia jaula. Su cuerpo entero estaba rígido, tenso, listo para disparar. Se deslizó entonces al interior, pero se mantuvo cerca del frente, cerca del puerto, observando el agujero.

Ahí. ¿Qué era eso? ¿Algo moviéndose? ¿Algo como una cola?

Miró más atentamente, tomando puntería. Ya no se sentía como un investigador. Se sentía como un soldado. Le encantaría matar a uno de aquellos bastardos, por lo que les habían hecho a los soldados allá afuera, por lo que Carlyn dijo que habían hecho al Dr. Gediman.

El guerrero escondido en el área de observación, esperó hasta que el humano se hallara completamente dentro de la antigua jaula del guerrero, esperó hasta que la presa se apostó tensa, observando a uno de sus hermanos que le atraía moviendo la punta de su cola. Eran tan ingenuos, estos humanos. Observó al científico levantar su arma hasta su cara.

El guerrero aguardó...

El guerrero proyectó luego su lengua, estampándola sobre el detestable botón rojo, manteniéndolo presionado.

Los jets de gas de nitrógeno rociaron al humano, impregnando sus ropas, salpicando su cara, estremeciéndolo, quemándolo con un frío terrible. El humano giraba bajo la ducha de nitrógeno, tocándose su helada y ardiente cara, lo que provocaba que sus manos se quedaran ahí, pegadas a la carne congelada. La presa gritó hasta que se congelaron sus pulmones y dejó de revolver el aire. Se estrellaba contra la jaula, en agonía, el brazo que sostenía su arma golpeó la pared, rompiéndose por el codo, como una estalactita. Giró nuevamente, chocando con su otro costado en la pared, arrancando el antebrazo, pero con la mano aún pegada a su cara. Luego, finalmente, se colapsó, sus piernas y espina crujieron por la fuerza de su caída, su piel chamuscada, su cuerpo tan quebradizo, que se rompió en pedazos.

El guerrero observó todo, era capaz de ver incluso a través de la nube de gas de nitrógeno. Soltó el botón cuando el humano yació quieto, inmóvil, roto y esparcido por toda la jaula. El humano todavía sería útil como alimento. Regresaría a por él más tarde —cuando el cuerpo no estuviese tan congelado.

El ruido llegó finalmente hasta la celda de Ripley. En la oscuridad, sus ojos se abrieron. Se puso tensa, como siempre hacía al caminar, y escuchó con todos sus sentidos.

Lentamente, emergió de entre la sombra, y se movió hacia el centro de la habitación. Podía oírlos, los humanos, gritando, disparando armas. Podía oír el caos. Tan familiar.

Y podía oír a los guerreros, liberándose, clamando su victoria sobre la presa que había intentado mantenerlos cautivos, los humanos que ahora se volverían los rehenes. A la distancia, pudo escuchar también a la Reina, sentir su júbilo, su amor por los suyos, su aprobación a su coraje.

Escuchaba a los humanos y a los Aliens con todos sus sentidos. Ya había escuchado todo eso antes...

Ellen Ripley no pudo evitarlo. Sentada e inclinada en el suelo de su celda, comenzó a reír. Era una risa sin alegría, rayando en la histeria.

Repentinamente, algo enorme se estrelló contra la puerta, al otro lado de su celda. Ella brincó, sin mayor sobresalto. Aquello golpeó de nuevo, y otra vez, y otra vez. La puerta se abollaba lentamente. Golpeó de nuevo, fuerte, poderoso.

Sus terribles hijos Venían a por ella