Mirjam
Pressler
La tarta
Florián está en Viena, en casa de su abuela. Pero las vacaciones se acaban. Su abuela quiere ir con él de vuelta a Múnich. Echa de menos a su hija, la mamá de Florián. Y seis horas de tren es mucho para que un niño viaje solo, y además al extranjero.
La abuela ha estado haciendo la maleta durante dos días. Florián empaqueta sus cosas el último día y la mochila resulta pequeña.
—Quizás ha encogido con la lluvia —dice. La abuela tiene otra opinión y habla de la colección de juguetes, de los dos libros, de las pinturas de acuarela, de los juegos de cartas…
—Vale, vale —dice Florián—, ya te comprendo.
La abuela mete la colección de juguetes en su bolso de viaje. Ya están listos.
En el camino a la estación la abuela compra una tarta de Sacher, característica de Viena.
—Es para mi yerno de Múnich, que le gusta mucho —le dice a la vendedora. La vendedora ríe y empaqueta la tarta en una caja de cartón. Florián se da cuenta de que ésta no es especialmente fuerte, cuando su abuela tropieza con él en la puerta de salida y se arruga. La abuela deja su bolso en el suelo, levanta la tapa y mira dentro de la caja.
—Ha habido suerte —le dice a la vendedora, que ha venido rodeando el mostrador a mantenerles la puerta abierta.
La plaza de la estación está atestada de gente. Un hombre pasea un perro enorme. El animal levanta la cabeza olfateando en el momento en que ellos pasan a su lado. De pronto, da un salto y apoya las patas en el pecho de la abuela. Ésta chilla asustada y deja caer el bolso de viaje, pero no la caja con la tarta. El perro ha aplastado con las patas un poco el borde de la caja. El dueño del perro lo aparta de la abuela y se disculpa avergonzado. También Florián está un poco avergonzado de tener una abuela que chilla de tal forma.
—Hay una tarta de Sacher —explica la abuela al dueño del perro—, para mi yerno de Múnich.
Algo bueno resulta de este hecho. El hombre lleva el bolso de viaje de la abuela hasta el tren y Florián puede acariciar al perro.
Han venido con suficiente tiempo, y así encuentran aún dos asientos de ventanilla. La abuela deposita la caja con la tarta en la red de equipajes. Florián saca su nuevo juego de cartas y juegan al mau-mau. Entra un hombre grueso que levanta su maleta.
—¡Cuidado con mi tarta! —grita asustada la abuela.
—No creerá Vd. que voy a poner mi maleta sobre la caja —dice el hombre. Después se sienta y abre un periódico. Dos mujeres entran en el compartimento. La abuela recomienda cuidado de nuevo. Cuando el tren se pone lentamente en marcha, viene un joven. Por suerte no trae ninguna maleta grande, sólo una cartera de documentos, por lo que la abuela esta vez no tiene nada que decir.
Viajan a través de campos verdes, dejan atrás montañas y campos verdes. En la frontera viene un agente de uniforme y pregunta si tienen algo que declarar. —No —dice la abuela de Florián—, sólo tengo esta tarta de Sacher para mi yerno ¿Vd. me comprende?
El hombre de uniforme sonríe. Los demás viajeros del compartimento sonríen también.
Florián deja que su abuela le lea un cuento y todo el departamento escucha también. Llega el momento en que Florián se cansa de escuchar lo que otro lee. Prefiere leer él mismo, o sencillamente mirar por la ventana. Finalmente llegan a Múnich. Los padres de Florián esperan en la estación. El padre coloca el equipaje en el maletero del coche.
—¡Ay, qué cabeza! ¡Al final la he olvidado! —exclama la abuela y corre de vuelta al andén. Florián corre detrás. Por suerte está allí todavía el tren y la caja con la tarta.
Van en el coche a casa. ¡Qué bonito cuando uno conoce todas las casas que hay en la calle! —piensa Florián—. Y Benjamín ¿habrá vuelto también?
La madre abre la puerta de la casa y cede el paso a la abuela. Ésta tropieza en el umbral.
—¡Cuidado! —grita Florián. Pero es demasiado tarde, la abuela vacila y cae al suelo. Asustados, Florián, padre y madre tiran de la abuela hasta que está nuevamente en pie. No ha pasado nada, no tienen por qué asustarse. Solo la caja está aplastada.
Algo más tarde están todos sentados alrededor de la mesa con una cuchara en la mano. Hay puré de tarta Sacher, directamente de la caja de cartón.
—Volver a casa es casi más bonito que partir —dice Florián.