5
ÉSA era una pregunta que Merrick se había hecho muchas veces en el pasado. ¿Quién o qué? Sabía que era distinto de otros hombres. No comprendía por qué. Había sido capaz de leer los pensamientos de los lobos o, mejor dicho, de sentir lo que ellos estaban sintiendo. Él les había ordenado que se fueran y ellos se habían ido, sin duda tan asustados ante un ser humano desconocido como un humano lo estaría si conociera la verdad acerca de él.
—Sólo soy un hombre como cualquier otro —mintió—. Simplemente tengo algunas extrañas habilidades.
Una de sus habilidades le permitía ver la expresión de ella en la oscuridad. Por un momento, ella había tenido miedo de él; ahora tenía el ceño fruncido y la asaltó una curiosidad natural.
—¿Qué tipo de habilidades?
El camino que Merrick estaba transitando era peligroso. No debería haberle dicho tanto como le había dicho. Y a pesar de todo quería decírselo. ¿Por qué? Ya era bastante malo que tantas cosas se interpusieran entre ellos. Su clase social en la vida. ¿Por qué quería él hacer esa distancia más grande? Quizá para poner distancia entre ellos. Quizá simplemente para ver cuál era la reacción de ella.
—Puedo ver en la oscuridad —respondió—. Ver su cara. La otra noche en la cuadra, la veía con tanta claridad como con la luz del día, de pie, en ropa interior, mientras se bajaba las medias por sus piernas bien formadas. Su camisola tenía una rosa de seda roja cosida delante.
Ella abrió mucho los ojos, sorprendida. Dio un paso atrás, inconsciente, y Merrick intentó no hacer caso de cuánto le afectó eso.
—¿Cómo es posible que sepa eso? —preguntó ella—. ¿Cómo pudo ver con tanta claridad en medio de la oscuridad? Es imposible.
Él deseaba que fuera imposible. Merrick sintió que ella se apartaba de él. Incluso a pesar de que la razón le decía que eso era imposible, había empezado a tener miedo de él de forma consciente. Eso era lo que él quería, poner distancia entre ellos. Pero no le resultaba agradable, no parecía que fuera lo que quisiera. No, si era honesto consigo mismo, tenía que admitir que la quería volver a sentirla entre sus brazos. Quería hacer más que besarla.
Quizá fue un acto inconsciente por su parte, pero supo, por la ligera dilatación de las fosas nasales, por cómo sus ojos adoptaron una expresión de pesadez, que ella notaba el olor. El olor que hacía que las mujeres se sintieran atraídas hacia él. Merrick sabía que eso no estaba bien. Lo sabía, pero todos sus instintos querían seducir a lady Anne Baldwin. Quería que ella le deseara tanto como él la deseaba a ella. Quería olvidar sus extraños dones y el abismo que les separaba. Quería que ella también se olvidara.
Lentamente, él se inclinó hacia delante y le tomó los labios entreabiertos. Eran tan dulces como los recordaba y respondieron mejor de lo que lo habían hecho en la cuadra. Él ya no era un extraño para ella, lo cual parecía actuar en su favor. Ella gimió suavemente mientras él le recorría el labio inferior con la lengua. Ella abrió un poco más los labios y él apretó su boca contra la de ella, explorando, saboreando y seduciendo.
Anne se apretó contra él y él la atrajo hacia sí, sintiendo la suavidad de sus curvas contra su cuerpo. Tomó sus pechos, y sintió que se le encendía la sangre al notar que ella no se apartaba. Ella aguantó la respiración mientras él le acariciaba el pezón con el pulgar por encima de la tela de la camisa. Él la quería desnuda. Quería tocar su piel.
Merrick la empujó contra el tronco de un grueso árbol. La besó en el cuello, desató los lazos de la camisa hasta que ésta se abrió y pudo introducir la mano dentro. Su conciencia le susurraba que eso no era lo mismo que la noche anterior en la cuadra. Ahora él sabía quién era ella. Sabía que era inocente. Y, a pesar de ello, no podía contenerse.
Anne sabía que debía detenerle. Tenía la mente nublada de pasión. Una pasión que no había sentido nunca antes. ¿Qué era lo que ese hombre tenía a lo que ella no podía resistirse? Quizá era una combinación de todo lo que era él. Sus labios moviéndose contra los suyos, su mano contra su pecho, que la excitaba más allá del sentido común. Ella podía incluso olvidarse de la rugosidad del árbol que se apretaba contra su espalda si él continuaba besándola… tocándola.
La boca de él se movió hacia su cuello, y le mordisqueó la piel con suavidad antes de continuar bajando y apartarle la camisa. Sintió la humedad de su boca contra su pezón, incluso a través de la piel de la camisa y notó que una corriente le atravesaba el cuerpo. Anne enroscó los dedos en su largo cabello y tuvo que recordarse que tenía que respirar.
—¿Sabes lo hermosa que eres? —susurró él, los labios contra su piel—. ¿Cuán perfecta en todos los aspectos?
Anne no se había sentido hermosa nunca. Por supuesto, los hombres le habían dicho que lo era, pero ninguno la había hecho sentir hermosa. En su fuero interno, Anne sabía que ansiaba el contacto de Merrick tanto a causa del afecto que le habían negado de niña. Él le daba lo que le había sido negado y, a su vez, ella no quería negarle nada a él. Pero, a pesar de que eso parecía adecuado, Anne sabía que lo que estaba ocurriendo entre ellos era incorrecto.
Resistirse a él se hizo más difícil cuando él tomó su pezón con la boca y lo succionó con suavidad. Ella le clavó las uñas en el cuero cabelludo y sintió que las piernas le fallaban. El punto entre las piernas se le humedeció. Le dolía allí, le dolía como si su cuerpo necesitara algo que su mente no podía comprender.
Anne se hundió más profundamente en la niebla de su deseo. Esa boca cálida volvió a trepar por su garganta; al cabo de un momento, él la estaba besando. Él introdujo la lengua dentro de la boca de ella y ella respondió de la misma manera. Entonces fue cuando notó sus dientes. Eran más largos de lo que tenían que ser… casi como colmillos.
Ella abrió los ojos y le dio la impresión de que él parecía diferente. Sus facciones se veían borrosas. Intentó librarse de él, pero él la sujetaba con fuerza contra el árbol. El cuerpo de él se apretaba contra el de ella, y ella sintió su erección de deseo por ella. Entonces, aunque ella no hubiera podido asegurarlo, le pareció que él emitía un gruñido.
—Merrick —susurró—. Me estás asustando.
La boca de él estaba en el cuello de ella otra vez. Ella notó la aguda punzada de esos dientes, y en ese preciso instante, él se apartó bruscamente de ella. Le dio la espalda y, entonces, desapareció en el bosque. Anne se quedó perpleja en medio de la oscuridad. El corazón le latía con fuerza en el pecho. La había dejado sola.
Oyó el aullido de un lobo en la distancia y Anne contuvo el aliento. Con gestos torpes, intentó recomponerse la camisa y cerrarse el cuello de la misma. Luego, despacio, se dejó caer en el suelo. ¿Dónde estaba Merrick? ¿Y por qué la había dejado sola en la oscuridad?
De repente, se oyó el crujido de una rama y Anne se sobresaltó. Una figura alta apareció en medio de las sombras. Ahora Merrick estaba delante de ella, y la miraba.
—Ven, Anne —le dijo—. Permíteme que te conduzca hasta Pecado.
—¿Pecado? —susurró ella.
—El semental. Te llevo a casa.
Por un instante sintió que no podía confiar en él. La vista se le había acostumbrado a la oscuridad y vio que él tenía una mano tendida hacia ella. ¿Qué era lo que había sucedido un momento antes? ¿Se había imaginado ella que él tenía un aspecto distinto? Había sentido miedo. Quizá su miedo se lo había provocado.
—Anne, dame la mano —le dijo Merrick en tono convincente y con suavidad.
Ella deslizó la mano en la suya, más grande. Eran las manos de un trabajador, pero le habían parecido de seda contra su piel hacía sólo un momento. Él la hizo poner en pie. Anne se tambaleó un poco, se sentía mareada, no muy bien.
—¿Qué me está pasando? —le preguntó—. ¿Por qué respondo a ti de la forma en que lo hago, y qué quieres de mí, Merrick?
Él no dijo nada en un primer momento. Quizá no conocía la respuesta. Luego, le dijo:
—Ahora mismo quiero llevarte a casa. Quiero que estés a salvo.
«¿A salvo de los lobos o a salvo de él?», se preguntó Anne. Debería irse a casa. Debía irse y volver a la vida segura y aburrida que conocía antes de haberle besado en la cuadra. A un extraño. A un hombre que trabajaba para su tío. A un hombre que no tenía miedo de mostrar su afecto. A un hombre que le decía que era hermosa.
Merrick la llevó con él a través del bosque. El camino no estaba, en realidad, tan lejos, y se tropezaron con él enseguida, asustando al semental negro que les esperaba. Merrick habló al animal con suavidad y éste se calmó. Merrick subió a la silla y aupó a Anne para sentarla delante de él.
—¿Y Tormenta?
Anne consiguió salir del estado de confusión y pudo hacerle la pregunta.
—¿Y la silla y la manta que dejamos en el suelo?
—Supongo que Tormenta habrá vuelto a la cuadra. Si no está allí cuando lleguemos, iré a buscarla. También iré a buscar la silla.
Él iba a proteger a Anne. A borrar los errores de esa noche. Posiblemente, le había salvado la vida antes. Merrick, con sus extrañas habilidades y ese olor que todavía la afectaba. Él hubiera podido aprovecharse de ella en el bosque. Anne estaba completamente segura de que ella le hubiera permitido que la sedujera por completo. ¿Por qué no lo había hecho? ¿Y habían sido sólo imaginaciones que sus rasgos se habían hecho borrosos por un momento, que parecieron deformados, y que tenía los dientes como colmillos?
Por supuesto que habían sido imaginaciones. Los lobos la habían asustado y ella todavía estaba bajo ese efecto. Sentía los fuertes muslos de él amoldados a sus costados. Anne necesitaba distraerse. Él mantenía el caballo al paso y ella supuso que lo hacía pensando en su bienestar, pero ese paso lento solamente prolongaba la tortura que suponía estar presionada contra él.
—¿Por qué llamas Pecado a tu caballo? —le preguntó.
—Porque es negro como el pecado.
Entre ellos se volvió a imponer el silencio. El calor del cuerpo de Merrick le penetraba por la espalda a través de la chaqueta de montar y ella se preguntó cómo sería sentir su piel desnuda contra la suya.
—Parece rápido, tu caballo —dijo, de repente.
—Sí —respondió él, y ella notó su aliento contra su oído, lo que le provocó un escalofrío—. Él más rápido que he visto nunca.
—¿Le haces correr en las carreras? Yo lo haría, si fuera mío, quiero decir, y por supuesto si yo fuera un hombre.
—Le hago correr —respondió él—. Generalmente en pequeñas carreras en el campo, y solamente si el premio es grande. Al caballo le encanta correr. Le gusta la competición.
El caballo no parecía en absoluto ansioso por volver al establo en ese momento. Anne ni siquiera estaba segura de que se estuvieran dirigiendo en la dirección adecuada ahora que lo pensaba.
—Merrick, ¿sabes adonde vamos? —le preguntó—. No creo que éste sea el camino hacia la casa.
—Sé adonde vamos —le aseguró él.
Al cabo de unos momentos, dejaron atrás la protección de los árboles. Merrick apresuró el paso del semental y Anne contuvo la respiración. Delante de ellos, el suelo sin hierba y quebrado, se extendía el páramo. La luz de la luna caía sobre él y la tierra que se extendía ante ellos parecía extrañamente hermosa.
—¿Estás preparada, Anne? —le preguntó Merrick al oído.
Ahora supo por qué él la había llevado allí. Sintió alegría en el corazón por el hecho de que él supiera lo importante que eso era para ella: vivir este sueño.
—Estoy preparada —susurró ella.
—Sujétate con fuerza.
Él le clavó las rodillas al caballo y salieron disparados bajo la luz de la luna.
Eso no era exactamente igual al sueño de Anne de cabalgar con ropa interior, sola, y a pelo, pero era mejor. Mejor porque compartía ese momento con Merrick. Él se rió con ella, y ella supo que él estaba compartiendo su alegría. Él la comprendía como ningún hombre la había comprendido antes. Y él tenía razón. Todo el mundo debería tener un sueño, incluso un sueño pequeño como ése.