CAPÍTULO 6
Cojo el móvil de encima de la mesa y llamo a Lea.
—Hola, mi amor —me saluda cuando descuelga al tercer tono.
—Hola, mi pequeña loquita —digo—. ¿Cómo están nuestros pequeños? —le pregunto.
—James acaba de quedarse dormido y Kylie está en ello —responde.
—¿Se han portado bien?
—Bueno, ya sabes cómo se ponen cuando tienen hambre —dice Lea en tono distendido—. Pero quitando ese momento, sí, se están portando bien.
—Y tú, ¿cómo estás? —me intereso por ella.
—Bien. Cuando Kylie se duerma voy a llamar a… Matt —dice con cautela. Me quedo en silencio. Lea vuelve a tomar la palabra—. Necesito que me ponga al día y que me pase todos los apuntes de los meses que he estado sin ir a la universidad.
—¿No te los puede facilitar Lissa?
La pregunta sale de mis labios de manera involuntaria. Sé que debería controlarme en según qué cosas, pero cuando se trata de Matt, del amiguísimo e inteligentísimo Matt, no puedo hacerlo, aunque lo intento. Pero a pesar del tiempo, me sigue hirviendo la sangre cada vez que Lea lo nombra o cada vez que se ven. Él no ha cambiado su forma de mirarla; lo sigue haciendo con los ojos de un enamorado —porque sigue enamorado de ella—, y eso me produce unos tremendos celos. No puedo evitarlo.
—Lissa no tiene las mismas asignaturas que yo —alega Lea con voz retraída—. Ella está en otra especialidad.
—¿Y no tienes otra amiga que te los pueda dejar? —insisto.
—No —niega—. Y aunque la tuviera, quiero pedírselos a Matt —afirma con contundencia.
Suspiro resignado para mis adentros y aflojo la mandíbula. Lea vuelve a hablar al advertir que el silencio se está prolongando demasiado.
—Darrell, ya sabes que yo no siento nada por Matt y que es solo mi amigo.
—Sí, ya lo sé —digo cortante, sin poder evitar que mi voz suene algo malhumorada.
El silencio se instala de nuevo entre nosotros, como un monstruo dispuesto a engullirnos.
—¿Cómo está siendo tu mañana?
Lea decide cambiar de tema para que nuestra conversación no termine como el rosario de la aurora.
—Muy ocupada —digo.
—¿Vendrás a comer? —me pregunta.
—Lo intentaré —contesto escuetamente.
—¿Estás… enfadado?
Dejo que transcurran unos segundos antes de responder.
—No, no estoy enfadado —miento.
—Por favor, Darrell…
—Lea, tengo que dejarte —le corto—. Quiero hablar con Michael antes de que se vaya, para ir viendo lo de la compra de la casa.
—Vale —dice en un tono ensombrecido—. Luego hablamos.
—Luego hablamos.
—Un beso.
—Un beso —digo sin más.
Cuelgo con Lea y chasqueo la lengua. Sacudo ligeramente la cabeza, negando para mí. Resoplo. Hago un esfuerzo para dejar a un lado mis celos, me meto el móvil en el bolsillo de la chaqueta y me levanto del asiento.
—Susan, pásame al móvil las llamadas que reciba —le ordeno al tiempo que me abrocho el botón de la americana—. Si alguien viene a verme estaré en el despacho de Michael.
—Sí, señor Baker —se apresura a responder—. ¿Alguna indicación más?
—No.
Sin detenerme, enfilo los pasos hacia el ascensor. Pulso el botón de llamada y mientras espero a que suba, los celos vuelven a hacer de las suyas.
—¡Maldita sea! —mascullo en voz baja.
Pensé que tenía superado lo de Matt, que había entendido que era amigo de Lea y nada más.
Las puertas metálicas se abren ante mí y entro en el ascensor.
¿Qué más da si Matt está enamorado de Lea o no?, me pregunto mientras que el ascensor va descendiendo. Lo que importa es lo que siente ella, y no siente nada por él. Simplemente es un amigo.
Bajo hasta la décima planta, donde está ubicado el bufete de abogados que lleva los asuntos legales de la empresa y donde se encuentra el despacho de Michael.
Toco ligeramente la puerta con los nudillos y seguidamente la abro.
—¿Estás ocupado? —le pregunto, asomándome.
Michael niega con la cabeza.
—Pasa, jefe —dice con su habitual tono optimista.
Termino de abrir la puerta y entro. La estancia es un lugar amplio y luminoso orientada al oeste, como mi despacho, y desde donde los atardeceres nos regalan imágenes de postal.
—¿Y esa cara de pocos amigos? —me pregunta Michael en cuanto tomo asiento, dejando sobre el escritorio los documentos que estaba leyendo.
—He llamado a Lea para preguntarle por los niños…
—¿Ha pasado algo? —interrumpe Michael.
—No, no —digo, gesticulando con la mano—. James y Kylie están perfectamente. Es Matt.
—¿Matt? —La voz de Michael suena con un viso de extrañeza—. ¿Qué pasa con él?
—Lea va a ponerse al día para retomar sus estudios en la universidad y tiene que pedirle ayuda a Matt con los apuntes…
—¿Y…?
—No me gusta que sea él quien le tenga que poner al día.
Michael levanta una ceja en un gesto interrogativo.
—¿Estás celoso?
—Sí —afirmo, sin dudarlo un momento.
—Pensé que habías superado eso.
—Y yo, pero está claro que no. Cada vez que Lea lo nombra y, sobre todo, cada vez que se ven, no puedo evitar que me hierva la sangre.
Enderezo la espalda en la silla.
—Darrell, Matt no supone ningún peligro —comenta Michael, haciendo gala de sensatez—. No es un rival. ¿Qué cojones te pasa?
—No lo sé —respondo, pasándome la mano por el pelo—. No lo sé… —Hago una pequeña pausa—. Me aterra la idea de perder a Lea, Michael. Me aterra la idea de perder todo lo que tengo con ella, todo lo que ha conseguido conmigo —confieso con franqueza—. Jamás he sido tan feliz como lo soy ahora y me aterra volver a la vida gris y vacía de sentimientos y emociones que tenía antes de conocerla.
—Es normal que tengas miedo, Darrell. Incluso es lícito, por supuesto. Pero si sigues así, vas a crear un problema donde no lo hay.
—¿A qué te refieres?
—A que no puedes alimentar a tus fantasmas —arguye Michael—. No solo porque los harás crecer, sino porque pueden terminar transformándose en carne y hueso.
—No te entiendo...
—Lo que quiero decir es que tu actitud hacia Matt, tus celos, van a terminar creando un problema entre Lea y tú. Un problema que no existe, porque para Lea, Matt es solo un amigo —subraya Michael con sentido común. Reflexiono durante unos segundos—. Darrell, tienes que confiar en Lea —añade.
—Confío en ella —atajo con rapidez—. En quien no confío es en él. Es un hombre y no es difícil adivinar cómo piensa.
—Pues vas a tener que confiar también en él, porque no puedes prohibirle a Lea que lo vea.
—Lo sé. Lea no me lo permitiría, aunque de buena gana le impediría verlo —afirmo, convencido de lo que digo—. Estoy seguro de que Matt no desaprovecha la ocasión para tratar de llevársela al huerto.
Michael enarca las dos cejas y me mira con una expresión de obviedad en el rostro.
—Pues ya se encargará Lea de darle calabazas, incluso de ponerlo en su sitio si finalmente se lanza —apunta—. Darrell, no seas tan controlador, o tendrás un serio problema con ella.
Relajo la tensión que tengo desde hace un rato en los hombros y trato de aferrarme a algún resquicio de sentido común que me quede. Sacudo la cabeza.
—No he venido a hablarte de Matt —digo, cambiando de tema.
A ver si con un poco de suerte consigo olvidarme de él.
—Ya me lo imagino —subraya Michael.
—Quiero comprar una casa baja, con jardín; quiero que James y Kylie puedan jugar en él a medida que vayan creciendo —le explico—. ¿Conoces a algún agente inmobiliario de confianza?
—A Jon Rayner —me responde Michael—. El fue el que me encontró hace una par de años el loft en el que vivo actualmente, y quede muy satisfecho. Es uno de los agentes inmobiliarios con más prestigio del país. Se ha encargado de encontrarles casa a deportistas, a importantes personas de la alta sociedad y a más de un famoso de Hollywood.
—Quizá me interese… —digo.
—Creo que tengo su tarjeta por algún lado —comenta Michael.
Abre el cajón superior de su escritorio y extrae de él un tarjetero de tapas de cuero negro. Lo pone sobre la superficie de madera. Durante un par de minutos busca entre los cientos de tarjetas de visita que guarda, la de Jon Rayner.
—Aquí está —dice finalmente.
La saca de la funda de plástico y me la tiende. Extiendo el brazo y la tomo de su mano.
—Le llamaré —anuncio, echando un vistazo a la tarjeta. Me abro la chaqueta y la meto en el bolsillo interior—. Gracias —le agradezco a Michael.
—Ya sabes que es un placer —dice, devolviendo el tarjetero al cajón.
—Espero encontrar algo que encaje con lo que busco antes de un mes —asevero.
—¿Por qué? ¿A qué viene la prisa?
—Porque quiero regalarle la casa a Lea para su cumpleaños.
—¿Qué día es? —me pregunta Michael.
—El 17 de mayo —contesto, y agrego—: Por favor, ve preparado el documento de las escrituras y buscando notario para poner la propiedad a su nombre.
—No te preocupes. Tendré el documento tipo listo y al notario preparado para cuando compres la casa que finalmente elijas.
—Perfecto.
—¿Nos tomamos un café? —sugiere—. Aprovechando que estás aquí quiero comentarte algunos problemas que están surgiendo con Textliner.
Frunzo el ceño.
—¿Textliner nos está dando problemas? —pregunto.
Y no puedo dejar de asombrarme. Después de lo que nos costó llegar a un acuerdo con ellos, pensé que las cosas irían más rodadas.
—Me temo que sí, aunque no creo que vayan más allá —dice Michael—. Pero mejor te lo cuento tomando un café. ¿Te parece?
—Me parece —digo, al mismo tiempo que me levanto de la silla.
Michael imita mi gesto y se incorpora.
—Por cierto, ¿tenéis fecha para la boda? —curiosea, cuando salimos de su despacho uno detrás de otro.
—No hay todavía fecha exacta, pero será en julio. Vamos a empezar a organizarlo todo ya.
—Pues ármate de paciencia…
Michael me da una palmadita en la espalda.
—Me lo dices como si te hubieras casado alguna vez y hablaras con conocimiento de causa —comento con ironía.
—No. Ya sabes que el matrimonio no es lo mío —dice con cierta actitud chulesca. Al fin y al cabo, él es un soltero empedernido y además un soltero por convicción—. Pero es lo que dice todo el mundo —comenta, encogiéndose de hombros.
Cruzamos el pasillo.
—Lea quiere una boda sencilla e íntima —argumento una vez que estamos dentro del ascensor—. No desea una boda ostentosa ni nada por el estilo y, sinceramente, lo agradezco. Sigue sin gustarme demasiado lidiar con la gente.
—Hay cosas que no va a cambiar nunca —dice Michael, con media sonrisa en los labios.
—No, y mi animadversión por el ser humano en general es una de ellas.