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¿Nombre? Preguntó la sobrecargo, verificando su registro.
—Purvis— respondió el hombre automáticamente. —Larry. Código de ID doce siete cuarenta y nueve.— Le dio su chip de computadora.
Ella lo tomó, lo insertó en su dispositivo manual, esperó a que la información apareciera en la pantalla. Sonrió y asintió complacida. —Está verificado. Bienvenido a bordo, Sr. Purvis.
El hombre, bajo y delgado le sonrió de vuelta. Sr. Purvis. Le gustaba eso. La corporación Xarem se proclamaba como la organización más cotizada de vuelos, y hasta ahora parecía ser así. La azafata lo condujo al interior de la nave para poder registrar a la mujer que esperaba de pie tras él; así pues, se encaminó siguiendo los señalamientos hacia las unidades criogénicas. La nave era pequeña, sólo se usaba como transporte e incluso la tripulación se iría a dormir una vez que fijaran su curso lejos del sistema solar.
Bueno, a Purvis realmente no le interesaba si había amenidades a bordo. De acuerdo a la literatura que lo había convencido a alistarse en esta misión, todos lo estarían esperando en la refinería de níquel de Xarem. El maldito planeta entero se llamaba como la compañía. Previo a la demanda de minería, éste no había sido más que un número. Un par de meses de siesta y estaría ahí. Una nueva carrera. Un nuevo comienzo. Nada mal para un tipo de mediana edad.
No pensaría en la vida que estaba dejando atrás aquí en la Luna. Había pasado dos años intentando enmendar las cosas con su mujer, todo para nada. Sus hijos habían crecido y se habían marchado —era tiempo de marcharse también. Y no era como si se fuera a unir a la Legión Extranjera Francesa. Se suponía que las condiciones en Xarem eran las mejores.
Repentinamente, lo acometió un revés de soledad, golpeándole fuerte. Sacudió la cabeza. Era tiempo de dejarlo pasar. Tiempo de moverse de ahí. Esto funcionaría. Era un nuevo comienzo. Un nuevo futuro.
Podría hacer cosas en Xarem que nunca le hubieran permitido hacer en la Luna. Ver cosas nuevas. Vivir nuevas experiencias. Quizá podría incluso enamorarse de nuevo. Todavía era suficientemente joven ... podría quizá formar una nueva familia.
Centrándose en este esperanzado pensamiento, trepó al criotubo que tenía su nombre impreso en la etiqueta.
Una azafata se desplazaba a lo largo de las unidades-dormitorio horizontales, verificando los tubos, las mezclas de narcótico, la configuración de las computadoras. Agradable y minuciosa. A Purvis le gustó eso. Acomodó su bolsa en el compartimento interior del tubo, y se arrellanó sobre los confortables cojines. Una suave música inundó el tubo para relajarlo, mientras una cálida voz femenina le decía que su nueva carrera le esperaba en Xarem. Sonrió cerrando los ojos, esperando que la fresca caricia del sueño se lo llevara.
Este fue sólo el inicio de la aventura más grande de su vida.
* * * * * *
Gediman terminó de auscultar a Ripley, que estaba sentada muy quieta sobre la mesa de exámenes. Desde que la habían sacado de la celda de recuperación, había sido la viva imagen de la plácida cooperación. Dado que se había portado como un paciente modelo, Gediman despachó al guardia armado que se había estado asomando para verla, a fin de que Ripley pudiera tener algo de privacidad durante su examen. Desde luego, había aún dos guardias armados y listos apostados justo a la entrada.
A pesar de que no había dado muestras de la conducta violenta que había mostrado en la cirugía del día anterior, Dan Sprague, que se recuperaba en su habitación, había declinado la invitación de Gediman de conocerla de cerca y en persona esa mañana. El resto del personal había mostrado una reacción similar cuando supieron que estaría deambulando por ahí, totalmente consciente, y se esfumaron. Eso estaba bien. Todos ellos tenían otras labores críticas que atender, en cualquier caso. Además Gediman no le temía. Estaba fascinado con ella. Se sentía agradecido por el tiempo que pudiera pasar a solas con ella, estudiándola, descubriendo sus habilidades, sus capacidades.
Eres sólo un moderno Dr. Frankenstein ¿verdad Gediman? Y ésta es tu novia.
Caminó rodeándola hasta darle la espalda y abrió el camisón de la paciente, examinando las cuatro cicatrices en diagonal que estaban a ambos lados de su espina.
Eran incisiones perfectas, nítidas; los restos de los deformados tubos dorsales que su cuerpo había intentado desarrollar. La extirpación había sido labor de Wren, un trabajo excelente. Afortunadamente, eran solo vestigios, completamente inútiles y extirparlos no había comprometido en nada su desarrollo.
Caminó a su alrededor, consciente de que ella no dejaba de observarlo, incluso cuando le dio la espalda. Le daba la impresión de que siempre estaba alerta, completamente preparada... para algo. Él quería aliviar sus preocupaciones, cualesquiera que éstas fuesen.
—Ripley,— dijo quedamente con ese —tono de doctor— que había usado con sujetos infantes en otro experimento —voy a sacarte un poco de sangre. La aguja pinchará un poco, pero por lo demás, no te causará ningún daño.
Ella lo observó, sin reacción alguna. Él se movió lentamente, asegurándose que ella pudiera ver todo, asegurándose de no sobresaltarla.
Parece más como trabajar con un enorme gato salvaje que con una criatura. Solo sus ojos se mueven. Su cuerpo se queda quieto, inmóvil. Casi desearía que tuviera una cola que pudiera agitar que indicara, por lo menos, su estado de ánimo.
Lentamente, colocó el torniquete, entonces tomó la jeringa especialmente diseñada, la aguja y el tubo recolector de sangre. Estaban hechos con un diseño antiguo pero con materiales ultra modernos de la era espacial. Cuidadosamente, insertó la aguja, luego movió el émbolo en su interior antes de que siquiera una gota pudiese escaparse. El claro tubo se llenó rápidamente con un líquido espumoso color rojo oscuro. Ella no pestañeó, observando el procedimiento con la misma desapasionada calma que había mostrado durante todo el día.
Tras remover el tubo y la aguja de su brazo, oyó la voz de Wren.
—Bien, y ¿cómo va hoy nuestra número ocho?— preguntó el científico en jefe, mirando el registro de computadora que contenía su historial completo. ¿Habían tratado antes a algún otro organismo tan esmeradamente? Gediman lo dudaba.
—Parece que goza de buena salud ...— Aseguró Gediman, etiquetando el tubo y depositándolo en un estante especial.
—¿Qué tan buena?— Preguntó Wren.
Gediman no pudo evitar sonreír. —¡Extraordinaria! ¡Como...! ¡ha sobrepasado todos los esquemas previstos!— Miró a Ripley, preguntándose cómo vería ella a Wren, pero su expresión y actitud no cambiaron, sin embargo, su atención estaba ahora en el científico en jefe. Lo observó, sin pestañear, a través de unos párpados entreabiertos y sin emociones.
Aún moviéndose cuidadosamente, respetuosamente, Gediman descubrió el frente de su vestimenta bajo sus pechos para que Wren pudiese ver. ¡Mira el tejido cicatrizado! ¿Ves la recesión?
Wren observó. Como el médico que era, no prestó atención a los delicados y desnudos pechos femeninos, sino a la incisión que había entre ellos. Se veía incrédulo. —¿Esto es de...?
—¡Ayer!— dijo Gediman, casi jovialmente.
—Eso está bien,— admitió Wren, mirando complacido. —está muy bien,
Gediman asintió como un chiquillo. Sabía malditamente bien que Wren nunca en su vida había visto semejante regeneración del tejido.
Wren se adelantó un paso hacia la inmóvil mujer mientras Gediman ataba las cintas del camisón de Ripley a su espalda, restaurando su pudor. Wren sonreía a Ripley, como intentando calmarla. Gediman podía suponer, por la conducta de éste, que Wren nunca había trabajado con pacientes, ni experimentales ni de ningún tipo.
—Vaya, vaya, vaya,— dijo Wren altaneramente —parece que nos harás sentir a todos, muy orgullosos —
Ripley atacó, su brazo se proyectó con la velocidad de una serpiente, aferrándose a la garganta del doctor. La voz de Wren se cortó antes de que pudiera terminar de hablar.
Antes que Gediman pudiera siquiera registrar lo que estaba ocurriendo, ella estaba ya fuera de la mesa, llevando al flagelado doctor a través de la habitación, azotándole fuertemente contra la pared. La cara de Wren se puso brillante y roja, no podía inhalar nada de aire. Gediman, boquiabierto, miró con ojos muy abiertos cómo la mujer que se había sentado como un maniquí durante toda la prueba estalló en un arrebato de violencia. Apretando la garganta de Wren con una mano, elevó al científico a treinta centímetros del suelo con un mínimo esfuerzo. Gediman estaba paralizado por el terror y Wren se estaba poniendo azul, sus labios se retrajeron en una mueca grotesca, sus tacones golpeaban inútilmente el muro. Ripley lo aferraba ahora con ambas manos y el doctor intentaba apretar sus muñecas, luchando con inútil esfuerzo.
Los ojos de Ripley ya no eran dos hendiduras pasivas. Estaban muy abiertos, toda ojos, enfurecida, ardiente. Gediman solo pudo mirar cuando profirió su primer par de palabras.
— ¿Por qué?- Le demandó al doctor que estaba matando.
—¡Oh Dios mío...!— jadeó Gediman, tan consternado como el propio Wren
¡HAZ ALGO! Le urgió su cerebro, y volteó buscando, intentando recordar — ¡LA ALARMA DE EMERGENCIA! Estampó su mano sobre el botón rojo en la pared opuesta.
El sonido pareció reanimar a Wren; luchaba desesperadamente, finalmente zafó su abrazo. Cayó fuertemente y se revolvió intentando escapar, pero Ripley lo atrapó como jugaría un gato con un ratón que estaba por cenarse. Sus largas piernas se engancharon alrededor de Wren, apresándole y sacándole el aire de los pulmones mientras proyectaba los hombros del doctor hacia el suelo.
Wren se arrastró en un débil intento de huir. Las alarmas sonaron, las luces parpadeaban, pero Ripley no las notaba, continuaba quitando la vida de su víctima. Con un solo objetivo. Predadoramente.
Las puertas neumáticas sisearon al abrirse y los guardias se apresuraron a entrar. Uno de ellos, con el nombre Distephano estampado en su casco, corrió hacia la mujer y le apuntó con su arma. —¡Suéltelo!— Le gruño Distephano, su arma estaba lista y con carga completa. —¡Suéltelo o dispararé!
¡La tiene a quemarropa! Pensó Gediman, aterrado. Y esa cosa está con carga completa. Es lo suficientemente poderosa para derribar a un rinoceronte. ¡La matará...! Miraba Wren que tenía la cara azulada y de vuelta a Ripley, de uno a otro. ¡Tienen que detenerla, pero...! Las patadas de Wren se estaban debilitando.
—¡He dicho que lo suelte!— Gritó Distephano, su voz era firme, controlada. El segundo soldado que había entrado con él actuaba en perfecta sincronía con su compañero, indicando claramente que secundaría su acción.
Ripley miró sobre su hombro al hombre armado y su compañero, su expresión cambió y volvió a ser el desinteresado maniquí. Durante medio segundo nadie se movió, el índice de Distephano se movió al gatillo de manera imperceptible. Entonces la mujer abrió las manos casi de forma casual, como si de pronto hubiera perdido el interés en Wren, y desmontó de su espalda. El científico se colapsó sobre el suelo, luchando por inhalar.
Gediman miró hacia el científico en jefe, queriendo ir hasta él, ofrecerle primeros auxilios, asegurarse que ella no hubiera roto la laringe o fracturado sus costillas, pero estaba demasiado asustado para moverse, temía que cualquier movimiento que hiciera provocaría un nuevo estallido en Ripley, o que los soldados le disparasen.
Wren jadeaba, inhalando desesperadamente, su color se tornaba del azul al rojo rápidamente. Absorbía aire ansiosamente, agradecido.
Distephano se movió osadamente hacia delante, empujando a Ripley, que se había puesto ya de pie, hacia el centro de la habitación. —¡Al suelo! ¡De cara al suelo! ¡Ahora!— Le ordenó con la fría y enérgica voz de mando.
Ella permaneció en su sitio, y era tan alta como él, y clavó en él sus ojos desafiándole, frente a frente.
Le disparó ahí mismo, la carga eléctrica estampó sobre ella, arrojándola hacia el equipo y los especímenes.
—¡NO!— Se oyó Gediman a sí mismo gritando, su voz era aguda, temblorosa — histérica. ¿La habría matado este estúpido gilipollas?
Ambos soldados flanquearon a la mujer derribada que yacía en el suelo, sus extremidades torcidas, inútiles. Estaban listos para otro disparo — un disparo mortal.
Antes que Gediman pudiera hacer algo, Wren se revolvió sobre sus rodillas, y agitó la mano hacia los soldados. Su voz se desgarraba cuando gritó, —¡No! ¡No! ¡No estoy herido! Retrocedan...—
¡Ya es demasiado tarde! pensó Gediman, a punto de llorar. ¡Demasiado tarde! Todo el trabajo, y ahora ella está muerta. Muerta o tan malherida...
Ripley gruñó, se rodó sobre su espalda, mirando alrededor de la habitación como si no la hubiera visto antes. De alguna forma, sus ojos hallaron a Gediman, y se mantuvieron ahí. Él la miró también, sorprendido. ¡Todavía funcionaba! ¡Su mente aún funcionaba! ¡Después de una descarga como aquella!
Miró a Gediman sin ningún sobresalto, finalmente, murmuró dos palabras. —¿Por qué...?
Al otro lado de la habitación, Gediman escuchó la débil pregunta, y sintió una punzada de miedo. ¿Qué ocurriría cuando lo supiera?