9
CHWORKTAP
Simón no pudo sorprenderse más de lo que se sorprendió Crusoe cuando encontró la huella de Viernes en la playa. De hecho, era viernes en el calendario terrestre de la nave, otra de esas coincidencias que sólo se encuentran en las malas novelas. Lo más imperdonable —en una novela, no en la Naturaleza, que se preocupa menos por las coincidencias— es que la escena era casi igual a un famoso cuadro de Botticelli, El nacimiento de Venus. La mujer no estaba de pie sobre una gigantesca concha de animal marino, ni había ninguna doncella que se aprontara a tirar una manta sobre ella. Ni había allí ningún espíritu aéreo que transportara a una mujer. Pero la orilla de la playa y las flores que flotaban en el aire parecían las del cuadro.
La mujer misma, tal como surgió del mar para quedarse desnuda ante él, tenía el cabello del mismo largo y color que la Venus de Botticelli. Era, sin embargo, de mejor apariencia y con un cuerpo mejor, por lo menos desde el punto de vista de Simón. No había puesto una mano de forma que cubriera un seno ni los extremos del cabello le cubrían el pubis. Ambas manos estaban en la boca.
Simón se le acercó lentamente, con una sonrisa, y ella bajó las manos. No entendían sus respectivos lenguajes, desde luego, pero ella señaló hacia la tierra y lo condujo hasta el bosque. Allí, bajo las ramas de unos árboles enormes, había un pequeño vehículo espacial. Penetraron por su puerta abierta. Ella hizo sentar a Simón en una pequeña cabina y le dio una bebida, que era alcohol mezclado con algún extraño jugo de fruta. Cuando volvió de la otra habitación, se había vestido. Se había puesto una túnica larga, de escote bajo, cubierta de lentejuelas plateadas. Parecía uno de esos vestidos usados por las mujeres que trabajaban en algunos garitos.
Pasaron algunas semanas antes de que ella pudiera conversar en inglés con alguna fluidez. Entretanto, Simón la había llevado a su propia nave. «Anubis» y «Atenea» parecían haber simpatizado con ella, pero la lechuza la ponía nerviosa. Después Simón descubrió por qué.
Chworktap no sólo era hermosa sino también divertida. Hablaba en forma muy entretenida. En verdad, Simón nunca había encontrado a nadie que pudiera contar tantos cuentos, todos ellos tan graciosos. Lo que es más, nunca se repetía. Y lo que es más, parecía sentir cuándo Simón no tenía ganas de hablar. Esto era una gran mejora respecto a Ramona. Y además le gustaba que él tocara el banjo.
Un día, cuando Simón volvía de un paseo, escuchó el sonido de su banjo. Quien lo estuviera tocando lo hacía muy bien, porque era exactamente en su estilo. Si no hubiera sabido de qué se trataba, habría creído que era un disco. Se apresuró y encontró a Chworktap tañendo el banjo como si hubiera nacido para eso.
—¿Tenéis banjos en Zelpst? —preguntó.
—No.
—¿Y cómo aprendiste a tocarlo?
—Te miré mientras lo hacías.
—Y yo me pasé veinte años aprendiendo lo que tú has aprendido en pocas horas —dijo él. No estaba amargado, sólo sorprendido.
—Naturalmente.
—¿Cómo naturalmente?
—Es uno de mis talentos.
—¿Todos en Zelpst son tan talentosos como tú?
—No todos.
—Me gustaría ir allí.
—Yo no lo haría —dijo ella.
Simón tomó el banjo, pero antes de que pudiera pedirle que tocara más, ella dijo:
—Tendré la cena lista en un minuto.
Simón aspiró el olor de la comida cuando ella abrió el horno de radar. Quedó extático. Antes lo estaban alimentando con chop suey y con huevos a la Foo Yong y con cerdo agridulce, y él era demasiado blando de corazón para atreverse a matar nada y conseguir un cambio de dieta. ¡Y aquí venía ahora Chworktap con una gran fuente de hamburguesas, patatas fritas, milk-shake, katsup, mostaza y hasta pepinillos!
Cuando se llenó el estómago y encendió un gran cigarro, le preguntó cómo había conseguido ese milagro.
—Me dijiste qué comida te gustaba. ¿Te acuerdas que te pregunté cómo se hacía?
—Me acuerdo.
—Maté a una de esas vacas —explicó—. Después de que la partí en trozos y guardé los restos en la nevera, busqué hasta encontrar unas plantas parecidas a las patatas. Y encontré otras para hacer katsup y mostaza. Encontré una planta parecida al pepino y la preparé. Tengo muchos conocimientos de química, ¿sabes?
—No lo sabía —dijo él, meneando la cabeza.
—En la despensa encontré chocolate y leche en polvo. Mezclé eso con algunas sustancias químicas para conseguir helado y crema de chocolate.
—¡Fabuloso! —exclamó Simón—. ¿Sabes hacer alguna otra cosa?
—Oh, sí.
Se levantó y abrió el cierre de su vestido, lo dejó caer al suelo y se sentó en el regazo de Simón. Su beso fue suave y cálido, con tu toque de milk-shake y de katsup. Simón no tuvo que preguntarle qué era lo que ella sabía hacer tan bien.
Más tarde, después que Simón se bañó y tomó un trago doble de vino de arroz, le dijo:
—Espero que no quedes embarazada, Chworktap. No tengo anticonceptivos y no pensé en preguntarte si tú tenías.
—No puedo quedar embarazada.
—Lamento escuchar eso —contestó él—. ¿Quieres niños? Siempre puedes adoptar uno.
—No tengo amor maternal.
Simón quedó intrigado.
—¿Cómo lo sabes?
—No fui programada para el amor maternal. Soy un robot.