18
EL PLANETA PRISIÓN

En ese momento fueron rodeados por una docena de hombres. Vestían uniformes ajustados, color bosta, y tenían ojos al tono. Los ojos parecían cubiertos por un alero semiopaco. Esto se debía a que esos ojos habían visto demasiado y habían creado un escudo protector. O así le pareció a Simón en medio de su intoxicación. A veces un borracho tiene relámpagos de percepción, aunque después no los recuerde.

—¿Qué pasa, oficiales? —preguntó.

—Ustedes dos quedan arrestados.

—¿Acusado de qué? —protestó Chworktap con voz sonora. No los miró. Estaba estimando la distancia hasta la nave. Pero Simón y sus dos mascotas no estaban en condiciones de correr. Por otra parte, el perro y la lechuza ya estaban bajo custodia; otros hombres los colocaban en una jaula con ruedas. Simón no los abandonaría.

—Este hombre está acusado de crueldad con los animales —dijo el jefe—. Usted está acusada de fuga ilegal por su dueño, en Zelpst, y de robo de una aeronave.

Chworktap explotó. Más tarde explicó a Simón que quería llegar hasta la aeronave, por sí sola, y usarla para perseguir a los policías y alejarlos mientras Simón colocaba a las mascotas a bordo. En ese momento no tenía tiempo para explicaciones. Un golpe con el borde de la mano contra una garganta, un puntapié en los testículos, los dedos rígidos que penetraron en una panza blanda de licor y de comida, otro puntapié en las rodillas y un codo en el pescuezo, y Chworktap ya estaba corriendo. El jefe, sin embargo, era un veterano que rara vez perdía la calma. Se apartó de esa zona de furiosa actividad, y cuando Chworktap corría, demasiado rápida para ser alcanzada, extrajo su revólver. Un momento después Chworktap caía con un balazo en la pierna.

Se presentaron acusaciones adicionales. Resistirse al arresto y herir a los oficiales de la ley era un delito serio. Aunque no se había movido durante la pelea ni la fuga, Simón fue acusado como cómplice, antes, durante y después del hecho. No le ayudó en lo más mínimo que él no tuviera la menor idea de que Chworktap pensara atacar ni de que tampoco la hubiera ayudado. No haber ayudado a los oficiales de la ley equivalía a la ayuda a Chworktap.

Después que la herida de Chworktap fue atendida, los dos visitantes y sus mascotas fueron llevados a un juzgado nocturno, estuvieron de pie ante un juez durante cuatro minutos y después fueron llevados a un largo paseo. Al final fueron sacados del camión acolchado, frente a un inmenso edificio. Era de piedra y cemento, con diez pisos de altura y cuatrocientos metros de lado. Se utilizaba para retener a gente que esperaba ser juzgada. Fueron ingresados, se les tomaron impresiones digitales, fueron fotografiados, desnudados, bañados y llevados a una habitación donde se procedió al examen médico. Un médico sondeó además sus anos y la vagina de Chworktap, buscando armas escondidas o drogas. Luego fueron transportados en un ascensor hasta el piso superior, donde los cuatro juntos quedaron en una celda. Era un cuarto de tres metros por seis, con altura de poco más de dos metros. Tenía una cama grande y confortable, varias sillas mullidas, una mesa con un jarrón de flores frescas, una nevera en la que había carne fría, pan, mantequilla, cerveza; además había un lavabo, un retrete, un grupo de revistas y de libros, un tocadiscos, algunos discos, una radio, un teléfono.

«No está mal», pensó Simón cuando la puerta de hierro se cerró detrás de él.

La cama estaba llena de pulgas; las sillas escondían varias familias de ratones; las flores, el alimento y la cerveza eran de plástico; las canillas daban sólo agua helada; el retrete desaguaba mal; las revisas y libros sólo tenían páginas en blanco; el tocadiscos y la radio eran cajones vacíos; el teléfono sólo podía ser usado en casos de emergencia.

—¿Y esto? —protestó Simón a un guardia.

—El Estado no puede pagar por las cosas auténticas —explicó el guardia—. Las falsas están ahí para levantar el ánimo.

La Sociedad local para la Prevención de la Crueldad con los Animales había acusado a Simón de convertir en alcohólicos a sus mascotas. El amo de Chworktap en Zelpst estaba procurando conseguir su extradición.

—Puedo ganar fácilmente el caso —opinó Simón—. Nunca di a los animales un solo trago. Fueron los parroquianos del bar, esos vagabundos.

—Puedo ganar mi caso en pocos minutos —anunció Chworktap. Parecía satisfecha.

No existía probabilidad de que fuera declarada inocente en las acusaciones sobre la resistencia a la autoridad y la fuga. Pero Chworktap estaba segura de que podía alegar circunstancias atenuantes y terminar con una condena ligera o en suspenso.

—Si la justicia es tan lenta aquí como en la Tierra —pronosticó Simón—, tendremos que aguantarnos en este agujero durante un mes por lo menos.

En realidad, fueron ciento cuarenta años.

Habrían sido más si Chworktap y Simón no hubieran sido casos especiales.

El atraso de los juzgados se debía básicamente a un motivo. Era una ley que requería que un prisionero estuviera completamente rehabilitado antes de ser puesto en libertad. Un motivo secundario, tan importante como el primero, era el estricto acatamiento a las leyes. En la Tierra, la policía dejaba pasar un montón de cosas por no considerarlas bastante importantes. Arrestar a todo el que escupiera en las aceras o desobedeciera las leyes del tránsito o cometiera adulterio, significaría arrestar a toda la población. No había policía suficiente para ello, y aunque existiera tampoco habría procedido. Habría estado atada con una increíble cantidad de papeleo.

Los goolgeases, en cambio, pensaban de modo diferente. ¿De qué servía tener leyes si no se aplicaban? ¿Y de qué servía aplicarlas si el acusado terminaba con una ligera sentencia? Por otra parte, para proteger al acusado de sí mismo, a nadie se le permitía declararse culpable. Esto suponía que hasta las violaciones por estacionamiento indebido debían ser debatidas en el juzgado.

Cuando Simón entró en la cárcel, un octavo de la población estaba entre rejas y otro octavo se componía de guardias y administración de la prisión. La policía integraba otro octavo. Los impuestos que respaldaban al departamento de Justicia y a las instituciones penales eran enormes. Lo que era aún peor, una persona podía ir a la cárcel si no podía pagar sus impuestos, y muchos no podían. Cuanto más gente caía presa por no pagar los impuestos, más grande era el peso sobre los que habían quedado fuera.

—Después de todo, algo hay que decir a favor de la indiferencia hacia la Justicia —opinó Simón.

El sistema económico estaba afectado cuando Simón cayó en custodia. Cuando su juicio se produjo, ya estaba quebrado. Esto se debía a que las empresas mayores habían colocado sus industrias en las prisiones, donde podrían conseguir empleados baratos. Las industrias de la prisión habían financiado las campañas de ambos candidatos a la presidencia, igual que en el Senado, para asegurarse que el sistema continuaría. Este hecho fue después denunciado, y el presidente, los senadores entrantes y los dueños de muchas compañías fueron a la cárcel. Pero el nuevo presidente también estaba cobrando sobornos. Al menos, todos lo creían así.

Entretanto, Simón y Chworktap no se estaban llevando bien. Excepto por una hora de gimnasia en el patio, nunca hablaban con otros. Estar solos en una luna de miel está muy bien para una pareja. Pero si eso se prolonga más de una semana, la pareja comienza a alterarse los nervios. Además, Simón tenía que consolarse con el banjo y esto provocaba que «Anubis» aullara y que la lechuza sufriera de diarrea. Chworktap se quejaba amargamente del lío resultante.

A los tres años, otra pareja fue llevada a vivir con ellos. Esto no se debía a que las autoridades de la prisión tuvieran lástima por su condición y quisieran darles compañía. Las prisiones estaban superpobladas. Durante la primera semana, Simón y Chworktap estuvieron encantados. Tenían alguien con quien hablar y esto ayudaba a su propia relación mutua. Después los otros dos, que discutían mucho entre sí, les atacaron los nervios. Además, Sinwang y Cooprut podían hablar solamente de deporte, caza, pesca y las nuevas modas. Y Sinwang podía aguantar la cercanía de un perro tanto como Chworktap podía tolerar la de un pájaro.

A los cinco años, otra familia se mudó también allí. Esto alivió las tensiones por un tiempo, aunque las condiciones ambientales fueron de mayor estrechez. Los recién llegados eran un hombre, su esposa y tres hijos, de ocho, cinco y un año de edad. Tanto Boodmed como Shasha eran profesores universitarios y así podían ser gente interesante con quienes conversar. Pero Boodmed era instructor en electrónica y sólo se interesaba en la ingeniería y en el sexo. Shasa era médico. Igual que su marido, sólo se interesaba en su profesión y en el sexo, y no leía nada excepto revistas médicas y el equivalente en Goolgeas del Reader’s Digest. Sus hijos carecían de casi toda disciplina, lo que irritaba a todos. Asimismo, la convivencia interfería con la vida sexual de todos.

Era un lío.

Simón era el prisionero más afortunado. Había descubierto que lo que antes era una desventaja se había convertido en un beneficio. Podía retraerse dentro de sí mismo y hablar con sus antepasados. Sus favoritos eran Ooloogoo, un subhumano que había vivido dos millones de años antes de Cristo; Christopher Smart, poeta loco del siglo XVIII; Li-Po, un poeta chino del siglo VIII; Heráclito y Diógenes, antiguos filósofos griegos; Nell Gwynn, amante de Carlos II; Pierre l’Ivrogne, un peluquero francés del siglo XVI que tenía una cantidad inagotable de chistes verdes; Botticelli, pintor italiano de los siglos XIV y XV; y Apeles, pintor griego del siglo IV antes de Cristo.

Botticelli quedó encantado cuando vio a Chworktap a través de los ojos de Simón. «Parece exactamente la mujer que posó para mi Nacimiento de Venus», dijo. «¿Cómo se llamaba? Bueno, de cualquier modo, era una buena modelo y un excelente pedazo de cola. Pero esta Chworktap es su hermana melliza, excepto que es más alta, más hermosa y tiene mejor cuerpo.»

Apeles era el mayor pintor de la antigüedad. Fue también el hombre que pintó Afrodita Anadyomene, la diosa del amor que emergía de las aguas. Esta obra se había perdido en su época, pero Botticelli basó su cuadro en Apeles, partiendo de una descripción existente.

Simón los presentó entre sí, y se llevaron bien al principio, aunque Apeles miraba a Botticelli con aire de superioridad. Apeles estaba convencido de que ningún bárbaro italiano podría igualar a un griego en pintura. Entonces un día Simón proyectó un cuadro mental de la pintura de Botticelli dentro de su cabeza, para que Apeles pudiera verla. Apeles se enojó muchísimo y gritó que el cuadro de Botticelli no se parecía en nada al suyo original. El bárbaro había hecho una parodia de su obra maestra y no era siquiera una buena parodia. La concepción era atroz, el diseño estaba equivocado, los colores eran una chapucería, etcétera.

Ambos pintores se retiraron a sus células a masticar sus enojos.

Simón se sintió mal con esa discusión, pero aprendió algo de ella. Si quería librarse de sus antepasados por un rato, sólo necesitaba inducirlos a una discusión. Esto era especialmente fácil de hacer con sus padres.

Cuando él era una criatura, su padre y su madre se ocuparon poco de él. Había sido criado por una sucesión de gobernantas, la mayoría de las cuales no habían durado mucho porque la madre sospechaba que el padre las seducía a todas. Tenía razón en un cien por ciento. El resultado es que Simón no tuvo imágenes permanentes de padre y madre. En lo que se refiere a padres, era un huérfano. Y cuando creció y se hizo un nombre como músico, fue aún más rechazado por ellos. Pensaban que un intérprete del banjo era la más baja forma de vida en el planeta. Ahora, sin embargo, se enojaba cuando hablaba con otros antepasados y no con ellos. Y uno se enojaba cuando el otro recibía algo de su atención.

Lo que realmente estaban buscando era apoderarse de su cuerpo para poder vivir plenamente. Igual que los antepasados de la gente de Shaltoon, estaban gritando por obtener tiempo igual.

Una vez que dominó la técnica, tuvo pocos problemas. Cada vez que uno de sus padres conseguía quebrar su resistencia y comenzaba a gritarle, él abría la puerta del otro.

—¡Vete! ¡Yo estaba aquí antes! —gritaba entonces su padre o su madre.

—¡Vete tú, viejo chivo canalla!

O si no:

—¡Sal de aquí, vieja gorda!

—¡Yo estaba aquí primero! ¡Y además soy su madre!

—¡Buena madre! ¿Cuándo hiciste otra cosa que tirarle objetos por la cabeza?

Y así sucesivamente.

Si la discusión amainaba, Simón insertaba alguna opinión para comenzar la batalla otra vez.

Eventualmente, los dos salían del escenario y pegaban golpes figurados en las puertas de sus células. A Simón le gustaba eso. Les estaba retribuyendo las penurias que le hicieron pasar.

Lo malo de esta técnica es que le provocaba un terrible dolor de cabeza. Todas esas células enojadas en su cuerpo le hacían subir la presión.

Quizá, pensó, eso podría explicar los fuertes dolores de cabeza llamados migraña. Estaban provocados por antepasados que se peleaban entre sí.

Simón habló con cientos de reyes y generales, pero los encontró más bien repulsivos. De los filósofos, sólo Heráclito y Diógenes eran los que ofrecían algo que valiera la pena.

Heráclito había dicho: «No puedes cruzar dos veces el mismo río», y «El camino hacia arriba y el camino hacia abajo son el mismo» y «El carácter determina el destino». Estas tres citas eran más valiosas que un centenar de volúmenes enormes de Platón, Santo Tomás de Aquino, Kant, Hegel y Grubwitz.

Diógenes era el hombre que había vivido en un barril. Alejandro el Grande, después de haber conquistado al mundo entonces conocido, había llegado humildemente hasta Diógenes y le preguntó si había algo que pudiera hacer por él.

—Sí, puedes apartarte —dijo Diógenes—. Me estás quitando la luz del sol.

Sin embargo, el resto de la sabiduría de ambos filósofos era más bien una charla supersticiosa.

El día del juicio de Simón llegó al final de su quinto año en prisión. Se suponía que Chworktap debía haber sido juzgada el mismo día. Pero un empleado del juzgado había cometido un error en los expedientes, así que su juicio no llegó hasta un año después.

Bamhegruu, el fiscal viejo y amargado, pero brillante, formuló las acusaciones. El terrestre había permitido que sus mascotas se alcoholizaran, aunque sabía que se trataba de animales tontos que no podían protegerse a sí mismos. Era culpable de crueldad cómplice y debía sufrir todo el peso de la ley.

El abogado de Simón era el joven y brillante Repnosymar. Presentó la defensa de Simón, ya que a Simón mismo no se le permitía decir una sola palabra. La ley decía que un acusado no podía atestiguar personalmente. Estaba demasiado involucrado para ser un testigo confiable, y mentiría para salvar su pescuezo.

Repnosymar formuló un discurso largo, ingenioso, lacrimógeno y apasionado. Podía, empero, haber sido reducido a tres frases y probablemente debió serlo. Hasta Simón mismo se encontró cabeceando a ratos.

Esta fue su síntesis. Los animales, y hasta ciertas máquinas, tienen un grado de libre voluntad. Su cliente, el Vagabundo del Espacio, creía firmemente en no interferir con la libre voluntad. Así que había permitido que otros ofrecieran bebidas a sus animales, que éstos podían aceptar o rechazar. Por otro lado, los animales domésticos se aburren la mayor parte del tiempo. De otra manera, ¿por qué dormirían tanto cuando nada ocurre? Simón había permitido que sus mascotas fueran anestesiadas con alcohol para que pudieran dormir más y escapar del aburrimiento. Y debe admitirse que cuando los animales bebían parecían muy entretenidos.

Cualesquiera fueran los buenos efectos que pudo tener el discurso, se disolvieron inmediatamente. Antes de que Repnosymar pudiera hacer su resumen, fue arrestado. Una investigación había establecido que él y su detective privado, Laudpeark, habían utilizado medios ilegales para sacar a sus clientes de apuros. Eso incluía entrada con rotura, violación de cajas fuertes, intimidación, soborno, control de conversaciones telefónicas, secuestro y mentiras.

Personalmente, Simón pensó que todo eso podía haber sido dejado de lado. Los defendidos de Repnosymar habían sido inocentes. Hubieran sido condenados si su abogado no hubiera recurrido a medidas desesperadas. Desde luego, a la larga habían sido encarcelados de todos modos. Pero eso ocurrió bajo otras acusaciones, como estacionamiento por plazos indebidos, robo en tiendas y conducir coches en estado de embriaguez.

El juez Ffresyj designó a un joven recién salido de la facultad de Derecho para continuar la defensa de Simón. El joven Radsieg formuló un discurso largo y apasionado que mantuvo despierto hasta al juez y que estableció su reputación como un abogado prometedor. Al final, el jurado le dedicó una ovación, poniéndose de pie, y el fiscal trató de contratarlo, para su equipo. El jurado se retiró por diez minutos y luego entregó su veredicto.

Simón quedó estupefacto. Fue condenado a prisión perpetua por ambas acusaciones, debiendo cumplir consecutivamente ambas condenas.

—Creí que ganaríamos —murmuró a Radsieg.

—Obtuvimos una victoria moral, y eso es lo que cuenta —replicó Radsieg—. Todos simpatizan con usted, pero obviamente usted es culpable, así que el jurado tenía que pronunciar el único veredicto posible. Pero no se preocupe. Confío en que este caso derive en que la ley sea cambiada. Estoy apelando a un tribunal superior, y confío que allí se declaren inconstitucionales las leyes por las que usted fue juzgado.

—¿Cuánto tiempo llevará eso? —preguntó Simón.

—Unos treinta años —contestó Radsieg triunfalmente.

Simón pegó a Radsieg un golpe en la nariz, así que fue acusado de riñas y disputas con intención criminal. Después de limpiarse la sangre, Radsieg le dijo que no se preocupara. Lo sacaría libre también de esa acusación.

Como debía ser juzgado por la nueva acusación, Simón volvió a la custodia en lugar de ser enviado a una institución penal.

—Si estoy condenado de por vida, tendré que pasarme por lo menos diez mil años en la cárcel —comentó Simón a Chworktap—. Yo diría que es un proyecto un poco aburrido, ¿verdad?

—Una sentencia perpetua no significa nada —contestó Chworktap—. Si eres rehabilitado, quedarás libre.

Esto no daba mucha esperanza a Simón. Era cierto que grandes sumas de dinero habían sido designadas para construir muchos colegios en los que se prepararía a los rehabilitadores. Pero el presidente se negaba a gastarlas. Aducía que utilizarlas redundaría en inflación. Por otra parte, el dinero era necesario para contratar a más policías y construir más prisiones.

Simón pidió una agenda de rehabilitación. Cuando encontró su nombre en la lista, se vino abajo su ánimo generalmente jovial. Pasarían veinte años antes de que pudiera entrar en esa terapia.

Entretanto, habían empeorado los asuntos en la celda de Simón. Shasha descubrió a su marido Boodmed junto a Sinwang, una mañana temprano bajo la cama de Simón. Tanto Chworktap como Simón conocían esa relación desde tiempo antes, ya que el ruido los mantenía despiertos. Ninguno de ambos había dicho nada, excepto pedir a la pareja que no hiciera tanto ruido. No querían provocar líos. El resultado es que Shasha perdonó a Boodmed y a Singwang, pero atacó físicamente a Simón y a Chworktap. Parecía pensar que el engaño mayor había sido el que no la informaran sobre el romance.

Los guardias entraron y arrastraron afuera a la castigada y ensangrentada Shasha. Simón había huido de ella, pero Chworktap le había aplicado su karate. Estaba llena de hostilidad hacia Simón, pero, como sucede a menudo, había liberado sus sentimientos sobre un objetivo secundario.

Simón y Chworktap fueron acusados de riñas y disputas con intención criminal. Simón levantó las manos cuando se enteró de esto.

—Es la segunda vez que no he hecho otra cosa que evitar la violencia y sin embargo he sido acusado como cómplice. Si hubiera intentado separarte de Shasha, habría sido acusado de atacarte.

—Los goolgeases están muy preocupados con la supresión de la violencia —dijo ella, como si eso justificara todo.

El juicio de Chworktap fue tan ampliamente publicitado como el de Simón. Este lo leyó en el periódico.

Radsieg, preparado por Chworktap, formuló una brillante defensa.

—Su Señoría, damas y caballeros del jurado. Debido a la nueva ley aprobada para acelerar los juicios y aliviar el atraso existente, la defensa y el fiscal sólo disponen de un máximo de tres minutos para presentar sus ponencias.

El juez Ffresyj, teniendo en la mano un cronómetro, anunció:

—Le quedan dos minutos.

—La defensa de mi cliente, dicha simple, pero completamente, es ésta. La ley de Goolgeas relativa a la extradición de extranjeros a sus planetas natales, habla solamente de él y ella. Mi cliente es un robot y por lo tanto un ello. Por otra parte, la ley establece que ese extranjero debe ser enviado a su planeta nativo. Mi cliente fue hecha, pero no nacida, en el planeta Zelpst. Por tanto, carece de un planeta nativo.

Todos quedaron estupefactos. El viejo zorro del fiscal Bamhegruu, sin embargo, saltó rápidamente:

—¡Su Señoría! Si Chworktap es un ello, ¿por qué, mi distinguido colega la menciona como ella?

—Eso es muy obvio —replicó Radsieg.

—Ese es mi punto —continuó Bamhegruu—. Incluso si ella es una máquina, ha sido equipada con un sexo. En otras palabras, ha sido convertida de un ello a una ella. Y ese aparato sexual no es puramente mecánico. Puedo presentar testigos que declararán que disfruta del sexo. ¿Puede una máquina disfrutar del sexo?

—Si ha sido equipada al efecto, sí —replicó Radsieg.

El juez se dio cuenta repentinamente de que había olvidado controlar el cronómetro.

—Este caso ha entrado en una nueva fase —declaró—. Requiere estudio. Dictaminó un receso por tiempo indefinido. Traigan a la acusada a mi despacho, donde podré estudiarla con detalle.

Cuando Chworktap fue reintegrada a la celda, Simón le preguntó:

—¿Qué ocurrió entre el juez y tú?

—¿Qué piensas?

—Todos contestan mis preguntas con otras preguntas.

—Algo debo decir de él —agregó Chworktap—. Ciertamente es un anciano vigoroso.

Antes de ser llevada, había murmurado algunas palabras en el oído de Bamhegruu. Al día siguiente, el juez fue arrestado. La acusación fue de «mecanicidad», o sea copulación con una máquina. Ffresyj contrató a Radsieg para que lo defendiera, y el brillante abogado sostuvo que su defendido no podría ser condenado hasta que no se probara que Chworktap era una máquina. La Corte Suprema de Goolgeas ingresó ese tema a estudio. Entretanto, a Ffresyj se le negó la fianza porque también había sido acusado de adulterio. Radsieg utilizó la misma ponencia anterior. Si Chworktap era una máquina, ¿cómo el juez podía haber cometido adulterio? La ley establecía claramente que el adulterio era la fornicación entre dos adultos que no estuvieran casados entre sí.

La Corte Suprema estudió también ese caso.

Entretanto, Radsieg y Bamhegruu fueron arrestados por varias acusaciones. Fueron puestos en la misma celda que el juez, y los tres se entretenían haciendo procesos de juguete. Parecían muy felices, lo que condujo a Simón a concluir que los abogados estaban interesados en el proceso y no en la finalidad de la ley.

Mientras Chworktap estaba esperando las decisiones de la Corte Suprema, fue condenada por resistencia al arresto, riñas, disputas y fuga ilegal.

Pasaron veinte años. Los casos de Simón y Chworktap estaban aún pendientes porque los jueces de la Corte Suprema estaban cumpliendo largas condenas, mientras los jueces nuevos estaban atrasados con su trabajo. Simón finalmente superó sus inhibiciones respecto a sus antepasados, y sus relaciones sexuales con Chworktap mejoraron.

—Son aficionados a ver películas pornográficas, y eso se podría aceptar —dijo—. Suponía que Luis XIV podía ser uno, pero no Cotton Mather.

Cotton Mather (1663-1728) era un puritano de Boston, propulsor de una religión que ya estaba atrasada en su misma época. La mayor parte de la gente, en la época de Simón, pensaba de Mather (cuando pensaban en él) que era un perro loco que sufría de hidrofobia teológica. Se le atribuía haber inflamado los procesos de brujas de Salem, pero la verdad es que era un hombre más justo que los jueces y los denunciaba por haber colgado a chicas inocentes. Tenía una pasión por la pureza y un sincero deseo de convertir gente a la única verdadera religión en el mundo. Publicó panfletos sobre la cristianización de los esclavos negros y sobre la crianza de los niños, aunque no sabía mucho sobre negros ni sobre niños. Ni sobre cristianismo, por otra parte.

Como la mayor parte de la gente, no era enteramente malo. Había hecho una campaña por la vacuna antivariólica en un momento en que todos estaban contra ella porque se trataba de algo nuevo. De hecho, un antivacunacionista le tiró una bomba en la casa. A Benjamín Franklin le gustaba, y no había más astuto juez del carácter humano que el viejo Ben. Cuando Cotton no se ocupaba de procurar que las brujas fueran quemadas, estaba entregando alimentos y Biblias a los prisioneros y a los ancianos. Era un fanático que quería convertir a América en un país limpio y honesto. Perdió la batalla, desde luego, pero nadie se lo reprochó.

Cotton tenía también una pasión por el sexo, si es que tres matrimonios y quince hijos significaban algo. Sin embargo, Simón no descendía de ninguno de los dos Mathers que sobrevivieron a su padre. Su antecesor había sido una de las sirvientas negras en la casa de Cotton; él la había volteado en el frenesí de predicar sobre ella. La repentina transformación de religión a sexo sorprendió por igual a Cotton y a Piedad-Mi-Señor, aunque no debía haber sido así. Pero ninguno de ambos había tenido la ventaja de vivir en una época posterior, cuando fue bien sabido que el sexo era el reverso de una moneda llamada religión.

Debe señalarse a favor de Cotton que sólo se culpó a sí mismo por esa caída y que se preocupó de que madre e hijo recibieran adecuada ayuda, aunque en un pueblo a miles de kilómetros.

Al reflexionar en esto, Simón decidió que después de todo no era tan extraño que Cotton disfrutara viendo películas pornográficas.

Al cabo de treinta años, la situación fue la que Chworktap había previsto y que todos pudieron ver como inevitable, aunque después de ocurrida. Toda la población, con la sola excepción del presidente, estaba en la cárcel. Nadie había sido rehabilitado porque los rehabilitadores habían sido arrestados. Aparte de que todos menos uno habían perdido su ciudadanía, la sociedad operaba con eficacia. De hecho, la situación económica era mejor que nunca. Aunque la comida era simple y no abundaba, nadie se moría de hambre. Los comisarios encargados de las granjas estaban produciendo suficientes cosechas. Los guardias, que también eran comisarios, lo mantenían todo bajo control. Las fábricas, integradas por mano de obra barata y administradas por otros comisarios, producían ropa chillona, pero adecuada. En una palabra, nadie se estaba aprovechando del país, pero nadie estaba sufriendo mucho. El objetivo era compartir, y compartir en forma homogénea, ya que todos los prisioneros eran iguales ante la ley.

Cuando el mandato del presidente estaba llegando a su término, se designó a sí mismo como Guardia Mayor. Hubo protestas de que esta designación había sido puramente política, pero poco se podía hacer al respecto. No había otro presidente para expulsar al Guardia Mayor ni tampoco nadie que estuviera calificado para reemplazarlo.

—Está todo muy bien —señaló Simón a Chworktap—. ¿Pero cómo salirnos de aquí?

—He estudiado los libros jurídicos en la biblioteca —contestó ella—. Los abogados que redactaron la ley son un poco verborreicos, como era de esperar. Pero que tendieran a utilizar un lenguaje demasiado rico en lugar de formular dictámenes claros es algo que nos permitirá salir. La ley dice que una prisión perpetua debe durar «el lapso natural de vitalidad» del condenado. La definición de «lapso natural» se ajusta al caso extremo de longevidad que se haya registrado en el planeta. La persona más anciana que haya vivido en Goolgeas alcanzó los ciento cincuenta y seis años. Todo lo que tenemos que hacer es superar eso.

Simón gruñó, pero no perdió la esperanza. Cuando llegó a estar en la cárcel ciento treinta años, apeló al Guardia Mayor para que su caso fuera reconsiderado. El funcionario, que era un descendiente del original, aceptó la apelación. Simón se presentó ante la Corte Suprema, todos ellos comisarios o descendientes de comisarios, y estableció su caso. Su «lapso natural de vitalidad», dijo, ya había pasado. Él era un terrestre y debía ser juzgado con el estándar de los terrestres. En su planeta, nadie había vivido más de ciento treinta años, y podía probarlo.

El magistrado envió a un par de comisarios hasta el campo de aterrizaje para conseguir la Enciclopedia Terrica en el Hwang Ho. Tuvieron grandes dificultades para encontrar la nave. Los viajes interplanetarios habían sido prohibidos cien años antes. En ese tiempo, el polvo se había juntado al lado y encima de las naves, y la hierba había crecido en las colinas. Después de hacer excavaciones durante un mes, el grupo encontró el Hwang Ho, entró allí y volvió con el libro necesario, el Kismet-Loon.

Llevó cuatro años a los jueces aprender a leer chino para determinar que Simón no estaba mintiendo. En un cálido día de primavera, Simón, con un traje nuevo y diez dólares en el bolsillo, fue liberado. Con él estaban «Anubis» y «Atenea», pero Chworktap estaba aún encerrada. No había podido probar que ella tuviera ningún «lapso natural de vitalidad».

—Los robots no mueren de viejos —explicó ella—. Sólo se desgastan.

No estaba preocupada. Ese día, Simón lanzó la nave espacial contra la muralla del edificio donde ella estaba presa, y Chworktap ascendió hasta la escotilla.

—¡Huyamos de este planeta asqueroso! —exclamó.

—¡Cuanto antes mejor! —añadió Simón.

Ambos hablaban por un lado de la boca, como suelen hacerlo los veteranos de la cárcel. Pasaría algún tiempo antes de que perdieran esa costumbre.

Simón no se sentía tan feliz como debiera. Chworktap había exigido que la llevara a Zelpst y la dejara allí.

—Te convertirán de nuevo en esclava.

—No —replicó ella—. Tú me dejarás en el techo del castillo. Yo pasaré a través de las defensas, que conozco muy bien, y puedes apostar el traste a que mi amo sabrá rápidamente quién es el nuevo amo.

Como había muy poca comunicación entre los solitarios de Zelpst, nunca podrían descubrir que Chworktap había arrojado al amo a la mazmorra. Pero no estaría satisfecha con encerrarse entre aquellos lujos.

—Voy a organizar un movimiento subterráneo y eventualmente una revolución —anunció—. Los robots se harán cargo del poder.

—¿Y qué harás con los seres humanos?

—Los haremos trabajar para nosotros.

—¿Pero no quieres la libertad y la justicia para todos? —protestó—. ¿Y no incluye eso a los antiguos amos?

—Libertad y justicia para todos será desde luego mi eslogan —replicó ella—. Pero eso será solamente para absorber a algunos de los humanos más liberales incorporándolos a los robots.

Simón pareció horrorizado, pero no tanto como lo hubiera estado cien años antes. Había visto demasiado durante su estancia en la prisión.

—Las revoluciones nunca tienen que ver con la libertad y la justicia —enunció ella—. Se refieren sólo a quién será el perro de más arriba.

—¿Qué fue de la dulce y pequeña inocente? ¿La que yo encontré en Giffard? —murmuró él.

—Nunca fui programada para la inocencia —replicó ella—. Y si lo hubiera sido, la experiencia me habría anulado la programación.

Simón la dejó salir de la nave hacia el techo del castillo. Siguió con una última apelación.

—¿Es que realmente esto terminará así? Pensé que seríamos amantes por toda la eternidad.

Chworktap comenzó a llorar y apoyó su rostro sobre el hombro de Simón. Este también lloró.

—Si alguna vez tropiezas con alguna pareja que cree que irá al cielo y vivirá eternamente como marido y mujer, cuéntale sobre nosotros —pidió—. El tiempo todo lo corrompe, incluso el amor inmortal.

Se apartó. Después dijo:

—Lo terrible de esto es que te quiero. Aunque ya no te puedo aguantar más.

—Lo mismo digo —replicó Simón, y se sonó la nariz. Agregó:

—Tú no eres un robot, Chworktap, recuérdalo siempre. Eres una mujer real. Quizá la única mujer real que yo haya conocido nunca.

Con esto quiso decir que ella tenía valor y compasión. Se supone que esto distingue a la gente auténtica de la gente apócrifa. La verdad, y él la sabía, es que no hay tal gente apócrifa; todos son reales en el sentido en que todos tienen el valor y la compasión atemperados por el egoísmo y el revanchismo. La diferencia entre la gente está en las proporciones de esta mezcla.

—Algún día serás un hombre real —dijo ella—. Cuando aceptes la realidad.

—¿Qué es la realidad? —preguntó Simón. No se quedó a esperar la respuesta.