6

Call y Christie se reunieron con el grupo justo cuando estaban por entrar a la estancia — comedor recreativa.

Vriess sonrió a la mujer desde su silla. —¿Habéis terminado, chicos?-

Ambos asintieron mientras Christie decía, —Descargamos y entregamos. Todos y cada uno de ellos. Imagino que nuestro glorioso líder aún está con el General ¿Cierto?-

—¿Quién, Elgyn?— preguntó Hillard casualmente. —Supongo que sí.-

Se dirigió a Vriess. —Ya fuiste de ‘compras’?-

—¿Con el estómago vacío?— Inquirió el hombre sentado. —Debes estar bromeando. Cuando terminemos aquí en este ‘restaurante de cuatro estrellas,’ iré a revisar las bodegas. Un hombre debe tener sus prioridades.-

El grupo bromeaba al moverse al interior de las puertas abiertas. El lugar era enorme, pensó Call, especialmente comparado con los pequeños confines del Betty. Era capaz de alojar a todos los soldados para comer, de una sentada, si era necesario. Incluso, el espacio estaba acondicionado para poder usarse en juegos de equipo, o atletismo. Había también un aro de baloncesto montado en el fondo cerca de un ordenado equipo de boxeo y aparatos de ejercicios.

Ya iban tarde para la cena, y la única persona en el lugar, era una solitaria mujer jugando con un balón en la zona del aro. Era alta, esbelta, con cabello castaño ondulado y hasta los hombros. Call asumió que podía ser una soldado o una investigadora en su día de descanso.

Los otros también estaban mirando el área. Entonces, Johner vio a la extraña mujer y murmuró, —Oh, oh.-

Involuntariamente, Call se puso tensa.

Johner sonrió y dijo, —Tenías razón sobre eso, Vriess. Un hombre debe tener sus prioridades.— Deambuló hacia la mujer, varios de los otros se quedaron a una distancia prudente. Call no estaba segura si aquello era dinámica de grupo, o una forma de mantenerse fuera de problemas. Ella dudaba que cualquier persona trabajando a bordo del Auriga, fuese un blanco fácil para el grotesco Johner.

Descaradamente, Johner se acercó por detrás de la mujer. Puso sus manos sobre sus hombros y preguntó en lo que aparentaba ser un tono seductor, —¿qué tal un mano a mano?-

Call se preguntaba hasta qué punto llegaría Johner con aquella ridícula noción de romance. No podía creer que alguna vez hubiera conseguido un —culo— en su vida, mucho menos uno gratis.

La mujer volvió la cabeza ligeramente, solo para hacerle saber que lo había visto. Su expresión no era precisamente una bienvenida. Se volvió nuevamente, como para despacharlo, y siguió jugando con el balón.

—Anda, ¿qué dices?— la presionó Johner, frotando su nariz contra el cabello de la mujer, inhalando su esencia.

Call la escuchó claramente. —¡Aléjate de mí!— La advertencia era firme, pero había una nota de resignación en ella.

—¿Por qué debería hacerlo?— preguntó Johner tímidamente.

—Lo lamentarás,— dijo ella simplemente. No había nada de timidez en su voz.

Johner se apretó contra ella, frotándose contra su trasero. Call sintió que su rabia volvía. Él se acercó al largo cuello de la mujer, murmurando. —Entonces, ¿me vas a lastimar? Creo que tal vez lo disfrutaría.— Sus pequeños e insípidos ojos se angostaron, y su torcida sonrisa resultaba odiosa, pero todo en Johner resultaba odioso.

La mujer volvió su cabeza. La parodia de sonrisa que le esbozó, fue igualmente horrible.

De forma distante, Call se percató que ninguno de ellos se había movido hacia las mesas del comedor, que todos estaban ahí de pie, expectantes, aguardando problemas. Al parecer, esto no era algo nuevo en Johner. Inconscientemente, Call se vio a sí misma moviéndose hacia la mujer, intentando ayudarla. Sabía que los compañeros no lo aprobarían, pero...

Vriess le tiró de la camisa, se volvió hacia él y lo vio negar ligeramente con la cabeza. No te entrometas, Call, podía oírle decir.

Se volvió nuevamente hacia Johner y la mujer, y se preguntó si serviría de algo llamar a Johner para comer con ellos, y lo distraería lo suficiente como para —

Sin previo aviso, la mujer estalló, estampando un codo en el estómago de Johner, sacándole el aire. Call sorprendida, vio que mientras lo hacía, continuaba jugueteando con la bola en la otra mano. El hombre se elevó por los aires, luego chocó contra el pulido suelo y resbaló.

La tripulación del Betty estaba asombrada, no de que la mujer hubiera golpeado a Johner, sino por la sorprendente fuerza con que lo había hecho. Call parpadeó mientras Johner continuaba resbalando hasta detenerse en una suerte de pedestal para sacos de boxeo que le golpeó y lo derribó.

Antes que Call pudiera registrar lo que había visto, Hillard profirió un grito de rabia y saltó sobre la mujer. Ella se giró sobre los talones y fácilmente, la arrojó a un lado.

Call estaba atónita por la sorpresa —la piloto era una ruda y mortal combatiente, pero la otra mujer la había arrojado como si fuera una niña.

Hillard se estrelló contra el suelo, con su propio impulso usado en su contra. Después, la mujer tomó el balón y lo arrojó, cayendo en el vientre de Hillard sin apenas una pausa. Le sacó el aire de tal modo, que la dejó jadeando.

Los oscuros y enormes músculos de Christie se tensaron. Tomó un pedestal de los sacos de boxeo y lo estampo en la cabeza de la mujer, por el lado de la base, con toda la fuerza que tenía el hombre. Call incrédula, se quedó atónita al ver que la mujer recibía el golpe sin siquiera una mueca, como un boxeador. Nada se mostraba en su expresión, excepto un pequeño hilo de sangre que resbalaba por su nariz.

Christie estaba igualmente atónito, y lo blandió nuevamente, más fuerte, de ser posible. Una vez más, la mujer recibió el golpe, lo absorbió, y permaneció en su sitio. Con un rugido, Christie embistió otra vez. En esta ocasión, la mujer lo detuvo, aferrando el pedestal, deteniéndolo a medio camino. Con poco esfuerzo, arrebató el objeto de las manos de Christie —¡De Christie! — advirtió Call impresionada — y lo arrojó a un lado.

Entonces se lanzó sobre él como un animal salvaje. Enterrando una mano en su cabello, aferró su mandíbula con la otra, mientras él luchaba fieramente por empujarla. Él comenzó a gritar, manoteando, embistiendo, haciendo lo posible por dislocarla, mientras ella intentaba romper su mandíbula, era un cuadro espantoso.

Call comenzó a moverse para ayudar a Christie, cuando Vriess tiró de su camisa. —¡No te acerques!— ordenó. Ella dudó, pero obedeció.

De pronto, Johner se puso de pie. Corrió hasta los dos combatientes y estampó un fuerte puñetazo al riñón desprotegido de la mujer.

La cabeza de la mujer giró, su cara se retorció —de rabia, no de dolor. Arrojó a Christie, reconsiderando, y se colapsó, como una muñeca. Inesperadamente, la mujer cayó también, de rodillas, con una mano culebreando. Con un solo movimiento coordinado, atenazó la entrepierna de Johner con la misma fuerza constrictora que había usado en la mandíbula de Christie. Johner gritó, con un sonido agudo de agonía. Al caer de rodillas, la extraña mujer le golpeó el vientre, doblegándolo totalmente.

En medio de todo este desastre, y de los gemidos y gritos de la tripulación herida, de pronto destacó la voz de un hombre, clara y firme.

—¡RIPLEY!-

Call se volvió hacia la voz, y vio a cuatro soldados, portando armas, que apuntaban justo hacia ellos —no, no hacia ellos, hacia la mujer. Entre ellos había dos hombres vestidos con batas de laboratorio, uno ligeramente más atrás del otro. Reconoció al primero. Le había entregado la carga a ese. El nombre de —Wren— estaba bordado sobre el bolsillo de su bata. Un poco más atrás de él, había un hombre, su nombre era —Gediman— según el bordado de su bata. Gediman parecía muy crispado, pero Wren se veía frío. Era fácil adivinar quién estaba al mando.

La mujer a la que había llamado Wren levantó la cabeza lentamente, su expresión se había relajado, desapasionada, como si no acabara, apenas, de fregar el suelo con ellos — un grupo que se enorgullecía de ser uno de los más rudos entre los rudos.

Call se volvió a mirar atentamente a la mujer. ¿Habían dicho Ripley? Call parpadeó, incrédula. ¿Ripley?

Todo había terminado. Los tripulantes del Betty comenzaron a retroceder. Christie se puso de pie, pesadamente, y se llevó los brazos a la espalda, como para rendirse, Call supo que podía ser todo menos eso. Hillard consiguió ponerse de pie. Pero Ripley todavía aferraba la camisa de Johner como si no deseara soltar a su presa, no ahora que lo había derribado.

—No hagamos una escena,— dijo Wren tranquilamente, como si le hablara a un niño. Como si no hubiesen hecho ya una escena, y una escena verdaderamente horrenda. Como si no existieran los cuatro soldados entrenados y armados apuntando a una solitaria mujer. Como si el sujeto tuviera verdaderamente, algún control sobre ella.

Sorprendentemente, Ripley soltó al hombre, y se alejó de él. Se alejó de todos, sin mostrar consideraciones con ninguno, salvo con ella misma. Movió su cabeza hacia el arrodillado Johner y dijo casualmente. —Apesta.-

Como si aquello fuera una explicación plausible para todo lo que había ocurrido, Wren asintió.

Johner finalmente consiguió inhalar suficiente aire para hablar.

—¿Qué coño eres tú?— Casi estaba sollozando de dolor.

Ripley se volvió hacia él, lo miró satisfecha, y luego se volvió a mirar de reojo al resto. Sin decir una palabra, se limpió la sangre que escurría por sobre sus labios y la arrojó de un capirotazo. Era tan insignificante para ella como todos los demás. La tripulación del Betty, los soldados, sus armas, Wren, Gediman ... Call vio la salpicadura de sangre aterrizar en el suelo. Olvidada.

Como si de pronto se hubiera aburrido demasiado con todo aquel cuadro como para continuar, Ripley tomó nuevamente la bola de baloncesto del suelo, caminó con ella, a punto de irse, la arrojó de espaldas a una distancia mínima de 35 metros, y se dispuso a irse. Todos en la habitación la vieron atravesar el aro justo por el centro.

Wren dio su aprobación a los soldados, que bajaron las armas. Ella oyó a Gediman decir, —hay algo depredador en ella, ¿verdad?-

La admira por eso, advirtió Call.

Gediman todavía estaba nervioso como un gato. Se movió torpemente y murmuró, —Bueno... el tipo en verdad apesta.-

Los dos investigadores y los soldados salieron del lugar, dejando a la tripulación del Betty la tarea de recoger a sus dañados compañeros. Call ayudó llevar a Christie a una banca, y Hillard tendió una mano a Johner para levantarse. Sabía que ninguno de ellos tenía mucho apetito ahora.

Como una idea tardía, Call se volvió hacia las puertas por las que había salido Ripley. Cuando lo hizo, no pudo evitar mirar la mancha de sangre en el suelo, donde la había arrojado Ripley.

Una pequeña estela de humo se elevaba de la mancha. Bajo ella, el suelo burbujeaba.

Al oscurecer en el Auriga, los miembros de ambas naves encontraron diversas formas de entretenerse de manera segura.

En la privacidad de la habitación que se les había asignado, Hillard yacía desnuda boca abajo en su litera, su expresión era dichosa. Profería leves jadeos de satisfacción, se dejaba llevar por las sensaciones que la estremecían. Le dolía el cuerpo por el altercado en el comedor, pero éste se estaba desvaneciendo. Se lo merecía. Pretendía disfrutar cada segundo.

Sonrió por sobre su hombro hacia el hombre que le daba tan íntimo placer.

Elgyn le devolvió la sonrisa, masajeando los cansados y doloridos pies de su amante.

En la privacidad de su habitación, el General Pérez enceraba concienzudamente sus botas él mismo, de acuerdo a las normas, derritiendo metódicamente la cera con un láser manual, aplicando una pequeña capa sobre la superficie de piel, y luego restregándola manualmente hasta hacerla brillar como un espejo. Era una tarea simple que le permitía mantener las manos ocupadas y la mente relajada. Y también le permitía reflexionar sobre el futuro de su proyecto.

Abajo, en los almacenes de suministros, Vriess rodaba su silla a lo largo de amplios corredores de estantes llenos, de cabo a rabo, con refacciones pulcramente ordenadas y etiquetadas. Miles de partes. Quizá millones de ellas. Estaba en el cielo de los mecánicos. Y todo era nuevo, nuevo, ¡nuevo! Perfecto, de tecnología avanzada, excelente material. Solo lo mejor para el General Pérez.

Los brazos de Vriess ya estaban llenos de cables, laminas de circuitos, componentes. Se estiró ante un estante de con cajas diodos, casi cayo, luego reconsideró. Tomó una caja, estaba por marcharse cuando lo pensó otra vez. Miró culpablemente en derredor, y tomó una segunda caja.

En la sala de estar de una serie de cuartos comunicados, Christie, Call y Johner estaban tumbados frente a una pantalla de video, pasándose de uno a otro el termo de Johner con cerveza casera. Tras el revuelo de aquella tarde, ninguno de ellos tenía demasiado que decir. Call estaba sorprendida de que ninguno de los dos hombres ni Hillard, parecían resentidos porque ella no se había involucrado, pero sabían que era la nueva chica después de todo, y era pequeña. Vriess se había mantenido al margen también, y sólo un tonto lo consideraría a él indefenso.

Johner, Christie y Hillard, junto con Vriess y Elgyn habían estado juntos por más tiempo. Vriess no hablaba mucho al respecto, pero alguna vez había indicado, que todos ellos habían sido mercenarios, hacía tiempo — antes que Vriess quedara paralítico.

En la pantalla, brillaba para la audiencia, un ultra moderno revólver de metal negro y cromo, y a su lado, era desplegada la información sobre las especificaciones del arma. La pistola era tan sofisticada, pensó Call, que podía quizá cargarse automáticamente. Podrá ser suya, prometía el anunciador, por un monto de créditos por lo menos igual, al necesario para comprar una nave espacial antigua.

Johner le pasó el termo sin quitar los ojos de la pantalla. Ella lo agitó y vertió un poco más de aquella cerveza letal en su vaso.

Cada uno, tenía su forma de relajarse.

En el área restringida, Gediman trabajaba solo. Caminó por el interior del puerto de observación móvil, que le permitiría tranquilamente observar el progreso de los primeros Aliens desarrollados. No se permitiría pensar en los durmientes de los tubos criogénicos y los constrictores de rostro pegados a ellos. No se permitiría pensar en sus gritos al emerger los embriones. Aquel no era su trabajo. Él era un científico en una misión, y su trabajo, aquí y ahora, era observar el desarrollo de los Aliens que ya habían nacido.

Era terrible no contar con mayor información histórica. Gediman consideraba una tragedia científica que no pudieran volver al planeta LV-426, donde los Aliens habían sido descubiertos originalmente por la tripulación del Nostromo. ¡La cantidad de información que debía haber ahí! Pero la desviada nave, con su bizarra carga de miles de huevos, había sido destruida cuando el reactor nuclear de un procesador de atmósfera dañado había explotado, dejando únicamente desperdicios radiactivos y un cráter de diecinueve mega hectáreas de amplitud. El LV-426 nunca volvería a ser habitable.

Ripley había escapado a la destrucción del LV-426 con otras pocas personas, pero había terminado en Friorina 161 cuando su nave falló. Solo un guerrero Alien había emergido ahí, esperando a la Reina que Ripley, sin saber, albergaba. Pero aquel guerrero había sido destruido, y Ripley se había suicidado para asegurarse que la Reina dentro de ella nunca emergiera.

Aquel pudo haber sido el final del contacto humano con los Aliens, pese a todos los intentos, tanto de científicos militares como de corporaciones privadas, para descubrir que no había ni una sola clave sobre el planeta de origen de los Aliens, a pesar de los cientos de mundos explorados que existían. El secreto de los organismos perfectos, había muerto en el holocausto del LV-426, hasta el descubrimiento de las muestras de sangre y tejido de Ripley en Fiorina 161.

Aquello había sido hacía veinticinco años. Las muestras originales proveyeron poca información, y casi habían sido destruidas un par de veces. En cualquier caso, hacía diez años, el científico militar Mason Wren, había visto el potencial ahí, y de alguna manera, se las arregló para convencer a gente importante, en el rubro de Desarrollo de Armas, sobre las posibilidades. Había sido su proyecto desde entonces. Pero solo en los últimos dos años, había tenido completo un grupo de científicos que compartían su visión. Entonces, todos ellos se mudaron al Auriga. Fue entonces cuando, súbitamente, les fue otorgado todo lo necesario para poner en marcha el proyecto. Fue entonces cuando las células clonadas de las muestras comenzaron a sobrevivir y crecer.

Y ahora estaban aquí. De cara a la aplicación práctica de todo aquel estudio científico. Todavía había mucho que aprender. Pacientemente, observó los monitores, las lecturas electrónicas y a los propios especimenes.

Gediman no podía negar el asombro del grupo de investigación, en cuanto a la rapidez con que algunos de los embriones habían salido, estallando los pechos de sus indefensos huéspedes, eso sin contar el increíblemente veloz desarrollo embrionario. Wren no podía asegurar si el crecimiento era acelerado por producto del trabajo que habían hecho, o si éste era una variación natural. Los registros previos, indicaban poco sobre los intervalos de tiempo necesarios, y el tamaño de la muestra era demasiado pequeño para mostrar normas o tendencias. Desde luego, todavía estaban a la espera de la mayoría de los embriones...

Movió el puerto de observación a lo largo de su pista, deteniéndose al llegar a una jaula en particular. Manipulando los controles, movió la cabina justo hasta acoplarla con la de la clara ventana de la jaula.

En su interior, pudo ver dos Aliens de tamaño casi adulto que parecían estar hibernando. Estaban acurrucados sobre el suelo, curvados para verse lo más pequeños posible y totalmente quietos. De pronto, un tercer Alien emergió de entre las sombras, avanzando hacia la ventana.

Gediman saltó involuntariamente, totalmente ignorante de la criatura, hasta que esta simplemente apareció. Surgió amenazadoramente ante él, oscura, enorme, malévola y totalmente Alien. La bizarra y alargada cabeza, la enorme cola, las manos con seis dedos, el esqueleto externo revestido en silicona, los monstruosos tubos dorsales. La bestia se quedó inmóvil.

Así que, me estas observando ¿eh? Se preguntó el científico. Para Gediman, era una sensación escalofriante ser observado por un depredador tan grande —un depredador sin ojos aparentes. Pero puedes ver perfectamente, ¿verdad? Con los sensores especiales que tienes en esa cabeza tuya, para el calor, la vibración, el sonido, la esencia, el movimiento — trescientos sesenta grados de total percepción mucho más aguda que la vista o el oído hasta hoy conocidos. Una criatura sorprendente.

Vio de nuevo el crio-tubo que tenía al hombre llamado Purvis. Había presenciado el terror puro en la cara de Purvis cuando el huevo se abrió ante él. Vio el ataque del constrictor y la desesperada lucha de Purvis...

Parpadeó, intentando apartar la imagen. Purvis todavía tenía su embrión. Aparentemente, el hombre se hallaba en el borde de una baja función de la tiroides, no lo suficiente para ser tratada, solo lo justo para hacer más lento el desarrollo de su embrión que el de los otros...

Olvídalo. Sólo porque viste su nombre. Olvídate de ello. Tenías que pasar por eso para llegar a esto. Y ahora, los tienes. Esto es sólo el principio.

El Alien que lo observaba se acercó cautelosamente, hacia la ventana. Como atraído por él, Gediman también se acerco a su lado del puerto. Lentamente, los delgados labios del Alien se replegaron, mostrando sus dientes color de cromo. Abrió su enorme boca, deslizó su lengua rígida lentamente, como para persuadir a Gediman. La lengua tenía sus propios dientes, y el borde de la misma goteaba mucosa clara.

Gediman se olvidó de Purvis, se olvidó de los constrictores, y se quedó extasiado, ante la visión, de aquello que nadie antes había visto sin morir. Se percató que estaba sonriendo. —¿Es que me estás sacando la lengua... o sólo estás feliz de verme?— Murmuró.

Distraído, colocó una mano contra el puerto, para apoyarse, luego puso su nariz contra el transparente material — diseñado especialmente, y fuerte como el acero — que todavía llamaban —cristal—, su frente y una mejilla estaban aplastadas contra la ventana, como un chiquillo que quisiera ver mejor.

Sin advertencia, la lengua del Alien se disparó como un látigo y golpeó el cristal justo a la altura de su ojo. Gediman brincó hacia atrás, con el corazón acelerado y sus manos súbitamente temblorosas. Sin apartar la vista de la criatura, se movió hacia la consola central.

—Hora de la primera lección, cachorrito,— le dijo Gediman, y estrelló su mano sobre un infalible y gran botón rojo.-

Instantáneamente, jets de nitrógeno rociaron al Alien, creando nubes de vapor de nitrógeno al contacto con el aire. El monstruo gritó frenéticamente, retrocediendo hacia el centro de la jaula, tropezando con sus dormidos compañeros, despertándolos, aterrorizándolos. Todos se unieron al estridente griterío. Gediman soltó el botón.

El guerrero que había sido rociado, giró su obscena cabeza hacia Gediman, su enorme cola de escorpión se azotaba salvajemente. Los otros dos se echaron hacia atrás, visiblemente inseguros de lo que ocurría. El primer Alien se movió hacia el puerto nuevamente, pero Gediman alcanzó el botón rojo, deteniéndose justo por encima de este.

El monstruo quedó inmóvil. Gediman, también.

Desde una distancia, el Alien extendió su lengua amenazadoramente, pero no hizo más intentos de avanzar hacia la ventana.

Gediman asintió, aprobando. —Así que... aprendes rápido ¿eh?— tomó su bloc de notas, satisfecho.

El Gran Guerrero se estremeció en el pequeño, extraño lugar, su rabia infinita. ¡Esa pequeña, suave presa me lastimó, me quemó! Azotó su cola enfurecido, mientras observaba a la presa manipular sus objetos, desarrollar funciones que el guerrero solo podía sospechar. El guerrero miró fijamente el peligroso cojinete rojo al alcance del pequeño ser. Leyó la palabra —infalible— escrita a un lado, y —¡Advertencia! ¡Jets de Nitrógeno!— Observó a la pequeña criatura —el nombre de —Gediman— impreso en ella — mientras hacía aparecer palabras en un objeto que sostenía. La presa irradiaba satisfacción, orgullo, cumplimiento, como si hubiera llevado a cabo su verdadera función.

No es que al guerrero le importara. Para él, la presa tenía solo una verdadera función, la misma que cualquier otra especie. Agitó su cola, extendió su lengua en advertencia. La atmósfera silbaba a través de sus tubos dorsales. Él odiaba este medio ambiente Alien, anhelando la humeante calidez del nido, la fuerza y seguridad de su propia especie. Incluso con los otros dos cerca, sufría la soledad de su propia individualidad. Era tiempo de construir el nido. Tiempo de reunirse con otros guerreros y servir a la Reina. Era por lo que vivía.

Observó a la presa, aprendiendo casi todo sobre ella, que el guerrero necesitara saber.

No podía olerla todavía, pero podía oler a otros de su clase, su esencia era traída a través del ligero aire. Ellos eran de sangre caliente, respiraban oxígeno. Podía ver el color de sus exhalaciones, incluso a través de la clara barrera. Podía ver el color de su roja sangre a través de sus pálidas venas, analizar su química. Podía calcular su peso, su masa muscular, su habilidad para resistir. Podía saber cuán fuerte era, cuán débil. Podía ver el color de sus emociones, ya fuese caliente o frío, y si sentía dolor o miedo. Podía ver que temía al guerrero —pero no lo suficiente. Especialmente, no ahora, que había probado que podía lastimar al guerrero. El —Gediman— irradiaba el color del orgullo, del cumplimiento.

Recordaré ese color cuando venga a por ti.

Y vendré a por ti.

El cuerpo del Gediman sería material de construcción para el nido. Una vez asegurado ahí, el guerrero decidiría si serviría como alimento para la Reina, o si era adecuado para albergar a sus pequeños, o incluso si sirviese como alimento para los pequeños. Él podría decidir, inclusive, si Gediman debía albergar a los pequeños y también ser su primer alimento.

Y puesto que me has lastimado y te has complacido con ello, decidiré hacer contigo lo que sea que te mantenga vivo durante más tiempo.

El guerrero observaría hasta que el orgullo del Gediman se desvaneciera, y con él, toda emoción que hubiese tenido jamás, hasta que no quedara nada más que miedo, un miedo absoluto, como el Gediman nunca había conocido. El miedo hacía al huésped, era crítico para ello. Hacía al organismo receptivo, abría los caminos para los jóvenes, les permitía asentar raíces sólidas, crecer, cambiar al huésped para llenar sus necesidades. El miedo era crítico para eso. Y cuando los jóvenes hubieran dejado su matriz Alien, entonces, la última explosión de miedo y dolor suavizaba la carne del huésped, para alimentar a los pequeños jóvenes.

El gran guerrero agitó su cola, transmitiendo todo lo que pensaba y planeaba y sentía a sus hermanos y a su Reina. Su reina, su Madre, le envió su amor y aprobación. Eso ocurriría pronto. El guerrero lo presenciaría. Y este pequeño humano, este Gediman, sería el primero. La primer matriz. El primer alimento. Y viviría para saberlo todo. El guerrero también presenciaría eso.

La Reina aprobó.

De vuelta en la estancia, Call escuchaba las especulaciones sobre un puñal de extraño diseño, y decidió que había tenido suficiente de videos y alcohol. Diablos, las noches en el Betty eran usualmente más interesantes que esto. Intentó ponerse de pie, pero cayó de nuevo al asiento, como desbalanceada. Los dos hombres charlaban cordialmente.

—¡Cielos Johner!,— se quejó, rascándose la cabeza, —¿qué le pones a esta mierda? ¿Ácido de batería?— Contempló su vaso vacío, intentando averiguar cómo había quedado así.

—Sólo para darle un toque de color,— respondió Johner defensivamente, y él y Christie rieron, chocando palmas.

—Suficiente para mí.— Decidió y se levantó torpemente de la silla, derribándola. Intentó silbar la tonadilla que habían armonizado ella y Vriess aquel día, pero sonaba un poco aguda al final.

Fuera de la estancia, Call se giró. Una vez fuera de su vista, se enderezó, perfectamente sobria. Mirando hacia ambos lados del corredor, para asegurarse que estaba sola, caminó decididamente. Siguió la ruta que había seleccionado previamente, y caminó hasta llegar al área que estaba marcada como RESTRINGIDA.

De ahí en adelante, lo sabía, cada puerta sería un obstáculo. Rebuscando en sus bolsillos, sacó un aro de llaves maestras. Ensartadas en él había una docena de micro cápsulas de rocío. La mayoría, de su propia invención.

Miraba por sobre su hombro, aguzando el oído, usando todos sus sentidos, y asegurándose que seguía estando sola, inobservada, mientras procedía a violar cerrojo tras cerrojo. Algunos de ellos requerían una alimentación rápida de códigos, mas la correcta combinación de químicos de rocío en los analizadores de aliento. Algunos únicamente necesitaban ser rociados con la cápsula correcta. Pero ninguno de ellos le resultaba inviolable.

Finalmente, la última puerta se abrió silenciosamente ante ella, sólo lo suficiente para permitirle deslizarse en su interior. Dudó brevemente, luego entró en la celda y cerró la puerta tras ella. Ninguna alarma todavía. Era evidente que no estaban observando al ocupante de esta celda tan intensamente como lo habían hecho antes.

El cubículo era pequeño, oscuro, y por un momento Call pensó que no era la celda correcta, ésta estaba deshabitada. No había nada aquí —ni lavabo, ni dispensador de agua, ni baño, nada. Todo lo que pudo ver fueron las definidas sombras que contrastaban con las zonas brillantes, y dividían el pequeño lugar en áreas separadas.

Luego, sus ojos se ajustaron a la escasa luz y pudo distinguir una única zapatilla de cara a ella, desde el oscuro fondo de la celda. Miró nuevamente. La zapatilla estaba unida a una pierna que parecía desvanecerse entre las oscuras sombras. El solitario ocupante de la celda estaba acurrucado entre esas sombras, astutamente, permanecía invisible a cualquiera que pudiese estar observando desde arriba.

Escurriéndose hacia la oscuridad, Call se desplazó silenciosamente hacia la figura, luego se agazapó, dirigiéndose al mismo lugar donde estaba la figura. No podía discernir la ensombrecida silueta acurrucada, en posición fetal, a pesar de su proximidad. Moviéndose en silencio, Call se arrastró hacia el lugar, agradecida, por primera vez, de su pequeño y compacto cuerpo. La oscuridad la envolvió completamente. Ahora, los dos cuerpos estaban escondidos. Apenas se estaba tranquilizando, cuando una silueta pasó por sobre su cabeza.

Era un guardia haciendo su ronda sobre la celda, sus pies calzados en botas se detuvieron momentáneamente sobre la mirilla en el techo de la celda. Call contuvo el aliento.

Finalmente, se fue. Call se volvió hacia la durmiente mujer, esperando que registrara algo de la presencia invasora, pero la figura seguía dormida. El castaño cabello oscurecía su rostro, su pecho subía y bajaba, constante, regular. Humano. Los brazos de la mujer estaban cruzados sobre su vientre, como si quisieran resguardar algo ahí, sus atractivos rasgos parecían intranquilos, como si tuviera pesadillas...

Veniste aquí a cumplir una misión, pensó Call, reprimiendo un arrebato de lástima. Así que, házlo. Sólo porque parece

Con el sigilo de un asesino, Call extendió su mano derecha, y el escondido estilete se deslizó en ella. Pulsando un botón, la hoja emergió silenciosamente. La plateada hoja tenía casi treinta centímetros de largo, con una aguda punta. Call siempre había pensado que las armas de proyectil eran para cobardes. A ella le gustaba trabajar de cerca y en silencio.

Se puso en cuclillas, impulsó su mano hacia atrás en un movimiento, sin titubeos.

Deja de mirarla. Haz lo que veniste a hacer.

Tragó saliva. Con un movimiento rápido apuñalaría en el corazón. Limpiamente. Pulcramente. Ripley no se enteraría. Era lo más generoso que podía hacer por ella.

De pronto, la mujer se movió entre sueños. Call se quedó de piedra. La cabeza de la mujer se volvió, exponiendo su larga garganta. Los cintos entrecruzados de su jubón de cuero, se abrían un poco sobre sus pechos y vientre. Su pálida piel podía verse incluso entre las sombras.

Call movió la punta del estilete y abrió un poco más. Parpadeó, mirando atentamente una cicatriz. ¿Una cicatriz? ¡Una cicatriz!

¡No!

Suavemente, la voz de la mujer preguntó en tono casual, —¿Y bien?-

Call brincó, resbalándose un poco. Estaba tan sorprendida, que casi arroja el cuchillo.

—¿Vas a matarme, o qué?— preguntó Ripley con su usual y monótona voz.

Call apretó las mandíbulas. —No tiene caso, ¿o sí?— con un giro de la muñeca, el estilete se enfundó nuevamente, tan silencioso como había emergido. —Ya lo han sacado. ¡Cristo!... ¿está aquí? ¿a bordo?— Se sentía congelada, intentando aceptar el hecho de que ya era demasiado tarde.

¡Demasiado tarde!

Ripley sonreía torvamente. —¿Te refieres a mi bebé?-

Call sacudió la cabeza, tomando conciencia de la realidad, de estar teniendo esta conversación con esta mujer.

—No lo entiendo. Si lo han sacado, ¿por qué te mantienen con vida?-

Un leve encogimiento de hombros. —Son curiosos. Soy la última novedad.-

Call luchó contra un creciente sentimiento de rabia e impotencia. No había considerado llegar tarde. Luego se esforzó por calmarse. Miró atentamente a la mujer que estaba a su lado, en el confinado espacio de los límites sombríos. Silenciosamente, extrajo el cuchillo nuevamente, pulsando el botón para soltar la hoja, y lo mostró a Ripley.

Con voz amable, Call le hizo un ofrecimiento. —Puedo hacer que todo termine, si quieres. El dolor ... esta pesadilla. Es todo lo que puedo ofrecerte.— Te mereces mucho más que eso.

La expresión de Ripley varió, se hizo más consciente, y Call pudo ver la indecible tristeza que la acometió. Sin responder, ella abrió su mano, luego colocó la palma tranquilamente contra el filo de la hoja.

—¿Qué te hace pensar que te permitiría hacer eso?— murmuró.

Ripley presionó su mano firmemente insertando en ella la punta de la hoja y atravesándola completamente, hasta hacerla emerger en el canto por casi veinte centímetros antes de detenerse.

Los ojos de Call se abrieron al máximo, su boca también. Era la misma expresión que había mostrado en la estancia — comedor. —¿Quién eres tú?— susurró, contemplando la mano empalada, el delgado hilillo de sangre que salía de ella, y la falta de emoción en el rostro de la mujer.

Con voz llana, dijo simplemente, —Ripley, Ellen. Teniente de Primera Clase. Numero 5 1 5 6 1 7 0.-

Call negó con la cabeza. —Ellen Ripley murió hace doscientos años.-

Ese pequeño dato pareció remover algo en la mujer; la sorpresa invadió su rostro. Jaló su mano sacando el cuchillo, frunciendo levemente el ceño ante el dolor, como si fuera algo sin importancia.

—¿Qué sabes acerca de eso?— Intentó sonar ausente, pero un floreciente interés se notaba en su voz.

—He leído a Morse,— dijo Call suavemente. —He leído todas las historias prohibidas. Ellen Ripley dio su vida para protegernos de la bestia. Tú no eres ella.-

La mujer llamada Ripley miró más allá de ella, hacia algún punto distante que sólo ella podía ver. —¿No soy ella? ¿Entonces, quién soy?-

Buena pregunta. Call miró atónita cómo la hoja del cuchillo burbujeaba y sacaba humo, derritiéndose justo ante sus ojos, quedando únicamente un chamuscado muñón. Ahí estaba la respuesta de Ripley. Le mostró el metal. —Eres una cosa. Un experimento, un clon. Te hicieron en un puto laboratorio-

El torvo humor volvió. —Pero solamente Dios puede hacer un árbol.-

Call sintió la súbita necesidad de conectarse con... con este simulacro, esta sombra de Ripley. —Y ahora te han sacado a la bestia.-

Tristeza nuevamente. Una pena profunda. Un inmenso dolor que Call solo podía suponer. —No del todo.-

Call no comprendió. —¿Qué?-

Ripley la miró, permitió el contacto a los ojos. Su mirada quemaba a Call, abrasaba en su interior del mismo modo que lo hizo su sangre ácida con el cuchillo. La mujer murmuró. —Está en mi cabeza. Detrás de mis ojos.— Por primera vez, parecía humana, vulnerable.

—¡Entonces, ayúdame! Si queda en ti algo de humana, ayúdame a detenerlos antes que esto se suelte.-

La desolación de la mujer era infinita. —Es demasiado tarde.-

Por un momento, Call entendió mal. ¿Demasiado tarde para mí?

Súbitamente se sintió dolorosamente consciente que estaba agazapada en la oscuridad, a centímetros de esta... esta... Call no sabía cómo llamarla. Este depredador que podría matarla con una sola mano, mucho más rápidamente de lo que ella pudiera reaccionar para defenderse. Su cuchillo había resultado inútil —

Cuando Ripley se levantó y se dirigió hacia la cara de Call, ella respingó. Ripley se quedó quieta por un momento, entonces movió otra vez su mano. Ripley tocó la frente de Call, apartando un mechón de cabellos. Fue un movimiento gentil y casi sensual. La forma en la que una madre tocaría a su hijo, un poco de acicalamiento, un poco de confort...

—Me he acostumbrado a la idea,— musitó Ripley, y Call se dio cuenta de que se refería al monstruo que ella había dado a luz. Que la criatura vivía. Que ella provocaría una nueva plaga. —Es inevitable.-

Call se aproximó, con gesto adusto. —No mientras yo esté cerca.— Intentó no pensar en lo ridículo que sonaba aquello. Detestaba su pequeña figura, su suave y aguda voz. No era la primera vez que deseaba tener la talla de Christie.

—No saldrás viva de aquí,— Dijo Ripley tristemente, como si estuviese instruyendo a un niño testarudo.

Escuchando los temblores en su propia voz, Call insistió, —¡Me importa un carajo!-

Ripley levantó una ceja, sorprendida. —¿En serio?-

Moviéndose ágilmente, las manos de Ripley se lanzaron hacia delante, aferrando la garganta de Call, y súbitamente no hubo aire. Instantáneamente, Call aferró el mango del derretido cuchillo, pero era inútil, se hallaba atrapada en los confines de aquel pequeño espacio, entorpecida por su creciente terror.

Ripley estampó la mano de la chica contra el suelo, inclinándose sobre ella. Call debía luchar para defenderse, debía intentar aclarar su mente. Los predadores ojos de la mujer brillaban rente a su cara. Con infinita tristeza, Ripley ofreció —Puedo hacer que termine.-

Call se oyó lloriqueando, y supo que el terror absoluto era evidente en su cara. Sus ojos suplicaron clemencia.

Tan rápidamente como la había aferrado, Call fue súbitamente soltada. Ripley se deslizó lejos de ella. Una vez más, se acurrucó en la posición fetal, contra los muros, escondiéndose tanto como pudiera, entre las sombras.

¿Qué estas haciendo? ¿Por qué intentas esconderte? ¿Qué crees que podrán querer de ti ahora? No importaba que no hubiera mobiliario en la celda. De haberle dado un catre, se hubiera acurrucado debajo, completamente fuera de la vista. ¿Será alguna medida de seguridad el acurrucarse en este pequeño y oscuro lugar? ¿Será un recuerdo de la infancia hace mucho olvidado, y de hace cientos de años?

—Vete,— Le ordenó Ripley, su voz era fría otra vez. —Sal de aquí. Te están buscando.-

Nerviosa, Call se alejó de ella, temiendo que pudiera cambiar de opinión, comprendiendo que el salir viva o muerta de aquella habitación dependía enteramente del capricho de la mujer. Gateó alejándose de las sombras, sin poner cuidado en ser descubierta por un guardia, e inhalando desesperadamente, se movía como un cangrejo hacia la puerta.

Salió de la celda, toda precaución ahora olvidada en su asustada huida. Al dar dos pasos fuera de la celda, algo frío y metálico tocó su cuello, pero antes de que pudiera volverse y defenderse, la descarga la golpeó fuertemente, quemándole la piel, electrocutando sus nervios, causando un estallido eléctrico por su espina, por cada nervio —Gritó en una ocasión, luego todo se oscureció.

Wren observó a la menuda mujer, de oscuro cabello y derribada en el suelo, con un gesto de satisfacción. Dos soldados la levantaron por los brazos y la sostuvieron, pensó, ¿Quién te crees que eres para interferir en una misión de investigación ultra secreta? ¿Creíste en verdad que podrías lograrlo?

Estaba tan encolerizado, que agradecía la presencia de los soldados para forzarse a mantener su profesionalismo. Cuando Call sacudió torpemente la cabeza y comenzó a recuperar el conocimiento, Wren le amenazó, —¡Creo que sabrá que lo que hizo fue, muy imprudente!-

Le preguntó al soldado que estaba más cerca, —¿Dónde están sus compañeros?-

—Hasta donde sabemos, señor, todos ellos se encuentran en cuarteles separados...-

—Suene la alarma,— ordenó Wren. —Los quiero a todos reunidos — ¡Ahora!

Ripley se acurrucó entre su propia sombra y observó en la oscuridad, intentando que las palabras de la joven mujer no la tocaran. Estaba cansada, tan cansada —pero no se atrevía a dormir.

No quiero dormir, dijo una pequeña y suave voz en su cabeza. Tengo sueños que dan miedo. ¿Quién había dicho eso? Ripley no podía recordarlo, pero el recuerdo la apuñaló como un cuchillo.

No podía dormir... se sentía como si la pudieran tocar mientras dormía. Su mente estaba distraída cuando dormía, y los sintió aflorar. Todos los monstruos, los monstruos verdaderos. Moviéndose, respirando, bullendo — soñando, planeando, aguardando...

Se estremeció.

Eran un organismo perfecto, con una sola función verdadera. Y esa mujer, esa pequeña y joven mujer, no lo entendía...

Su perfección estructural solo se compara con su hostilidad.

Ripley no recordaba quién había dicho eso, o cuándo, pero lo recordaba igualmente. La llenaba de una aplastante tristeza. El pensar en el ferviente propósito idealista de la joven mujer, su determinación, la deprimía aún más. Ripley pudo ver una débil sombra de la mujer que ella había sido, en los ojos de esa mujer. Que el destino y la mala suerte del universo la habían creado.

¿Y qué me ha hecho el destino ahora? Se preguntó tristemente. No lo sabía. La habría hecho Ellen Ripley, como insistía su caótica mente, o la habría hecho un traidor, un fraude, algo tan grotesco como ... como...

Prefiero el término ‘persona artificial’.

Parpadeó, observando a la marca que rápidamente cicatrizaba en su mano, lo que había quedado del cuchillo de la mujer.

En la quietud de ese momento, sus ojos se opacaron, su cuerpo se curvó, y se deslizó hacia un estado de vigilia. Y entonces, ahí estaba, esperándola ... detrás de sus ojos.

Su anhelo por la humeante calidez del nido, la fuerza y seguridad de su propia especie. Sola, sufría el aislamiento de su propia individualidad. Solamente en sueños se podía reunir con ellos, regocijarse con ellos. Era tiempo de construir el nido. Tiempo de reunirse con otros guerreros y servir a la Reina. Era por lo que vivía.

La guerrera agitó su cola, transmitiendo todo lo que pensaba y planeaba y sentía a su Reina. Y su Reina le envió su amor y aprobación a la guerrera. Eso ocurriría pronto. La Reina lo presenciaría y la guerrera lo haría ocurrir. Y esta concha que era humana, esta Ripley, sería la madre de todos ellos. La primera matriz. La primera guerrera. Y ella viviría para saberlo todo, para compartir la gloria con ellos. La Reina lo presenciaría, pues Ripley era la base de la colmena. El nutriente del nido. El cimiento de la nueva generación.

Ripley se retorcía indefensa en sueños, emitiendo leves sonidos de protesta y dolor. La Reina compartió sus sueños, y aprobó.