El soldado Colin Wiltsee
Herman Gladstone y Vincent Toof eran «amigos allá fuera», como solíamos decir en el frente. Herman, o Hermie, como lo llamaba todo el mundo cariñosamente, era muy diferente a Vinnie Toof. Hermie, a pesar de tener «un corazón de oro», empleaba palabrotas y cayó en una serie de errores que nunca debería haber cometido. Vinnie, en cambio, era un joven de profundas creencias religiosas y tenía todas las cualidades que he intentado inculcaros a vosotros. Hermie se mofaba del patriotismo y de la religión y de todas las cosas que nosotros considerábamos sagradas, pero Vinnie, que sospechaba que su «amigo» tenía un lado más bueno, se empeñó en guiarlo hasta Dios, a pesar de sí mismo.
Un día, en las trincheras, cerca de Saint-Étienne, un obús cayó justo en el lugar en que un grupo de soldados estaba jugando a las cartas por dinero, y entre ellos se hallaba Hermie Gladstone. Un fragmento de metralla le dio de lleno y era evidente que pronto iba a tener que «presentarse ante su Creador». Vinnie acudió en cuanto recibió la noticia. En la mano llevaba una biblia, y cuando llegó a donde estaba su amigo se arrodilló a su lado y se puso a rezar y a suplicarle que aceptara a Cristo como su salvador personal. Al principio, Hermie se negó a escucharlo: en su corazón solo albergaba rencor. Juró e injurió y pidió a sus compañeros que se llevaran a Vinnie de allí, pero, a medida que Vinnie fue hablando y describiéndole el tormento perpetuo del fuego del infierno al que Dios arroja a todos los pecadores, la actitud de Hermie cambió y comprendió que no debía lamentar el hecho de entregar su vida a la patria, comprendió que no existía sacrificio más noble. A Hermie le llenó una sensación de paz. Repitió las palabras que Vinnie le rogó que dijera y aceptó a Jesús allí mismo, en el campo de batalla, donde falleció al cabo de unos minutos rodeado de su clemencia y de su amor. Los otros hombres permanecieron de pie, cascos en mano y con la cabeza gacha, observando el milagro de la conversión de Herman Gladstone. No hubo quien no llorara, pero se trataba de una emoción magnífica y varonil, y ninguno de ellos se avergonzó de sus lágrimas.
Bien, veo que el director está haciendo señas para informarme de que las otras clases ya han acabado, pero antes de pasar a la sala de catequesis quiero que penséis en la bella muerte de Hermie Gladstone, chicos. ¡Es posible que algún día os llamen a vosotros también para defender a vuestra patria y a vuestro Dios! Y cuando llegue ese día, recordad que nuestras vidas no nos pertenecen a nosotros, sino al Creador del universo y al presidente Hoover, y que ¡siempre debemos someternos a su voluntad sin hacer preguntas!