CAPÍTULO 51

 

 

 

 

 

—Ven, Lea. Tenemos que hablar de lo que ha pasado en la ceremonia de graduación —le digo, una vez que hemos llegado a casa, después de un camino de vuelta donde el único protagonista ha sido el silencio.

Lea se vuelve despacio.

—No, Darrell —niega—. Sé cuál es tu postura en lo referente a Matt, y sé también que no voy a hacerte cambiar de opinión, diga lo que te diga —apunta—. Así que prefiero no gastar energías. Si por ti fuera, mandarías a Matt a cien mil kilómetros de mí, sin darte cuenta de que es mi amigo y de que a veces lo necesito.

Que Lea reconozca que necesita a Matt, aunque solo sea a veces, aunque solo sea como amigo, hace que me hierva la sangre en el interior de las venas.

—Es normal que lo quiera lejos de ti. Veo cómo te mira, y sé lo que pasa por su cabeza cuando te mira —argumento con vehemencia aunque templado, justificando mi comportamiento—. Aparte de ser tu amigo, es un hombre, Lea. Y, además, está enamorado de ti.

—No vamos a empezar otra vez con lo mismo —es lo único que dice en tono cansado—. Si lo que pretendes es que me aleje de Matt, no lo vas a conseguir. Como tampoco vas a conseguir que no trate de optar a uno de los puestos de trabajo que ofrecen en la multinacional en la que trabaja —agrega.

Miro a Lea desconcertado. En el fondo de sus ojos bronce hay un matiz de desafío.

¿Qué? ¿Ese gilipollas va a salirse con la suya? ¿Qué demonios está pasando?

—Puedes hacer lo que quieras —digo tras un silencio, con voz fría, dejando ver que no cuenta con mi aprobación.

—Eso es lo que voy hacer; lo que quiera —responde tajante. Se muerde el interior del carrillo, nerviosa—. Voy a ver cómo están James y Kylie.

Lea desaparece tras las puertas acristaladas del salón. Chasqueo la lengua, molesto, cuando su figura se pierde por el pasillo. Seguidamente entra Gloria.

—¿Va todo bien, señor Baker? —se interesa por mí, al ver la expresión entre apática e irritada que debe de reflejar mi rostro.

Giro la cara lentamente y la miro.

—No lo sé —contesto—. No lo sé…

Resoplo mientras me paso la mano por el pelo.

—Venía a decirles que los niños ya han cenado y que están dormidos.

—Gracias —digo.

—¿Preparo la cena para la señora y para usted? —me pregunta.

Niego para mí.

—No es necesario, Gloria —contesto—. Ya nos prepararemos nosotros algo si nos entra hambre —comento. Aunque dudo que Lea esté siquiera dispuesta a sentarse a la mesa.

—Como quiera.

—Puede marcharse —le doy permiso.

—Hasta mañana, señor Baker.

—Hasta mañana.

Todo está en silencio. Tan solo lo rompe el ruido de la puerta cuando Gloria se marcha.

Subo al segundo piso y enfilo mis pasos hacia la habitación de James y Kylie. Me asomo a la cuna y compruebo que duermen como un par de angelitos. Cuando salgo al pasillo, reparo en que Lea se encuentra en el dormitorio, por la cuchilla de luz que asoma por la rendija de la puerta.

Durante un rato me debato entre entrar y tratar de solucionar las cosas, o dejarlas de momento como están. Quizá Lea tiene razón y lo único que hacemos es dar vueltas sobre lo mismo, sin aclarar nada. Quizá lo mejor es dejar que las cosas se enfríen y hablar cuando los humos se hayan calmado.

Alargo el brazo y apoyo la mano sobre el pomo de la puerta, pero al final opto por la segunda opción. Dejo caer el brazo sobre mi cadera y tras unos segundos, me doy la vuelta.

Me interno en el despacho. Necesito estar solo y pensar. Aunque no sé muy bien en qué, porque tengo las cosas muy claras. Me niego a que Lea trabaje en la misma empresa que Matt. Me da igual si se van a ver todos los días o no. No quiero que Matt esté cerca de ella y menos después de ver el modo en que la miraba hoy. También tengo claro que no tengo intención de transgredir al respecto.

Camino hasta la licorera y me sirvo un whisky. Cojo el vaso y enfilo mis pasos pausados hacia los ventanales. El río Hudson se extiende ante mis ojos como una balsa de acero. Sobre su superficie espejada se puede advertir el reflejo de la luna, blanca e inmensa como un medallón. Fijo mis ojos en él. En la otra orilla, Nueva York enmarca una estampa de postal bajo el negro azabache de la noche.

Respiro hondo y doy un trago de whisky.

—Lea… —susurro—. Mi dulce, tímida y testaruda Lea.

¡Maldita sea! No quiero que trabaje en la misma empresa que Matt. No quiero que sea él quien la ayude, de manera directa o indirecta, a comenzar su carrera profesional. ¿De qué me sirve a mí tener tantas empresas si Lea no quiere trabajar en ninguna de ellas? ¿Por qué tiene que ser tan obstinada?

Chasqueo la lengua. Todo este asunto me irrita, me irrita mucho.

Lo mejor será que mate el tiempo trabajando un poco. Creo que en estos momentos es lo único que tiene capacidad para distraerme. Me giro, me siento detrás del escritorio, apoyo el vaso sobre él y abro mi portátil. Tengo que terminar de mirar unos informes de presupuestos para darles mi aprobación. Así que me pongo a ello.

 

 

 

Son cerca de las dos de la madrugada cuando termino de revisarlos y darles mi visto bueno. Giro el rostro y miro hacia los ventanales por encima del hombro.  La madrugada ha caído a plomo sobre Manhattan.

Creo que por hoy ha sido suficiente. Apago el portátil, lo cierro, me levanto y salgo del despacho.

Lea está ya acostada cuando entro en la habitación. Mientras me desvisto a los pies de la cama, intentando hacer el menor ruido posible, observo su rostro dulce y apacible. Está preciosa. Siempre está preciosa, pero mientras duerme tiene un encanto especial.

Llevado por un impulso, me aproximo a la cama, me inclino sobre Lea sigilosamente y alargo la mano para acariciar su rostro, pero me detengo a mitad de camino, antes de tocar su mejilla. Si lo hago, si la acaricio, terminaré encima de ella follándomela con un animal. Da igual que esté enfadado, el simple hecho de verla me excita.

Cierro la mano en un puño y aprieto los dientes.

—No es el momento, Darrell —musito, aplacando las ganas como puedo.

Me enderezo, rodeo la cama y me acuesto. Mañana será otro día.

 

 

 

La decisión del señor Baker
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