CAPÍTULO 20
Lissa se lleva las manos a la boca cuando me ve vestida de novia. Los ojos se le llenan de lágrimas.
—¿Te gusta? —le pregunto.
—¡Joder, Lea! ¡Estás preciosa! —dice—. Preciosa… A Darrell se le va a caer la baba cuando te vea —bromea con su acostumbrado desparpajo.
Sonrío.
—Gracias, Lissa —digo.
El vestido es sencillo, alejado de cualquier ostentosidad, con un vuelo medio en la falda, aunque es elegantísimo. El escote es palabra de honor con la espalda y los hombros cubiertos de transparencias y encaje blanco y un largo velo de varios metros que cae por detrás.
—Pareces una princesa —interviene tía Emily, que se encuentra a un par de pasos de mí. A su lado, de pie, tía Rosy está tan emocionada que apenas puede articular palabra.
—Si te vieran tus padres… —es capaz de decir únicamente, con la voz quebrada.
—Mitch y Ruth se sentirían tan orgullos de ti en estos momentos —afirma tía Emily, sorbiendo por la nariz.
La mención y el recuerdo de mis padres hacen que los ojos se me humedezcan. Una lágrima se precipita por mi mejilla. Me gustaría tanto que estuvieran aquí conmigo, acompañándome.
—No llores… —me dice Lissa, que se apresura a levantarse y a enjugarme el rostro con sumo cuidado para que no se me corra el maquillaje—. Hoy tiene que ser un día feliz. El día más feliz de tu vida.
Asiento en silencio con la cabeza. Sin previo aviso, Lissa me estrecha entre sus brazos para consolarme.
Para restar un poco de tristeza al momento, tía Emily se acerca y me coloca una pequeña flor blanca en uno de los lados del semirecogido que me han hecho en la melena. Seguidamente, tía Rosy me tiende una cajita de terciopelo azul oscuro en la que descansan unos preciosos pendientes de piedras transparentes. Son unos pendientes que pertenecieron a mi madre, y que mejor ocasión que esta para lucirlos.
—Aquí tienes —dice.
Cojo uno y me lo pongo en la oreja mientras trato de reprimir las lágrimas. Hago lo mismo con el otro.
En esos momentos, llaman a la puerta de la habitación.
—Adelante —decimos todas casi al unísono.
Tío Rod, el hermano mayor de mi madre, asoma discretamente su cabeza de incipiente pelo canoso por la puerta. Es un hombre delgado y de rostro fino, que guarda un enorme parecido con mi madre.
—¿Estás lista? —me pregunta.
—Sí, tío —afirmo.
—Bien, entonces no hagamos esperar más al novio —dice, con una amplia sonrisa dibujada en la boca—. Se está empezando a impacientar.
Lissa, tía Emily y tía Rosy también sonríen. Me levanto ligeramente el vestido para no tropezarme y enfilo los pasos hacia la puerta. Cuando cruzo el umbral, tío Rod me ofrece el brazo amablemente.
—Estás preciosa —dice rotundo.
—Gracias —digo feliz, mientras me agarro a él.
Me da un beso en la frente de forma paternal. Sonrío, agradecida de que haya accedido con la mejor de las voluntades a ser el padrino de la boda. Respiro hondo y sin mediar más palabras, nos dirigimos al jardín de la casa nueva, la que Darrell me regaló para mi cumpleaños, donde hemos decidido que celebraríamos la ceremonia y a la que nos mudaremos después de venir de la luna de miel.
Bajamos las escaleras y cruzamos el salón. Intento mantener la calma y que mis pasos sean seguros para no dar un tropezón y acabar de bruces en el suelo, pero las piernas no dejan de temblarme. Estoy terriblemente nerviosa y también terriblemente emocionada. Las dos cosas a partes iguales.
¡Oh, Dios! ¡Voy a casarme con Darrell Baker! ¡Con Darrell Baker! No me lo puedo creer.
Después de todo contra lo que hemos tenido que luchar. Su enfermedad, la entrada en la cárcel… Mantén la calma, Lea, me ordeno en silencio. Mantén la calma.
Cuando salimos al jardín, los invitados se giran hacia mí y de pronto me siento el centro de todas las miradas. Sonrío con timidez a unos y a otros, al tiempo que noto como mis mejillas se sonrojan tenuemente. Me aferro con fuerza al brazo de tío Rod para que me sujete.
Sobre nuestras cabezas, el cielo está desnudo de nubes y posee un azul turquesa casi efervescente. La brisa suave trae un sutil aroma a flores y a hierba buena que inunda la atmósfera y que, por momentos, me transporta a un lugar de ensueño.
A mí derecha, en su sillita gemelar, están James y Kylie con Jenna, la hermana de Darrell, que se ha ocupado de ellos mientras me vestían. Al pasar, alcanzo a ver que duermen plácidamente. Sonrío a Jenna, que me devuelve el gesto y me lanza un beso.
Levanto la mirada y me encuentro con Darrell, que me está esperando debajo del frondoso arco de flores, al fondo del sendero que dibuja la alfombra escarlata que discurre por el suelo. Va vestido con un ajustado traje negro, chaleco gris brillante, camisa blanca y corbata roja. La luz del sol centellea en el alfiler que la sujeta a la camisa.
¡Madre mía! ¡Está guapísimo!
Me sonríe con dulzura sin despegar los labios, con una de esas sonrisas que me funden por dentro, y me contempla con una suerte de devoción en los ojos que aumenta según avanzo hacia él del brazo de mi tío.
Cuando lo alcanzamos, Rod me entrega a Darrell, que me coge de la mano. Se inclina y deposita en mi mejilla un beso tierno. Sonrío.
—Estás radiante, mi pequeña loquita —me susurra al oído con voz amorosa.
—Gracias —musito—. Tú también estás muy guapo —le digo—. Aunque tú siempre estás guapo —añado a media voz.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
—Un poco nerviosa —apunto.
Darrell me aprieta la mano para darme confianza.
—Tranquila —me dice, acariciándome delicadamente la mejilla.
Asiento y exhalo un poco de aire.
—¿Doy ya comienzo a la ceremonia? —nos pregunta el sacerdote.
Nos giramos hacia él.
—Sí, cuando quiera —responde Darrell.
—Tomad asiento, por favor —nos indica—. ¿Venís a contraer matrimonio libre y voluntariamente, sin que nadie os presione? —nos pregunta en tono sobrio.
—Sí, venimos libre y voluntariamente —decimos al mismo tiempo.
—¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente durante toda la vida?
Darrell y yo nos miramos con un gesto cómplice. Asentimos con la cabeza.
—Sí, estamos decididos —respondemos a la vez.
Volvemos la vista al sacerdote, que continúa hablando.
—Así pues, ya que queréis contraer matrimonio, unid vuestras manos y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.
Darrell alarga el brazo y me coge la mano. Abre la boca para hablar.
—Yo, Darrell, te acepto a ti, Lea, como mi esposa, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Sus ojos sonríen. Es mi turno.
—Yo, Lea, te acepto a ti, Darrell, como mi esposo, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida —parafraseo.
El sacerdote toma la palabra de nuevo.
—Que el Señor confirme este consentimiento que acabáis de manifestar ante la Iglesia —dice, haciendo una cruz en el aire—, y cumpla en vosotros su bendición.
Cuando termina de decir esto, hace una señal para que el padrino saque los anillos. Tío Rod, pendiente en todo momento de nosotros y de su papel en la ceremonia, introduce la mano en el bolsillo de su chaqueta, extrae una cajita plateada, abre la tapa y se la ofrece a Darrell, que se apresura a coger uno de los anillos que hay en su interior.
Darrell alza la vista y me guiña un ojo. Después, con habilidad, me coloca el anillo en el dedo anular.
—Lea, recibe este anillo en señal de mi amor y fidelidad a ti —dice.
Tío Rod me tiende la cajita. Cojo el anillo que queda y sonriendo, se lo pongo a Darrell en el dedo anular, como él ha hecho en el mío.
—Darrell, recibe este anillo en señal de mi amor y fidelidad a ti —digo.
—Lo que Dios acaba de unir que no lo separe el hombre —concluye el sacerdote en tono solemne—. Puede besar a la novia.
Darrell se gira hacia mí, acerca su rostro al mío y me besa en los labios. Detrás de nosotros, los invitados rompen en un estrepitoso coro de aplausos.
—Ya no te escapas —bromea Darrell, rozando su nariz con la mía—. No ahora que eres Leandra Baker.
Lanzo al aire una risilla. Un puñado de pétalos de rosa cae sobre nosotros. Seguidamente, los invitados comienzan a acercarse para felicitarnos. Lissa es la primera en abrazarme.
—¡Enhorabuena! —exclama.
—Gracias —digo entusiasmada.
Nos fundimos en un caluroso abrazo. Cuando nos separamos, me felicita Joey, el que, desde hace unos meses, es el novio oficial de Lissa.
—Gracias, Joey.
—Cuídala —oigo que le dice Lissa a Darrell, detrás de mí. Lo hace en tono de broma, pero también hay un viso de advertencia.
—Lo prometo —responde él.
En esos momentos, tía Emily emerge entre la gente, se aproxima a mí, me da un beso en la mejilla y envuelve mis manos con las suyas en un gesto lleno de cariño.
—Espero que seáis muy felices —dice, echa un mar de lágrimas—. Os lo merecéis.
—Muchas gracias, tía Emily —agradezco sus buenos deseos.
—Leandra, enhorabuena, cariño.
Ahora es tía Rosy quien me felicita.
—Gracias.
La aprieto contra mí durante unos instantes.
—Muchas felicidades, parejita —dice Michael. Giramos el rostro hacia él—. Primero las damas —apunta, abriendo los brazos hacia mí. Sonrío, me adelanto un par de pasos y lo abrazo. Michael me estrecha contra él con cariño
—Muchas gracias —le agradezco.
—Felicidades, cabronazo —le dice a Darrell, abrazándole con fuerza y dándole unas cuantas palmadas en la espalda —. Que seáis muy felices.
—Gracias, Michael —corresponde Darrell con visible entusiasmo.
Detrás de Michael están William y Margaret, esperando su turno.
—Enhorabuena, Lea —me dice Margaret, abrazándome como si fuera una madre—. Estás preciosa —añade, visiblemente emocionada.
—Gracias, Margaret.
—Soy una tonta —comenta, enjugándose las lágrimas con un pañuelo—. Siempre acabo llorando en las bodas. No tengo remedio.
—No te preocupes —apunto en tono distendido.
—Felicidades.
La que suena es la voz de William.
—Muchas gracias —digo.
—Que seáis muy felices.
—Gracias —vuelvo a decir.
Después es Janice, la madre de Darrell y sus hermanos, Andrew y Jenna, los que se turnan para felicitarnos, hasta que todos los invitados se unen a ellos y nos dan su más sincera enhorabuena.