CUATRO DE OCTUBRE

La salida del sol fue reconfortante. Después me acerqué al borde del agua, me desnudé, me metí en el agua y me bañé en el oleaje. El agua estaba fría, pero no me importaba. Y empieza a sentirse la primavera en el aire.

Después del baño, hice que el autobús tocara música en mi cabeza durante un rato. Pero le hice parar al cabo de unos instantes. Era una música estúpida, movida y vacía. Así, pues, conseguí armar el fonógrafo y el generador, pero cuando intenté poner un disco, la aguja, como me lo había temido, se salía del surco mientras se movía el autobús. Lo detuve en la carretera el rato suficiente para escuchar la Sinfonía Júpiter, de Mozart, y una parte de Sergeant Pepper's Lonely Hearts Club Band. Eso fue mucho mejor. Me serví un vasito de whisky, paré el generador y seguimos por la carretera.

No he visto ningún otro vehículo ni signo alguno de vida humana desde que abandoné Maugre.

¡Dios mío! ¡Las cosas que he leído y aprendido desde que dejé Ohio! Y me han cambiado tanto que apenas me reconozco. Sólo saber que ha habido un pasado de la vida humana y tener un ligero conocimiento de cómo ha sido ese pasado, han alterado mi mente y mi conducta hasta el punto de que no me reconozco.

Como estudiante graduado, había visto películas habladas junto con los demás que estaban interesados por estas cosas. Pero las películas —Sublime obsesión, Los golpes de Drácula, Sonrisas y lágrimas— habían parecido ser sólo un «soplo para la mente». Eran simplemente otro modo, más esotérico, de manipular los estados mentales de uno en honor del placer y de la interioridad. Nunca se me hubiera ocurrido entonces, en mi estado de analfabetismo y de cerebro lavado, ver esas películas como un medio para aprender algo valioso sobre el pasado.

Pero lo principal de todo, me parece ahora, ha sido el valor de conocer y de sentir mis sentimientos que me ha venido, poco a poco, de las emocionalmente cargadas películas mudas en la vieja biblioteca al principio y, luego, con los poemas y novelas e Historias y biografías y libros de «cómo hacerlo» que he leído. Todos esos libros —incluso los aburridos y casi incomprensibles— me han hecho entender con mayor claridad lo que significa ser una criatura humana. Y he aprendido del sentido de temor que a veces desarrollo cuando me siento en contacto con la mente de otra persona, muerta hace tiempo, y sé que no estoy solo en esta Tierra. Ha habido otros que han sentido como yo siento y que, a veces, han sido capaces de decir lo inefable. «Sólo el pájaro burlón canta en el margen de los bosques.» «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Aquél que crea en mí, aunque muera, vivirá.» «Mi vida es ligera, aguardando el aire de la muerte, como una pluma en el dorso de la mano.»

Y, sin la capacidad de leer, nunca hubiera encontrado cómo poner en movimiento este autobús telepático, que me llevará a Nueva York y a Mary Lou, a quien debo tratar de ver otra vez antes de morirme.