CAPÍTULO 42

 

 

 

 

 

Me encuentro exhausto. He estado toda la noche fallándome a Lea. Después de permanecer dos días y dos noches —cuarenta y ocho interminables horas—, sin poder tocarla por su irritación de piel, la he hecho mía de todas las posturas y formas humanamente posibles. Lea es como una jodida droga dura, una adicción a la que me es imposible abstenerme. Y pese a mi extenuación, sigo teniendo ganas de ella. Unas inmensas ganas de ella. Empiezo a pensar que sufro alguna extraña filia con su cuerpo.

De repente se me ocurre una idea, o mejor dicho, una travesura.

Ay, Lea, das tantas alas a mi imaginación y a mi perversión…

Me meto debajo de la sábana, me deslizo hacia abajo y, despacio, le abro las piernas. Me coloco entre ellas de rodillas, me inclino sin hacer el menor ruido y hundo mi boca en su sexo. Lentamente, paseo la lengua de arriba abajo, saboreando la extrema suavidad de sus pliegues. Trato de que no se despierte, pero tengo la intención de darle placer.

Lea gime entre sueños.

Ohhh, sí, pequeña... Gime.... Gime para mí.

Es tan excitante oírla.

Sigo lamiendo su clítoris dulcemente. Sin prisa pero sin pausa. Lea comienza a retorcerse bajo mis manos.

Su sexo se humedece con un líquido cálido.

Así, muy bien… Muy bien, pequeña.

Presiono un poco con los labios y succiono. Muy despacio, para que no se despierte.

—Ahhh… —suspira tenuemente.

Sonrío para mí y continúo con mi tarea. Lamiendo de arriba abajo su sexo, succionando, besando, chupando, incluso mordisqueando…

La respiración de Lea se acelera.

Sigue así… Sí, sigue así, me digo.

Jadea. Su pecho sube y baja rítmicamente. Se muerde el labio inferior y mueve la cabeza de un lado a otro, llevada por el placer.  

Córrete para mí. Venga, córrete para mí, le pido en silencio.

Finalmente, entre sueños, Lea se corre en mi boca. Se deja ir inconscientemente mientras aferra la sábana y la estruja con los dedos, estremeciéndose de forma tibia pero intensa. Gimiendo. Le escucho sisear entre dientes algo que no alcanzo a entender, pero que suena excitante.

Abre los ojos y se incorpora ligeramente, recostando la cabeza en el cabecero de la cama. Parpadea un par de veces, enfocando dónde está. Gira el rostro. Me encuentra a su lado, apoyado en un codo, relamiéndome los labios y observándola como si no hubiera pasado nada.

—¿Estás bien? —le pregunto, con un viso de divertida malicia en la voz.

Lea frunce el ceño, confusa.

—Creo que he tenido un sueño erótico —dice.

—¿Ah, sí?

—Sí.

Vuelve su mirada al frente y deja que vague por el perímetro de la habitación.

—¿Salía yo?

Sacude la cabeza de derecha a izquierda con un movimiento lánguido.

—Sí, claro que sí —contesta, sin salir de su confusión. Hace una pausa y se queda pensando—. Ha sido… extraño —comenta algo descolocada.

—¿Por qué? —curioseo.

Aprieto los labios intentando reprimir la risa, pero no lo consigo. Lea gira de nuevo el rostro hacia mí.

—¿De qué te ríes? —me pregunta. Alza las cejas—. ¿Acaso has visto como me…?

—¿Cómo te corrías? —acabo la frase por ella, con toda la naturalidad del mundo.

—Sí —contesta retraída.

—Sí —afirmo a su vez—. De principio a fin.

Las mejillas de Lea se sonrojan bajo la piel ahora morena por el sol de Madrid, volviéndose aún más atractiva a mis ojos. Me mira fijamente. Al advertir la expresión irónica plasmada en mi cara, su mente empieza a elucubrar y a atar cabos. Es una chica lista.

—Un momento… —dice. Se da la vuelta completamente hacia mí—. ¿No habrás…?

Silencia sus palabras.

—¿Qué? —la insto a hablar.

—Bueno, ya sabes…

Ya no puedo aguantar más.

—Ha sido toda una experiencia provocarte un orgasmo mientras dormías —confieso, exhibiendo una sonrisa de satisfacción en los labios.

—¡Darrell! —exclama Lea, dejando entrever cierto asombro.

Me echo a reír.

—No me puedes negar que es una de las mejores maneras de despertarse de buen humor —apunto.

—Sí, bueno… Desde luego es… la mejor manera —admite—. Pero… —Entorna los ojos—. ¿Cómo lo has hecho para que no me despertara?

—Lo he hecho muy, muy despacio… —respondo sensualmente, pegado a su oído—. Lamiéndote de arriba abajo, lentamente… muy lentamente…

—Madre mía… —murmura, y durante unos instantes creo que se está imaginando la situación—. Eres un pervertido —afirma después, con esa risa contagiosa que tiene.

—Contigo, cada minuto y cada vez más —asevero—. Además, he descubierto que tu excitación es mi principal filia.

La empujo contra el colchón, bajo la cabeza y acaricio sus labios con la lengua, como si me hubiera poseído un gato. Me coloco encima de ella y dejo caer mi peso sobre su cuerpo. No quiero que se mueva.

—No sé qué me pasa contigo —susurro—. Todavía no sé qué me pasa contigo…

La beso desenfrenadamente, con esa pasión que me quema las venas y que me resulta imposible de controlar cuando la tengo cerca.

—Darrell… —musita.

Pero no le dejo continuar.

—Shhh… —la silencio, poniéndole el dedo índice en la boca—. No digas nada, Lea…

Se agarra a mi espalda con fuerza, clavándome las uñas en los omóplatos. Lanza un suspiro a mi cuello. Su aliento cálido y húmedo acaricia mi pulso. Un estremecimiento se expande a lo largo de mi cuerpo. Me aprieto más contra ella, dejando que note mi erección en su vientre.

—Solo déjame sentirte... —mascullo jadeante—. Solo déjame estar… dentro de ti… Muy dentro de ti.

Apenas soy capaz de pronunciar las palabras; no aguanto más.

Le cojo las piernas, las coloco sobre mis muslos y la embisto profundamente sin dilaciones. El calor de sus entrañas me enloquece. Cierro los ojos, salgo y vuelvo a entrar en ella. Y vuelvo a follarla como si no lo hubiera hecho nunca, como si fuera la primera vez…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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