Cordula Tollmien
La pistola ametralladora
Con quien más le gusta jugar a Andrea es con Joaquín. Joaquín es alegre y divertido y de la misma edad que ella. Joaquín es rubio claro y Andrea tiene el pelo casi negro. A veces, los adultos se ríen cuando los ven juntos.
—Blanco y negro —dicen—, como gemelos opuestos.
O también dicen:
—Sois verdaderamente inseparables. ¿Hacéis algo alguna vez por separado?
No suelen contestar, pero a veces responden:
—¿Tal vez está prohibido?
Aquéllos se ríen todavía más fuerte y dicen:
—Naturalmente que no.
Andrea y Joaquín juegan a menudo en la linde del bosque. Allí no les molesta nadie. Construyen cuevas para sus animales y sus ositos o luchan como los guerreros con espadas de madera. También hay allí un montón de arena que ha sobrado de una obra. En él practican el salto de longitud. Los dos son igual de buenos saltando. Cuando Joaquín tiene cumpleaños invita a Andrea y a un par más de la clase a su casa. Y entonces sucede la tonta historia de la pistola ametralladora.
El abuelo de Joaquín le ha regalado una pistola ametralladora negra, de plástico, con una correa para colgarla al hombro. Joaquín la tiene al hombro cuando viene Andrea y los otros. Y aunque su madre se enfada, tampoco deja la pistola para tomar el pastel. Más tarde, cuando juegan en la calle, constantemente mete ruido con ella. Ninguno la puede tocar, tampoco los amigos de su clase. Luego van al pequeño arroyo y Joaquín dirige el cañón al agua. «Tatatatata» hace, apuntando a todo lo que se mueve. A Andrea, en realidad, no le parece que la pistola sea especialmente divertida. Pero le resulta aburrido que Joaquín quiera disparar siempre él solo. Por eso le pregunta, si no podría dejarle una vez la pistola. Y aunque Joaquín no había contado con ello, dice de repente: —está bien, toma.
Andrea toma la pistola y se inclina sobre la barandilla, la correa se engancha en el extremo de dicha barandilla. Ella tira, la correa no cede, tira con fuerza y ¡zas!, la correa queda libre de golpe. Andrea pierde el equilibrio hacia delante, se sujeta a la barandilla y deja caer la pistola. Ésta cae al agua y desaparece arrastrada por la corriente. Por un momento se queda Joaquín sin hablar. Después coge a Andrea del brazo, la agita con violencia y grita:
—¡Tú, gansa imbécil! ¡siempre lo estropeas todo! No se te puede dejar nada. No hay nadie tan idiota como tú. Esto me pasa por jugar con chicas. ¡Ay, mi preciosa pistola!
Golpea al suelo con los pies y llora y grita al mismo tiempo.
Viene el abuelo de Joaquín, que ha oído el griterío, y cuando se entera de lo que ha pasado, mira enfadado a Andrea y dice dirigiéndose a Joaquín:
—Una cosa como ésta no se le deja a nadie y menos a las mujeres.
Durante todo este tiempo Andrea no ha dicho nada. Ahora se da la vuelta y escapa corriendo y se tapa los oídos con las manos para no sentir como Joaquín grita tras ella.
Al llegar a casa, se arroja sobre la cama y llora a gritos. Viene su madre e intenta consolarla. Después de que Andrea se haya tranquilizado un poco, le cuenta lo que ha pasado.
Eso le puede pasar a cualquiera —dice su madre—, y es normal que Joaquín está furioso. Pero escúchame, Joaquín te quiere mucho, y seguro que vuelve de nuevo por ti. Quizás tarde algún tiempo, pero estoy segura de que vendrá.
Andrea no lo cree y niega con la cabeza. ¡Todo se ha terminado entre Joaquín y ella! ¡Con la ilusión que tenía por asistir al cumpleaños de Joaquín!
—Dale tiempo —dice la madre—, ya le conoces y sabes que se pone furioso enseguida, pero de la misma manera se le pasa y vuelve a ser amable.
—Esta vez seguro que no —llora Andrea. Ya está en la cama cuando suena el timbre.
—Hola, Joaquín —oye decir a su madre—, seguro que quieres ver a Andrea, pasa.
Andrea tira rápido de la manta y se tapa la cara hasta los ojos.
—Solo quería traerte lo que has ganado.
—Pero, si yo no he ganado nada.
—Lo que he ganado yo para ti. ¿Lo quieres?
Andrea asiente con la cabeza y Joaquín se acerca a la cama y le da un conejito de peluche.
—Oh, ¡qué bonito! —dice—, gracias.
Después ninguno de los dos sabe qué decir.
—Bueno —dice finalmente Joaquín—, tengo que irme. He salido por la ventana y no quiero que se den cuenta en mi casa.
Joaquín vive en un piso bajo y justo debajo de su ventana hay un banco, por lo que es muy fácil saltar afuera. Ya lo ha hecho un par de veces, sólo por divertirse. Ahora está contento de haber tenido práctica.
—Tengo que irme —repite de nuevo.
—Sí —dice Andrea, que se siente muy contenta pero no sabe cómo demostrarlo. Finalmente dice—: Siento mucho, lo de la pistola, no quise hacerlo.
—Está bien, no te preocupes —contesta él—, además mi padre ha dicho que las pistolas son artefactos estúpidos.
—Hasta mañana —dice y se marcha.
—Hasta mañana —dice Andrea bajito para sí misma, puesto que Joaquín se ha ido y ya no le oye.