6
ANNE se reía a carcajadas de la pura alegría que sentía al cabalgar a través de los páramos a la luz de la luna, de notar el viento en el pelo, a Merrick a su espalda y sus brazos alrededor de su cuerpo, sujetándola firmemente delante de él. Él tenía razón. Nunca había montado un caballo tan rápido como ese semental. Los cascos de Pecado resonaban por la tierra agrietada, levantando trozos de tierra a su paso.
—¿Quieres ir más deprisa? —Él se inclinó hacia delante para preguntárselo.
—Oh, sí —dijo ella sin aliento; inmediatamente ambos se inclinaron hacia delante y el semental salió disparado.
Anne notaba que la sangre le corría con furia por las venas. Cerró los ojos y se limitó a vivir ese momento: a sentir al poderoso caballo de paso seguro debajo de ella, a sentir el viento en el rostro y el fuerte latido del corazón de un hombre en su espalda. No quería que terminara nunca, pero por supuesto, tenía que hacerlo.
Merrick hizo que el semental bajara la velocidad. El aliento de Pecado se condensaba en el aire, y el caballo relinchó, protestando. Merrick conocía bien al caballo. Al semental le encantaba correr.
—Hay una feria en el condado, no muy lejos de Blackthorn Manor, la semana que viene —le dijo a Merrick—. Deberías hacer correr a Pecado allí.
—¿Y tú vendrás a vernos correr?
A Anne le encantaban las ferias rurales, a pesar de que su tía y su tío las encontraban aburridas.
—Si mi tía y mi tío me llevan —respondió—. Normalmente no les gustan ese tipo de cosas. Mi tía preferiría ir a un baile en Londres.
—¿Y tú, Anne? ¿Qué prefieres tú?
Él había hecho detener al semental. La luz de la luna bañaba la tierra alrededor de ellos con una luz suave y ella volvió a maravillarse de que un paisaje tan áspero pudiera ser hermoso.
—Prefiero las ferias —contestó con sinceridad—. Aunque mi tía dice que es malgastar el tiempo. No hay caballeros elegantes en una feria que se puedan sentir atraídos por mí. Allí no hay nada que ella pueda aprobar. No hay mercado de matrimonio.
Merrick le puso la mata de pelo, ahora enredado, sobre uno de sus hombros. Sentir el roce de los dedos de él en el cuello la hizo estremecer.
—¿Por qué no te has casado, Anne? ¿Es que los caballeros de Londres son todos ciegos y sordos?
Ella solamente podía ser sincera con él.
—Soy aburrida.
Él se rió, y su aliento cálido le acarició el oído.
—¿Tú, aburrida? ¿Una mujer que se escapa de la casa por la noche y se desnuda hasta quedarse en ropa interior para poder montar a un caballo por los páramos? ¿Una mujer que se aventura en el bosque sola y que se enfrenta a los lobos? ¿Una mujer…
—Normalmente no hago estas cosas —le interrumpió Anne, volviéndose para poder verle la cara—. Me estoy rebelando. Estoy segura de que se me pasará.
—¿Ah, sí?
De repente, la boca de él estaba casi tocando sus labios. ¿La había llevado hasta allí para terminar de seducirla? Algo perverso dentro de ella le decía que si era así, quizá eso no fuera una mala cosa. La carrera a caballo le había calentado la sangre. Esa noche quizá fuera lo único que pudieran tener juntos. Anne sabía que su rebelión no podía durar. En algún momento debía recuperar el sentido común y volver a su aburrida y predecible vida… pero quizá no inmediatamente.
La señorita quería que la besara. Merrick estuvo tentado de hacerlo. Tentado casi hasta más allá de su control. Pero esa noche le había sucedido algo realmente extraño. En el bosque, mientras la había estado besando, tocándola, deseándola como nunca antes había deseado a una mujer, algo se le había removido por dentro. Algo extraño le había invadido. Había estado a punto de consumirle… fuera eso lo que fuese.
Su deseo por ella se había convertido en algo animal. Sus pensamientos se habían vuelto inconexos, como si se le escaparan. Como si se estuviera transformando en otra cosa. Por un momento tuvo verdadero miedo de hacerle daño a Anne. Ese miedo fue lo que se impuso al deseo que sentía por ella y que le obligó a apartarse, a desaparecer el tiempo suficiente para recomponerse de lo que le estaba sucediendo, fuera eso lo que fuese.
Ahora ella le estaba tentando a perder el control de nuevo. En el pasado, mujeres de la clase social de Anne se habían acercado a él, habían aparecido a hurtadillas en el establo donde él estaba trabajando en medio de la noche. Habían querido divertirse con él, y Merrick las había utilizado, suponía, para satisfacer el deseo de venganza contra esa clase social que tenía clavada en el corazón. Pero Anne no era como esas mujeres. Lo que sentía por ella no era lo mismo. Y lo que ella le hacía sentir no era parecido a nada que hubiera sentido antes.
Él disfrutaba de la alegría de ella. Su inocencia era como un bálsamo sobre su alma hastiada. Lo que quería de ella no era solamente unos cuantos momentos robados en la noche. Tenía mucho miedo de lo que quería de ella. Era todo aquello que le había prometido a su madre que rechazaría.
—Si yo fuera un caballero, te llevaría a la feria —le dijo, mientras le apartaba un mechón de pelo del hermoso rostro—. Te llevaría en una bonita calesa y me gustaría que te vieran conmigo. Llevaría una prenda tuya en mi brazo mientras cabalgara a Pecado.
Ella le sonrió a la luz de la luna y el corazón le dio un vuelco en el pecho.
—Pero no soy un caballero, Anne. No debes olvidarlo.
La dulce sonrisa de ella se desvaneció. A la luz de la luna, vio que se le ruborizaban las mejillas.
—Tú eres mejor que muchos que conoces —le dijo con suavidad—. Si no, no me advertirías que no perdiera la cabeza. No me recordarías cuál es mi lugar, y el tuyo.
Eso era algo muy ajeno a su carácter. Merrick nunca había tenido escrúpulos de tomar lo que se le ofrecía, y a veces se había sentido secretamente resentido de que le tomaran como a un buen semental y no como a un hombre. Él había pensado que Anne era diferente, pero ¿lo era? Quizá ella pensara lo mismo de él. Una diversión en su vida tan ordenada. Solamente una parte de su rebelión. Entonces, ¿debía sentir alguna culpa por seducirla? ¿Por divertirse con ella igual como ella se divertiría con él?
Ella le miró con sus ojos grandes e inocentes. Dulces como los ojos de una paloma. No, no estaba equivocado con ella, a pesar de que deseaba creer que lo estaba.
—Tú quieres más de lo que puedo darte, Anne. Más de lo que un hombre como yo podrá darte nunca. Ahora te llevaré a casa.
Por un momento, los ojos de ella, que le miraban, brillaron como si tuviera los ojos llenos de lágrimas.
—¿Es demasiado querer eso? —susurró ella—. ¿Ser amada?
¿Era eso lo que ella quería de él? Merrick tenía dificultad en creerlo. Era más que probable que ella estuviera simplemente confundida acerca de lo que era el amor. No era que él mismo lo supiera. Él nunca se había enamorado antes de una mujer. Por supuesto, sabía lo que era ser rechazado. Quería evitar eso con ella.
—Estoy convencido de que eres amada, Anne. Tu tía y tu tío…
—Tienen problemas en mostrar su afecto por mí —le interrumpió ella. Anne hizo un esfuerzo por contener las lágrimas—. He hecho todo lo que he podido para ganarme sus corazones, pero siento que he fallado. Me pregunto si la falta está en mí. Si hay alguna cosa en mí que no sea merecedora de amor.
¿Era eso lo que ella pensaba? ¿Cómo era posible que alguien no amara a Anne? Era buena y dulce, y hermosa, y él había sabido eso de ella casi de forma instintiva. Había sabido que ella era lo opuesto a él. Quizá por eso la encontraba irresistible. Ella suponía todo aquello que él no era. Ella tenía todo aquello que él no tenía. Pero, al final, quizá fueran más iguales de lo que le parecía. Ambos deseaban aquello que, aparentemente, no podían tener.
—No hay nada de eso en ti, Anne —le dijo él—. Quizá ellos no te merezcan. —Igual que él.
Merrick dirigió al semental hacia Blackthorn Manor. Anne se acomodó en la silla delante de Merrick. Cabalgaron en silencio. Él saboreó la sensación de tenerla contra su cuerpo, de sentir su dulce olor. Ése era un momento en el tiempo en que nada les separaba, a pesar de que al día siguiente todo volvería al lugar donde debía estar. Anne en la enorme casa. Él en los establos. Ella era una señorita a la espera de recibir todo aquello que se merecía de la vida, todo sería suyo con el tiempo. Y él… Bueno, Merrick ni siquiera estaba seguro de qué era. Era un hombre del cual lady Anne Baldwin debía mantenerse apartada. Eso sí lo sabía.
La feria en Devonshire era un espectáculo impresionante. Puestos de mercaderes, compra y venta de caballos y de ovejas, e incluso algún que otro espectáculo ambulante. Anne se abrió paso a través de la multitud a paso lento para que su amada Bertha pudiera seguirla. Su tía y su tío caminaban delante de ella, e iban vestidos como si fuera a asistir a un importante baile más que a una feria de campo. Anne se había decidido por un vestido sencillo, un modesto sombrero y uno de sus chales más viejos. No quería destacar entre la multitud.
Tenía demasiadas emociones contenidas para hacer el papel de gran señorita ese día. Desde que ella y Merrick se habían escapado en la oscuridad, ella no se había acercado a los establos. Estaba asustada, lo admitía. Asustada de sus sentimientos hacia Merrick. Nada bueno podía salir de eso, pero saberlo no parecía evitar que deseara estar con él.
Merrick estaba allí ese día. Se había marchado al salir el sol, y había aconsejado a su tío que apostara el dinero en él y en su semental en las carreras. Si no fuera por la perspectiva de hacer dinero en las apuestas, dudaba que su tío y su tía hubieran querido ir a la feria.
Una mujer que leía el futuro llamó a Anne al pasar por su lado.
—Ven y déjame que te lea el futuro, buena señorita.
Divertida, Anne se detuvo ante el puesto de brillantes colores. La pitonisa llevaba los ojos muy pintados. Llevaba una capucha sobre la cabeza y un anillo en cada dedo de la mano. Anne introdujo la mano en el bolso y sacó una moneda.
—Esto es lo único que tengo —le dijo, lo cual no era del todo cierto, pero era todo lo que podía dar por la tontería de que le dijeran el futuro.
La mujer tomó la moneda y le agarró la mano. Observó la palma de la mano de Anne.
—Tienes una larga línea de la vida —le dijo—. Pero veo problemas más adelante, en el futuro.
Anne suponía que la mayoría de la gente podía esperar tener problemas de un tipo u otro en el futuro. Se limitó a sonreír a la mujer.
—Hay un hombre —le dijo la mujer, levantando la mirada hacia Anne con sus largas pestañas. La mujer volvió a bajar la cabeza, y de repente le soltó la mano. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos y se había puesto pálida a pesar de que era de piel morena—. Ve con cuidado con el lobo que hay en tus establos —le susurró—. Mantente lejos de él o vas a hacer que su maldición caiga sobre ambos.
Anne, perpleja, miró a la mujer.
—¿Perdón?
—Vete ahora —le ordenó la mujer—. No puedo hacer más que avisarte.
Anne se sintió estafada, por decirlo de forma suave. No había lobos en su establo, y esperaba que le diría que iba a conocer a un hombre especial y que tendría un futuro brillante. Eso era lo que una mujer quería oír. De repente, Anne se preguntó si el lobo al cual la mujer se refería sería, de hecho, un hombre a quien debía evitar.
—¿Este lobo que hay en mi establo es un hombre o una bestia? —le preguntó a la mujer.
La pitonisa se estremeció.
—Es ambas cosas —contestó. Luego se levantó y desapareció entre la muchedumbre.
A Anne se le puso la piel de gallina y se cubrió con el chal.
—Ah, está aquí, lady Anne. —Bertha llegó bufando a su lado—. La perdí en medio de la gente y por un momento me he sentido muy preocupada.
Todavía preocupada, Anne alargó la mano y le dio un apretón a su sirvienta en el brazo.
—Estoy bien. Me he parado para que me leyeran el futuro.
Bertha se burló.
—Eso ha sido malgastar una moneda. Supongo que ella le dice que pronto va a conocer a un guapo joven y que van a tener un futuro feliz juntos. Ese tipo de gente siempre le dicen a una lo que quiere oír.
Las palabras de Bertha solamente consiguieron inquietar más a Anne. Lo mismo había pensado ella. Un movimiento, más adelante, entre los vendedores y los que actuaban, le llamó la atención. Los caballos levantaban la tierra del suelo con los cascos: las carreras de caballos estaban a punto de empezar.
—Venga, lady Anne —le dijo Bertha—. Sus tíos deben de estar preguntándose qué se ha hecho de nosotras. Vamos a ver la carrera con ellos y a tomar una agradable comida.
La sirvienta de Anne nunca se perdía una comida, lo cual era obvio, viendo su figura redonda. Bertha se apresuró con Anne por la calle hasta el prado donde se iba a celebrar la carrera. Anne no pudo evitar mirar hacia atrás, en dirección a donde se encontraba la pitonisa. La mujer estaba de pie y la miraba. Anne se volvió a dar la vuelta rápidamente.
Anne vio que su tía y su tío estaban sentados encima de una manta tendida en el suelo. Millicent, la sirvienta personal de su tía, había venido con ellos y estaba transportando cosas de la calesa para que su tía estuviera cómoda. La mujer se arrodilló en la manta para desempacar la comida.
—Aquí estáis —dijo tía Claire al ver a Anne—. Ven y siéntate, Anne. Estamos muertos de hambre.
Complaciente como siempre, Anne se apresuró hasta la manta y se sentó.
—No puedo daros suficientemente las gracias por haberme traído hoy aquí, tío Theodore y tía Clarie. Sé que a los dos os parecen aburridas estas ferias, pero yo me lo estoy pasando muy bien.
Con expresión distraída, su tía alargó una mano y le dio unas palmadas en la cabeza.
—Me gustaría que un evento social te pusiera ese brillo en los ojos y ese rubor en las mejillas como lo hace esta basta feria. Quizá no estés hecha para llevar una vida como esposa en sociedad. No es extraño que ningún caballero adecuado haya pedido tu mano, Anne. Tienes unos gustos extraños para ser una joven de buena cuna. Debes de haber heredado esto por parte de tu madre.
Anne bajó la mirada hasta las manos, juntas.
—Siento ser una decepción para ti, querida tía —dijo—. Me esforzaré en el intento de atraer la atención de un soltero adecuado cuando vayamos a Londres la próxima vez.
—Deja en paz a la chica —intervino su tío—. Queremos que sea feliz con su futuro marido, ¿no es verdad, esposa?
Su tía volvió a darle unas palmadas.
—Por supuesto que sí. Tomate tu tiempo, Anne. No hay prisa.
La actitud de tía Claire era verdaderamente extraña. La mayoría de madres estaban tan desesperadas para encontrar parejas adecuadas para sus hijas que no se podía hablar de otra cosa a partir del momento en que la chica era lo bastante mayor para contraer matrimonio. Dado que sus tíos mostraban poco afecto por ella, Anne sospechaba que se alegrarían mucho de librarse de ella. Quizá era porque había intentado con tanto ahínco ganarse su amor que no la consideraban una carga tan pesada.
—Debo intentarlo más —admitió—. Voy a cumplir veintiún años pronto, y se me va a considerar prácticamente una solterona.
—Hemos pensado que nos quedaremos en el campo hasta después de tu cumpleaños —dijo su tío con voz aguda—. Creemos que lo pasarías mejor si puedes montar tu caballo y correr al aire libre, tal y como te gusta hacer.
Anne estaba sorprendida. Todavía faltaban tres meses para su cumpleaños. No se imaginaba a su tía pasando ese lapso de tiempo lejos de las fiestas y los amigos de Londres. Anne, de hecho, había creído que sus tutores celebrarían un baile de cumpleaños. Sería una oportunidad para atraer a los pretendientes.
—Qué amable por vuestra parte —dijo ella, sincera—. Sí prefiero el campo al ajetreo de Londres, pero sé que los dos preferís estar en la ciudad.
—Es tu cumpleaños —dijo su tía, olvidándose de darle unas palmadas esta vez—. Queremos que lo disfrutes tanto como sea posible.
Anne sintió que un sentimiento de ternura hacia su tía y su tío la invadía. Suponía que a veces les juzgaba mal. Simplemente porque no tuvieran facilidad en mostrar el afecto no significaba que no se preocuparan por ella.
—Me haría muy feliz pasar mi cumpleaños en el campo.
—Entonces está decidido —dijo su tía, mirando la comida que la sirvienta les había colocado delante—. Vamos a comer antes de que los caballos empiecen a levantar más tierra y nos arruinen la comida.
Se pusieron a comer. Anne se dio cuenta de que no tenía apetito. Estaba nerviosa. Quizá por Merrick y por el semental negro. Quizá por el encuentro con la pitonisa. Nadie pareció darse cuenta de lo poco que comía Anne. Su tía y su tío estaban muy ocupados hablando del último chismorreo de Londres.
—Dos de ellos están casados ahora —dijo tía Claire—. Algunos dicen que les permiten frecuentar los círculos sociales a causa de su parentesco con la viuda. A mí me parece vergonzoso. Me alegro de que Anne no se haya dejado camelar por ese Jackson Lupus igual que todas las mujeres a las que mira.
La atención de Anne se desvió hasta su tía. Hablaba de los hermanos Lupus. Los salvajes Lupus de Londres, como algunos los llamaban. De repente, se dio cuenta de algo que la impresionó como si le hubieran dado un puñetazo.
—Lupus —susurró.
—¿Qué, querida? —preguntó su tía.
Anne, anonadada por haberse dado cuenta de a quién le recordaba Merrick, se limitó a negar con la cabeza y no contestó. Merrick era la misma imagen de Jackson Lupus, sólo que él tenía el pelo oscuro en lugar de rubio, y unos ojos claros en lugar de oscuros. No era extraño que hubiera tenido la sensación de que le conocía cuando le encontró en la sala comedor.
Qué extraño que ellos dos se parecieran tanto, por lo menos en los rasgos faciales y en la estatura. Automáticamente dirigió la mirada hacia el prado donde los caballos se estaban colocando en línea. No podía ver por encima de la multitud, así que se puso en pie y se protegió los ojos del sol.
Unos hombres altos le tapaban la vista a Anne.
—No puedo ver nada —les dijo a su tía y a su tío—. Voy a ir un poco más adelante.
—Bertha, ve con ella —ordenó su tía—. Se va a quedar boquiabierta mirando y no se va a dar cuenta si alguien le roba el monedero.
La sirvienta, que todavía estaba ocupada comiendo, rezongó, dejó el plato a un lado y se puso de pie.
—Me he hecho demasiado vieja para ir detrás de ella —se quejó.
Anne no esperó a Bertha. Se apresuró y se metió entre la multitud, ansiosa por ver a Merrick. No hizo caso de los empujones que tuvo que dar a la gente para abrirse paso. Llegó delante de todo de la muchedumbre y observó a los jinetes que preparaban a los caballos para la carrera. Merrick ya estaba sentado encima de su semental negro: los dos juntos eran una visión formidable. Ambos eran oscuros y ambos eran magníficos.
Anne se quedó sin aliento observando a Merrick que hizo pasar a su semental por delante de los demás jinetes, pavoneándose. Merrick llevaba el pelo recogido detrás, lo cual dejaba al descubierto su impresionante atractivo. Llevaba una camisa blanca abierta en el cuello, arrugada, que parecía fuera de lugar entre la gente del campo más sencilla. Llevaba un pantalón de montar negro y había limpiado las botas, que brillaban vivamente. Ella no había visto nunca a un hombre más guapo. Aparte del resto de los hermanos Lupus.
Por supuesto, todos ellos eran guapos. Jackson era un buen amigo suyo. Se habían conocido fuera el año pasado. Él se había casado con una mujer de quien algunos afirmaban que era una bruja, pero a Anne le gustó Lucinda desde el mismo momento en que la conoció. Por Dios, Merrick se parecía a Jackson. Se parecía tanto que podía ser su hermano.
Debía hablarle a Merrick de ese extraño parecido con Jackson Lupus. Quizá eso diera respuesta a algunas de las preguntas que Merrick tenía acerca de su padre. Pero, por otro lado, eso supondría un problema para los hermanos Lupus, y Dios lo sabía, ya tenían bastantes preocupaciones por el momento.
Anne no sabía qué hacer con esas repentinas sospechas. Valoraba la amistad que tenía con Jackson, le encontraba divertido y agradable y no creía ninguna de las cosas que a menudo se rumoreaban de él. Pero Merrick encontraría consuelo si finalmente sabía cuál era su origen, si es que sus sospechas se confirmaban. ¿Cómo no podían hacerlo? Merrick tenía que ser un Lupus, eso era todo.
«Ten cuidado con el lobo que hay en tu establo.» El aviso de la pitonisa le vino a la mente de repente. No el lobo, sino el lupus. Merrick era un hijo ilegítimo, pero seguro que era un Lupus. Anne estaba ansiosa por decirle que había resuelto el misterio de quién había sido su padre.
Los jinetes se pusieron en línea delante de ella. Los caballos cabeceaban y pisaban con fuerza el suelo, ansiosos por lanzarse a la carrera. Detrás de ella oyó que los hombres hacían sus apuestas. Merrick era el favorito: la mayoría apostaba a favor del nuevo hombre del conde.
También oyó rumores entre las mujeres que había alrededor: susurraban discretamente acerca del atractivo y la excelente forma física del nuevo encargado de los establos; esos rumores la pusieron tensa.
—Imagino que lady Baldwin pasa más tiempo del normal con los caballos de su esposo estos días —bromeaba una de las mujeres—. He oído decir que le gusta que sus amantes sean jóvenes y varoniles.
—Entonces, éste no le habrá decepcionado. —Otra de las mujeres se rió—. Supongo que ese hombre estará acostumbrado a servir a las mujeres de sus jefes, igual que un buen semental.
Las mujeres se rieron y Anne se apartó de esa charla para que se le pasara el malestar que empezaba a sentir en el estómago. Se había dado cuenta de cómo su tía había mirado a Merrick esa primera mañana en el comedor. Vio que le evaluaba con la mirada. Anne no le había dado mucha importancia, aparte de pensar que era un tipo de hombre que llamaba la atención de una mujer, fuera o no joven. Seguro que su tía no le había abordado en los establos, dado que ya estaba madura para tener aventuras.
De repente, los celos la inundaron. No tenía ningún derecho a sentir esa emoción. No tenía ningún derecho a sospechar que su tía había hecho otra cosa aparte de apreciar el atractivo de él, que había actuado en interés propio. Entonces Anne recordó la advertencia de su tío, de que las gallinas tenían que comportarse de forma adecuada. ¿Lo había dicho más para su esposa que para Anne?
«Tonterías», se reprendió a sí misma. Nunca había sentido celos por un hombre y no le gustó esa emoción. Eso provocaba que una pensara de forma irracional. Para tranquilizar esa repentina preocupación, miró a su alrededor para encontrar a su tía y a su tío, que se habían unido al público de la carrera. Se encontraban a unos metros de distancia, y su tía estaba observando a Merrick mientras éste ejercitaba al caballo y su tío hacía sus apuestas.
Merrick, como si notara la mirada de tía Claire, miró en dirección a la mujer, le aguantó la mirada unos momentos y luego apartó la vista, seguramente en busca de un objeto de atención más bonito y joven. Sus ojos aterrizaron en Anne. Ella intentó mirar hacia otra parte, pero no pudo. Era curioso, nunca había sentido ese cosquilleo en el estómago ni el pulso acelerado cuando Jackson la había mirado. Tan parecidos y, a pesar de ello, tan distintos.
Sonó una trompeta y Merrick apartó la mirada; ahora su interés estaba centrado en la carrera. Anne se había ruborizado cuando él había mantenido la mirada en ella y ahora miró a su alrededor, incómoda. Su tía la estaba mirando con una expresión de desaprobación que era evidente por el ceño fruncido que mostraba. Anne se negó a sentirse avergonzada ahora que había sabido del gusto de su tía por los hombres más jóvenes. Era evidente que era correcto que ella se comportara mal, pero no para Anne. Levantó la barbilla en un gesto de desafío que consiguió que su tía la mirara con expresión de sorpresa.
Se oyó un disparo y Anne dirigió la atención a la carrera. Los caballos y los jinetes salieron disparados hacia delante y la multitud rompió en gritos de ánimo. Cómo le hubiera gustado formar parte de esa carrera. Montar a una velocidad vertiginosa a través del prado, el cabello ondulante al viento, a horcajadas y controlando a su caballo. Se vio absorbida por la actividad y gritó con la multitud cuando Merrick empezó a sacar ventaja a los demás corredores.
Terminó casi antes de que hubiera empezado. Merrick se erigió en ganador con gran facilidad, y casi toda la multitud se precipitó hacia delante para felicitarle. Anne no podía hacer algo así. No hubiera sido correcto, pero por un momento deseó encontrarse entre aquellos que rodeaban a Merrick. Deseaba lanzarse en sus brazos y besarle.
De repente se sintió culpable de sus propios sentimientos. Miró hacia atrás, hacia su tía y su tío, esperando que no hubieran sido testigos de su entusiasmo durante la carrera. Ellos no estaban prestándole ninguna atención, sino que parecieran estar manteniendo una acalorada discusión. Anne supuso que tenía algo que ver con Merrick. Volvió a mirar hacia atrás, hacia el encargado de los establos y se dio cuenta de que él también estaba concentrado en su tía y en su tío.
Era absurdo, pero si Anne no hubiera sido una persona sensata, hubiera creído que Merrick estaba escuchando la conversación de sus tíos. No era posible que él oyera lo que ellos discutían a la distancia que se encontraba, por no mencionar los gritos y las palmadas a la espalda que le daban los que estaban a su alrededor. Pero en ese momento, él miró a Anne y ella le pareció que sus ojos tenían cierta expresión de alarma en lugar de su habitual expresión de orgullo.
Al cabo de un momento le distrajeron al ofrecerle el premio de la carrera. Y de repente, su tía y su tío se colocaron al lado de Anne.
—Vámonos a casa ahora, Anne —le dijo su tía—. Creo que ya has tenido bastantes excitaciones por hoy.
La expresión de desaprobación todavía se podía apreciar en los labios apretados de su tía. En condiciones normales, Anne se habría sentido muy mal por haber dado el más mínimo motivo de disgusto a su tía o a su tío. Pero ese día, eso le parecía menos importante. De todas formas, caminó complaciente al lado de ellos y volvieron al carruaje.
Merrick también volvería a casa, pero dudaba que fuera con ellos. Parecía que le gustaba hacer las cosas por su cuenta. Era un lobo solitario. Un Lupus, en realidad, recordó. ¿Le hablaría de sus sospechas? ¿Resolvería eso algo, o simplemente provocaría más problemas?