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Chicago, 2006

—SÓLO por curiosidad. ¿Es posible que una inmortal muera atragantada?

Retta Danesti dirigió una mirada de fastidio a su mejor amiga mientras intentaba tragarse el trozo de pasta que se le había quedado atascado en la garganta. Francesca era una mutante y hacía siglos que era su amiga, así que tenía conocimiento del hecho de que el esposo de Retta había vendido las almas de ambos a Artemisa y que, por ello, había convertido a Retta en inmortal.

Las noticias que Francesca le acababa de comunicar le habían sentado tan mal que se había atragantado con un trozo de pastel, que se le había quedado atascado en la garganta y le quemaba como si fuera de fuego.

Francesca le dio unos golpes suaves en la espalda.

—Vamos, niña, sabía que te molestaría, pero no tenía intención de que te matara.

Retta alargó la mano hasta una botella de agua y finalmente pudo aclararse la garganta, aunque los ojos le lloraban sin parar.

—Bueno, ¿qué es lo que me habías dicho?

Francesca colocó ambas manos en el regazo y la miró directamente a la cara.

—Tu esposo va a abrir el parque temático de Drácula en Transilvania el verano próximo y la atracción principal van a ser los restos momificados de Vlad Tepes: el mismísimo Drácula. Parece ser que Velkan va a entregar el cuerpo a los científicos para que éstos puedan confirmar los restos con distintas pruebas para demostrar que de verdad es el empalador de la leyenda medieval.

A Retta le hervía la sangre.

—¡Ese completo cabrón! —Varias cabezas se volvieron hacia ella y se sintió avergonzada.

Francesca bajó la voz y habló tapándose la boca con la mano.

—Realmente, él no tiene los restos de tu padre, ¿verdad?

Retta se terminó el agua mientras le deseaba mentalmente mil calamidades a Velkan, entre ellas, algunas pestilencias y pestes que hicieran que una parte especial de su anatomía se marchitase y se pudriera.

—Es posible. Después de todo, Velkan le mató y probablemente fuera quien le enterrara. Aunque dudo que tenga la cabeza, porque se la dio a los enemigos de mi padre.

Apretó la botella con fuerza.

—¡Mierda! Primero le da a Stoker ese ridículo libro, luego empieza con las giras turísticas, luego el restaurante y el hotel de Drácula, y ahora esto. Juro, y pongo a Dios por testigo, que conseguiré un hacha y le mataré de una vez por todas.

Los ojos azules y claros de Francesca mostraban una cálida expresión de preocupación. A pesar de que ella era una loba que había cobrado forma humana, sus ojos eran muy parecidos a los de un gato cuando era humana. Lo único que la Francesca humana compartía con su equivalente loba era el pelo grueso y oscuro de color avellana. Además de unos rapidísimos reflejos.

—Tranquilízate, Retta. Sabes que él está haciendo esto sólo para meterse debajo de tu piel.

—Y está funcionando.

—Venga, él no lo haría de verdad.

—¿Vengarse de mí? Sí, lo haría. —Apretó las mandíbulas de pura frustración mientras continuaba invocando mentalmente la ira divina. Durante siglos, Velkan no había hecho nada más que acosarla a ella y a su familia—. Odio a ese hombre con todas las fibras de mi cuerpo.

—Entonces, ¿por qué te casaste con él?

Ése era un tema en el que ella no quería pensar. Aunque habían pasado quinientos años, todavía era capaz de recordar claramente la noche en que se conocieron. Ella se dirigía a casa desde el convento para hacerle una visita a su padre, cuando su grupo fue atacado por los turcos. Éstos mataron a todo el mundo menos a ella y estaban a punto de violarla cuando, de repente, fueron decapitados.

Ella estaba demasiado asustada para gritar y se quedó tumbada en el suelo, cubierta por su sangre y esperando que llegara el momento de su propia muerte. Entonces miró hacia arriba y vio a un hombre con armadura que estaba acabando con los pocos atacantes que habían conseguido escapar.

Vestido con una armadura negra que mostraba un emblema de una serpiente dorada, el caballero que había matado a sus atacantes la envolvió con una capa de piel y la levantó del suelo. Sin dirigirle ni una palabra, Velkan la llevó a lomos de su caballo hasta su casa, donde se aseguró de que ella recibiera atenciones y alimento.

Ella todavía recordaba su fiereza, el poder que emanaba de él. Llevaba un casco negro con forma de pájaro depredador para inspirar miedo a sus enemigos. Y a ella le había aterrorizado por completo.

No le vio las facciones del rostro hasta más tarde, esa misma noche, cuando él acudió a comprobar cómo se encontraba. Pero no fue su atractivo ni su fuerza lo que la cautivó, más bien fue su inseguridad cuando se encontraba frente a ella, el hecho de que ese hombre que se había mostrado tan intrépido y fuerte ante los turcos temblara al alargar la mano para tocaría.

Fue amor a primera vista.

O eso le pareció.

Esos recuerdos le dolían en el corazón y Retta hizo una mueca y se recordó a sí misma que, al final, Velkan la había traicionado y había asesinado a su padre.

—Yo era joven y estúpida, y no tenía ni idea de dónde me estaba metiendo. Creí que era un príncipe noble. No tenía ni idea de que él no se encontraba ni un escalón por encima de los monos. —Tomó la página impresa de Yahoo que Francesca le había traído—. Retiro lo que he dicho y pido sinceras disculpas a todos los primates de la tierra por haberles insultado. Él ni siquiera está a la altura de los monos. Es una babosa rastrera.

Francesca mojó una patata frita en ketchup.

—No lo sé, pero a mí me parece bastante tierno que utilice todos esos trucos para que vayas a verle.

«Sí, claro.»

—No es por eso que lo hace. Está intentando torturarme y vengarse de mi padre. Esto no tiene nada que ver con sentimientos de ternura, sino con un hombre que es implacable. Un hombre que, incluso al cabo de quinientos años, no puede dejar que mi familia descanse en paz. Es un animal. —Retta suspiró y volvió a dejar la hoja encima de la mesa. Luego sacó el móvil del bolso.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a reservar un vuelo a Transilvania para matarle personalmente. Luego detendré ese circo de una vez por todas.

Francesca se burló.

—No, no lo vas a hacer.

—Sí, lo voy a hacer.

—Entonces, reserva dos.

Retta hubiera cuestionado la necesidad de ello, dado que los cazadores de hombres mutantes podían teletransportarse de un lugar a otro, pero, por algún motivo, a Francesca siempre le había gustado viajar con ella. Por supuesto, si Retta era lista, podía hacer que Francesca la teletransportase a ella también, pero odiaba viajar de esa forma, incluso aunque era prácticamente instantáneo. Retta era inmortal, pero le gustaba comportarse de la forma más normal posible. Además, si los cazadores de hombres no conocían la zona, podían chocar contra un árbol o manifestarse justo delante de alguien. Ambos sucesos tenían repercusiones nefastas.

Mientras marcaba en el teléfono, hizo una pausa y observó a Francesca mientras ésta se servía más ketcchup.

—¿Por qué quieres venir?

—Después de todos estos años de oírte maldecir al Príncipe Gilipollas, quiero conocerle en persona.

—De acuerdo, pero recuerda que no debes mirarle directamente a los ojos. Si lo haces, te arrebatará toda tu bondad y te dejará en la misma miseria ética en la que él vive.

Francesca soltó un silbido suave.

—Recuérdame que no debo hacerte enojar. Lo digo en serio. ¿Tan malo es?

—Créeme. No hay nadie peor que él. Y pronto te darás cuenta de que tengo razón.