CAPÍTULO 4

 

 

 

 

 

Me acerco a su rostro, deslizo la mirada hasta su boca y durante unos segundos repaso el contorno de sus labios rosados y humedecidos.

Ufff… son tan apetecibles… tan suaves…

Me aproximo un poco más y la beso. Noto cómo su respiración se acelera cuando sus labios entran en contacto con los míos. Introduzco la lengua sensualmente en su boca entreabierta y recorro cada rincón de ella.

Lea gime mientras le mordisqueo los labios y tiro del inferior hacia mí.

—Eres deliciosa… —susurro contra su boca.

Bajo las manos y las poso en sus pechos por encima de la ropa, al tiempo que vuelvo a besarla como si no me saciara nunca de ella. ¡Dios! ¡Es que no soy capaz de saciarme de ella! Mis órganos empiezan a licuarse en mi interior como si fueran de mantequilla.

Despacio, desciendo mis labios por su cuello, dándole pequeños besos y mordisqueándoselo. Lea suspira con fuerza. Su piel tibia se eriza. Pasa las manos por mi nunca y me aprieta contra ella.

—¡Joder, Darrell! —prorrumpe, echando la cabeza hacia atrás—. ¿Cómo es posible que solamente tocándome me pongas así? —pregunta entre jadeos.

—Porque hago magia —respondo, delineando en mis labios una sonrisa maliciosa.

Lea carcajea, rindiendo su cuerpo a mis habilidosas caricias. Le bajo la camiseta de tirantes hasta la cintura y tomo con la mano uno de sus pequeños pechos.

—Ohhh… —suspira.

—Precioso —murmuro—. Quiero probarlo.

Los pezones de Lea se endurecen con mi aliento. Me inclino, me meto uno en la boca y comienzo a lamerlo lentamente, haciendo círculos con la punta de la lengua. Lea se arquea y se queda muy quieta, concentrándose en las miles de sensaciones que me imagino que está sintiendo en estos momentos y que me revela el estremecimiento que noto que le recorre el cuerpo de arriba abajo.

Después de juguetear con su pezón a mi antojo, me aparto unos centímetros y soplo un poco de aire sobre él. La piel de Lea se pone de gallina. Suspira de placer.

Deslizo los dedos a través del pantalón corto y los introduzco en su braguita.

—¿Te gusta? —le pregunto mientras acaricio suavemente su clítoris.

—Ufff… —balbucea Lea—. Me encanta.

Lea estira el brazo y alcanza mi miembro. Cuando su mano acaricia juguetonamente mi erección por encima del pantalón, las fibras de mis nervios se ponen en pie y una oleada de calor se instala en mi entrepierna.

—¿Te gusta? —me pregunta con voz maliciosa.

—Me encanta —respondo, utilizando sus mismas palabras y sonriendo traviesamente pegado a sus labios.

Y me encanta. ¡Claro que me encanta! Me encanta su timidez del mismo modo que me encanta cuando la deja a un lado y, sin prejuicios tontos y gracias a mí, se vuelve la mujer más apasionada del mundo.

Mientras nos damos placer mutuamente, la excitación se hace insoportable. Entonces, como buenamente puedo y haciendo un esfuerzo, paro y me levanto del sofá. Lea me dirige una mirada de circunstancia preguntándose: «¿Qué ocurre?»

Le tomo la mano y tiro de ella para que se levante.

—Será mejor que vayamos a la habitación —digo.

Lea sonríe y me sigue escaleras arriba hasta la segunda planta.

Atravesamos el largo pasillo y al pasar a la altura de la habitación de los bebés, Lea dice:

—Espera.

Me frena y asoma la cabeza por la puerta. Imito su gesto y por encima de ella vemos que Kylie y James duermen como dos benditos. Intercambiamos una mirada muda y sonreímos al unísono, aliviados en cierto modo de que nos dejen terminar la faena.

—¡Vamos! —exclamo en voz muy baja, para no despertarlos.

Cómplice el uno del otro, sin hacer ruido y con pies de gato, nos dirigimos a la habitación. Nada más de entrar, me abalanzo sobre ella. No aguanto más. A estas alturas la erección es casi dolorosa.

—Ven aquí… —susurro.

La empujo contra la pared y sin dejarla respirar poseo su boca como si de ello dependiera mi vida.

—Darrell… —murmura Lea entre beso y beso, sin apenas aliento.

Me aprieto contra ella para que sienta la dureza de mi miembro en su vientre.

—¿Ves cómo me pones? —le susurro en el oído, dominado por el deseo—. ¿Ves lo que provocas en mí? —Lea suelta una risilla—. ¿Te hace gracia? —digo, fingiendo seriedad.

Le doy la vuelta y le pongo de cara a la pared. Le cojo las muñecas y se las sujeto por encima de la cabeza. Con la mano libre, le bajo el pantalón corto y las braguitas de un tirón, y se lo dejo a la altura de las rodillas. Sus piernas quedan medio abiertas. Es tan maravillosamente erótico tenerla así.

Suspiro, subyugado al universo de sensaciones que siento.

—¡Joder, Lea! —mascullo entre dientes, pegado a su oído—. ¡Joder!

Me deshago del pantalón y finalmente libero mi erección. Rodeo con un brazo su cintura y la atraigo hacia mí. Cuando está totalmente pegada a mi cuerpo, tanteo la entrada de su vagina y la penetro. Lea gime de una forma tan intensa que creo que está a punto de gritar.

—Te deseo, Darrell —la oigo decir entre jadeos—. Te deseo.

—Y yo a ti, mi pequeña loquita —digo con la respiración entrecortada—. Soy tuyo, Lea. Soy tuyo —afirmo, al tiempo que entro en ella una y otra vez todo lo hondo que puedo—. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, Darrell, sí. Y yo soy tuya, mi amor… —dice, con la voz arrastrada por el placer—. Soy tuya... Solo tuya…

La aprieto más contra la pared y noto como su cuerpo empieza a empaparse de sudor mientras yo me dejo mecer por el fuego que me quema la entrepierna.

—Así, así, Darrell, así… —sisea Lea. Sus palabras me envilecen y hacen que la embista como un animal salvaje—. Oh, sí… —gime—. Oh, Dios…

—¿Quieres más? —le pregunto travieso.

—Sí, por favor, sí…

—Sí… —farfullo contrayendo las mandíbulas, y de nuevo me clavo en sus entrañas, abandonándome en brazos del placer que me ofrece su cuerpo.

Cuando advierto que se va acercando al clímax, la aprieto de nuevo contra mi cuerpo y le mordisqueo el lóbulo de la oreja por detrás. Unos segundos después, Lea explota en una serie de violentas sacudidas que trato de controlar para que no se caiga. Y antes de que me dé cuenta, mis nervios se descargan provocándome un intensísimo orgasmo mientras aprieto los dientes y emito una suerte de gruñido ahogado.

Apoyo la frente en el hombro de Lea, que sube y baja rápidamente mientras trata de normalizar la respiración. Cierro los ojos y me sereno. Pasado un rato en el que recupero el aliento, me enderezo. Agarro a Lea de la cintura y le doy la vuelta. Le sujeto el rostro entre las manos, me inclino y la beso con toda la suavidad del mundo.

—Te quiero —le susurro, rompiendo el silencio que nos envuelve.

—Yo también te quiero —dice Lea, apoyando la cabeza en mi pecho.

—Nunca lo olvides, ¿vale? —le pregunto. Introduzco los dedos por los mechones de su melena despeinada y le acaricio la cabeza—. Nunca olvides que te quiero. Pase lo que pase, eres mi tesoro más valioso.

—Nunca lo olvidaré, Darrell.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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