Cordula Tollmien
Simón

En realidad Simón no se llama Simón, sino Marco. Bueno, también se llama Simón. Es su segundo nombre. Marco Simón, éste es su verdadero nombre. Pero en su clase hay otros dos chicos que se llaman Marco; por eso, desde el principio la maestra le llamó Marco Simón. Como es muy incómodo decir siempre dos nombres cuando se trata sólo de un chico, la maestra empezó a llamarle Simón a secas, pero sólo de vez en cuando; ahora ya ha olvidado que en realidad se llama Marco.

Al principio, le molestó, pero ya se ha acostumbrado. Los demás de su clase también le llaman Simón, pero en casa sigue llamándose Marco.

—Es que tengo dos nombres —dice Marco a su madre, que se siente molesta cuando los amigos le llaman Simón—. Uno para el colegio y otro para casa, y a mí me gustan los dos.

—Está bien —dice la madre—, tú eres el que tiene que vivir con ello y no yo. Ya no se puede cambiar, pero para mí, sigues siendo Marco.

—¡Claro! —dice Marco, que de repente sale corriendo; fuera, uno de sus amigos está gritando «Simón». Le esperan para jugar un partido de fútbol.

—¡Alto —llama la madre—, quieto aquí!

Simón estaba ya casi en la puerta, y vuelve despacio junto a su madre; está imaginando lo que le va a decir, que tiene que hacer primero los deberes antes de ir a jugar. Todas las tardes la misma historia.

—Ven aquí, Marco —dice la madre—, tengo que hablar contigo. Se trata de los deberes.

—Me lo temía —piensa Marco.

—He estado pensando un poco en este asunto; cuando nos sentamos juntos, siempre acabamos discutiendo. Me pone furiosa que no puedas estar un minuto sentado sin moverte.

Marco mira al suelo sin decir nada.

—Mírame —dice la madre—. Hoy no quiero regañarte, pero tú mismo sabes cuál es el problema. He hablado con tu profesora, y me ha dicho que quizá sería bueno que hicieras los deberes con alguien que te ayudara.

Marco se sobresalta, pero antes de que pueda decir una palabra, su madre sigue hablando.

—Por eso le he preguntado a Angélica si le importaría ayudarte a hacer los deberes, y ha aceptado —dice, mirándole esperanzada—. Bueno, ¿qué te parece?

—Angélica, la que vive aquí al lado, la conozco —dice Marco—. La madre ríe, —es cierto, la conoces, pero seguro que no muy bien, o por lo menos no tan bien como yo—. Naturalmente, tiene razón la madre, pero Marco está contento de conocerla un poco. —Hala, muévete, coge tus cosas y ve a su casa.

—¿Ahora? —pregunta Marco, un poco asustado.

—Claro, ahora, ¿o es que no tienes deberes?

—Sí que tengo.

—Pues entonces, ¡hala!, ¡adelante!

Marco sale, sus amigos están ya jugando y él les dice que llegará más tarde. Ellos observan con curiosidad cómo se dirige a la casa de Angélica y llama al timbre.

Marco se siente bastante incómodo. AI fin y al cabo, Angélica tiene dieciséis años y él solo ocho. Se le ocurre de pronto que en realidad no la conoce; la ha visto de lejos un par de veces. Lleva muy poco tiempo esperando cuando Angélica abre la puerta.

—Hola, Simón —dice sonriéndole. Simón quiere decir «hola, Angélica», pero no le sale ningún sonido de la garganta.

—Pasa, Simón ¿o prefieres que te llame Marco? —dice Angélica. Simón niega con la cabeza.

—De acuerdo —continúa ella—, a mí también me gusta más Simón; es un nombre especial. Simón sigue sin decir nada, pero desde ese momento piensa que Simón es un nombre más bonito que Marco. En realidad, mucho más bonito.

Se dirigen al salón y Simón se sienta en la silla que Angélica le señala junto a la mesa redonda. Le sonríe de nuevo y dice:

—Vamos a empezar.

Simón abre el cuaderno y le enseña los deberes que tiene que hacer.

—Bien, adelante —dice Angélica. Él poniendo mucho interés, porque esta vez quiere hacerlo especialmente bien. Angélica le observa por encima del hombro. Eso le pone un poco nervioso, pero también le gusta. Simón no ha hecho el rasgo de la f suficientemente largo hacia abajo, y ella se inclina sobre él para ayudarle. Se da cuenta de lo bien que huele su perfume.

Cuando llegan a la aritmética, Angélica empieza explicándoselo todo, y por eso él termina muy rápidamente. Le acompaña hasta la puerta y dice «hasta mañana». Simón asiente. Su madre está en el jardín y cuando le ve pregunta:

—¿Y bien? ¿Cómo te ha ido?

—Bien —dice, nada más; pero en realidad lo ha encontrado muy bonito.

Desde entonces, Simón va todas las tardes a casa de Angélica. Su madre se asombra al ver que inmediatamente después de comer corre hacia allí, pero se alegra. Cuando antes de salir se pone una camisa limpia y hasta se peina, le mira de una forma un poco cómica, pero, afortunadamente, no dice nada.

Con Angélica, Simón termina casi siempre sus deberes rápidamente. Le parece que no son tan difíciles como antes. La redacción, en general, también se le da mejor que antes. Y en un problema de aritmética Simón ha notado que Angélica se ha equivocado y se lo ha dicho. Ella se rio y dijo:

—Ves, dentro de poco dejarás de necesitarme.

Casi siempre, después de terminar los deberes, se queda un rato y charlan. Cuando los padres de Angélica no están, escuchan alguno de los discos que ella tiene. Como hoy hace tan buen tiempo, hacen los deberes en el jardín. A Simón no le importa que le puedan ver todos desde la calle Cuando han terminado los deberes, los dos dibujan. De repente, un golpe de viento se lleva volando el dibujo de Angélica. Corren detrás, pero es inútil; corren de un lado para otro, pero los remolinos de viento lo alejan cada vez más, hasta que lo pierden de vista. Mientras corren se ríen, porque ven que el papel se les escapa siempre. Ahora están sin aliento; se tumban en la hierba a descansar. ¡Es tan bonito correr y reír! Pero Simón también esta triste porque ya no tiene el dibujo. Angélica le había dicho que estaba pintando un poni y a Simón cabalgando encima, y que iba a regalar el dibujo.

Hace tiempo que Simón tiene la intención de preguntarle a Angélica si quiere que la invite a tomar un helado, pero hasta ahora no se ha atrevido. Cuando finalmente se decide, resulta más fácil de lo que él pensaba.

—Claro que me gustaría un helado —dice Angélica.

Se ponen en camino. Sus amigos están en la calle y juegan al fútbol. Como era de temer, uno de ellos le da a Angélica un pelotazo. Simón se pone furioso y quiere lanzarse sobre el autor del disparo, pero Angélica le sujeta del brazo.

—Ah, déjalo, no me ha hecho daño —dice. Después, devuelve la pelota de una volea y Simón se da cuenta de que sus amigos están impresionados. Porque, la verdad, ha sido un buen disparo… Cuando él le da el helado, ella dice sencillamente, «gracias».

Al regresar, Simón se siente muy orgulloso. En los exámenes siguientes le ponen un ocho en matemáticas y un nueve en el dictado. Ni él mismo se lo cree. Durante la cena, su madre dice de pronto:

—Escucha Marco, estoy muy contenta con tus notas. Ha sido muy buena idea que estudiaras con Angélica, pero me parece que ya no necesitas ayuda. He hablado con ella, y desde mañana no tienes que ir más allí; ya puedes empezar a hacer solo los deberes.

Simón salta de la silla. Está furioso y triste.

—¡Eres mala! —le grita a su madre—, todo me lo estropeas, pero te vas a enterar de lo que tienes. Me casaré con ella y así me ayudará siempre. Además, me llamo Simón, a ver si te enteras de una vez! —y sale corriendo de la habitación. En realidad no quería haberle dicho eso a su madre, pero se le ha escapado sin saber cómo.

Simón se tumba en la cama, y de buena gana lloraría a gritos, pero no lo hace. Un cuarto de hora más tarde viene su madre; le trae el resto de la cena y se sienta en la cama junto a él.

—Escucha —dice cariñosamente—, tú eres mucho más joven que Angélica.

—¡Y qué importa! —contesta Simón—. Tú también eres mayor que papá, y además pronto voy a cumplir nueve años.

—Tienes razón —dice ella finalmente—. ¿Qué te parece si desde ahora vas una vez por semana a ver a Angélica? Sólo por precaución, por si no puedes hacerlo todo solo.

—Estupendo —dice Simón, dándole un beso a su madre. Al mismo tiempo piensa que su madre no es mala, sino maravillosa, casi tan maravillosa como Angélica.