7
MERRICK intentaba convencerse de que no era asunto suyo por enésima vez desde que había vuelto a la casa. Él era un sirviente, nada más. No era cosa suya interferir en la vida de Anne y, a pesar de ello, la conversación que había oído entre lord y lady Baldwin le preocupaba. ¿Debía decirle a Anne lo que había oído, y le creería ella si lo hacía?
Merrick caminó por la oscuridad de los establos, acosado por la indecisión. Nunca se había visto involucrado en este tipo de asuntos anteriormente. Pero en esos momentos ya se había involucrado, lo quisiera o no. Malditas fueran sus capacidades de oído y todo lo extraño que había en él: a veces era una maldición.
Pero había que advertir a Anne. A él le importaba demasiado para ver cómo la engañaban. Ahora hacía una semana que ella no se acercaba por los establos. Había sido afortunado, puesto que él había estado emparejando a la potranca y el tío de Anne no quería que ella fuera testigo de ello. A pesar de todo, se inquietaba al no verla. Eso le había hecho darse cuenta de cuan enamorado de ella estaba. Lo cual le hizo poco bien.
A pesar de que ya era última hora de la tarde, Merrick pensó que era mejor hablar inmediatamente con Anne. Sabía cuál de las habitaciones de arriba era la de ella. La semana pasada la había visto una o dos veces mirando desde la ventana hacia fuera. Merrick tenía intención de tirar una piedra contra la ventana para llamar su atención, pero se tropezó con ella mientras se dirigía fuera del establo.
—Dios —exclamó ella, sin respiración—. Me has asustado de muerte. ¿Qué haces escabulléndote a estas horas de la noche?
Ella también le había asustado a él.
—¿Qué haces escabulléndote a estas horas de la noche? —le repitió él una vez más.
—Tengo que hablar contigo —repuso ella—, en privado. Así que me pareció que era mejor esperar a que todo el mundo se hubiera ido a la cama.
A pesar de que sentía curiosidad por el motivo que Anne tenía por ir a buscarle, su preocupación por lo que había oído era lo principal para él.
—Yo también tengo que hablar contigo. Hoy he oído una cosa que deberías saber.
—¿Has oído una cosa? —Ella frunció el ceño—. ¿Que me concierne a mí?
Estaban de pie en la entrada de los establos, a plena vista de la casa si alguien miraba o si se encontraba levantado a esa hora tardía. Merrick la tomó del brazo y la empujó hacia dentro.
—He oído a tu tía y a tu tío discutir en la feria.
Anne le miró con una expresión de extrañeza.
—¿Cómo pudiste oírles? Por lo que vi, no te encontrabas a una distancia desde la cual pudieras hablar ni oír a mis tíos esta tarde.
No iban a entrar en detalles acerca de sus habilidades auditivas. Ya le había contado muchas cosas acerca de sus extraños dones.
—Les oí —insistió él—. Y estaban discutiendo acerca de ti.
A pesar de que ella se mostraba claramente confundida acerca de cómo había podido oír él la conversación entre su tía y su tío, una llama de interés se encendió en esos hermosos ojos.
—¿Discutían acerca de mí?
—Sí —respondió él—. Tú tía estaba preocupada por nosotros dos. Por como nos miramos el uno al otro. Dijo que habían hecho todo lo que habían podido para que tú no encontraras a ningún hombre aceptable y que no pensaba cometer el error de permitirte estar con uno que no lo era.
—¿Qué? —Anne negó con la cabeza—. Esto no tiene ningún sentido. No es que ellos no quieren que me case, es que nadie conveniente ha pedido mi mano.
—Anne. —Merrick la sujetó por los hombros—. Me imagino que han preguntado por ello muchos más de lo que tú sabes. Tú eres encantadora. Y dulce. Ellos no quieren que te cases porque si no te has casado a los veintiún años, tu herencia quedará bajo su control. Ellos quieren tu fortuna, Anne.
Ella dio un paso hacia atrás, como si acabaran de darle un puñetazo.
—Eso no es cierto. Yo recibiré mi herencia cuando tenga veintiún años. Hace tiempo que eso se sabe.
Merrick tuvo que hacérselo comprender:
—Solamente si estás casada, Anne. Les he oído decirlo. Si no es así, ellos tendrán el control de tu herencia hasta que tú tengas veinticinco años, y en esos momentos imagino que la herencia será tuya tanto si estás casada como si no. Apuesto a que ellos se la habrán gastado para entonces, o la habrán bloqueado de tal forma que tú no podrás conseguirla.
Ella parecía anonadada.
—Pero es mi herencia —insistió—. Nunca me dijeron que estuviera estipulada la condición del matrimonio.
Anne no quería creerle, y Merrick se dio cuenta. Continuaba atada a la esperanza de que su tía y su tío la quisieran más de lo que sus actos mostraban.
—No quieren que lo sepas. Tienen muchísimas deudas. Oí que tu tía lo decía mientras discutía con tu tío, a pesar de que hablaban en voz baja. Incluso el techo que tienen sobre su cabeza pertenecería algún día a tu marido. Ellos lo van a perder todo si tú te casas, Anne.
La duda todavía nublaba los ojos de Anne. Era difícil para ella confiar en la palabra de un extraño por encima de lo que ella deseaba creer acerca de su tío y de su tía.
—No tengo ningún deseo de hacerte daño, Anne —dijo él—. Si no quieres creerme, entonces no lo hagas. Por lo menos te he dicho lo que he oído y tengo la conciencia tranquila.
Ahora que había cumplido con su deber, pensó que debía dar media vuelta y volver arriba, donde dormía, antes de caer en la tentación de tomarla entre los brazos. Merrick recordó que ella había ido allí para decirle algo.
—¿Qué es lo que querías decirme?
Todavía con una expresión de extrañeza en el rostro, Anne se mordisqueó el labio inferior.
—Yo… no es nada. No es asunto mío, igual que todo esto no es asunto tuyo. No importa.
Él la había herido, tanto si había querido hacerlo como si no. A pesar de que hacía tiempo que Anne sospechaba que su tía y su tío no la amaban, el hecho de que le dijeran que lo único que ella significaba para ellos era un medio para conseguir un fin, para obtener sus deseos más egoístas, la había herido profundamente.
Merrick comprendía el dolor que suponía no ser querido. Quizá ella necesitara reposar lo que él le había dicho para poder aceptarlo, para que aceptara que él no tenía ningún motivo para mentirle. Había empezado a darse media vuelta para alejarse de ella cuando su fino oído captó un ligero crujido de una ramita, y el susurro de unas zapatillas sobre las piedrecitas del camino desde la casa hasta el establo.
—Alguien viene —le dijo—. Será mejor que te escondas hasta que sepamos quién es y qué quiere.
Anne pareció despertar de un sueño y miró a su alrededor.
—No oigo nada.
—Silencio —le advirtió Merrick otra vez. La tomó del brazo y la condujo hacia una caballeriza vacía—. Escóndete aquí y no salgas hasta que se haya ido, sea quien sea.
—Pero —empezó a protestar… Merrick no se lo permitió. Con suavidad, la empujó hacia dentro de la caballeriza con la esperanza de que se quedara quieta. No hacía ninguna falta que le encontraran con ella a solas a esas horas de la noche.
Al cabo de un momento, una figura apareció en la entrada de los establos. Merrick no se sorprendió de esa visita. Era la tía de Anne. La mujer le había estado persiguiendo desde la mañana en que fueron presentados. Él ya estaba acostumbrado a ese tipo de visitas de las mujeres de sus anteriores jefes. Merrick se sentía divertido, habitualmente, por ese interés, pero no esa noche, y no de esa mujer en especial.
—¿Puedo ayudarla en algo, señora? —preguntó.
Ella se acercó a él, pavoneándose.
—Espero que sí. Hoy me di cuenta de una cosa que me inquietó y pensé que debía aclarar el asunto. No me ha parecido adecuado involucrar a mi esposo.
—Me lo imagino —dijo Merrick en tono seco.
—Tiene que ver con lady Anne —continuó la mujer—. Temo que ella se sienta atraída por usted. Y de que usted pueda aprovecharse de su inocencia.
—¿Ah, sí?
La mujer se acercó más a él. La tía de Anne no era una mujer poco atractiva, pero era lo bastante mayor como para poder ser, casi, la madre de Merrick. Y la mueca que mostraba habitualmente había hecho más profundas las arrugas en el entrecejo y alrededor de sus labios.
—Me he dado cuenta de la manera en que la mira usted… y de la manera en que ella le mira. Anne es una hermosa joven y no dudo que la encuentre usted de su gusto, pero no permitiré que se divierta con ella.
Merrick se apoyó con gesto relajado contra la pared de la caballeriza donde se escondía Anne.
—La honra que quiera usted protegerla.
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que incluso una chica sensata como Anne puede dar un mal paso a causa de un rostro atractivo. Y estoy segura de que está usted acostumbrado a que las mujeres se lancen a sus brazos, Merrick. No hace falta, a pesar de ello, que vaya tras sus faldas cuando tiene usted otra opción.
Aunque él sabía cuál iba a ser la respuesta de ella, Merrick le preguntó:
—¿Qué opción es ésa?
Ella alargó la mano repentinamente hacia él y sus dedos dibujaron un camino en el pecho de él, con gesto perezoso.
—Yo, por supuesto —respondió—. Desflorar a una inocente es una cosa, tener una relación con una mujer experimentada es otra. Mi esposo me aburre y lo ha hecho desde que llevábamos una semana de casados.
Merrick no quería que esa mujer le tocara, pero Anne tenía que convencerse de que su tía y su tío no defendían sus mejores intereses, aunque ella deseara creer lo contrario.
—¿Está usted preocupada de que yo pueda arruinar a lady Anne antes de que pueda usted casarla?
—No sea tonto —repuso la mujer, cortante—. Si le soy sincera, simplemente me ha parecido que ella me pisaba un poco el territorio. Considero que todo lo que hay en esta propiedad es mío… usted incluido. —La mujer inclinó la cabeza hacia un lado—. Ahora que lo dice, no es una mala idea. ¿Sabe?, preferiría que Anne no se casara. Sería un beneficio para mí si no lo hiciera.
Merrick sabía que cada una de las palabras que esa mujer estaba pronunciando destrozaba el corazón de Anne, pero quizá Anne era demasiado inocente para su propio bien.
—¿Así que ahora me está usted pidiendo que la desflore para que ella no pueda casarse con un caballero adecuado de su misma clase social?
—Es una posibilidad —repuso la mujer—. Pero primero, quiero mi parte de usted. ¿Llegamos a un acuerdo?
Él sujetó la mano de la mujer antes de que ésta la continuara subiendo por su pecho.
—No. No llegamos a un acuerdo. Yo no le pertenezco como para que me dé órdenes. Yo no le pertenezco como si fuera un caballo de la cuadra de su esposo. No tengo ningún deseo de acostarme con usted, señora.
El rostro de ella, que quizá una vez fue hermoso pero que ahora era amargo, se ruborizó.
—¿Me está rechazando?
—Yo no tengo muchas cosas, pero imagino que el decidir quién me gusta y quién no me gusta es una de ellas —le aseguró—. Vuelva a la casa y vaya a buscar lo que necesita en su esposo.
La mujer se quedó boquiabierta.
—Es Anne, ¿verdad? Solamente la desea a ella.
Merrick pensó en la respuesta.
—Anne me importa. No voy a perjudicarla de la manera en que usted pretende que lo haga, y por supuesto, no voy a hacerlo para que salga usted ganando.
—¿Cómo sabe usted que yo saldría ganando? —La mujer le miró con perspicacia—. ¿Y por qué se preocupa, si puede usted obtener lo que desea? A no ser… —De repente, soltó una carcajada—. Oh, vaya, está enamorado de ella.
¿Lo estaba? Merrick nunca había estado enamorado antes. Sólo sabía que quería proteger a Anne. Quería que ella fuera feliz.
—Debe irse —le dijo a la mujer.
Anne ya había oído todo lo que tenía que oír.
—Pobre tonto —se rió la mujer—. Incluso Anne sabe cuál es su lugar en la vida, y el suyo. No crea que es usted el primero en recibir un golpe. Hemos tenido que apartar a los pretendientes a golpes, aunque Anne no sabe nada de eso. Yo prefiero que se mantenga apartada. Que crea que no es lo suficientemente interesante para despertar el interés de un hombre. Por lo menos, durante un tiempo más.
—Puedo contarle lo que acaba de decirme a mí —dijo Merrick.
La señora arqueó una ceja.
—No se atreverá. Y ella no le creería de todas formas. Anne ve lo mejor en nosotros y siempre lo ha hecho. Sufre este tipo de maldición, supongo. Pobrecita, tan necesitada de amor.
Merrick sintió que le hervía la sangre de furia.
—¿Cómo es posible que no la ame usted? —No había tenido intención de decir eso en voz alta.
Lady Baldwin se irguió:
—Yo he cumplido mi deber con Anne. Yo no quise tener hijos. Ni siquiera me gustan los niños, pero mi esposo me convenció que aceptar a Anne y criarla tendría su recompensa. No pienso permitir que mi recompensa me sea arrebatada. Y creo que su tiempo aquí ha llegado a su fin. No quiere usted cooperar, así que me encargaré de que le despidan. Simplemente le diré a mi esposo que no solamente ha intentado usted llevar a Anne a la cama, sino que también me ha hecho proposiciones a mí. Empaquete sus cosas. Se irá mañana por la mañana.
Después de haberle hecho esa advertencia, lady Baldwin se dio la vuelta y salió precipitadamente del establo. Merrick esperó un momento para asegurarse de que se había marchado. Abrió la caballeriza detrás de él y entró. Encontró a Anne enroscada en el suelo cubierto de paja. A Merrick se le partió el corazón. Se agachó a su lado y la acarició con suavidad.
Anne levantó la mirada: tenía el rostro lleno de lágrimas.
—No quería creerte. Estoy tan ciega con mis propias esperanzas a veces. Me siento como una tonta. ¿Te alegra eso?
En algún otro momento, Merrick suponía que le habría hecho sentir cierto placer el exponer el engaño de su tía, el romper una familia, una familia de clase alta. Pero Merrick no sentía ningún placer en ver las lágrimas de Anne. Le llegaban al corazón.
—Lo siento —fue lo único que pudo decir.
Él esperaba que ella se volviera contra él, y él lo habría comprendido, pero en lugar de eso, ella se cubrió el rostro con las manos y se inclinó contra su cuerpo.
—¿Qué voy a hacer?
Merrick la sujetó por los hombros y la obligó a sentarse.
—Mírame, Anne. Tienes que casarte. Y cuanto antes, mejor.
Ella le miró, aturdida.
—¿Casarme? ¿Con quién?
—Con quien sea —insistió Merrick—. Y entonces los dos podéis escaparos a Gretna Green. Puedes casarte antes de que tu tía y tu tío te lo impidan.
Anne se pasó una mano temblorosa por el pelo.
—Es imposible. En primer lugar tengo que ir a Londres y encontrar a alguien, y luego convencerle de que se case conmigo. Mi tía y mi tío no me van a dejar ir sin ellos. No puedo ir sola. No puedo hacer todo ese camino sin algún tipo de protección. Hay ladrones en las carreteras. No es seguro.
A Merrick le iban a despedir al día siguiente, de todas formas.
—Puedo llevarte a Londres, Anne. Ahora mismo, esta noche. Puedo protegerte.
Los grandes ojos de paloma se levantaron hasta él. Alargó una mano y le tocó la mejilla con un gesto de cariño.
—¿Por qué lo harías? ¿Por qué te preocupas por mí, Merrick?
¿Sí, por qué? Él nunca había metido la nariz en asuntos que no le incumbían hasta ese momento. Pero Anne era asunto suyo.
—Sé lo que es sentir que uno no significa nada para nadie. Pero tú no eres nada, Anne. No voy a permitir que te hagan sentir así.
A pesar de que tenía el corazón roto, Anne lo sintió latir con vida en ese momento. Nunca nadie se había preocupado por ella como Merrick parecía hacerlo. Él animaba sus esperanzas y sus sueños. Él la había protegido cuando ella había necesitado protección, y le había descubierto el engaño de su tía y de su tío cuando ella había sido demasiado inocente para verlo por sí misma. Anne no podía pensar en ningún caballero de Londres con quien quisiera casarse. Pero sí conocía a un hombre que la hacía sentir como ningún otro hombre lo había hecho nunca, y como ningún otro hombre lo haría.
—Cásate conmigo, Merrick —susurró.
Él la miró un momento, asombrado.
—No, Anne —dijo con suavidad—. Tú no puedes casarte conmigo. Ya lo sabes.
—Sí puedo —le contradijo ella—. Podemos escaparnos juntos esta noche, tal y como has dicho. Podemos irnos a Gretna Green.
Merrick negó con la cabeza.
—No sabes lo que estás diciendo, Anne. Estás preocupada, y no puedes pensar con claridad.
Anne sabía exactamente qué quería, quizá por primera vez en su vida. Amaba a Merrick. Cómo o cuándo o por qué no parecía importarle en ese momento. Pero sabía que él se preocupaba por ella, suponiendo, por supuesto, que no la amaba. Pero ella ya estaba acostumbrada a ello. Tenía que conseguir que él deseara casarse con ella por algún motivo que le resultara provechoso a él. Ahora, tristemente, comprendía ese tipo de cosas.
—Estás amargado a causa de lo que la vida te ha negado —le dijo—. ¿Qué mejor venganza que casarte para obtenerlo? Todo lo que yo tengo va a ser tuyo. No vas a tener que dormir nunca más en un establo, Merrick.
Él negó con la cabeza otra vez, pero Anne se dio cuenta de que estaba pensando en lo que acababa de decirle. Que estaba considerando su oferta.
—Si todo lo que tú tienes va a acabar perteneciendo a un hombre de todas formas, ¿por qué no dejas que acabe en manos de tu tío? —razonó él.
Anne no quería mentirle acerca de eso.
—Estoy enojada —admitió—. Y dolida. He pasado toda mi vida bailando al son que ellos tocaban con la esperanza de obtener su aprobación, su amor. Estipularemos acuerdos, si te casas conmigo.
Él arqueó una ceja.
—¿Cómo cuáles?
—Mi independencia —respondió ella—. Tengo intención de hacer lo que me plazca.
—¿Y qué esperarías de mí?
Mirándole a los ojos, deseó decirle que esperaría que la amara, pero Anne había aprendido la lección sobre el amor. Ahora sabía que eso no era una cosa que alguien pudiera arrancarle a otra. Era una cosa que se daba de forma voluntaria, con libertad.
—Esperaría que hicieras lo que quisieras, también —repuso—. Siempre y cuando eso no interfiera con lo que yo desee.
Él se rió, burlón.
—Quieres tenerme bajo tu yugo.
Eso no era lo que verdaderamente deseaba Anne, pero no podía decirle qué era lo que deseaba de verdad. Eso le demostraría que no había aprendido nada.
—No estoy tan ciega como lo estaba ayer, ni anteayer. Ahora comprendo que mi visión del mundo no era la verdadera. La gente no es buena y amable simplemente por el hecho de serlo. Siempre quiere algo.
Esa respuesta rompió el corazón de Merrick. Él acababa de destrozar su visión del mundo. Ya le había robado la inocencia. Pero ella tenía razón. ¿Qué mejor venganza contra una clase que le había tratado mal a él y a su madre que adoptarla por matrimonio? ¿Tener todo aquello que le había sido negado? Tenerlo todo… excepto a Anne. A pesar de todo, no era un tonto. Y Anne necesitaba su ayuda.
—De acuerdo —le dijo—. Me casaré contigo, Anne.
Anne se limpió la nariz con la manga.
—No tengo dinero propio.
Eso no era un problema en esos momentos, y Merrick suponía que tampoco sería un problema en el futuro.
—Tengo el premio que he ganado hoy. Nos va a permitir llegar adonde tenemos que ir, ida y vuelta.
Se miraron el uno al otro en la oscuridad. Merrick notó que ella se sentía súbitamente indecisa, y se alegró de ello, a decir verdad. Él sería un loco si rechazara esa oferta. Pero si ella decidía recuperar el sentido común, no podía decir que no se sentiría aliviado. Al cabo de un momento, ella inspiró con fuerza y dijo:
—Ensilla los caballos.