DÍA SESENTA Y CINCO

Ahora hace nueve días que vive conmigo, contra todos los principios de Individualismo e Intimidad. A veces me siento culpable, acomodando mi Desarrollo Interior a los antojos de otra persona, pero no pienso muy a menudo en la inmoralidad que hay en ello. De hecho, éstos han sido los nueve días más felices de mi vida.

¡Y ya lee casi tan bien como yo! ¡Sorprendente! Y ha empezado a escribir la memoria de su vida.

Estamos juntos constantemente. A veces parece como si fuéramos Douglas Fairbanks y Mary Pickford, excepto en que ellos estaban demasiado entrenados para el sexo.

No hay nada de sexo en las películas viejas, aunque muchas de las personas viven juntas de las maneras más íntimas e inmorales. Al parecer, el porno, del tipo que suele enseñarse en los cursos Clásicos, estaba sin descubrir, como la TV, en los tiempos en que se rodaron estas películas mudas.

Hacemos el amor tan a menudo como puedo. Algunas veces, mientras estamos leyendo juntos, al repetir ella las frases después de mí. Una vez tardamos una tarde entera en terminar un librito llamado Haciendo cometas de papel porque parábamos a cada momento.

Ninguno de los dos fuma droga ni toma píldoras. A menudo, estoy muy nervioso y excitado y siento que no puedo permanecer sentado quieto. Algunas veces damos cortos paseos cuando eso ocurre. Y aunque una parte de mí parece gritar contra la intensidad de la forma en que estoy viviendo y trabajando y haciendo el amor, sé que es mejor esta manera que cualquier otra en la que jamás pudiera hacerlo.

Una vez, mientras paseábamos, nos excitamos, y sugerí que fuéramos a un bar de sexo-rápido en Times Square. Así lo hicimos, y utilicé mi tarjeta de crédito NYU para coger el mejor cubículo de que disponían. En el vestíbulo, había los grandes hológrafos porno habituales, y dos rameras robot con senos desnudos y botas negras se ofrecieron para ayudarnos en una orgía; pero Mary Lou, gracias a Dios, les dijo que se largaran. Y yo rehusé la oferta de píldoras para el sexo que me hizo el cantinero. Fuimos solos al cubículo, apagamos las luces e hicimos el amor sobre el acolchado suelo. Pero no estuvo bien de esa manera.

Así es como había hecho el amor siempre, y como se supone que tiene que ser. «El sexo rápido protege», solía decir mi profesor de Relaciones Interpersonales. Pero yo quería estar en mi propio lugar con Mary Lou, haciendo el amor en mi propia cama y hablando después. Excepto en el sexo, quería ser como Padre y Madre en una de las antiguas películas. Quería comprarle flores y bailar con ella.

Cuando hubimos terminado Mary Lou dijo:

—Vámonos de esta fábrica de sexo. —Y luego, cuando nos íbamos—: Creo que este sitio es lo que Simon quería decir cuando se refería a «un burdel de Chicago».

Y le compré flores, en una máquina expendedora. Claveles blancos, como los de Gloria Swanson en La reina Kelly.

Y aquella noche, antes de irnos a la cama, le pedí que bailáramos. Prendí una flor en su vestido de Synlon y puse la música de fondo de un programa de TV, y bailamos. Nunca había oído decir que dos personas bailaran juntas, pero cualquier estudiante serio de películas conoce el baile. Lo he visto muchas veces. Éramos torpes y nos pisamos varias veces, pero fue divertido.

Pero, cuando nos fuimos a la cama, algo, no sé qué, me asustó. La abracé fuerte hasta que se quedó dormida. Luego permanecí despierto durante largo rato, pensando. Algo acerca del sitio de sexo rápido me asustaba, creo.

Así que salí de la cama y terminé de escribir esto. Ahora estoy cansado, pero todavía me siento asustado. ¿Tengo miedo de que ella se vaya? ¿Tengo miedo de perderla?