XIV
La mirada de cerca. Fijaba los ojos en los labios, en detalles de la piel, en el cuello, en las manos que le parecían expresivas y misteriosas. De pronto creyó que no besarla era una privación intolerable. Se dijo: «Estoy loco». Recapacitó que si la besaba, estropearía toda la ternura que ella tan espontáneamente le prodigaba. Caería tal vez en un error que la desilusionaría, que lo exhibiría como individuo insensible, incapaz de interpretar correctamente una efusión de generosidad; como un hipócrita, que se finge bueno, mientras hierve de apetitos groseros; como un tonto que se atreve a expresarlos. Pensó: «Esto no me pasaba antes» (y se dijo que el comentario se le volvía habitual). «En una situación así yo era un hombre frente a una mujer; ahora…» ¿Y si ahora se equivocaba? ¿Si perdía, por una incorregible timidez, la mejor oportunidad? ¿Por qué no ver las cosas humildemente, no entender que Nélida y él…?
—¡Nélida! ¡Nélida! —resonó en el zaguán un vozarrón.
La muchacha se ruborizó. Vidal estuvo a punto de sugerir que saliera por el cuarto de al lado, pero felizmente no dijo nada, pues no tardó en comprender que la proposición era cobarde y estúpida, además de ofensiva para una chica orgullosa. Nélida se arreglaba el pelo, el vestido. Vidal reflexionó que si alguien los viera a ellos dos, difícilmente admitiría su explicación de los hechos, lo llamaría embustero y, por último, a lo mejor, bobo. Este pensamiento parecía contradecir los de un rato antes.
Sin mirarlo, con la cabeza en alto, Nélida abrió la puerta, se fue. Vidal trató de oír. Después de un silencio, la voz del hombre, afuera, preguntó:
—¿Dónde te metiste?
—No me grites —contestó la muchacha.
Se incorporó, dispuesto a salir en su defensa. Quedó inmóvil, escuchando, pero sólo oyó pasos que se alejaban. Cuando comprendió que la situación ya no estaba en sus manos, se tumbó en la cama. Como un hombre resignado a las frustraciones, apartó las ideas desagradables, para dormir. Despertó a los pocos minutos, bien dispuesto, con el ánimo renovado.
Rebatiendo la inquietud sobre lo que pudiera ocurrirle a Nélida, se dijo: Los novios tan pronto pelean como se avienen.
Se dirigió al fondo, esta vez con suerte, pues no encontró a nadie. De la canilla, que le mojaba la cara, bebió agua fresca: un deleite que se da sin retaceos. Después del episodio del botellero, probablemente la conducta más recomendable sería el encierro en el cuarto. ¿No leyó en alguna revista que por no quedarse en el cuarto los hombres tropiezan con las desgracias? Como también es verdad que la vida no espera a los rezagados, tomó la resolución de salir, de ir como cualquier tarde, a la plaza Las Heras, a reunirse con los amigos, en un banco, al sol.