CAPÍTULO 67
—Y por qué ha de ser bondadosa? —replicó miss Havisham golpeando el suelo con su bastón y enfureciéndose tan rápida e inesperadamente que incluso Estella la miró extrañada.
Mi queja era una debilidad en la que yo no había pensado caer; y así se lo dije cuando ella se quedó meditando en silencio después de su violenta protesta.
Dejo de leer en alto y cierro el libro Grandes Esperanzas de Charles Dickens, el preferido de Darrell. Alzo la vista y lo miro durante unos segundos. En estas cuatro semanas su rostro ha ganado un poco de color. Afortunadamente la herida de la bala ha cicatrizado sin problemas, los órganos dañados también y ahora es capaz de respirar por sí mismo. Su cuerpo se ha recuperado, pero no sabemos cuándo recuperará la consciencia, si la recupera…
Las semanas pasan con una lentitud exasperante mientras sigue postrado en la cama. Vengo a verlo todos los días y estoy con él todo el tiempo que me dejan. Le leo fragmentos de sus obras favoritas, le doy mimos, le cuento cómo están James y Kylie; las cosas nuevas que hacen cada día, y como es mi vida sin él, cómo lo echo de menos y cómo me duele verlo en estado casi vegetativo.
Alguien llama a la puerta con un suave toque de nudillos.
—Adelante —digo.
—¿Se puede? —pregunta Michael con una breve sonrisa.
—Claro —digo en tono afable.
Michael entra en la habitación y cierra la puerta. Avanza hacia mí, se inclina y me da un par de besos en las mejillas.
—¿Qué tal estás?
—Bien —respondo con voz apagada.
—¿Segura?
—Sí —afirmo, asintiendo varias veces con la cabeza.
Se sienta en la silla que hay a mi lado.
—¿Hoy toca Charles Dickens? —comenta apuntando el libro que descansa en mis rodillas.
—Grandes Esperanzas, el libro preferido de Darrell —contesto.
—Siempre ha sido un apasionado de la obra de Dickens —anota Michael. Hace una pausa y se pasa la mano por la nuca varias veces. No sé si son solo imaginaciones mías, pero creo que le preocupa algo—. Quería hablarte de un asunto importante, Lea.
¿Habrá problemas en la empresa?, me pregunto en silencio.
—Tú dirás —digo, dejando el libro sobre la mesa que hay al lado del cabecero de la cama.
—Ya ha pasado un mes desde que Darrell está en coma y… alguien tiene que ponerse al frente de la empresa, Lea —dice—. Mantener tanto tiempo un vacío de poder no es bueno.
Frunzo el ceño.
—Entiendo. ¿Y en quién has pensado? —le pregunto.
—En ti.
La respuesta de Michael me deja atónita, incluso noto que un ligero calor invade mis mejillas.
—¿En mí? —repito, como si no lo hubiera escuchado bien.
No, no, no, me niego a mí misma. ¿Qué está diciendo? ¿Acaso Michael se ha fumado algo? ¿Cómo voy yo a dirigir el emporio de Darrell? ¿Está loco?
—Eres la persona más indicada para que se ponga al frente —asevera convencido.
—No es una buena idea, Michael —le contradigo.
Me coloco el pelo detrás de las orejas.
—¿Por qué?
—Porque… —comienzo a decir, titubeante—. Porque yo no tengo ninguna noción para dirigir una empresa de la envergadura de la de Darrell… Bueno, ni para dirigir ninguna empresa, aunque sea pequeña. Acabo de graduarme y no tengo práctica en…
—Lea, eres brillante. Darrell siempre lo dice —alega Michael, cortándome con voz suave.
—Darrell me ve con buenos ojos —refuto.
—No, Lea. Yo sé que eres brillante y la persona más in…
—¿No puedes quedarte tú al frente? —lo interrumpo.
—No, Lea. Yo he estado haciendo algunas funciones hasta ahora, pero me es imposible seguir. Tengo que ocuparme de los asuntos legales de la empresa. No puedo encargarme de las dos cosas a la vez.
—¿Y no puede otro abogado encargarse de los asuntos legales y tú dirigir la empresa? —propongo—. Seguro que Darrell estaría de acuerdo.
—No —niega Michael con la cabeza—. Los asuntos legales y jurídicos son muy delicados; no se pueden dejar en las manos de cualquiera. —Guarda silencio un momento antes de añadir—: Lea…, sabes perfectamente que Darrell no le confiaría esa tarea a nadie que no fueras tú.
Lo miro fijamente a los ojos, pensativa.
—Pero no tengo ninguna experiencia —insisto, para ver si logro hacerle desistir de su idea.
—No te preocupes por eso. Yo te ayudaré —replica—, y también puedes contar con el equipo de administración. Te pondremos al día sobre los asuntos más importantes y el resto de cosas las irás aprendiendo sobre la marcha. Estoy seguro de que te vas a defender bien.
Sacudo la cabeza, agobiada.
—Yo no estoy tan convencida —digo pesimista.
—Lea, no sabemos cuánto tiempo va a estar así Darrell y, como te he dicho, el vacío de poder es peligroso, porque pone nervioso a los clientes, sobre todo cuando se alarga en el tiempo.
Trago saliva.
—No sé qué hacer…
Mi cabeza está llena de dudas, de inseguridades y de miedo; de mucho miedo. Comienzo a mordisquearme el interior del carrillo.
—Al menos prométeme que te lo pensarás —me pide Michael como último recurso.
—Está bien, te prometo que me lo pensaré —respondo finalmente.
Giro el rostro y miro a Darrell. Michael está en lo cierto cuando dice que no le confiaría esa tarea a otra persona que no fuera yo, o a él, su mejor amigo. Máxime después de lo que pasó con el cabrón de Paul y el antiguo equipo de administración. Pero eso no impide que yo sienta un inmenso vértigo ante la idea de ponerme al frente de su imperio, porque eso es lo que tiene Darrell, un imperio. No es cualquier empresa, ni Darrell cualquier empresario. Es uno de los hombres más poderosos e influyentes del país. Miles de trabajadores dependen de él y de su buen hacer, y si acepto la propuesta de Michael, ahora lo serán del mío.
¡Es demasiado peso para mis hombros!
—Todo va a ir bien —me anima Michael, que adivina lo que está pasando por mi mente.
Lanzo un suspiro al aire sin decir nada. ¿Por qué yo no estoy tan convencida de ello?