2
ANNE se encontró con él a la mañana siguiente, temprano. Tenía los ojos hinchados a causa de la falta de sueño. Había permanecido demasiado tiempo pensando en él una vez hubo llegado a la seguridad de la cama. También tenía los labios hinchados y sabía cuál era la causa. Se encontraba sumida en sus pensamientos mientras tomaba el desayuno en silencio con su tía y su tío cuando un desconocido entró en la habitación. Anne no había visto nunca a ese hombre, pero lo reconoció al instante.
Se le dilataron las fosas nasales, el corazón le dio un vuelco y se le erizó el vello de la nuca. El hombre, sin mirar hacia donde se encontraba ella, pasó a su lado en dirección a su tío.
—¿Me ha hecho llamar, señor?
Su tío se limpió los labios con una servilleta.
—Sí. Creo que debería conocer a mi sobrina. Ella frecuenta los establos mucho más que la condesa y a mí me parece bien; y dado que así lo hace, les voy a presentar. Debe usted saber quién es y cómo debe tratarla cuando ella vaya a la cuadra para montar.
El nuevo encargado inclinó la cabeza. Tenía el pelo oscuro, negro como una noche sin luna. Le caía hasta los hombros y se le rizaba alrededor del cuello. Tenía las pestañas igual de oscuras, y Anne no pudo verle los ojos hasta que él miró en su dirección. Cuando lo hizo, se quedó sin respiración. Fijó en ella unos ojos azules y fríos y Anne fue incapaz de pensar en nada. Él la miró y ella le miró sin poder evitarlo.
Poco a poco, el resto de los rasgos de su cara cobró forma. Unos pómulos altos, una mandíbula marcada y unas hendiduras alrededor de los labios… parecía una boca tallada con una buena mano a pesar de que ninguna otra parte de su cuerpo denotaba ninguna ternura. Era un hombre grande, y ancho, y hermoso. Y, por un momento, a Anne le pareció que le había visto en alguna otra parte a pesar de que sabía que no era posible.
—Mi sobrina, lady Anne Baldwin. —La voz de su tío consiguió penetrar la bruma que le inundaba la cabeza—. Lady Anne, éste es nuestro nuevo encargado de establos, Merrick.
—Milady —dijo con voz suave el encargado de los establos.
Anne sabía que debía responder. No podía pronunciar su nombre. Resultaba demasiado íntimo.
—¿Señor…? —Se le apagó la voz.
Él no apartó los ojos de ella.
—Simplemente Merrick. No tengo apellido. He nacido en el lado equivocado de la sábana. Puede llamarme por el nombre que me han dado.
Ella se limitó a asentir con la cabeza, pero se negó a llamarle por su nombre.
—Voy a decirle lo mismo que les digo a los que trabajan para mí —interrumpió su tío—. Debe usted tratar a mi sobrina con el mayor de los respetos. Ella dedica demasiado tiempo montando su caballo y merodeando por los establos a pesar de que sabe que su tía y yo no aprobamos exactamente su afición a estas cosas. Se lo permitimos aquí, en el campo, porque no es muy importante. Pero dado que usted está al cargo de los establos, espero de usted que la vigile y que, por supuesto, lo haga con la máxima distancia posible de ella.
—¡Tío! —Anne se sentía incómoda por esas instrucciones y por la forma directa de darlas a pesar de su presencia.
Él levantó una mano.
—Un hombre debe saber cuál es su lugar, Anne. A veces hay que decirle a un hombre cuál es su lugar para que no lo olvide.
—De verdad, querido —intervino tía Claire, agitada—, ¿tienes que incomodar a la niña por la mañana tan temprano? Estoy segura de que nuestro nuevo encargado conoce perfectamente cuál es su lugar, ¿no es así, Merrick?
Con cierta reticencia, el encargado de los establos desvió la intensa mirada de Anne y miró a su tía.
—Me he encontrado lo bastante a menudo en esa situación como para saber cuál es, señora —repuso.
—Interesante. —La mirada de tía Claire le recorrió arriba y abajo lentamente—. Es curioso que tengáis un nombre inglés y un acento escocés.
—Mi madre era escocesa —explicó él—. Crecí escuchándola, así que es natural que hable como hablaba ella. Fuera quien fuese mi padre, le pidió que me pusiera un nombre inglés. No su nombre, fuera el que fuese, sino un nombre cristiano e inglés.
—Eso es todo, Merrick —interrumpió el tío de Anne, despidiendo al hombre—. Mi sobrina sale a cabalgar todas las mañanas a las diez en punto. Su montura es la yegua zaina de la caballeriza cinco. Asegúrese de que el caballo esté preparado para lady Anne.
Anne no podía montar esa mañana. Eso estaba fuera de cuestión. Necesitaba tiempo para recuperar la compostura.
—No voy a montar esta mañana —dijo, tartamudeando—: yo… no me encuentro muy bien —explicó a su tía y a su tío, quienes se mostraron sorprendidos por esa afirmación.
—Me gustaría hablar con su sirvienta.
—¿Qué? —Anne miró al nuevo encargado de los establos.
—Su sirvienta —repitió él—. Me gustaría hablar con ella.
—¿La vieja Berta? —Tía Claire frunció el ceño—. ¿Por qué motivo tendría usted que hablar con ella? Ni siquiera se enteraría de la mitad de lo que tenga que decirle. Se está quedando bastante sorda a causa de la edad.
El nuevo encargado del establo no pareció sorprendido. Lo sabía. Anne sospechaba que lo había sabido desde el principio. Pero ¿cómo era posible? ¿No podía haberla visto la noche anterior? Ella no pudo verle en la oscuridad.
—No importa, entonces —dijo él—. Di por entendido que la señorita se llevaría a su sirvienta a cabalgar con ella y quería preguntarle a la mujer qué caballo iba a usar, pero si la mujer es vieja…
—Usted va a cabalgar con mi sobrina —dijo su tío—. Por lo menos hasta que pueda encontrar a un mozo de cuadra adecuado. Su antiguo mozo ya no está con nosotros. Cabalgue con lady Anne, pero a una distancia adecuada de ella, por supuesto.
—Por supuesto —dijo él, y Anne detectó un ligero tono de sarcasmo a pesar de la frialdad con que lo dijo. Él era un sirviente, pero eso no le gustaba. No le gustaba en absoluto.
—¿Es eso todo, señor? —preguntó él a su tío.
—Puede retirarse —contestó tío Theodore, volviendo a concentrarse en su desayuno—. No olvide mis instrucciones respecto a la potranca gris.
El encargado del establo se dio la vuelta para salir. Anne tenía curiosidad por todo lo que sucedía en los establos y la potranca gris era una de sus favoritas, aunque ese caballo pertenecía a su tío.
—¿Qué pasa con la potranca gris?
Merrick, como ella tendría que llamarle, dudó un momento y miró a su abuelo.
—No es asunto de ella —dijo el tío—. Váyase ahora y ocúpese de sus asuntos, de mis asuntos, mejor dicho —añadió, riendo un poco.
El buen humor del tío Theodore no consiguió hacer que Merrick sonriera, y Anne se encontró preguntándose qué aspecto tendría ese hombre si lo hiciera. ¿Le endulzaría eso las facciones del rostro? Merrick abandonó la habitación y ella se quedó mirando en dirección por dónde él había salido hasta que notó la mirada de su tía. Anne se ruborizó y rápidamente volvió a prestar atención al desayuno.
—Es muy atractivo, tu nuevo encargado de establos, querido —comentó tía Anne—. No estoy segura de que haya sido una elección acertada dado que tenemos a una mujer joven y bonita bajo nuestro techo. Sería como poner a un zorro para que vigilara a las gallinas.
Anne se sintió un poco preocupada de que su tía se hubiera referido a Blackthorn Manor como si ésta perteneciera a los tutores de Anne. Esa casa había sido propiedad de la madre de Anne, y Blackthorn Manor, al igual que la importante herencia por línea materna, pasaría a ser propiedad de Anne cuando cumpliera veintiún años. A pesar de ello, no dijo nada. Anne estaba segura de que había sido un descuido.
Tío Theodore había heredado el título del padre de Anne, pero su padre había sido un conde desnudo, en el sentido de que no había tenido ninguna propiedad vinculada a su título. Había sido la madre de Anne quien se había casado con alguien de clase inferior. Una unión por amor. Dado que ella no tenía ningún hermano ni ningún pariente masculino vivo por parte de madre, el hijo de Anne, si tenía uno, algún día heredaría el título de marqués.
Tío Theodore hizo un gesto con la mano.
—Mientras las gallinas se comporten, lo mismo hará el zorro. —Levantó la mirada e intercambió con su mujer una de esas miradas especiales que Anne no podía descifrar.
¿Era una advertencia? Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Anne continuaba sintiendo curiosidad por la potranca y pensó que su tío se mostraría más hablador ahora que el encargado de los establos se había marchado.
—¿Qué planes tienes para la potranca? —intentó de nuevo.
—No es una conversación adecuada para una joven señorita —dijo él con el ceño fruncido—. No es asunto tuyo, sobrina.
—Sí, tío —repuso Anne, obediente, aunque el hecho de que él se negara a hablar del asunto todavía aumentó más su curiosidad. Quizá ella se había precipitado en decidir que se iba a quedar en la casa esa mañana. El encargado de los establos seguro que sabía el plan que su tío tenía para la potranca gris. Si ella se lo preguntaba, él tendría que decírselo, ¿no era así?
—¿Me disculpáis? —pidió—. Quizá si descanso un poco esta mañana, me hará sentir un poco mejor.
—Sí, ve y túmbate un rato —le dijo su tía, dándole unas palmaditas en la mano con gesto ausente, una reacción automática y poco sentida.
Ella intentó no sentir resentimiento. Su tía y su tío se habían convertido en sus tutores después de que sus padres contrajeran una fiebre a bordo de un barco y murieran, dejándola huérfana a la edad de diez años. Pero ella nunca se había vuelto a sentir verdaderamente querida, no de la forma en que sus padres la querían. Su tía y su tío estaban con Anne en Blackthorn Manor cuando la noticia de su muerte llegó. Simplemente, ya no se marcharon de allí.
Su padre y su tío eran hermanos. No había nadie más que pudiera acoger a Anne, y quizá, si lo hubiera habido, ella hubiera sabido, por lo menos, que su tía y su tío habían elegido criarla porque habían querido, no porque tenían que hacerlo. Anne se excusó, se levantó de la mesa y subió.
La vieja Berta se había dormido en una silla y roncaba suavemente. El hábito de salir a cabalgar ya se había instalado. Ella no podía evitar para siempre al encargado del establo. Además, quería preguntarle acerca de la potranca y cuáles eran los planes de su tío para ese caballo.
Merrick olió el dulce olor de lady Anne antes de verla. Él tenía un don con el olfato y con la vista. Siempre lo había tenido, pero obviamente no había sido capaz de saber qué pensaba la señorita porque su aparición le había sorprendido. Se encontraba de pie delante de la caballeriza de la potranca gris y pensaba que su nuevo señor era un ignorante que no se merecía los buenos caballos que tenía. Se volvió y vio a lady Anne a la entrada de la cuadra. Iba vestida para montar.
—¿Ha cambiado de opinión?
Era una pregunta que podía tener dos significados y la forma en que ella se ruborizó de inmediato, él se dio cuenta de que tenía el ingenio agudo.
—Sí, he decidido que voy a montar esta mañana —declaró ella, entrando en la penumbra de la cuadra—. ¿Quiere ponerle la silla a mi caballo?
—Por eso es por lo que estoy aquí. —Él se apartó de la potranca gris—. Para atender a sus necesidades.
Ella se ruborizó todavía más.
—No hay necesidad de que esto resulte incómodo. Cometió un error ayer por la noche que los dos tenemos que olvidar y continuar adelante.
Merrick hizo una pausa ante la caballeriza de la yegua. Levantó una ceja.
—¿Yo cometí una falta? No lo habría hecho si usted no me hubiera mentido.
Pero eso, en sí mismo, era una mentira. Aunque Merrick hubiera sabido que ella era la sobrina de su señor, eso no le hubiera detenido. Ella era la mujer más hermosa que había visto nunca. Merrick no había reaccionado antes con tanta fuerza ante una mujer, fuera una sirvienta o una señorita de alta cuna. Encontraba a lady Anne Baldwin absolutamente irresistible.
Tenía el cabello del color del sirope de arce y cuando lo llevaba suelto, como la otra noche, le caía en cascada hasta la fina cintura. Sus ojos eran de un cálido tono marrón. Tenía las pestañas largas y gruesas, y la piel de un pálido tono cremoso. Algunos encontrarían que tenía una boca demasiado generosa, pero a Merrick le gustaban sus labios gruesos y sensuales. Su cuerpo era el sueño de cualquier hombre. Él no era del agrado de la señorita, pero eso no impedía que él la deseara.
—Estuvo mal por mi parte mentir —admitió ella, mordiéndose el labio inferior—. Tenía miedo de que usted pudiera decirles a mi tío y a mi tía lo que yo estaba haciendo y sabía que ellos no estarían contentos de saberlo. Creí que me prohibirían acercarme a la cuadra y montar a caballo.
A juzgar por lo que sabía de su tía y de su tío, Merrick se imaginaba que ellos no se sentirían contentos de conocer los actos de ella de la noche pasada, y por supuesto, tampoco de conocer los suyos.
—Entonces puede ser nuestro pequeño secreto. —Le puso las riendas a la yegua, abrió la caballeriza y la condujo fuera. Miró a lady Anne y se dio cuenta de que ella había levantado un poco la cabeza.
—Yo creo que eso es más una ventaja para usted que para mí.
Merrick reprimió el deseo de levantar la vista al cielo y se detuvo delante de ella.
—No soy tan ignorante como para no saberlo. No hay ninguna necesidad de amenazarme.
Anne no había tenido ninguna intención de hacerlo. Siempre se había enorgullecido de ser amable con los demás, incluso con aquellos de condición inferior, incluso con quienes la sociedad consideraba desfavorecidos. ¿Por qué ahora estaba intentando poner en su sitio a ese hombre? Le recorrió el cuerpo con la mirada y supo la respuesta. Era un hombre peligroso. Ser mala no era tan difícil, después de todo. Uno sólo necesitaba el incentivo correcto. Y el incentivo correcto se encontraba de pie delante de ella en esos momentos, y la miraba con unos ojos azules de expresión rebelde.
—Yo no soy como ellos —insistió ella—. No soy una esnob.
Él le recorrió el cuerpo con la mirada, de arriba abajo.
—Sí, lo es —repuso—. Pero todavía no lo sabe.
Ella le observó mientras él conducía a Tormenta hacia la habitación de los arreos y la ataba. Anne estaba pensando en qué decirle cuando él pasó por su lado, caminó hasta el extremo de la cuadra y sacó a su semental negro de su caballeriza. Ella no había visto a ese caballo antes y por un momento olvidó su enojo con el nuevo encargado de los establos.
—Es precioso —dijo sin aliento.
A Anne le encantaban los caballos y se consideraba una buena entendida en ellos. Ese semental estaba hecho para correr. Tenía la cabeza pequeña, el cuello, grueso y la larga crin y la cola estaban bien cuidadas.
—Es un buen caballo —asintió Merrick, deteniéndose delante de Anne para que ella pudiera acariciar la sedosa piel del caballo—. Pero no tiene pedigrí. Lo tengo desde que era un potro y lo he criado yo. No conozco su linaje, al igual que no conozco el mío. Los dos somos bastardos, supongo.
Anne arqueó una ceja.
—¿Lo siente él tanto como usted?
Los ojos azules de él adoptaron una repentina expresión de sorpresa, como si no hubiera esperado que ella pudiera ser intuitiva. Entonces se encogió de hombros.
—No —respondió—. Porque él no conoce la diferencia. Supongo que tiene esa bendición.
Al darse cuenta de que el tema de su nacimiento era un asunto doloroso, Anne no hizo ningún otro comentario. Se dedicó a observarle mientras él se ocupada de ensillar a la yegua y al semental negro. Merrick se movía con una gracia que pocos hombres, incluso entre la nobleza, poseían. Un pantalón negro se le ceñía a las caderas y a los músculos de las piernas de una forma que rayaba la vulgaridad. Llevaba una camisa blanca, basta pero limpia, abierta en el cuello, tan abierta, de hecho, que ella vio una parte de su pecho bronceado y cubierto de un fino vello negro y rizado. Por alguna razón, eso le pareció indecente. O quizá era su propia reacción ante él lo que no era adecuado.
La ausencia de brillo en sus botas altas hasta la rodilla le recordó que él pertenecía a la clase trabajadora y que no disponía de ninguna ayuda de cámara para que se las limpiara cada noche. Cuando entró en la casa mientras desayunaban llevaba el pelo suelto, pero ahora lo llevaba atado con una cinta negra y eso acentuaba los rasgos afilados de su rostro y resaltaba más sus brillantes ojos azules. En ese momento, ella tuvo que admitir que nunca había visto a un hombre más atractivo que él.
Solamente el hecho de mirarle le hacía sentir cosquillas en el estómago, le aceleraba el pulso de la sangre en las venas y le dificultaba respirar a un ritmo acompasado. Oh, sí, él era peligroso. Anne tendría que cuidarse cuando estuviera cerca de él, y ella nunca había tenido que hacer eso antes.
—Voy a ayudarla a subir —dijo Merry, y se dio cuenta de que ella continuaba mirándole aunque los caballos ya estaban ensillados.
Anne intentó no ruborizarse y dio la vuelta a Tormenta para colocarse donde él la estaba esperando. Cuando vio que la yegua llevaba una silla para montar de lado, Anne frunció el ceño. Le recordó que en su aventura de la otra noche no había podido montar a horcajadas como un hombre. Pero en cuanto sintió las manos de Merrick que la sujetaban por la cintura, se quedó con la mente en blanco. Notó su calidez incluso a través del traje de montar. Él la izó hasta la silla como si no pesara nada. Él levantó la mirada hasta ella por un momento y ambos se miraron. Anne tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para mirar en otra dirección.
Nerviosa, condujo a su caballo alrededor del gran semental y hacia fuera, al sombrío día. Anne se alegró de notar el aire frío que la hacía reaccionar. Deseó que a Merrick no le hubieran asignado la tarea de escoltarla durante sus paseos a caballo. Temía que nada bueno podía salir si los dos pasaban mucho tiempo juntos.