Gina Ruck-Pauquèt
El aguzanieves

—¡Mamá, ven de prisa! —gritaba Irene—. ¡Blue tiene un pájaro en la boca!

La madre salió corriendo de la cocina. Del susto, el gato Blue dejó caer su botín.

—¡Está herido! —chillaba Irene—, pobre pájaro ¿qué podemos hacer? Cuando la madre cubrió al pájaro con el paño de cocina, el gato se alejó aburrido. Tenía que buscarse un nuevo juego.

—Ve a la cueva a buscar la jaula —dijo la madre y aclaró—: Es un aguzanieves.

Los aguzanieves vivían donde está el pequeño estanque. A veces cruzaban la calle dando saltitos, piando algo que sonaba así como zipp y moviendo la cola arriba y abajo. Irene esparció arena en el suelo de la jaula y rellenó el cacharrito del agua.

—¿Vamos a comprar comida? —preguntó.

—¡Sí! —dijo la madre—. Pero no te hagas demasiadas ilusiones. Ya sabes que cuando un gato coge un pájaro, éste casi siempre muere Éste tiene por los menos las alas partidas.

—Blue es malo —dijo Irene.

—No —replicó la madre—. Blue es un gato. Casi todos los animales viven de matar a otros.

Colgaron la jaula con el aguzanieves dentro en la pared de la casa.

—¡Vive todavía! —gritó Irene, cuando a la mañana siguiente fue a verle al jardín, y el aguzanieves vivía por la tarde y también al día siguiente. Piaba con su zipp, zipp, picaba en la comida de insectos y tenía buen aspecto. Pero en las alas había algo que no estaba bien.

Poco antes de que Irene y su mamá se marcharan de visita a la cuidad vecina, vino la abuela a casa.

—Aquí está la comida del pájaro —le explicaron—, y aquí el hígado de vaca para Blue.

La abuela siguió las instrucciones correctamente. Pero por la tarde quiso renovar el agua de la jaula. Apenas abrió la puertecita ¡zas! ya estaba fuera el aguzanieves. Aleteando de costado y bajito se puso en la hierba.

—Espera —gritó la abuela corriendo detrás.

Todavía un poco inseguro, partió de nuevo el pájaro con fuerte aleteo y se posó en lo más alto del cerezo. Unos minutos más tarde regresaron Irene y la madre. Vieron a la abuela sentada en la rama más baja del árbol con aspecto desesperado. El aguzanieves, desde lo alto la observaba.

—¡Cógele! —gritó Irene—. ¡No puede volar todavía!

—¡Psst! —dijo la madre—, ¡mira!

El aguzanieves se elevó en el aire, aleteó un poco y volando de costado con sus alas aun no restablecidas, se alejó en el cielo azul.