Irina Korschunow
Cazar al ladrón
Me llamo Andi y mi hermano se llama Tomás. Hace cinco meses que nos hemos mudado a nuestra nueva casa. La calle donde está, tiene árboles. En la calle hay sólo casas pequeñas para una o dos familias y en un par de ellas, durante las vacaciones, han entrado los ladrones y se han llevado muchas cosas.
—Los granujas tienen conocimiento exacto de quién se ha marchado de viaje —dijo mi padre—. Durante el día observan, toman nota y por la noche fuerzan las puertas. Bueno, y aquí no vienen, porque estamos nosotros.
Es cierto. Nuestra nueva casa ha costado tanto, que por lo menos en cinco años no podremos irnos de vacaciones. Así que en verano tenemos que quedarnos en casa, solos, puesto que todos nuestros amigos han partido. A veces no sabemos qué hacer. Por aquel tiempo sucedió lo de los robos, y a Tomás se le ocurrió que podíamos dedicarnos a cazar un ladrón.
—En la televisión había una vez una película en la que unos niños atraparon un ladrón y recibieron una gran recompensa.
—Tonterías —dije yo al principio. Pero mi hermano tiene una cabeza de cemento y cuando se le mete algo dentro no hay forma de hacer que lo olvide. A todo trance, tenía que cazar un ladrón.
Así que nos escondimos detrás del garaje a vigilar la calle. De momento no pasó absolutamente nada. Ya quería marcharme a seguir construyendo mi modelo de barco, cuando Tomás me señaló un punto.
—¡Allí!, ¡al otro lado! —dijo en voz baja—. El hombre con el anorak azul que llama en el número 23. En el 19 y en el 21 también ha llamado antes. Dime ¿por qué esta rondando alrededor de las casas?
—No tengo idea —contesté.
—Porque quiere estar seguro de que los dueños están ausentes y no hay nadie en la casa —continuó Tomás—. En el 23 no hay nadie, y ahora llama también en el 25.
Efectivamente, el hombre estaba ya ante la puerta del jardín siguiente.
—¡Es un ladrón! —susurró Tomás—, ¡un delincuente!
—¡Corre! Vamos a la gasolinera. Tenemos que llamar a la policía. —Estaba tan nervioso que al llegar al surtidor tropezó y cayó—. ¡Tenemos al ladrón! —gritó. Pero el encargado del surtidor no tenía prisa en telefonear a la policía.
Vamos con calma —dijo—. Primero tengo que echar una ojeada a tal ladrón.
—¡Allí, al otro lado! —dijo Tomás—. ¡Allí está!
Ahora se dirige a la siguiente casa.
El encargado comienza a reír.
—¿Aquél de allí? —dice—. Es el hombre del gas, que tiene que controlar las cocinas. Por eso va de casa en casa.
Tomás se pone furioso y maldice en voz baja. El hombre ríe más fuerte y dice:
—Vosotros veis muchas películas y luego encontráis fantasmas por todas partes.
Tomás se aleja corriendo, y yo le sigo más despacio. Cuando llego a casa, está sentado detrás del garaje.
—No sé porque se ríe tan tontamente —dice—. En la ciudad hay suficientes ladrones y tal vez podamos cazar uno.
Bueno, así están las cosas.