CAPÍTULO 57

 

 

 

 

 

Gloria sale en mi busca en cuanto introduzco la llave en la cerradura.

—¿Ha encontrado a la señora? —me pregunta nada más de entrar en casa.

—No —respondo.

Me acerco al aparador y dejo las llaves sobre él.

—¿Y no tiene idea de dónde puede haber ido? —dice con un matiz de angustia en la voz.

Niego con la cabeza.

—No, Gloria. No tengo la menor idea de dónde puede estar. No responde a mis llamadas ni tampoco a los mensajes —digo apático.

Gloria se lleva las manos a la boca.

—¿Ha… Ha avisado a la policía?

—Sí, ya están investigando.

—Bien… —asiente—. Seguro que pronto dan con ella —comenta, imbuyéndose una pizca de optimismo.

—¿Los pequeños están dormidos? —le pregunto.

—No, se despertaron hace un rato. Están en el salón. Les estoy preparando el biberón para la toma —responde.

—Yo me encargaré de ellos —digo.

—¿Quiere que le ayude?

—No, Gloria. Gracias.

Gloria permanece unos segundos frente a mí, sin moverse.

—Perdone que me meta donde no me llaman, señor Baker, pero, ¿no sería mejor que descansara un poco? —sugiere—. Ha estado toda la noche sin dormir.

—Gracias, Gloria —le agradezco—. Pero prefiero estar con James y Kylie. Además, no podría dormir aunque quisiera.

—Como quiera —dice Gloria, con el asomo de una sonrisa indulgente en los labios—. Iré a preparar el biberón de los bebés. Estaré en la cocina por si necesita algo.

Asiento.

Gloria se marcha a la cocina y yo enfilo mis pasos hacia el salón principal. James y Kylie están en el parque de juegos. Cuando me ven, sonríen. James agita las manos y Kylie da palmas. A ambos les brillan los ojos, ajenos a que Lea está en paradero desconocido desde hace más de doce horas.

—Aquí tiene, señor Baker —anuncia Gloria, con los biberones de los niños en las manos.

Cojo a Kylie en brazos y tomo asiento en el sofá.

—A desayunar, princesa —le digo.

Mientras Kylie se toma el biberón, reconstruyo en mi cabeza los hechos desde que ayer por la tarde llegué a casa y escuché a Lea decir que Matt había intentado besarla. Repaso paso a paso la discusión que mantuvimos. A pesar de todo, solo fue una discusión. Recuerdo cómo se puso la cazadora de cuero y el portazo de la puerta al salir.

—Mamá nunca se iría —le digo a Kylie—. Nunca.

Me inclino hacia su rostro pequeño y le doy un tierno beso en la frente. La calidez de su piel me reconforta en unos momentos en que nada lo hace. Trato de calmarme y de seguir las indicaciones del teniente Craig: tengo que mantener la mente lo más fría posible.

—¿A quién coño intento engañar? —me pregunto en voz baja.

Respiro hondo.

Me levanto y dejo a Kylie en el parque de juegos. Antes de dar el biberón a James, cojo el móvil y miro si tengo alguna llamada o algún mensaje de Lea. Nada. En un impulso, marco su teléfono y la llamo. Lo hago un número indeterminado de veces, pero no obtengo ninguna respuesta. Siento una punzada de desesperación.

—¿Por qué no me respondes, pequeña? —musito.

No quiero pensar en la horquilla de posibilidades que obtengo como respuesta. Cada una de ellas me aterra.

Con el teléfono de la mano, llamo a Craig, por si en estas horas ha averiguado algo. Su negativa termina por desalentarme.

James rompe a llorar, hambriento. Me acerco al parque de juegos y lo cojo.

—Ya… Ya… —digo en tono suave, intentando calmarlo. Sin embargo, su llanto no cede. Atrapo el biberón que Gloria ha dejado encima de la mesa y se lo doy. Casi de inmediato se calla.

Cuando se duermen, después de cambiarlos el pañal, subo a darme una ducha. Noto como los músculos se destensan ligeramente mientras el agua se desliza caliente sobre mi cuerpo. Inhalo una bocanada de aire y lo suelto poco a poco, tratando de relajarme, mientras me paso las manos por los mechones de pelo mojados. 

Después de diez minutos, salgo de la ducha, me seco con una toalla y me pongo ropa limpia: un pantalón vaquero y una camiseta negra. No consigo sosegar mi mente, ni siquiera un segundo. Así que salgo de la habitación, bajo apresuradamente las escaleras, le digo a Gloria que salgo, para que se quede al pendiente de James y de Kylie, cojo las llaves del coche y me voy.

Vuelvo a recorrer las calles de Manhattan una por una. Paso por Broadway, Essex Street, Columbus Aveniue, Fordham Road, hasta el Bronx.

Aparco en Malcolm X Bulevard y me interno en Central Park. Miro a un lado y a otro con el anhelo de ver el rostro de Lea sumergido entre quienes pasean a estas horas por el pulmón de Nueva York. De pronto, un miedo casi irracional se apodera de mí. ¿Y si finalmente le ha pasado algo malo? ¡Dios! ¿Y si le ha pasado algo malo?, me repito.

Doy una vuelta de trescientos sesenta grados sobre mí mismo, mirando a mi alrededor. Tengo que encontrarla. ¡Joder! ¡Tengo que encontrarla! En mi cabeza no cabe la idea de una vida sin Lea, una vida sin mi pequeña. Ella lo es todo para mí. Es mis ojos, mi lengua, mis manos, mi sonrisa, mis ganas de vivir. Mi todo. Contraigo el ceño en un gesto de preocupación y echo a correr sendero arriba. Doy un vistazo a derecha e izquierda. Nada. Corro hasta un árbol y me apoyo de espaldas en el tronco. Cierro los ojos y dejo que mi cuerpo resbale hasta quedar de cuclillas en el suelo. Hundo el rostro entre las manos y permanezco en esa posición unos segundos. Voy a volverle loco. Cuando levanto la cara, tengo los ojos humedecidos.

En esos momentos suena mi teléfono. Rápidamente meto la mano en el bolsillo de la americana y lo saco. Resoplo cuando veo que es Michael.

—Dime…

—¿Sabes algo? —me pregunta.

—Nada —respondo con toda la apatía del mundo—. He llamado al teniente Craig y tampoco ha conseguido averiguar nada. Han intentado rastrear su móvil para localizarla a través de satélite, pero no han obtenido ningún resultado. La señal está bloqueada.

—Todavía es pronto, Darrell —me dice Michael.

—Sé que es pronto, pero para mí es muy tarde —comento—. Ya son muchas horas sin saber nada de Lea, sin saber si está bien o si está… —Mi voz se va apagando poco a poco.

—No desesperes. Ya verás como pronto tienes noticias de ella —me alienta Michael.

—Tengo un mal presentimiento, Michael —le confieso—. Una voz en mi interior me dice que le ha pasado algo.

—Darrell, esta situación te está sometiendo a mucho estrés. Estás sugestionado y no ves las cosas con objetividad…

—No, Michael —le corto—. No tiene nada que ver con el estrés de la situación ni con la objetividad o subjetividad con que lo veo, es algo mucho más profundo, algo a lo que no puedo darle explicación, pero que me dice que Lea está en peligro. —Un silencio tedioso sobrevuela mi cabeza—. Estoy en Central Park —le informo a Michael—. He vuelto a recorrer las calles de Manhattan por si la veía.

—¿Quieres que vaya y te ayude? —me pregunta Michael—. Cuatro ojos ven mejor que dos.

—No, de momento prefiero que te quedes en el despacho —le pido—. Yo no voy a ir a trabajar y quiero que te encargues de la empresa.

—Vale —dice conforme Michael—. Avísame con lo que sea —añade.

—Claro —respondo.

—Hasta luego.

—Hasta luego.

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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