5

VELKAN sentía un dolor que sólo había sido superado por el de haber sido empalado. Sus poderes de cazador de la noche deberían haberle curado ya… eso demostraba lo serias que habían sido sus heridas. Todavía le dolían.

Se volvió al oír que se abría la puerta.

Era Esperetta y, por un segundo, fue como quinientos años atrás, cuando ambos compartían ese dormitorio y donde ella se reunía con él cada noche.

Después de que hubo reclamado esa casa después de su muerte, dedicó grandes esfuerzos en hacer que su habitación del vestíbulo tuviera el mismo aspecto que cuando ella vivía allí. Pero a pesar de que los objetos personales de ella se encontraban allí, nunca la había utilizado para otra cosa que para vestirse. Al contrario de las costumbres de otro tiempo, ella compartía esa habitación con él para dormir… y para otras cosas cuya memoria le llenaban con tanta calidez.

Hizo una mueca: todavía recordaba su olor en las almohadas y en las sábanas.

Su olor en su piel.

«Sé fuerte, Velkan.» Tenía que serlo. Lo último que quería era dejar que ella volviera a hacerle daño, como ya le había hecho.

Ella avanzó con cierta duda antes de dejar la bandeja en la mesilla que había al lado de la cama. Llevaba el pelo recogido en una larga cola de caballo y se la veía cansada. Y a pesar de ello, conseguía ser la mujer más hermosa que él había visto nunca.

—¿Continúas prefiriendo el filete con cebolla y manzana hervida?

Esa pregunta le sorprendió. No podía creer que ella recordara eso. Asintió con la cabeza y observó cómo retiraba la cubierta de plata de la bandeja y destapaba las cebollas.

—¿Tú no comes? —le preguntó mientras ella le daba el plato.

—Comeré sólo un poco de pan. No tengo hambre.

Él la miró y meneó la cabeza.

—Trae el plato del pan y comparte esto conmigo.

—Tú necesitas comer.

—Sobreviviré y mandaré a buscar más. Ahora tráeme el plato.

Ella levantó una ceja al notar su tono de dureza.

—Por favor —añadió él, suavizando el tono.

Retta se detuvo un momento. Ese hombre estaba acostumbrado a dar órdenes. Que ella supiera, él nunca había pronunciado esas dos palabras, «por favor», con anterioridad. Sintió que se le ablandaba el corazón y tomó el plato para hacer lo que él le había pedido.

—Gracias —dijo ella mientras él compartía el plato con ella—. Tengo que reñirte por una cosa, por cierto.

—¿Solamente por una?

Ella sonrió a pesar de sí misma.

—De momento.

—Entonces estoy impaciente por oírlo —dijo él antes de probar el filete.

—¿Bram y Stoker?

Él rió con carcajadas profundas.

—Era apropiado, pensé.

Retta le soltó un gruñido. Pero no mencionó su dormitorio, que había visto la noche de su llegada. Fue un extraño recordatorio de su pasado y le había hecho comprender cuánto la amaba Velkan. Aunque él lo negara, ella sabía la verdad. Todo había sido dispuesto como si él esperara que ella volviera en cualquier momento.

Al verla, se había sentado en el suelo y había llorado por su propia estupidez.

Se obligó a apartar eso de la mente y se aclaró la garganta.

—¿Tenías que darle a ese hombre ese horroroso libro sobre mi padre?

Él se encogió de hombros y se limpió los labios con la servilleta.

—Yo estaba instalado en Londres en esos momentos, y me aburría. Él había estado trabajando en el libro y al personaje principal le había puesto Radu, lo cual, y sin querer ofender a tu tío, es casi tan convincente como Vlad Drácula. Además, no es culpa mía que el libro fuera un éxito. Hubiera sido completamente olvidado si no hubiera sido por la película que hicieron décadas después.

Ella le miró con los ojos entrecerrados y una expresión suspicaz.

—Me han dicho que tú tuviste algo que ver con eso también.

—Es un rumor y soy inocente de ello.

—Ajá. —A pesar de todo, ella no estaba realmente enojada con él. Por lo menos, no en ese momento. Un siglo antes había deseado separarle la cabeza de los hombros, pero por alguna extraña razón, ahora que estaba allí, sentía una extraña paz. Era realmente inaudito.

Él dejó el plato a un lado.

—¿No has terminado, verdad?

—No tengo hambre.

El único problema era que ella estaba famélica… y no de comida. Lo que de verdad quería era probar esos deliciosos labios suyos. Él era un hombre pecaminoso y decadente. Siempre lo había sido, y hacía tanto tiempo que no lo había besado.

Velkan no se podía concentrar: todo su cuerpo deseaba probar el de su mujer. Qué cruel resultaba estar tan cerca de ella y no poder expresar esa necesidad que le quemaba por dentro con tanta fiereza.

Ella terminó su comida y se dispuso a apartar el plato de él. Mientras lo hacía, se volvió y le miró. Eso fue un error.

Incapaz de evitarlo, él hundió una mano en el suave cabello rojizo y la atrajo hacia sí. Esperaba que ella le apartara de un empujón.

Ella no lo hizo.

En lugar de eso, fue en busca de sus labios con una fuerte pasión. Era como si ella deseara devorarle.

Velkan gimió, entusiasmado. Eso era lo último que hubiera esperado de ella. Pero Dios, qué bien le sentaba. Era el momento más increíble de su vida y lo único en que podía pensar era en atraer su cuerpo desnudo al suyo.

Retta no se saciaba por mucho que se sintiera entre sus brazos. Le pasó una mano por encima de las costillas y notó que él se contraía a causa del dolor de las heridas.

—Lo siento —dijo ella casi sin respiración, apartándose.

Pero él no le permitió que se alejara mucho. La atrajo hacia él otra vez y le dio un beso tan cálido que la hizo deshacerse por completo. Con una risa burlona, él le mordisqueó los labios.

—Todavía te duele.

—Vale la pena sufrir un poco de dolor por ti —le susurró, antes de hundir el rostro en su cuello.

Con un escalofrío, Retta gimió y sintió que todo su cuerpo se calentaba. Hacía muchísimo tiempo que no estaban juntos. Ella ya se había olvidado de cómo era. De lo bien que se sentía con Velkan. Se echó hacia atrás y tiró de él hasta que todo el peso del cuerpo de él la aplastó contra la cama. Los labios de él no le abandonaron la piel del cuello mientras le desabrochaba la camisa. Vio sus ojos oscuros y hambrientos mientras le tomaba los pechos con las manos y deslizaba los dedos pulgares por debajo de los encajes para tocarle la piel. Retta se estremeció al notar su contacto y se apresuró a quitarle la camisa por la cabeza.

La piel de él todavía estaba quemada y tenía mal aspecto, pero a pesar de ello, a Retta le pareció que nunca había visto nada más exquisito. Él era tan esbelto y su cuerpo estaba tan bien dibujado que era posible ver la línea de cada uno de los músculos del pecho. Recordaba la primera vez que le había visto desnudo. Él se había mostrado dubitativo, como si tuviera miedo de hacerle daño. Y ella se había sentido asombrada ante el tamaño de él. Por el contraste entre la masculinidad del cuerpo de él con el de ella. Ella era blanda y él era duro. La piel de ella era suave y la de él estaba surcada de cicatrices y callosidades. Y su olor…

Era cálido y masculino, arrebatador.

Temblando, ella se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador. Lo dejó caer al suelo.

Velkan casi no podía respirar. Todavía no podía creer que ella le estuviera permitiendo tocarla. No después de todo el enojo que le había mostrado. Todos los insultos que le habían llegado durante siglos. Si fuera inteligente, le diría que preparara sus maletas. Pero ¿cómo podía hacerlo? No le importaba el enojo, sabía cuál era la verdad.

Todavía la amaba. Todavía la deseaba.

Y quizá ella cambiara de opinión…

Eso sería demasiado cruel para ponerlo en palabras. Sería cruel incluso para la hija de Vlad Tepes.

Los ojos de él, oscurecidos por el deseo y la pasión, la siguieron mientras ella se apartaba de la cama para quitarse los pantalones. Velkan creyó que iba a morirse al ver que llevaba una mano hacia las bragas. Su respiración se aceleró: ella se lamía los labios, provocándole, excitándole. Deslizó los dedos por debajo del tejido negro de satén.

—¿Quieres que me marche? —le preguntó mientras él esperaba que ella se quitara esa maldita y pequeña pieza de tela.

¿Qué pasaba? ¿Se había vuelto loca? ¿O simplemente le daba igual?

—Diablos, no —gruñó él.

Sonriendo, ella se bajó lentamente las bragas por las piernas hasta que cayeron al suelo y dio un paso hacia un lado para quitárselas. En ese momento, para él fue un gran esfuerzo no correrse solamente por el puro placer de volver a verla desnuda. Joder, era el cuerpo más provocativo que los dioses habían dado nunca a una mujer. Era verdad que sus pechos no eran muy grandes y que sus caderas eran un poco anchas, pero no le importaba. No había mujer más perfecta que ella.

A Retta le encantaba el poder que sentía mientras él la miraba con los ojos entrecerrados. A pesar de ello, se daba cuenta del gran deseo que él sentía. Pero eso no era nada en comparación con el deseo que ella sentía por él.

Apartó las sábanas de encima del cuerpo de Velkan y se colocó de rodillas entre sus piernas sin apartar ni por un momento sus ojos de los de él. Sentía la boca seca. Bajó la mirada hacia abajo, hacia el bulto de debajo de los pantalones del pijama. Le pareció que le oía gemir.

A pesar de ello, él ni se movió cuando ella deslizó la mano hasta su miembro y se lo agarró por encima del pantalón de franela. Él dejó escapar el aire entre los dientes, como si fuera el objeto de una tortura, pero Retta vio en la expresión de alivio de su rostro que estaba disfrutando muchísimo. Pero todavía no era suficiente. El corazón le latía con fuerza y sentía todo el cuerpo ardiendo de deseo por él, pero introdujo la mano por la abertura de los pantalones y le sacó el miembro.

Su piel estaba tan caliente y era tan suave. Él ya estaba húmedo. Ella se frotó contra la punta del miembro y él arqueó la espalda como si estuviera en la rueda de tortura.

Al ver su reacción, ella rió, encantada y apartó la mano del miembro de él para poder probar su sabor salado y dulce.

Velkan estaba absolutamente encendido mientras la observaba lamerse la punta del dedo. Pero eso no fue nada comparado con lo que sintió cuando ella alargó las manos hasta la cintura de su pantalón para quitárselos. Él levantó las caderas para ayudarla, aunque la lentitud de los movimientos de ella empezaba a sacarle de quicio. Deseaba disfrutar de eso y, al mismo tiempo, tenía tantas ganas de estar dentro de ella que casi no podía contenerse. Lo único que fue capaz de hacer fue refrenar el deseo de sujetarla y colocarla debajo.

Su paciencia fue recompensada: ella lanzó los pantalones de él por detrás del hombro y se inclinó hacia delante para tomarle el miembro en la boca.

Ver el pelo de Retta esparcido por encima de su regazo mientras ella probaba su sabor era más de lo que era capaz de soportar. Ella levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de él y expresaron puro deseo… Él apretó las mandíbulas con fuerza para contener el orgasmo. Era difícil, pero no quería que eso terminara tan deprisa.

Tuvo que inclinarse hacia atrás y mirar al techo para controlarse, pero a pesar de ello no podía dejar de sentir la humedad cálida de la boca de ella mientras le lamía el miembro desde la base hasta la punta.

Retta emitió un gemido de placer al ver que Velkan cerraba los puños agarrando las sábanas. Puso una pierna entre las de ella y en el momento en que el muslo de él entró en contacto con su vulva, Retta estuvo a punto de correrse por puro placer de ese contacto.

Pero no era eso lo que quería. Quería corregir todos esos siglos en que su miedo infundado y su estupidez les habían mantenido apartados. Ella le debía eso y no pensaba dejarle hasta que él supiera hasta qué punto ella sentía lo que les había infligido a ambos.

Retta, con el cuerpo tembloroso, recorrió la distancia entre su miembro y su vientre dándole pequeños besos. Luego continuó hasta su pezón, y se lo lamió mientras él le introducía los dedos profundamente en la vagina. Cerró los ojos y se concentró en su tacto mientras se ponía a horcajadas encima de él.

Él le tomó el rostro con la mano y le dio un beso, y en ese momento, cualquier mal pensamiento que ella hubiera podido albergar hacia él se disolvió y ya no fue capaz de recordar qué era lo que le había hecho alejarse de él. Cerró los ojos y saboreó la lengua y los labios de él. Saboreó la sensación de su mano en su rostro un momento antes de descender encima de él.

Velkan tembló mientras la penetraba a fondo. Había soñado con ese momento durante los últimos quinientos años. Y todos esos sueños empalidecían ante este momento real. Inhaló su dulce fragancia, mientras ella cabalgaba encima de él despacio y con suavidad.

Eso era lo único que él había deseado durante toda su vida. Tener a Esperetta en la cama. Que su cuerpo estuviera dentro del cuerpo de ella. Velkan emitió un profundo gemido mientras ella continuaba cabalgando encima de él, aumentando el placer de ambos a cada momento. Él le recorría el perfil de los labios con la punta de los dedos, y ella se los lamía y se los mordisqueaba.

Velkan necesitaba tocarla. Así que bajó la mano y le tomó un pecho, jugando con el pezón endurecido en la palma de la mano. Levantó las caderas para introducirse todavía más dentro de ella.

Reta sonrió y tomó la mano de Velkan mientras ofrecía lo que ambos necesitaban. La expresión de placer en el rostro de él era el reflejo de la suya propia. Era tan bueno volver a estar con él. Tan natural. Por primera vez en siglos, ella sintió de verdad que estaba en casa.

Y nunca más iba a marcharse.

Esa idea la atravesó un instante antes de que su cuerpo se estremeciera y un espasmo la recorriera. Una maravillosa marea de placer la invadió. Gritó y se echó hacia delante encima de Velkan mientras él aceleraba sus embestidas y aumentaba todavía más su placer.

Y cuando él se corrió, susurró su nombre como en una plegaria y casi sin poder respirar. Eso le dio más esperanzas que ninguna otra cosa de que él en verdad podría perdonarla.

El corazón le latía con fuerza y se dejó caer sobre el pecho de él. A la luz de la chimenea, él la abrazó. En la habitación no se oía ningún sonido excepto el de la respiración de ambos y el de los latidos de su corazón bajo su mejilla. Cerró los ojos e inhaló el olor que ambos despedían mientras le acariciaba los músculos del brazo.

Velkan permaneció tumbado en silencio sintiendo cada centímetro del cuerpo de ella contra el suyo. Amaba la sensación de tener la piel de ella en contacto con la suya. Sentir la mano de ella que se deslizaba por su brazo. Pero sabía que eso no podía durar.

Sabía que no podía confiar en ella.

No importaba lo que sintiera en esos momentos, el pasado tenía mucha fuerza en su mente. Y era un pasado que no deseaba aliviar. Haber aprendido a pasar cada día mientras esa patética parte de sí mismo había continuado observando la carretera pensando, no, rezando para que ella volviera.

Quizá ella ahora estuviera con él, pero ella no confiaba en él. Nunca lo haría. Y eso le hacía tanto daño como si fuera veneno.

—¿En qué estás pensando? —susurró ella.

—Me estaba preguntando cuándo cogerás el primer vuelo que te saque de aquí.

—No voy a marcharme, Velkan.

—No te creo. Tienes que llevar un negocio. Tienes que volver a tu vida.

Retta se quedó callada al oírle. Tenía razón… y estaba equivocado.

—En el pasado he tenido otros negocios que he dejado. También puedo dejar éste. Yo pertenezco a este lugar, mi sitio es estar contigo.

Él no dijo nada, pero la duda que ella vio en sus ojos le partió el corazón.

—¿Me darás, por lo menos, otra oportunidad?

—¿Otra oportunidad de qué?

—De ser tu esposa.

—¿Crees que eso te haría sentir feliz? Yo estoy instalado aquí en Rumania, en el lugar del mundo opuesto al que tú has elegido. No te sentirías feliz sin todas las comodidades a las que estás acostumbrada. Además, los cazadores de la oscuridad no se casan. Se supone que no tienen ningún tipo de vínculo afectivo con nadie.

—Entonces recuperaremos nuestras almas y seremos libres.

—¿Y si no quiero eso?

Ella se sintió abatida al oírle.

—¿Prefieres continuar al servicio de Artemisa?

—Soy inmortal, y soy un animal, ¿recuerdas? Vivo para la guerra.

—¿Elegirías eso en lugar de a mí?

Los ojos oscuros de él la fulminaron.

—Tú elegiste algo mucho menos que eso en lugar de a mí.

Retta apartó la mirada, avergonzada. Él tenía toda la razón. Con el corazón dolorido, se apartó de él. Miró las partes de su piel que todavía tenían marcas de quemaduras de cuando él fue a rescatarla.

—Entonces, supongo que no hay futuro para nosotros.

Él dejó escapar un suspiro de cansancio.

—Se supone que nunca lo hubo, Esperetta.

Ella apretó las mandíbulas, frustrada:

—Entonces, ¿nos divorciamos?

—¿Para qué molestarse? La muerte ya nos ha separado.

No era verdad. Les había separado la estupidez, no la muerte.

Retta saltó de la cama, recogió sus ropas y se vistió sin decir ni una palabra más. No sabía qué decir.

—Entonces, ¿eso es todo?

—Eso es todo.

Ella asintió con la cabeza y abrió la puerta que daba al vestíbulo. Dudó un momento:

—Debo decir que estoy sorprendida.

—¿Porqué?

—Por tu cobardía. Siempre creí que tenías más huevos que eso.

Él se dio la vuelta en la cama para darle la espalda.

—Entonces, estamos empatados.

—¿Y eso?

—Yo también te juzgué mal. En un tiempo creí que valía la pena morir por ti.

La puerta se cerró de golpe contra la cara de ella.

Retta se quedó allí, mirando la madera, la boca abierta, oyendo todavía esas palabras resonando en sus oídos. Tal y como él había dicho, ella tenía su vida en Estados Unidos. Levantó la barbilla, se dio la vuelta y caminó hacia su habitación al otro extremo del vestíbulo.

Y a cada paso que daba, más lágrimas se le acumulaban en los ojos y un dolor mayor la embargaba. Con el corazón destrozado, abrió la puerta y vio a Raluca en su habitación que la miraba y meneaba la cabeza.

Retta se aclaró la garganta.

—No me mires de esa manera. No lo comprendes.

—Sí lo comprendo. —Raluca recorrió la corta distancia que las separaba y la tomó de la mano.

Retta necesitaba consuelo y al tomar la mano de Raluca sintió que la emoción la embargaba. Se sintió como si en lugar de estar en esa habitación se encontrara flotando en un vacío que era al mismo tiempo mareante y aterrorizador. Oía el aullido del viento y algo chocó contra su cuerpo como un latigazo. De repente, la oscuridad se rompió por una fuerte luz y se llevó una mano hasta los ojos para protegerse los ojos.

Ya no se encontraba en la casa, sino en la casita donde se había refugiado con Velkan después de que sus respectivas familias se enteraran de su matrimonio. Su familia le había desheredado y el padre de ella había jurado que le mataría. Y fue el padre de ella quien les encontró primero.

Retta, incorpórea, permaneció en una esquina desde donde podía observar a Velkan, que se encontraba arrodillado al lado del cuerpo inconsciente de ella. Estaban escondidos y por eso Velkan no llevaba la armadura de guerrero. Iba vestido con una sencilla túnica y unos calzones. Retta vio, con profunda sorpresa, que él tenía los ojos llenos de lágrimas mientras le tomaba una mano entre las suyas y le daba un beso en la punta de los dedos. Retta nunca le había visto parecer tan vulnerable.

—No voy a dejar que nadie te haga daño —susurró él mientras apartaba la mano del rostro de ella—. Raluca se encargará de vigilarte por mí. Por favor, no te enfades porque te dejo. Es la única manera que conozco para que tengas la vida que mereces. —Se levantó un poco y se acercó a ella hasta que sus labios estuvieron tan solo a unos centímetros de los de ella—. Te amo, Esperetta. Siempre te amaré. —Y entonces apretó sus labios contra los de ella antes de apartarse con un gruñido de disgusto.

A pesar de todo, Esperetta vio que una única lágrima le caía desde el rabillo del ojo y se le deslizaba por la curtida mejilla. Él se la enjugó, se dio la vuelta y abrió la puerta de la casita.

Allí, delante de él, se encontraba su padre con su ejército. Vestido con la armadura, no llevaba ningún casco que cubriera sus rasgos afilados y severos. El pelo, negro y largo, le llegaba hasta los hombros. Clavó los ojos en el esposo de ella. Ella se encogió al ver la furia que le retorcía el rostro a su padre. Nunca, ni una vez, había visto esa parte de él. Su padre solamente se había mostrado amoroso e indulgente con ella. Amable. Velkan desenfundó la espada y se plantó allí de pie como si fuera a plantarles cara a todos.

—Te superamos en número, chico —se burló su padre—. ¿Es así cómo vas a morir?

—Sí, en una batalla. Eso es lo que prefiero. —Velkan miró hacia atrás por encima del hombro—. Pero me prometisteis que permitiríais que mis sirvientes se llevaran a casa a Esperetta para ofrecerle un entierro adecuado. ¿Mantenéis el juramento?

Los labios de su padre esbozaron una mueca antes de asentir con la cabeza.

Velkan clavó la espada en el suelo delante de sus pies.

—Entonces me rindo a vuestra —hizo una pausa antes de continuar— merced —acabó, entre dientes.

Dos de los hombres de su padre desmontaron y fueron a prenderle. En cuanto le tuvieron, su padre bajó de su caballo. Se acercó con paso enojado.

—Está muerta —dijo Velkan, intentando liberarse—. Dejadla en paz.

Su padre se burló de él. Entró en la casita y se colocó al lado de ella. Retta aguantó la respiración al ver el dolor que le ensombrecía el rostro. Sus labios temblaban ligeramente mientras observaba el cuerpo de ella. Llevó una mano hasta el rostro de ella y le cerró la boca.

—Os lo he dicho —dijo Velkan, en tono enojado—. Está muerta.

Su padre sacó la daga de su cinturón y se volvió hacia Velkan con fiereza mientras soltaba una maldición.

—Solamente es una puta de los Danesti. —Y entonces, su padre le clavó el cuchillo en el corazón.

Velkan soltó un grito tan angustiado que a Retta se le pusieron todos los pelos del cuerpo de punta. Se soltó de los hombres que le retenían y tomó su espada. Antes de que pudiera sacarla de la tierra donde estaba clavada, le dispararon dos flechas a la espalda: una le dio en un hombro y la otra a la izquierda de la columna vertebral. Velkan se tambaleó hacia un lado y, dado que no cayó al suelo, le dispararon otra flecha que le dio en una pierna. Gritó y alargó la mano hacia la espada que había caído. Pero otra flecha fue a clavársele en el antebrazo.

—¡No le matéis! —rugió su padre—. ¡Todavía no!

Apartó la espada de Velkan de un puntapié y luego le clavó más profundamente la flecha en la base de la espalda. Velkan gimió, intentó moverse, pero no había nada que hacer.

En lugar de eso, miró hacia dentro de la casa, donde se encontraba ella.

—Esperetta —dijo sin aliento y en un trágico tono imbuido de sentimiento de pérdida.

Su padre izó a Velkan sujetándole por el pelo.

—Ella es la menor de tus preocupaciones, cabrón.

Velkan intentó luchar contra él, pero estaba demasiado herido para poder plantar cara a unos guerreros que estaban mejor armados.

Incapaz de soportarlo, Retta se volvió.

—Sácame de aquí, Raluca. Ahora.

Lo hizo, pero no llevó a Retta de vuelta a la casa. En lugar de ello, Raluca la llevó al lugar donde su padre estaba torturando a su esposo. Observó, sin respiración, a su esposo sangrante y herido mientras le colocaban hierros candentes sobre la piel.

—¡Deteneos! —gritó, cerrando los ojos y tapándose los oídos—. Llevadme a casa. ¡Ahora!

Para su alivio, Raluca la obedeció.

Retta la miró con enojo.

—¿Para qué has hecho eso?

—Para que comprendieras.

—Ahora lo entiendo, está bien. Yo deseaba…

—No, no tú. Ya sé que estabas dispuesta a volver a empezar. Pero ahora sabes por qué el príncipe Velkan no lo está. No has podido continuar presenciando lo que tu padre hizo, y ni siquiera has visto lo peor de ello. —Los ojos de Raluca brillaban con furia mientras la miraba—. ¿Qué crees que hubiera dado él por poder cerrar simplemente los ojos y decirme que le llevara a casa?

Retta tragó saliva con dificultad. Raluca tenía razón. Él había pasado por un infierno por su causa.

—No puedo deshacer lo que hice, y él no me va a perdonar. Si tienes algún truco de magia en la manga que nos pueda poner en un terreno común, entonces, por favor, hazlo. Pero en este momento, no soy yo quien está siendo terca. No soy yo quien tiene que perdonar. Yo he pedido perdón. No hay nada más que pueda hacer.

Raluca le soltó la mano y asintió con la cabeza.

—Tienes toda la razón, princesa. Perdóname.

E inmediatamente, Raluca desapareció de la habitación.

Velkan se puso tenso al notar una presencia detrás de él. Se dio la vuelta rápidamente y se encontró con Raluca que le miraba con ojos penetrantes y una expresión intranquilizadora.

—¿Algo va mal?

—Sí. Ella alargó la mano y le tocó un brazo.

Velkan aguantó la respiración, sorprendido al darse cuenta de que perdía la visión. De repente ya no se encontraba en su habitación. Se encontraba completamente a oscuras y un horrible peso le apretaba el pecho. Era caliente y sofocante. Le ahogaba. No podía respirar en ese terror pútrido que le recorría el cuerpo. Desesperado, se rebeló contra esa oscuridad.

Pero no se movió.

Cada vez con mayor desesperación, apretó con más fuerza. Esa vez consiguió que algo le cayera encima. Tosió, atragantándose, y se dio cuenta de que tenía el rostro cubierto de tierra negra. El peso era insoportable. El denso y terroso sabor le llenaba la boca y las fosas nasales y le forzaba a continuar presionando y cavando, intentando liberarse de ello.

Nunca se había sentido de esa manera. A cada momento, todo empeoraba. Cada segundo pasaba con una lentitud insoportable mientras él luchaba contra esa prisión. Le pareció que había pasado una eternidad cuando, por fin, se vio libre. Respirando con dificultad y vomitando tierra, se encontró saliendo de una tumba que mostraba un nombre y una fecha singulares:

ESPERETTA, 1476

Confundido, bajó la vista hasta las manos, pero éstas no eran las suyas. Eran unas manos femeninas y estaban desolladas y maltrechas de arañar la tierra. Eran las manos de Esperetta.

Sin dejar de toser, intentó apartarse de la tumba, pero el peso del vestido le empujaba de nuevo hacia el ataúd. Con miedo de caer dentro, rasgó el extremo del camisón con los pies y utilizó la fuerza de sus brazos temblorosos para salir de la tumba.

Y, mientras estaba tumbado en el suelo e intentaba quitarse el sabor de tierra de la boca, los pensamientos se le agolpaban en la mente.

¿Qué había sucedido?

«Estaremos juntos, Esperetta. Confía en mí. Cuando despiertes, yo estaré a tu lado. Nos iremos a París, los dos solos, y empezaremos una nueva vida juntos. Nadie sabrá nunca quiénes somos.»

Pero no estaban juntos. No había ninguna señal de Velkan en esos momentos. El pánico atenazó a Esperetta, que contemplaba el desolado y frío cementerio. ¿Dónde podía estar él?

El terror la inundó, un miedo por él. No era posible que estuviera muerto. Su Velkan no podía estarlo. Él era tan fuerte. Tan fiero.

—Por favor —suplicó, mientras las lágrimas se le agolpaban en los ojos.

Tenía que encontrarle. Lo último que quería era vivir sin él. Él lo era todo para ella.

Sin saber adonde ir, se dirigió a través de la fría oscuridad hacia las luces de la ciudad, desesperada por encontrarle. Pero no fue hasta que llegó a una calle que se dio cuenta de que no se encontraba lejos de la casa de su padre.

¿Por qué estaba allí? Ella se había tomado la poción muy lejos de ese lugar.

Con Velkan.

No tenía ningún otro sitio adonde ir, así que se dirigió hacia el palacio de su padre. Pero nunca llegó a sus puertas. En cuanto hubo atravesado la reja oyó el sonido de las espadas.

Y entonces oyó gritar a su padre.

Sin tener ninguna idea clara, corrió en dirección al grito y se detuvo en seco al ver a su padre muerto, en el suelo, a los pies de Velkan. Emitió un grito mudo al ver que su esposo daba patadas al cuerpo de su padre mientras le maldecía. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue el golpe de espada que separó la cabeza del tronco de su padre.

Los ojos de Velkan estaban encendidos con una fría satisfacción; entonces, levantó la cabeza de su padre sujetándola por el cabello y la izó en el aire.

—Muerte a la casa de Drácul. Que todos os queméis en el infierno.

Esas palabras resonaron en su cabeza.

¡Velkan era un monstruo!

Esperetta gritó desde lo más profundo de su ser.

Velkan se sobresaltó: el grito de ese eco permanecía en su memoria. Intentó soltarse de la firme mano de Raluca, pero ella se negó a dejarle marchar.

—¡Es suficiente! —rugió él—. No quiero ver nada más.

Ella, finalmente, le soltó.

Velkan miró a la cazadora de hombres con la respiración entrecortada.

—¿Cómo puedes hacer eso?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho.

—Mi padre era un cazador de sueños. Yo heredé unas cuantas de sus habilidades, como la de manipular la realidad de tal forma que tú puedas experimentar esa noche como si fueras Esperetta.

—¿Por qué lo haces?

—Porque perdí a mi compañero a causa del odio de una Orden que nunca debió existir. No puedo hacer nada al respecto, pero vosotros dos os habéis perdido el uno al otro porque los dos tenéis demasiado orgullo y tozudez para admitir que os habéis equivocado.

—¿Cómo puedo volver a conf…?

—¡Velkan! —le cortó Raluca en un tono de voz con el que él nunca antes la había oído pronunciar su nombre—. Has vivido esa noche en su piel. No fue culpa suya. Tú le ocultaste la verdad sobre su padre. Cuando eras mortal nunca le hiciste saber lo loco que estaba Vlad. Nadie lo hizo. Para ella, él era un padre decente y cuidador. Ella nunca fue testigo de su brutalidad. Pero tú… a ti te vio. La noche en que os conocisteis, tú decapitaste a un hombre que estaba encima de ella. Ella solamente era una mujer joven que había sido secuestrada en un convento. ¿Puedes imaginarte ese horror?

Él apartó la mirada. Recordaba lo asustada que estaba Esperetta. Todo su cuerpo temblaba entre sus brazos durante el viaje de vuelta a casa, y las pesadillas la persiguieron durante meses. Él la abrazaba en la oscuridad, y le juró que no dejaría que nadie volviera a hacerle daño nunca más.

Hasta que su padre la mató.

Pero eso no cambiaba nada. Esperetta no le amaba y él no estaba dispuesto a exponerse nunca más a ese tipo de dolor.

—Me pides más de lo que puedo dar.

—Muy bien. Pero tienes que saber lo siguiente. La princesa no se ha apartado de tu lado desde que te trajeron aquí. Hubiera podido intentar escapar de nosotros, pero no lo ha hecho. Ha montado guardia a tu lado como una leona que vigila a su manada. Y durante quinientos años yo he sacrificado a mi hija y su felicidad para vigilar a Esperetta por ti. Ya he tenido suficiente. Si la princesa se marcha, se marchará sola.

—Te lo prohíbo.

—Soy tu sirvienta, señor. Pero mi hija no lo es. Si quieres que la princesa esté vigilada, entonces te sugiero que lo hagas tú mismo.

Velkan se quedó con la boca abierta ante esas palabras. Ella nunca le había hablado de esa manera. Ni una sola vez.

—No lo dices en serio.

—Oh, por supuesto. Francesca no va a hacerse más joven, y yo quiero tener nietos. Ha llegado el momento de que encuentre a su compañero. Tú has rechazado a la tuya por tu propia elección. Francesca debería, por lo menos, tener la oportunidad de ser igual de estúpida, ¿no?

Honestamente, él no tenía respuesta a eso. ¿Qué podía decir? Era un tonto. Pero ¿cómo podía pasar por alto todos esos siglos? ¿Y cómo podía no hacerlo?

—Te quedarás solo en tu cama, príncipe. Voy a reservar un vuelo para la princesa. Es una chica estupenda. Dejaremos que encuentre su propio lugar en el mundo.

Y, después de haber dicho eso, Raluca le dejó solo.

—Buen viaje —dijo él, resentido y sin respiración, pero a pesar de que lo dijo, no se dejaba engañar. No podía permitir que Esperetta se marchara. No, mientras la Orden estuviera allí. Ella no era lo bastante fuerte para protegerse de ellos.

La Orden estaba conformada por especimenes muy astutos.

Irían a por ella y…

«Suplícale que se quede.»

Se sobresaltó al oír esa voz en su cabeza. Él nunca había suplicado nada, ni siquiera había suplicado piedad mientras el padre de Retta le torturaba. Él le ordenaría que se quedara. Y ella… se reiría en su cara, probablemente.

«Tendrás que suplicárselo.»

—Entonces, que se vaya. —Pero no lo creía. En realidad, ya había saltado de la cama. Con las emociones divididas, se vistió rápidamente con un pantalón y una camisa suelta.

Cuando iba a dirigirse hacia la puerta, ésta se abrió y casi le golpeó. Horrorizado, vio que Andrei y Viktor entraban llevando un gran baúl. Esperetta les seguía.

Desconcertado, les observó depositar el baúl a los pies de la cama.

—¿Qué es esto?

Los hombres no contestaron. De hecho, se negaron a mirarle a los ojos mientras se apresuraban a salir de la habitación.

—Hay otro baúl que hay que trasladar —les dijo Esperetta.

—¿Qué baúl? —preguntó Velkan mientras se acercaba un poco a su esposa.

—Mi baúl. Me traslado aquí.

—¿Adonde?

—A mi habitación. Aquí.

Completamente asombrado y estupefacto, abrió la boca y la volvió a cerrar, incapaz de decir nada.

Esperetta se acercó a él y le puso un dedo en la barbilla antes de que cerrara la boca.

—Sé que no confías en mí, pero a la mierda.

Él hubiera vuelto a quedarse boquiabierto ante ese lenguaje si la mano de ella no lo hubiera evitado.

—Esta es mi casa y tú eres mi marido. Cometí un error, y lo siento. Pero he dejado de ser una tonta.

Él se apartó un poco de ella.

—Los cazadores de la oscuridad no pueden estar casados.

—Bueno, entonces alguien tendría que habérselo dicho a Artemisa antes de que ella realizara el pacto contigo y me trajera a la vida de nuevo, ¿no? Te hizo un cazador de la oscuridad casado. No creo que pueda quejarse ahora.

Tenía razón en eso.

—Pero…

Ella puso punto final a sus palabras con un beso.

Velkan gimió al notar que ella exploraba sus labios y hundía una mano en su pelo.

—Esperetta…

—No —dijo ella, apretando la mano con que le sujetaba el pelo—. No quiero oír ninguna protesta.

Él se rió.

—No iba a protestar. Sólo quería darte la bienvenida a casa.

Retta contuvo la respiración ante esas palabras.

—¿De verdad?

Él asintió con la cabeza, pero a pesar de ello, ella se dio cuenta de que él no acababa de creer en ella. Pero, por lo menos, le permitía quedarse. Era un comienzo, y ese comienzo le ofrecía esperanzas.

La puerta volvió a abrirse y Viktor y Andrei entraron el otro baúl. Se detuvieron en la puerta.

—¿Volvemos después? —preguntó Andrei.

—Sí —dijo Velkan, en tono denso—. Y no os apresuréis.

Los hombres se tragaron unas maldiciones.

Retta se rió y Velkan volvió a besarla. Sí, esto era lo que ella necesitaba, por lo menos hasta que él se apartó y miró el baúl.

—No viniste aquí con baúles.

Ella se mordió un labio, con expresión culpable.

—Es simbólico —confesó—. La verdad es que están vacíos. —En ese momento se dio cuenta de que él estaba vestido y le preguntó—: ¿Adonde ibas?

—A ningún lugar.

Ella levantó una ceja al oír esa respuesta; una sospecha la asaltó.

—¿No?

Vio que él dudaba. Entonces, con voz profunda y cargada de emoción, dijo:

—Iba a buscarte y a pedirte que te quedaras.

—¿De verdad?

Él asintió con la cabeza.

—No quiero que te marches, Esperetta.

—Entonces, ¿estás dispuesto a confiar en mí?

Él dudó:

—Bueno…

—¡Velkan!

Él la besó en los labios, y su enojo se desvaneció.

—Confiaré en ti, pero sólo si juras no marcharte nunca más.

Ella le pasó los brazos por encima de los hombros y le miró directamente a los ojos.

—Solamente me marcharé si tú vienes conmigo. Te lo prometo.

Entonces le frotó la punta de la nariz con la suya antes de que sus labios fueran a buscar los de él y sellaran esa promesa con un profundo beso.