Ilse van Heyst
Tobi, el mono capuchino

Marta conocía muy bien a muchos animales. Ellos, sin embargo, no la conocían. Con una excepción, Tobi, el pequeño mono capuchino de la capucha negra la conocía. Solamente con descubrirla de lejos entre la multitud comenzaba a silbar de forma penetrante y se agarraba con manos y pies a la tela metálica de la jaula. La reconocía y la esperaba. Cuando finalmente estaba ante la jaula, hacía sonar Tobi gritos de alegría y la demostraba todas sus habilidades gimnásticas. Lo más divertido era cuando colgaba cabeza abajo, sujeto solamente con su cola mientras se balanceaba de un lado a otro y silbaba bajito al mismo tiempo. Su pequeño rostro, tan parecido al humano, estaba siempre vuelto a ella.

Un día Marta trajo algo para él; un pequeño aro de goma de colores. Debía darse cuenta de que había pensado en él. Tobi tomó el aro, lo observó, lo chupó, escupió después, lo lanzo hacía lo alto, lo cogió al vuelo y se lo puso en la cabeza. Y el juego comenzó de nuevo por el principio, una y otra vez.

Marta le miraba divertida. Finalmente tuvo que volver a casa. Se volvía con frecuencia para despedirse con la mano. Tobi estaba en los más alto de la tela metálica y le miraba largo, largo tiempo, hasta que no la podía reconocer en la distancia.