CAPÍTULO 69

 

 

 

 

 

Por la tarde, como es costumbre, voy al hospital a ver a Darrell y a estar un ratito con él. Cuando llego, la enfermera de piel color café y leche del doctor Brimstone sale a mi encuentro.

—Buenas tardes, señora Baker.

—Buenas tardes —correspondo a su saludo.

—Hoy se le acumulan las visitas a su esposo —me dice afable.

Arrugo la frente.

—¿Qué quiere decir con que se le acumulan las visitas a mi esposo? —repito.

—Ha venido a verlo una chica joven. Está con él en estos momentos —me dice la enfermera.

¿Una chica joven?

Durante unos segundos me quedo pensando quién pude ser. Janice y los hermanos de Darrell se han marchado hace unos días a Port St. Lucie, después de permanecer un mes entero en Nueva York, a la espera de que Darrell despertara del coma. Pero la vida tiene que seguir.

—Gracias —le digo únicamente, sin caer en quién puede ser.

Cruzo el corto pasillo que lleva a la habitación en la que está Darrell y abro la puerta. Sea quien sea quién esté dentro, no puede esperar que pida permiso para entrar. Junto a la cama, de pie y de espaldas, hay una chica joven, como ha dicho la enfermera. Es alta, delgada, con el pelo perfectamente liso, como una tabla de planchar, y está vestida con un traje de chaqueta y falda marrón. El sol que se filtra por la persiana a medio subir de la ventana le roba destellos dorados a su impecable melena rubia.

Susan.

De pronto siento una punzada de celos cuando veo que tiene cogida la mano de Darrell.

Cuando repara en mi presencia, se da la vuelta y levanta la mirada, es entonces cuando nuestros ojos se encuentran. Suelta la mano de Darrell, sin embargo, no atisbo en ella ninguna señal de que sienta vergüenza o reparo por haberle pillado acariciando la mano de mi marido.

—Hola —dice, con toda la tranquilidad del mundo.

—Hola —le saludo con voz cortante, adentrándome en la habitación.

¿Qué coño hace aquí? ¿A qué ha venido?, me pregunto en silencio, malhumorada. Niego con la cabeza para mí misma. Para qué me lo pregunto si sé sobradamente la respuesta.

Respiro hondo intentando mantenerme templada.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto con voz medida.

—He venido a ver al señor Baker.

La respuesta debería de sonar inocente. Lo haría si viniese de cualquier otra persona, incluso de Sarah, la otra secretaria de Darrell, pero no viniendo de ella.

—¿En calidad de qué vienes, Susan? —me atrevo a preguntarle, al comprobar su falta de decoro y su descaro.

—No entiendo… —dice, fingiendo extrañeza.

Sí que me ha entendido. Claro que me ha entendido. Lo sé por la expresión en que ha demudado su rostro.

—Si fuera Sarah la que estuviera aquí, pensaría que es por la estima o afecto que le tiene al que es su jefe. Pero en tu caso no lo tengo claro —digo.

—No sé qué quieres decir —insiste, como si realmente ignorara adónde quiero llegar.

—Que no sé si estás aquí en calidad de su secretaria, compañera de trabajo…, o en calidad de enamorada —suelto, sin cortapisas en la lengua, porque de pronto me he cansado de dar rodeos estúpidos.

Susan levanta la barbilla. Sus ojos azules albergan un nítido destello de desafío.

—Dime Susan, ¿en calidad de qué has venido a ver al señor Baker? —le pregunto de nuevo.

—No creo que eso sea importante —espeta trascurrido unos segundos.

—Para mí, sí. Para mí es importante —digo manteniendo la calma—. Que no se te olvide que estamos hablando de mi marido y del padre de mis hijos —le recuerdo.

—Todavía me pregunto qué vio en ti —murmura, arrastrando una mirada embelesada hacia Darrell—. No dejas de ser una chica normal, con un rostro normal, un cuerpo normal… —enumera con desprecio.

La sangre comienza a bullir en el interior de mis venas. Aprieto los dientes y me obligo a mantener la calma. Si no lo hago, voy a terminar clavándole alfileres entre sus perfectas uñas postizas.

—Desde luego en mí vio algo que tú no tienes —arguyo—, y que probablemente nunca tendrás.

Susan sonríe con amargura.

—Somos muchas las que hemos pretendido en vano ser la señora Baker, pero solo tú lo has conseguido —afirma, y no sé si tomármelo como un halago o como un insulto, porque su tono de voz no me gusta nada—. Claro, que ayuda quedarse preñada.

Sin pensármelo dos veces, doy un par de zancadas, me acerco a ella y le agarro del brazo.

—No te voy a consentir que me taches de lo que no soy —le digo a media voz—. Y tampoco te voy a consentir que vengas aquí a faltarme al respeto.

Tiro de ella de malas maneras y la saco al pasillo. No estoy dispuesta a hablar de esto ni de nada con Susan delante de Darrell. Si ella no respeta estar en un hospital y en presencia de una persona en estado de coma, yo sí.

—Tienes que reconocer que fue un golpe maestro, un golpe de gracia —ironiza, una vez que estamos fuera de la habitación—. Fuiste muy lista.

—¿Eso es lo que hubieras hecho tú? —le echo en cara—. ¿Quedarte embarazada para… atraparlo? ¿Eres de ese tipo de mujeres? —Susan da un tirón y se suelta de mi mano, molesta—. ¿O crees que Darrell es tan tonto para caer en una treta así? ¿En el siglo XXI? —me mofo—. Estás enamorada de él, pero dejas claro que no le conoces en absoluto.

—Yo le quiero —confiesa.

—Sé que nadie puede ponerse en contra del corazón, pero deberías empezar a mirar hacia otro lado —digo—. El señor Baker está casado y tiene dos hijos.

—No necesito que me des consejos.

—Tómatelo como quieras. Como un consejo, como una advertencia o como una amenaza, pero hazme caso.

Susan entorna los ojos y me mira.

—Quizás ahora ya no sea para ninguna de las dos —afirma, y en su tono hay mordacidad. Una mordacidad que me gustaría hacer que se tragara de un puñetazo. ¿Cómo puede ser tan mala? ¿Cómo puede ser capaz de insinuar que Darrell no va a despertar nunca y que por eso tampoco estará conmigo?

—No quiero que vuelvas a venir aquí —le ordeno tajante, sin un solo titubeo en la voz—. No quiero volver a encontrarte en la habitación de mi esposo. Si te vuelvo a ver a cien metros de aquí, le pediré al personal del hospital que te prohíban entrar. ¿Te queda claro?

Susan no pronuncia palabra, pero me fulmina con la mirada. Se recoloca el asa del bolso en el hombro, se da media vuelta y se va con pasos acelerados.

Cuando la veo alejarse por el pasillo, suelto el aire que he estado reteniendo en los pulmones, agotada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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