Monika Sperr
Y tú ¿qué me regalas?
Cuando Claudia cumplió ocho años, tenía su habitación como si fuera una pequeña tienda de juguetes. De pie y sentadas podían contarse más de cuarenta muñecas diferentes y toda clase de animales de trapo de todos los tamaños. Había ositos grandes y pequeños, tiendecitas completas, cajas de construcciones, juegos de palabras y rompecabezas. Uno podía extasiarse con trenes de madera y de metal, coches de carreras, libros de cuentos y discos. Y también una televisión. En realidad no quedaba nada que no tuviera Claudia.
Por eso, a los niños que venían a visitarla no se les ocurría ningún regalo. Pero, como al mismo tiempo, sin regalo no se podía visitar a Claudia, cada vez eran más los niños que se alejaban de ella. Pedro, su vecino, fue el primero que un día no pudo soportar más que Claudia preguntara en cada una de sus visitas:
—Y tú, ¿qué me regalas?
Encima, no se podía jugar con ella a nada. Claudia tomaba el regalo, lo miraba brevemente y lo depositaba en la estantería. ¡Para siempre!
Y allí estaba Claudia sentada mientras esperaba el próximo regalo. Le gustaba enseñar su habitación a los visitantes y disfrutaba cuando exclamaban maravillados:
—¡Oh, Claudia, cuántas cosas tienes!
Pero los visitantes no podían tocar nada. Así que Pedro no volvió.
En su cumpleaños, sin embargo, estaba sola sentada a la mesa decorada y esperaba los regalos que seguramente le traerían. Había invitado a media clase. Entró su madre en la habitación y dijo:
—Parece que no viene ninguno. ¿Les has dicho la fecha correcta?
Claudia se puso furiosa.
—Claro que sí —gritó—, les invité ayer para que vinieran hoy, y ahora no vienen.
—Podrías ir a buscar a Pedro —expresó la madre.
—¿Tú crees? —preguntó Claudia. La madre asintió. Así que Claudia corrió a buscar a Pedro.
—¿Te gustaría celebrar conmigo mi cumpleaños? —preguntó.
—Pero, no te he comprado nada —refunfuñó Pedro.
—Ah, tú me has regalado ya muchas cosas —dijo Claudia haciendo un gesto con la mano— más que suficiente.
—Bueno, si es así… —dijo Pedro indeciso.
—Entonces —Claudia le interrumpió con vehemencia— hay pastel, ¡un gran pastel!
Fue su cumpleaños más hermoso. Y desde entonces, rara vez pidió más regalos, casi nunca en realidad.