
Anna Müller-Tannewitz
La liebre en el seto
Jorge y Cristina entran al jardín. Quieren ir al prado que hay detrás, a construir un muñeco de nieve. De repente Jorge se detiene.
—¿No oyes? —pregunta. Cristina escucha. Se oye un gemido en el seto.
—Cua, cua, cua.
Cruzan el prado hacía allí. El ruido se hace más fuerte. Ahora ven algo de color marrón amarillo en un agujero del seto. Una liebre. Está allí tumbada. Los niños se acercan con cuidado.
—¿Por qué no escapa? —pregunta Crista.
Jorge entorna un poco los ojos para ver mejor.
Ay, la pobre liebre ha caído en un lazo. Se inclinan sobre el animal. Tiene alrededor del vientre una cuerda tensada. Intentan aflojar el lazo, pero no lo consiguen. Jorge dice: —Voy a casa a buscar las tijeras de papá—, y ya está corriendo.
Cristina, mientras, observa la liebre que ahora está inmóvil. Ya no hace ningún ruido. Por fin vuelve Jorge. Con precaución pasa las tijeras por debajo de la cuerda y, zas, la corta en dos.
La liebre se mueve, luego da un salto y desaparece en una nube de nieve.
Los niños la siguen con la mirada. Entonces se siente una voz airada:
—¿Qué hacéis aquí?
Un hombre viene a lo largo de la cerca del seto; ve las tijeras en la mano de Jorge.
—¡Tú, granuja! ¿Cómo te atreves a cortarme el lazo? ¡Espera! —y levanta amenazador la mano.
Jorge y Cristina dan la vuelta y corren tan deprisa como la liebre. Luego en casa, el padre les dice:
—¡Habéis hecho bien! ¡Está prohibido poner lazos!