CAPÍTULO 29

 

 

 

 

 

Cuando bajamos del jet privado de Darrell, un coche negro de alta gama, con un chófer gorra en mano, nos está esperando a pie de pista para llevarnos al hotel. Miro el reloj, son casi las cinco de la madrugada y París duerme bajo un manto de oscuridad aterciopelada que la recorre de un extremo a otro.

Nada más de entrar en el coche, Darrell saca su móvil del bolsillo de la chaqueta.

—Vamos a ver cómo está nuestros pequeños… —dice, conectando el manos libre. Sonrío—. Hola, mamá —saluda después de unos segundos—. ¿Cómo están James y Kylie?

—Muy bien —responde Janice a través del teléfono—. Son unos angelitos. Les di el biberón a las diez, se quedaron dormidos después y ahora a las doce siguen tranquilos.

—Hola, Janice —intervengo—. ¿Se han tomado todo el biberón? —le pregunto.

—Hola, Lea —me saluda—. Sí, se lo han tomado todo, tanto James con Kylie. No han dejado ni una gota.

—Es que son unos glotones —apunto, satisfecha de que todo vaya bien—. Gracias, Janice —le agradezco.

—No tienes nada que agradecerme, cariño. Para mí es un placer cuidarlos. Ya sabes que me encanta ejercer de abuela —responde con voz amorosa—. ¿Vosotros estáis bien? ¿Habéis llegado ya?

—Sí —afirma Darrell—. Acabamos de aterrizar ahora mismo.

—Me alegro. Pasadlo bien —nos dice Janice.

—Gracias —me adelanto a decir—. Da un beso a James y a Kylie de nuestra parte.

—Ahora mismo —dice Janice, sonriente—. Un beso —se despide.

—Un beso —decimos Darrell y yo al mismo tiempo.

Darrell cuelga la llamada. Un minuto después, recibe un WhatsApp con una foto de los pequeños que nos envía Janice.

—Oh… —digo, cuando veo a James y a Kylie apaciblemente dormidos en su cunita. Y no puedo evitar que se me caiga la baba—. Son preciosos, ¿verdad? —le pregunto a Darrell, sin dejar de mirar la foto.

—Sí —contesta él—. Son lo mejor que hemos hecho.

Sonrío y recuesto la cabeza en su hombro. Tiene razón; nuestros hijos son lo mejor que hemos hecho.

 

 

 

A medida que avanzamos por las calles de la capital francesa, la Torre Eiffel se yergue magnánima ante nuestros ojos, iluminada por miles de luces anaranjadas que nos permiten ver su belleza.

—Wow… —murmuro, obnubilada.

—¿Te gusta? —me pregunta Darrell.

Acerca su rostro al mío por encima de mi hombro y ambos miramos la Torre Eiffel a través de la ventanilla del coche.

—Es majestuosa —respondo.

Pasamos por la avenida de los Campos Elíseos en cuyo extremo occidental está situado el Arco del Triunfo y nos dirigimos hacia la Plaza de la Concordia. El hotel está unas calles más al este.

La habitación es un homenaje a la decoración vintage parisina típica, con muebles de forja blancos, poltronas antiguas, espejos con marcos ornamentados y armarios tallados. El cabecero de la cama es de terciopelo acolchado y en el centro del techo hay una lámpara de araña con decenas de cristales que reflejan la luz.

No sé a cuántos grados estamos, pero hace calor. Mucho. En Europa también es verano. Así que me desnudo, me quito el vestido blanco con estampado de mariposas que llevo puesto y me quedo en bragas y sujetador. Por alguna razón que no me paro a pensar, no me quito los zapatos de tacón.

Quizás es una provocación, quizás son las altas temperaturas, quizás es París, pero me muero de ganas de que Darrell me folle. La situación que ha tenido lugar en el jacuzzi del hotel; su autoridad, su control sobre mí, aunque entraba dentro de un juego, ha sido una de las más sensuales que he vivido y el orgasmo que he tenido uno de los más intensos.

Camino hacia el balcón con pasos templados. En él está Darrell, de pie, inmóvil, tomando un poco de aire. Lo abrazo por detrás y paso las manos por su torso desnudo. Está tan sexy. Su silueta, recortada contra la noche parisina resulta tan sugestiva como la de un Dios del Olimpo.

Lleva puesto un pantalón informal, que le cae a ras de la cintura y tiene el pelo mojado, porque acaba de salir de la ducha.

¡Dios, huele tan bien!

—¿Has estado aquí alguna vez? —le pregunto.

—Sí —afirma Darrell, acariciándome los brazos.

—¿Por placer o por deber?

Apoyo la cabeza en su espalda, ligeramente húmeda.

—Por ambas cosas. A veces por placer y otras por deber. Creo que en alguna ocasión te he comentado que estoy pensando ampliar el mercado aquí en Europa y tengo que venir para ver instalaciones, personal, etcétera… Menos en Praga, he estado en todas las ciudades que vamos a ver.

—¿Así que el itinerario lo has hecho por mí? ¿Para que las vea yo? —le pregunto.

—Sí —afirma.

Sonrío para mí y lo abrazo más fuerte, apretando mi cuerpo contra el suyo.

—Gracias —susurro.

—¿Por qué? —me pregunta Darrell.

Noto que su voz suena con un deje de sorpresa.

—Por este viaje.

—Te lo mereces, Lea —asevera serio, llevándose mi mano a los labios y besándola con ternura—. Por todo lo que has sufrido. Tu vida no ha sido nada fácil. Ya es hora de que te pasen cosas buenas, de que disfrutes…

Le doy un beso en la espalda, tratando de suspender el momento en el aire. Lo amo. Lo amo tanto…

—Te quiero —le digo—. Te quiero mucho, Darrell. No sabes cuánto…

Darrell se gira.

—Y yo a ti, tanto que daría mi vida por ti, si fuera necesario.

Cuando repara en que estoy en ropa interior, va bajando lentamente la vista por mi cuerpo, deleitándose en lo que ve. Contrae las mandíbulas y entorna los ojos mientras la respiración comienza a acelerársele. Me muerdo el labio al advertir el fuego que desprende su mirada. Un fuego que arroja un deseo incandescente. Una oleada de calor asciende por mi estómago.

Darrell me levanta la barbilla con la mano, acerca su boca a la mía y me besa. Sin dejar de besarme, me arrastra hasta la pared. Alza los brazos y los coloca a ambos lados de mi cabeza.

—¿Eres consciente de cómo me pones en ropa interior y zapatos de tacón? ¿Eres consciente? —me pregunta, siseando las palabras entre los dientes. Simplemente me limito a dejar caer las pestañas y a sonreírle con expresión juguetona—. Sí, sí que lo sabes… —dice, entornando los ojos.

Llevado por un impulso, coloca las manos en mis nalgas, me levanta, me pone a horcajadas en su cintura y me empuja contra la pared, clavándome las caderas en la tripa. Gimo en su boca entreabierta cuando noto su erección a la altura de mi sexo. Esto es lo que quería: ponerlo a mil y que me empotrara contra la pared como lo haría un animal salvaje.

 ¡Es tan apasionado!

¡Tan vehemente en sus ganas!

Pasa la mano por mi nuca, introduce los dedos entre el pelo y tira ligeramente de él para que eche la cabeza hacia atrás. Me aferro a sus hombros fibrosos para no caerme.

Cierro los ojos mientras los labios de Darrell recorren con ansiedad mi cuello, empapándome de su olor, de su aliento, del calor que desprende su cuerpo encendido.

¿Cómo me puede excitar hasta el punto de perder la cabeza?, me pregunto en silencio. ¿Hasta el punto de perder la noción de la realidad?

Suelto el aire de los pulmones al sentir sus manos apretando mis nalgas con fuerza. Sin que me dé tiempo de reaccionar, Darrell libera su miembro y me penetra contra la pared con una embestida seca.

—¡Joder! —mascullo.

—¿No es esto lo que quieres? —me pregunta, sabiendo perfectamente mi respuesta—. Dime, Lea, ¿no es esto lo que quieres? —insiste con voz grave, saliendo de mí y entrando de nuevo de golpe.

—Sí, Darrell, sí —afirmo, poseída por el deseo.

—Sí, ¿verdad? —sigue diciendo él, penetrándome una y otra vez contra la pared.

Mi cuerpo tiembla y se estremece. Enderezo la cabeza y miro a Darrell. Su rostro y su torso brillan con una película de sudor que lo hace parecer aún más sexy. ¿Puede ser más sexy?

Sí, claro que sí.

Todo sucede de una forma vertiginosa, apasionada e intensa. Como es Darrell: vertiginoso, apasionado e intenso. ¡Con él follar es siempre una locura!

Me siento inundada por una decena de oleadas de placer que convierten mi sangre en una suerte de fuego líquido que recorre mis venas como un torrente. Me aprieto contra Darrell y jadeo en su oído mientras él se mueve incesantemente en mi interior. Dentro, fuera. Dentro, fuera. Dentro, fuera.

Los músculos de sus brazos se tensan por la fuerza que está ejerciendo. Acariciarlos es una delicia.

De pronto me estremezco, sacudida por una descarga eléctrica de placer. Echo la cabeza hacia atrás y arqueo la espalda buscando una mejor posición. Apenas unos envites después alcanzo el clímax.

¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! Tengo la sensación de estar experimentando una caída libre a trescientos kilómetros por hora, al tiempo que siseo el nombre de Darrell una y otra vez. Darrell empuja con más fuerza para unirse a mi orgasmo. Gime en mi boca mientras se corre dentro de mí.

Nuestras respiraciones son tan agitadas que apenas podemos tomar aire. Aprieto las piernas por detrás de la espalda de Darrell y lo atraigo hacia mí. No quiero separarme de él, no quiero que me suelte. Si no fuera porque me sostiene por la cintura, me caería redonda al suelo.

Levanta la mirada y la clava en mis ojos, todavía eclipsados.

—¿Estás bien? —me pregunta.

Agito la cabeza de arriba abajo en un ademán de afirmación. No puedo hablar, necesito recuperar el aliento.

Darrell me alza un poco más y me lleva a la cama. Me echa sobre ella y se tumba encima de mí. Se inclina y me besa suavemente. Sus labios son un chute de oxígeno. Despacio, va descendiendo por mi cuello. Me cubre los pechos de besos tiernos y sumamente delicados, como si pasara una pluma.

—Me encanta tu sabor —ronronea.

Introduzco los dedos entre su pelo algo húmedo todavía y lanzo al aire un sonoro suspiro. ¡Me mata con sus palabras!

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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