Epílogo

Arizona, en la actualidad

JOSÉ estaba sentado en la barandilla del porche de la casa de su abuelo, tenía la vista fija en el horizonte y su olfato captaba la fragancia de las flores silvestres arrastrada por el temprano viento del amanecer. El olor a Jack Daniel’s se mezcló con el resto de las fragancias y ni siquiera necesitó mirar por encima del hombro para saber que Rider estaba cruzando la casa en dirección a él.

Había pasado mucho tiempo y, a pesar de ello, todavía encontraba un consuelo sutil al pensar que todo el equipo de Guardianes había sido formado cuerpo a cuerpo, y que cada uno de los veintiún miembros del equipo había abandonado algo muy apreciado para ofrecerse a sí mismo al mundo.

Guerreros. Una banda que se movía por el país durante el día, asesinos de demonios durante la noche. Ahora su arte consistía en llevar las armas ocultas. Hacía mucho tiempo que se habían terminado sus sueños de libertad, al igual que hacía mucho tiempo que su madre y sus abuelos habían muerto.

—Buenos días, compañero —dijo Rider, mientras le ofrecía una taza de café que llevaba en la mano.

—Gracias, tío. —José tomó el café y dejó que el aroma le llenara la nariz.

—Es lo mínimo que puedo hacer para el cambio de guardia. ¿Necesitas algo extra esta mañana? —preguntó Rider mientras se llevaba una mano al bolsillo trasero del pantalón, sacaba un frasco plateado y vertía un buen chorro de Jack Daniel’s en su taza.

—No, estoy bien, tío —repuso José, sorbiendo el café sin apartar la vista del horizonte.

Rider se apoyó en una columna del porche y observó a José con expresión preocupada.

—Colega, has estado despierto toda la noche. Está amaneciendo. Toca cambio de guardia. Tienes que irte a la cama. Así es como funciona. Luego, mañana por la noche, algún otro se sentará y se joderá los nervios hasta el amanecer para que nosotros podamos descansar un poco y dormir con un ojo abierto, controlando a los recién llegados al grupo.

José miró a Rider de reojo.

—No tengo ganas de ir dentro; ¿te parece bien?

Rider levantó una mano y se llevó la taza al pecho.

—Mis disculpas. Culpa mía, como dicen. Soy un cascarrabias en este soleado y alegre día, debo decir.

—La casa está invadida de guerreros: esto es como un cuartel del ejército —dijo José, mientras pasaba las piernas por encima de la barandilla y vertía un poco de café al ponerse en pie—. No es así como acostumbraba a ser antes. Las estupideces me están destrozando los nervios.

—Vamos a dar un paseo y alejarnos para que no nos oigan, ¿de acuerdo?

—Estoy bien. Sólo necesito colocar bien la cabeza esta mañana, eso es todo.

Rider vertió un chorro de Jack Daniel’s en la taza de José y luego cerró el frasco con una sonrisa cómplice.

—Es por eso que tenemos que dar un paseo. Tómate el café de la mañana y sígueme la corriente.

—No estoy de humor.

—Entonces vigílame para que no te queme con un cigarrillo encendido mientras caminamos y charlamos.

José suspiró e hizo lo que su viejo amigo le pedía. De todas maneras, ¿qué sentido tenía discutir con el insufrible Jack Rider? No era posible disuadir a ese hombre con insultos y, con casi cincuenta años, quizá más, Jack Rider estaba oxidado como un clavo viejo. José empezó a caminar. Necesitaba espacio. Rider le siguió, un poco atrasado, se encendió un cigarrillo y se guardó el paquete en el pantalón. Luego alcanzó a José con pasos largos y desgarbados.

—Así que ella ha vuelto.

José dejó de caminar y se limitó a mirar a Rider unos momentos.

—Sí.

—El antiguo dormitorio te llama, pero ella es una guardiana nueva que se encuentra en la celda de confinamiento de los nuevos: no puede confraternizar hasta que sus poderes de visión estén en plena potencia, según la vidente de la casa, la inimitable Marlene Stone. Supongo que estás de muy mal humor, amigo mío, dado que Juanita tiene que ser sensata con sus experiencias hasta que su tercer ojo y sus poderes especiales como cazadora de demonios se hayan desarrollado por completo.

José volvió a caminar otra vez y dio un largo sorbo al café.

Rider se mantuvo a su lado, siguiendo el ritmo de su paso, que se aceleró.

—Y ahora la casa tiene dentro a un montón de cazadores de demonios que echan los mejores recuerdos de tu vida por la ventana.

José se detuvo. Rider le miró a los ojos sin pestañear.

—Sé lo que es eso —dijo Rider, y dio una larga calada al cigarrillo antes de sorber el café—. Pero mi alma gemela murió. Se convirtió en vampiro y vive en alguna parte de este lado del infierno, y yo tengo que manejarlo. Por el contrario, tú tienes a la tuya en tu casa, viva, y su memoria le está volviendo a marchas forzadas. —Dio otra calada y observó el brillante sol mientras hablaba en tono filosófico—. No permitas que el hecho de que ella deba completar su misión de traer hasta nosotros a tu hermano sea un problema. ¿Por qué continuar con esa cosa machista? Lo principal es que tú fuiste el primero para ella, y sólo una mujer vidente podría haberle convertido en humo, haberle impedido ir tras Neteru antes de que ésta fuera lo bastante joven para manejarse con un hombre que tiene mucho de vampiro en las venas.

Rider levantó la vista del cigarrillo y miró con intensidad a José al darse cuenta de que éste no respondía.

—El demonio se convirtió en cenizas, hombre. Tú tuviste sus cenizas. El tipo cruzó y bailó con los espíritus antiguos y entró en la Luz. Tus habilidades aparecieron de una manera fantástica, y no tienes miedo a la oscuridad, como cuando eras un niño. Aprovecha la oportunidad. Da la bienvenida al cambio.

Rider inhaló con fuerza el aire fresco de la mañana y José apartó la mirada de él.

—Tú eres un sabueso como yo: huélelo. El cambio está en el aire.

José le miró por el rabillo del ojo.

—Eso fue hace diecisiete años. Han cambiado muchas cosas desde entonces. ¿Y? No somos las mismas personas que éramos.

—Quizá yo sea unos cuantos años mayor que tú, pero no permitas que este viejo tipo de Kentucky te engañe. El humo y la bebida no se han cargado mi olfato. —Rider le dedicó una sonrisa avergonzada—. ¿Qué fue lo que dijo el viejo? ¿Saborea tu recuerdo? —Rider gruñó y empezó a caminar de vuelta a la casa—. Si me lo preguntaras, te diría que estoy totalmente seguro de que el pájaro del trueno estará en mis labios esta mañana, hermano.

A la mierda con el destino del mundo; el suyo estaba destrozado. José se quedó de pie en el camino, de espaldas a Rider, negándose a que ese hermano mayor que él, ese guerrero guardián, le viera inhalar despacio la fragancia que conocía por sus sueños. Las fosas nasales le temblaron ligeramente al notar el olor de Juanita, procedente de la casa. Tiró la taza lejos. Se negaba a rendirse a esa conexión delirante. Ella se había despertado sintiendo un fuerte deseo por él y estaba húmeda. Él era capaz de distinguir eso de entre las miles de fragancias que le inundaban los sentidos, pero no había ningún otro olor que pudiera competir con el de ella en captar su atención.

La noche anterior había sido un enigma… el recuerdo de Juanita había vuelto como un acto de venganza, y su encuentro había sido caliente y hambriento, urgente, frenético, afuera entre las sombras de la noche. Pero ahora, de pie en el camino con la fría luz del día ante él, ¿qué era lo que eso significaba de verdad?

Su visión no había aparecido por completo; ella todavía se encontraba en el período de instrucción de la caza de demonios. Otro hombre había pasado muchos años con ella, ¿y cuántos otros amantes había tenido antes de eso? Los antepasados le habían robado el tiempo y la libertad, le habían robado aquello que hubiera debido ser. Y a pesar de ello, en los rincones más recónditos de su alma, sabía que no existía otro camino. Los demonios les hubieran perseguido a él y a Juanita y les habrían matado si no hubieran escapado. Había sido su destino el llegar a este grupo de cazadores nocturnos: la fuerza de la unión para aquellos que compartían ese camino complicado y sagrado. La joven hembra Neteru, la cazadora de vampiros, se había convertido en su amiga, su carga y casi su amante. Y al igual que para el resto de soldados del grupo, su trabajo consistía en estar en la línea de defensa para que ella pudiera cazar.

La dulce fragancia procedente de la casa empezaba a hacer que le temblaran las manos. José introdujo una mano en el bolsillo y sacó las llaves de la furgoneta. Se marchó. Tenía la mañana libre. Pero el olor cada vez más fuerte le hizo levantar la mirada hacia el porche. Se quedó quieto, incapaz de moverse, al darse cuenta de que Juanita estaba en la puerta. El veraniego y blanco vestido de algodón se mecía por delante de sus bien torneadas piernas bajo la brisa de la mañana. Ella no dijo nada. Abrió la mosquitera de la puerta y caminó hacia él. A su paso dejaba una fragancia a violetas, a colonia de niño y a hembra.

—Hola —murmuró ella, mientras se recogía el largo pelo moreno sobre el hombro—. ¿Vas a la ciudad?

—Sí. Necesito dar una vuelta y tomar un poco el aire.

Ella bajó los escalones despacio. Las sandalias hicieron un ligero ruido.

—Te importa si voy contigo.

José se encogió de hombros y abrió la puerta del vehículo.

—Como quieras.

Ella subió al vehículo, a su lado, por la puerta del copiloto, y le puso una mano en el brazo.

—Anoche…

—Anoche fue anoche —dijo él mientras encendía el motor y ponía la marcha atrás.

—Tenemos que hablar —dijo ella finalmente, y le puso una mano encima de la de él, sobre el volante.

Viajaron hasta el pueblo en silencio. Bien. ¿Qué tenían que decir? Por lo menos, ella había quitado su mano de encima de la de él, pero todavía notaba la piel sensible allí donde la había puesto. En cuanto detuvo el coche en el aparcamiento, él apagó el motor con gesto enojado.

—De acuerdo, Nita —casi le gritó él—. Habla. Acabemos con esto.

—Anoche fue… el principio.

Él la miró con dureza y luego miró por la ventanilla del coche.

—Todavía estás enamorada de él. Ha pasado demasiado tiempo, la medicina del chamán tardó demasiado en agotarse, y yo me he apañado sin ti durante todo este tiempo. Estoy bien.

—Dime que lo de anoche no significó nada para ti —susurró.

El sonido de su voz le obligó a mirarla. Podía oler las lágrimas saladas y calientes antes de que hubieran aparecido.

—Dime qué significó —dijo ella, tragando saliva con dificultad—. Ha pasado todo ese tiempo y ahora…

—El tiempo ha pasado —dijo él, esforzándose por no olerla—. Eres una soldado. Yo soy un soldado. Tú te encontraste con otros y te enamoraste. Ya no somos niños.

—Entonces no has recuperado del todo la memoria —dijo ella, en un tono de voz bajo pero urgente.

—Mi memoria nunca se borró del todo —dijo él mientras observaba que el cuerpo de ella se había hecho incluso más voluptuoso con la edad, los ojos más densos y sensuales—. ¿Sabes cuánto tiempo estuve persiguiendo el recuerdo fantasma de tu olor? ¿De tu tacto… de tu voz? —Habló en tono agudo y le clavó los ojos con una expresión rota y furiosa—. Pero te fuiste con un gran vampiro, como si no fuera nada… como si ni siquiera…

—¡Basta! —gritó ella—. ¿No fue nada? Él no era un vampiro entonces. Se convirtió más tarde, y formaba parte de mi deber el mantenerle localizable. ¿Qué diablos crees que me condujo hacia él?

—El chamán…

—¡No! —gritó ella. Las lágrimas le brillaban en los ojos, pero no cayeron—. ¡Él tenía tus ojos! Tu voz, el seductor susurro de tu hermano. ¡Te he estado buscando con toda mi alma y casi encontré a tu doble! —Le pasó los dedos por el pelo y volvió la cabeza. Habló en tono más suave—: Igual que tú encontraste casi a mi doble, una y otra vez, hasta que me has encontrado a mí.

Un sentimiento de vergüenza le dejó sin palabras. Alargó una mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja con un gesto suave, pero ella le apartó la mano.

—Cuando te vi en esa catedral —murmuró él—, y tú todavía no me reconociste, pensé que me llevaría la pistola a la cabeza.

Ella se volvió hacia él.

—Nos hemos visto acorralados en un terreno sagrado… Al principio no sabía que eras tú.

Él inhaló profundamente y esperó a que se le pasara un escalofrío.

—Pero tú estabas tan enojada conmigo —susurró él—. No dejabas de decir que yo te había dejado, y no fue eso lo que sucedió, y luego me apartaste de ti durante meses mientras viajábamos de vuelta hacia aquí… y durante un tiempo, incluso estando aquí, fue como si yo fuera un viejo amigo platónico.

Ella se llevó una mano ante la boca y respiró con fuerza para retener un sollozo. Bajó la cabeza lentamente y habló con el rostro dirigido a la ventana.

—Todo me fue volviendo en retazos de recuerdos. Lo único que recordaba era el dolor de que me hubieras abandonado, y yo no sabía qué era lo que había hecho mal.

—¿Sabes cómo me sentí cuando te vi otra vez? Ese sentimiento que me desgarraba las entrañas… era como si hubiera bajado del piso veinte en un ascensor sin ninguna parada. Sentí el estómago en la garganta.

Ella se dio la vuelta y le miró mientras se secaba el rostro.

—Tenías el pelo revuelto. Tus ojos tenían una expresión de pánico. Eso me lo hizo recordar todo, y yo estaba allí de pie en una catedral, armado… con los vampiros detrás, y lo único que yo deseaba era abrazarte… pero tú ni siquiera sabías quién era yo.

Ella alargó la mano y le tomó la mejilla. Él volvió la cabeza y le dio un fuerte beso en la mano.

—Y cada día, mientras esperaba que recordaras, perdía un trozo de mi alma. Cada día, cuando olía tu pelo recién lavado, o lo veía bajo la luz del sol… u oía tu risa, te veía moverte por la casa que compartimos ese día glorioso. Cada momento de esos yo perdía un trozo de alma. Cada vez que pasaba por delante de donde tú estabas, lo que se ha convertido en los barracones, y sabía que no podía tocarte, que no podía llevarte ni al lavabo ni a mi antiguo dormitorio… cada vez que eso sucedía, algo en mí moría. Nita. —Le acarició la cara con un dedo tembloroso—. ¿Tienes alguna idea del efecto que tiene en mí oír que te estás dando una ducha? Tengo que abandonar la casa literalmente.

—Lo recuerdo —susurró ella, acercándose a él y dándole un suave beso en la frente. Se apartó el pelo de la cara y le dio un beso en el puente de la nariz.

—Estaba tan enojado contigo —susurró él, cerrando los ojos.

—Lo sé —murmuró ella con los labios pegados a los de él.

—No quiero volver a sentir nunca este tipo de dolor —admitió él en voz baja, respondiendo al beso de ella y tomándola entre los brazos—. No, queriéndote como te quiero.

—Te lo juro, José, mi memoria ha vuelto por completo. Te amo tanto. No voy a volver a irme a ninguna parte.

Ella hizo el beso más intenso mientras recorría con las manos esos amplios hombros trabajados durante las disciplinadas rutinas de los entrenamientos, endurecidos por la guerra y fortalecidos por la edad y la experiencia. Los recuerdos se encendieron en ese contacto, quemándoles a ambos con una conciencia dulce y amarga de lo que les había sido robado. Él enredó los dedos en el pelo de ella, su lengua luchó con la de ella. Luego, de repente, él apartó los labios de los de ella y le pasó la mandíbula por el cuello hasta que llegó a la altura del oído para comunicarle un urgente mensaje.

—Sólo el olor de tu piel desnuda me saca de mí; puedo olerte en la casa, sé cuándo estás húmeda, sé cuando te mueves por ahí… ni siquiera puedo entrenar sin tenerte presente —dijo con las mandíbulas apretadas—. Tu sudor, lo huelo y necesito estar contigo. —Tomó sus labios otra vez y los castigó. Volvió a detenerse para continuar con su queja—: ¿Tienes idea de cuántas veces he conducido dando vueltas por Los Ángeles intentando encontrar tu fragancia en el aire de la noche? ¡Tendrías que saberlo! Luego, cuando te encontré, tú estabas con él y no me conociste.

La pasión de sus palabras la empujó a recorrerle la espalda con las manos. La necesidad de recuperar todo el tiempo pasado la obligó a atraerle hacia ella y a buscar sus labios. No le importaba que los clientes de los bares pudieran pasar por allí y mirarles con una ceja arqueada. No le importaba que las ventanillas del coche se hubieran cubierto de vaho, ni que el aire acondicionado que funcionaba a toda potencia no consiguiera enfriar el vehículo. Tenía a su primera amante entre los brazos, los recuerdos, claros, el sabor de él era exquisito, y el pájaro del trueno en los labios.

—Ahora te reconozco, y no voy a olvidarlo nunca —dijo ella precipitadamente y con pasión, en un murmullo de sus labios contra la piel del cuello de él.

—No vuelvas a dejarme —susurró él casi sin respiración, aplastándola contra el asiento—. Ni siquiera para morirte. Especialmente eso. —La besó con fuerza, buscó su cuello y sus manos la cubrieron de placer en los pechos hasta que ella soltó una exclamación—. No olvides nunca cuánto te quiero ni cuánto tiempo he estado esperando a encontrarte otra vez.

Los dos estaban llorando, los besos interrumpiendo los sollozos de ambos… una densa y salada emulsión les bañaba las lenguas en la batalla, el aliento de ambos cargado de emoción.

—Llévame a algún lugar tranquilo para pasar el día, y te haré recordar todo lo que hemos olvidado —susurró ella, pasándole las manos por la espalda—. Déjame que te enseñe allí, durante todo el día, lo que tengo en la mente… después de casi veinte años de sueños pospuestos. —Le mordisqueó el cuello hasta que le provocó un profundo gemido—. Vamos a generar unos nuevos recuerdos.

Él se limitó a asentir con la cabeza, se apartó del beso y encendió el motor. Y se dirigió con ella, veloz, hacia ese motel sin nombre donde los recuerdos que siempre fueron los aguardaban.

Fin