Ursel Scheffler
El duende de Pascua
Isabel ha recibido una tienda de campaña azul como regalo de cumpleaños. Tan pronto como sea posible, ella y su amiga Kiki quieren probarla.
El sábado de Pascua hace un tiempo espléndido.
—¿Podemos Kiki y yo dormir en el jardín? —pregunta Isabel.
—Hace mucho frío todavía —contesta la madre.
—Nos abrigaremos bien —asegura Isabel.
—¿No tienes miedo? —pregunta Leo.
—¿Miedo? ¿De qué? —contesta Isabel, mirando con asombro a su hermano.
—En la noche de Pascua hay fantasmas. Desde muy antiguo ha sido siempre así —asegura Leo.
—¡Tonterías! —replica Isabel.
—¡Apostamos algo a que antes de medianoche estáis en casa llorando!
—¡Idiota! Ya quisieras tú poder dormir fuera.
Al anochecer, Isabel y su amiga se meten en la tienda. Llevan puestos pantalones de entrenamiento y un grueso pullover cada una. En el saco de dormir se está calentito y a gusto. En el termo tienen té caliente. En realidad no hace frío. Pero fuera de la tienda pasan cosas inquietantes. Se oyen suspiros y lamentos, crujidos y chasquidos. Se oye reír y llorar. También gotear sobre la tela de la tienda.
Un fantasma con ojos ardientes sube y baja ante la entrada de la tienda.
Pero Isabel y Kiki no se dan cuenta de nada. Tienen puestos los auriculares y escuchan una emocionante historia de fantasmas, grabada en un casete. Es tan espeluznante que se quedan dormidas. Tienen el saco de dormir cerrado hasta arriba. Así no notan que una pequeña mano pálida arroja a medianoche el gato del vecino en el interior de la tienda. El gato se encuentra allí más a gusto que fuera, en el frío. Se enrolla a los pies de Kiki y se duerme también.
Fuera un fantasma estornuda atrozmente. A la mañana siguiente Leo no viene a desayunar.
—¿Dónde está Leo? —pregunta Isabel.
—Está en cama con fiebre, seguramente un resfriado —contesta la madre.
¡Sabe Dios dónde lo habrá cogido!