Ursel Scheffler
Simbad el león

El león Simbad no conoce el desierto ni las palmeras, porque ha nacido en el circo. Nicole, la hija del domador, le ha criado dándole el biberón. Simbad es un león muy pacífico. Lo que más le gusta es tumbarse en la alfombra de la cama de Nicole y dejarse rascar la piel. Además, prefiere las nueces y los pasteles de manzana a la carne cruda. Y cuando está tumbado en la jaula con la cabeza entre las patas, ríe. Por lo menos eso es lo que asegura Nicole.

Pero los leones del circo no deben reír. Tienen que rugir y resoplar. Tienen que parecer peligrosos para que a los espectadores se les ponga carne de gallina.

—Esto no puede seguir así —dice el director del circo—, todos los leones rugen, todos menos Simbad. Tiene que aprender, que ya tiene edad para ello.

El director ordena que se hagan prácticas de rugido con Simbad todas las mañanas de nueve a once. Para eso se escoge a todos aquellos que mejor rugen en el circo, el presentador, el vendedor de los helados y el que hace las rifas. Pero pronto están todos roncos. ¿Simbad? Éste ríe siempre detrás de los barrotes de su jaula. Finalmente lo intentan con las focas, con los monos chillones y con los estridentes papagayos. Pero todo en vano. A Simbad no se le ocurre ni por lo más remoto empezar a rugir. Él sigue allí tumbado y escucha todo con asombro.

El director invita a dos clases del colegio a asistir a la función gratis, si antes pasan una hora delante de la jaula de Simbad chillando y rugiendo. ¡Eso sí resulta un vocerío! El director casi no puede soportarlo y metiéndose los dedos en las orejas, grita desesperado:

—¿Por qué no ruges, Simbad?

Pero éste no hace más que mirarle con tristeza.

—No tiene sentido —suspira el director—, no aprenderá nunca.

Y sucede que en un momento hay tal silencio delante de la jaula, que se puede oír caer un alfiler al suelo. Se oye un rugido largo y airado.

—¡Ha rugido! —grita el director con alegría.

—Sí, ha rugido —dice Nicole—, yo he entendido lo que ha dicho.

—¿Y qué ha dicho? —pregunta el director.

—Por fin habéis conseguido estropearme el buen humor con vuestro estúpido vocerío —eso ha dicho.