DÍA CIENTO CINCO
Los edificios de la prisión son, creo, las estructuras más antiguas que he visto jamás. Hay cinco de ellos, construidos en bloques de piedra pintados en verde, con sucias ventanas de oxidados barrotes. Sólo he estado en dos de los cinco edificios —el dormitorio con las celdas con barrotes en donde duermo, y el edificio de la fábrica de zapatos en donde trabajo por las mañanas. Ignoro lo que hay en los otros tres edificios. Uno de ellos, que está aparte de los otros, parece ser aún más antiguo que el resto, ya que sus ventanas están tapadas con maderas, como la casa de verano que salía en Un ángel en la cuerda, con Gloria Swanson. Me he acercado a este edificio durante el período de ejercicio después del almuerzo y lo he mirado más de cerca. Sus piedras están cubiertas de un suave y húmedo moho, y sus grandes puertas de metal permanecen siempre cerradas con llave.
Alrededor de todo el conjunto de edificios hay un vallado doble muy alto, de grueso alambre, pintado en otro tiempo de rojo, pero ahora descolorido a rosa. Hay una puerta en la cerca por la que pasamos para trabajar en los campos. Siempre hay cuatro guardias robot deficientes mentales en esta puerta. Cuando la cruzamos camino de nuestro trabajo, comprueban las bandas de metal que están permanentemente sujetas a nuestras muñecas antes de dejarnos pasar.
El celador —un robusto Producto Seis— me dio una conferencia de orientación de cinco minutos, cuando me entregaron por primera vez los uniformes. Entre otras cosas, me explicó que si un prisionero se iba sin que los guardias hubieran desactivado sus bandas de las muñecas, éstas se convertirían en alambres al rojo vivo y quemarían sus manos hasta las muñecas si no regresaba a las puertas inmediatamente.
Las bandas son estrechas y muy ajustadas; están hechas de un metal parecido a la plata, extremadamente duro y pesado. No sé cómo las pusieron. Cuando me desperté en la cárcel, ya me las habían puesto.
Creo que se acerca el invierno, porque el aire, en el exterior, es frío. Pero el campo alrededor de las plantas está hasta cierto punto calentado, y el sol sigue brillando. La tierra está caliente bajo mis pies mientras fertilizo las obscenas plantas, y, sin embargo, siento en el cuerpo el aire frío. Y la estúpida música nunca se detiene, nunca se estropea, y los robots miran fijamente y miran fijamente. Es como un sueño.